Maragua, la prehistoria en casa

En 2017, el Gobierno Municipal de Sucre presentará las carpetas para postular oficialmente al farallón de Cal Orck’o y Maragua como Patrimonio Natural de la Humanidad ante la Unesco.

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    Oscar Díaz Arnau
    Ecos / 31/01/2016 11:01

    Maragua, a 70 kilómetros de Sucre, posee, entre otras atracciones turísticas, una de las consideradas “Siete Maravillas de Chuquisaca”: un yacimiento sobre un sinclinal de más de 20 kilómetros que constituye una impresionante formación geológica correspondiente a la era Mesozoica del periodo Cretácico.

    Al paisaje extraordinario de la zona y a la prehistoria que contiene se suma la curiosidad de que valiosas piezas de una data de varias decenas de millones de años permanezcan allí, al aire libre, expuestas al deterioro constante de la erosión, en tanto otras se conservan en viviendas de comunarios —una de ellas, al menos, abierta al público como museo local y administrada bajo el criterio del dueño de casa.

    Lo mismo que Potolo, cantón vecino en el Distrito Municipal 8 (D-8), Maragua sorprende año tras año con hallazgos de importancia paleontológica. Junto con el farallón de Cal Orck’o será postulada en 2017 ante la UNESCO para una eventual declaratoria de “Patrimonio Natural de la Humanidad”; mientras tanto, las autoridades de la capital boliviana y científicos reforzados por extranjeros negocian con los maragüenses —entre los que se encuentran unos pocos centenares de indígenas de la cultura jalq’a— la forma más conveniente de preservar los ricos tesoros antediluvianos.

    Los nuevos hallazgos
    Huellas correspondientes a un terópodo gigante, de tamaño descomunal (“el más grande visto en toda Sudamérica” según el secretario municipal de Turismo y Cultura, Pedro Salazar); el novedoso rastro de una cría de anquilosaurio; un pozo que podría ser un nido o un revolcadero de dinosaurios; el cráneo y la mandíbula de un cocodrilo cretácico de unos 67 a 70 millones de antigüedad, y un área con huellas de marcado interés científico sobre el río Ravelo, en Potolo, figuran entre los hallazgos más significativos de dos expertos argentinos en la zona de Maragua y sus alrededores.“Las huellas tienen una longitud máxima de 104 cm y un ancho máximo de 69 cm. El paso es de 225 cm”, dice su informe técnico, al que accedió ECOS, para luego indicar de manera concluyente: “Hasta el momento, la mayor huella de terópodo publicada es Tyrannosauripus pillmorei, de 85 cm, procedente de la Formación Ratón (Maastrichtiano), en Nuevo México (EEUU)”.

    Sebastián Apesteguía, doctor en Ciencias Naturales con Orientación en Paleontología de la Universidad Nacional de La Plata, investigador adjunto del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) en su país, y Jonatan Kaluza, técnico en Paleontología de la Universidad de Buenos Aires, especialista en extracción de fósiles, hicieron un trabajo de campo en Maragua y Potolo y sus primeros resultados son asombrosos.

    “El sitio está repleto de huellas de dinosaurios, tiene muchas evidencias. Básicamente está emplazado sobre rocas del Cretácico; entonces, genera evidencia de esa época por todos lados”, subraya Apesteguía en el hotel donde pernoctó las ocho jornadas de su misión especial.

    Manejo de sitios
    Su trabajo es un eslabón fundamental en el “Plan de Manejo para Sitios Paleontológicos”, cuya elaboración está a cargo de una consultora integrada por un equipo técnico multidisciplinario contratado por el Gobierno municipal.

    “Si bien Maragua y Potolo registran abundantes huellas, entre otros atractivos, han sido tenuemente estudiadas y carecen de sistemas de salvaguarda del patrimonio natural”, opina Roxana Acosta, la gerenta de la consultora. Además del que dirige el argentino Apesteguía, el Plan tiene otros tres componentes: De gestión (a cargo de David Aruquipa, especialista en gestión de sitios patrimoniales); de infraestructura (Omar Medina, docente e investigador); y el turístico (en manos de la propia Acosta).

    Pedro Salazar destaca que “uno de los ejes estratégicos de la gestión y del desarrollo municipal es el turismo” y que, en ese marco, “el componente paleontológico es importante porque sobrepasa los límites locales. A nivel de Bolivia, Sudamérica y el mundo existe un interés muy grande de lo que son nuestros recursos paleontológicos”.

