En contra de la sensación de que ha transcurrido un largo tiempo, el martes recién se ha cumplido un año de las elecciones estadounidenses en las que, para perplejidad de gran parte del planeta, resultó (pese a no ganarlas) presidente electo el candidato republicano Donald Trump.
Desde entonces –y más aún luego de asumir sus funciones en enero pasado– esta presidencia se ha encargado de recrear la figura del “americano feo” en todos los rincones del planeta, con la excepción de Rusia e incluso en algunos países gobernados por líderes que se adhieren al socialismo del siglo XXI, a pesar de la retórica antiestadounidense.
Muestra de esa soledad es que el mandatario francés no lo ha invitado a la próxima cumbre para reforzar los acuerdos de la Conferencia Mundial sobre Cambio Climático que se realizó en París en 2015, a los que se adhirió EEUU siendo gobernado por Barack Obama y de los que se retiró Trump, en una de sus primeras polémicas decisiones.
Internamente, de acuerdo con los datos históricos, Trump ha cumplido este año con el más bajo nivel de popularidad desde 1945, 37-38 por ciento, con pedidos expresivos de incoarle un “impeachment”. Se ha distanciado de buena parte de la dirigencia de su partido e incluso se encuentra enfrentado con su secretario de Estado, en medio de una investigación a cargo del FBI sobre las relaciones de su entorno más íntimo con Rusia y el papel que este país cumplió en las pasadas elecciones en contra de la candidata demócrata Hillary Clinton.
Si no fuera que EEUU es la primera potencia mundial, Trump no pasaría de ser un caudillo iletrado de los muchos que asolaron el planeta. Pero, al serlo, su errática conducción puede conducirnos incluso a una conflagración nuclear de imprevisibles consecuencias.
En ese contexto, el hecho de que a este mandatario aún le quede poco más de tres años de gestión provoca temor que sólo se amaina porque la sólida estructura institucional que tiene EEUU, por lo menos en la teoría, impediría que se adopten decisiones fundamentales que afectan al mundo al sólo arbitrio de su Presidente.
En todo caso, que personajes como Trump hayan asumido el gobierno de varios países es una muestra más de que la democracia es un sistema que requiere permanente atención, lo que significa privilegiar el bien común por sobre los intereses corporativos de cualquier índole, y de que, simultáneamente, es preciso recuperar el concepto de política como el arte de servicio y no espacio de tráfico de influencias.
Que personajes como Trump hayan asumido el gobierno de varios países es una muestra más de que la democracia es un sistema que requiere permanente atención, lo que significa privilegiar el bien común por sobre los intereses corporativos