    Salazar representa al Gobierno municipal, el mismo que debe buscar consensos con los comunarios. Estos, divididos desde el nacimiento de la República entre ayllus y sindicatos más recientes en términos históricos pero empoderados políticamente, tratan de sacarle rédito económico a los proyectos turísticos.

    “La Ley de Patrimonio nos dice que el Estado sería dueño de estas piezas, pero lo que queremos nosotros es no entrar en una pelea legal”, aclara Pedro Salazar. “Lo que sí estamos haciendo de manera urgente es salvaguardar todos estos restos, prestar las condiciones para que no se dañen por lo menos el próximo año para que en estos meses podamos contar con la presencia de estos expertos, u otros, que nos permitan extraer de manera correcta estas piezas. Y una vez que tengamos el laboratorio emplazado en Sucre, puedan ser puestos en las mejores condiciones”.

    Se refiere a un “laboratorio especializado para poder hacer investigación paleontológica” que sea tal vez instalado en el Parque Cretácico, sitio eminentemente turístico que se encuentra en la zona de Cal Orck’o, a pocos kilómetros del centro de Sucre, y que registró el año pasado 170.000 visitas. Esto lo convirtió —dice el funcionario— en el parque nacional más visitado del país. Después agrega con satisfacción que “hemos superado a Tiwanaku y a la Reserva Eduardo Avaroa”, en la provincia Sud Lípez, al sur del departamento de Potosí.

    “¿En este momento hay piezas prehistóricas que están en domicilios particulares en Maragua?”, preguntamos para tener una confirmación oficial de lo que ya sabíamos. “Sí, eso es real” contesta Salazar, aclarando que no existe un museo local en esa zona sino viviendas convertidas en repositorios, se entiende empíricos, donde se cuidan —en algunos casos no sin desconfianza— restos paleontológicos.

    Pero, más allá de la pertinente aclaración de la autoridad, la fuerza de la costumbre ha hecho que esos lugares sean considerados, por los asiduos de la zona, lisa y llanamente “museos”.

    Museo Apus
    En Irupampa, pleno centro de Maragua, está el Museo Apus, de don Crispín Curagua, un comunario de la región. Lo tienen escrupulosamente divisado: 19º3’35.05”S, 65º25’13.85”W, porque este señor localizó y guardó en su casa material científico que los expertos juzgan valioso.

    Omar Medina, contraparte local en el equipo de paleontólogos que trabaja en la zona, lo describe así: “Son fósiles, huesos de cocodrilos de la edad Paleógena. Es interesante porque vendría a ser el primer reporte para Chuquisaca en el entendido de que ya hay en Tiyupampa, Cochabamba, único yacimiento del mundo que muestra a los animales que aparecieron inmediatamente después de la extinción de los dinosaurios”.

    Medina, que estuvo en Maragua por primera vez en 1998 y fue recibido a pedradas por la suspicacia que aún se siente en el lugar, dice que “cada uno quiere hacer su museo de sitio”. Pero él no condena a quienes guardan material prehistórico en sus casas. “Esto no es malo porque de alguna manera están reconociendo el valor de esos fósiles y, en vez de que se pierdan, ellos rescatan. Más bien hay que enseñarles a rescatarlos y conservarlos”.

    Crispín Curagua cobra 5 bolivianos a cada turista para ingresar a su museo particular. Según otras fuentes de Sucre, hay más lugares como este, pero trabajan con tal laxitud que abren las puertas a la atención de los visitantes cuando sus responsables —también dueños de casa— “no están pastando ovejas”.

    La comunidad de Maragua está enclavada en una curiosa formación geológica que cubre aproximadamente ocho kilómetros cuadrados, formando una especie de concha. Sus extremos presentan escamas orográficas con diferentes colores que es posible observar desde la cumbre de Chataquila.

    Muy cerca del centro poblado, en una gradiente profunda, corren las aguas del riachuelo que cruza la comunidad y que va a formar una serie de cascadas; a este punto se lo conoce como la “Garganta del Diablo” y es ahí donde, en contraste con el silencio del entorno, uno parece escuchar voces que provienen de las honduras.

    Oculto pero resguardado
    No muy lejos de esa misteriosa oquedad, a contrapelo del funcionario municipal, asustadizos científicos y con razón (es sabido por secreto a voces entre las agencias de turismo que el incidente de Medina no fue un hecho aislado) respetan como “museos” a las humildes casas que atesoran joyas de valor inapreciable.

    Salazar fue antes un experimentado guía de turismo y conoce cada centímetro del D-8. Él considera que a pesar de que Maragua “era ya un referente mundial para la Paleontología… en todo este tiempo estuvo oculto (para la mayoría) y ha logrado resguardar recursos paleontológicos”.
    Un resguardo muy celoso y polémico, por cierto. Varios de los comunarios se han vuelto guardianes casi infranqueables por su carácter “cerrado”, como los califican en modo amable quienes han tratado con ellos.

    La cultura jalq’a, famosa por sus tejidos con técnicas tan pretéritas como inigualables, tiene una formación identitaria compleja y no es propósito de estas páginas ingresar a los delicados terrenos de la antropología. Baste decir que el problema de las diferencias internas, según explicó a ECOS una fuente que prefirió mantener su nombre en reserva, se debería más a una decisión de pasadas gestiones ediles que posibilitó una personería jurídica para los sindicatos y no así para los ayllus, lo que se podría interpretar como una intención política de debilitar a los indígenas a favor de los campesinos.

    Y si así fuera, efectivamente, los ayllus se han ido debilitando y muchos de sus integrantes se han pasado a las filas de los robustecidos sindicatos.
    Al margen de toda cuestión interna, científicos y autoridades ediles tratan con pinzas a los comunarios de Maragua, quizá influidos por la leyenda del carácter combativo y harto susceptible de los antiguos originarios de esta zona. “Si les hablas en su idioma…”, confían entre miedos, a veces, pareciera, exagerados.

    Preservación y conflicto
    Pedro Salazar describe a Maragua como “un lugar geológicamente interesante para los geólogos y paleontólogos. Con seguridad tenemos ahí millones de años de historia que deberán ser excavados, investigados, puestos en valor para el desarrollo turístico y paleontológico de nuestra región”.

    Pero, para eso, antes deberán llegar a un acuerdo con los comunarios. Que, además, como vimos, están enfrentados entre sí: ayllus por un lado, sindicatos por el otro.

    “Es un conflicto que lleva bastantes años y el compromiso de nuestra Dirección es que podamos resolver el problema económico, que es el más importante. Hay comunidades que cuentan con más recursos turísticos y paleontológicos y aprovechan de mejor manera que otras comunidades. Este recelo ha generado conflictos internos”, se explica Salazar, que el mismo día de la entrevista era ascendido de Director a Secretario Municipal de Turismo y Cultura.

    Revela que “hemos tenido bastantes reuniones con centralías (campesinas) y diferentes comunidades” y que “entre los planteamiento que se ha podido hacer está que el D-8 en su conjunto pueda en algún momento convertirse en un ‘área protegida’ o en un ‘parque integral paleontológico cultural’ que permita, como en la Reserva Eduardo Abaroa, por ejemplo, una entrada única de beneficio para todas las comunidades”.

    Apesteguía estuvo dos veces en Maragua, pero esta vez trabajó palmo a palmo, o, mejor dicho, fue seguido con ojo avizor por algunos de sus habitantes que, en una rara gentileza hacia los extraños, le compartieron información de lugares ventajosos para su labor de hormiga.

    Él también comparte sus impresiones con ECOS: “Son muy cuidadosos de lo que tienen. No sé si con un objetivo en especial, pero no te van a dejar llevarte nada. De hecho, cuando estábamos caminando y mirando, ellos estaban siempre vigilando qué hacíamos; si agarrábamos una piedra, teníamos cuatro ojos sobre ella”.

    Y prosigue con su relato, el paleontólogo: “Cuando hicimos la travesía desde Niñu Mayu hasta Humaca, que son algunos kilómetros, en todo momento estaba la gente gritándose, como señalando que estábamos pasando. La verdad es que no nos sentimos muy tranquilos para hacer una investigación, ¿no? En especial, la zona tiene historias (ríe), entonces, no es un lugar para trabajar tranquilo”.

    Después, morigera: “Al menos cuando uno no está cercanamente acompañado por ellos. Cuando sí ocurrió de este modo, por ejemplo cuando fuimos al revolcadero y otros lugares directamente guidados por los comunarios, acompañados por ellos y comiendo cosas juntos, cuando ellos estuvieron involucrados, no hubo ningún problema y no nos sentimos incómodos en ningún momento. Para eso necesitamos gente que hablara quechua, eso es un requisito importante (…)

    Entonces decide pegarse un baño de vanidad: “A mí siempre me ha gustado mucho el quechua”, dice con la locuacidad del porteño y, contra todo pronóstico, no queda más que rendirse ante la evidencia tras saber de la existencia de su hija, Sachayoj, nombre que este reputado paleontólogo de pelo en cola de caballo se robó del quechua hablado allá por el siglo XVI en el Santiago del Estero argentino porque significaba “duende”, “protector del monte”.

    “He tratado de aprender y, un poquito entiendo. Pero llevamos gente que era más purista del idioma”. Había que asegurarse una comunicación efectiva para trabajar sin presiones.

    “La zona tiene historias…”. La sentencia de quien fuera Director Científico del Proyecto Parque Cretácico en Sucre entre 2005 y 2006 todavía resuena en la sala del hotel. Y, comparando por el solo capricho de comparar, si cualquiera se pone nervioso cuando alguien entra en su casa y se pone a mirar largamente lo que es de uno, ¿qué pasaría si esa acción se prolongase por horas, días o semanas enguantadas y en trajes espaciales de inspección ocular?

    “Cada sector donde aflora piedra lisa tiene huellas”

    ECOS. ¿Qué podemos decir de los descubrimientos del D-8, respecto de lo que había encontrado usted antes en Bolivia y también en Sudamérica y el mundo?
    Sebastián Apesteguía (SA). Lo que aparece en Bolivia es interesante, primero, porque desde ya toda evidencia de fósiles de Sudamérica es diferente a la del resto del mundo justamente porque en aquella época estaban aislados los continentes. Entonces, siempre es información novedosa. Pero, más aún, en todo Sudamérica no hay nada parecido a lo que aparece aquí en huellas de dinosaurios; nada. En todo Sudamérica y me atrevería decir que casi en todo el mundo.
    Lo que pasa es que está menos relevado lo que hay aquí, pero extensiones como Cal Orck’o son impensables en cualquier lugar del mundo. Y cuando uno va al Distrito 8 y conoce las huellas, por ejemplo, de Humaca, es un planchón enorme, 100 metros de huellas continuas, pero eso no es único en el mundo: hay otros lugares donde hay huellas a lo largo de 100 metros. Lo que pasa es que, primero, en Humaca son dinosaurios sudamericanos, por lo tanto son raros. Y segundo, Humaca no es el único planchón con huellas en la zona de Maragua, básicamente cada sector donde aflora piedra lisa, o sea que no esté cubierta por tierra, tiene huellas; es prácticamente un continuo de huellas enormes; en algunas zonas están cubiertas por tierra, pero cuando uno se empieza a dar cuenta de cuántas huellas no están registradas… ¡y no lo estarán nunca porque son impresionantes solamente si se las toma individualmente, pero cuando uno sabe que a 20 metros hay otro planchón con huellas mucho mejores, entonces a estas las ignora! En realidad, estas mismas que uno ignora serían importantes en cualquier otro lugar del mundo.

    ECOS. Y en cuanto a animales, especies, ¿qué han encontrado de novedoso?
    SA. En este viaje en particular hemos encontrado como novedoso una huella de dinosaurio carnívoro muy grande, lo más grande que hasta ahora había aparecido en Bolivia, seguro, en Sudamérica en general tendré que hacer algunas investigaciones. Luego, el rastro de una cría, de un bebé de anquilosaurio (esos dinosaurios acorazados, con púas), que están representados en el Parque Cretácico, incluso. Ya sabíamos de la existencia de esos animales en Sudamérica, en Bolivia también, pero nunca había aparecido el rastro de una cría; es interesante.
    Luego, un pozo que todo indica que se trata de un pozo excavado por dinosaurios: hay marcas de garras y no sabemos cuál habría sido su utilidad, si era un nido, si era un revolcadero; hay muchos animales que hacen pozos para revolcarse, especialmente para sacarse los parásitos del lomo, mucho más aún cuando hoy día nuestro concepto de los dinosaurios es que tenían plumas: eran animales emplumados, no con escamas; o sea, sí tenían escamas en algunas partes del cuerpo pero, básicamente, eran animales emplumados. Entonces, cuando vemos por ejemplo a los gorriones o las palomas en las plazas que hacen sus pocitos y se llenan de tierra para sacarse los parásitos también, entonces, no es para nada raro pensar que los dinosaurios hicieran lo mismo.

    ECOS. ¿No se puede saber a simple vista si es un nido o no?
    SA. Hay muchos estudios hechos sobre nidos de dinosaurios; ahora que han aparecido en muchos lugares del mundo, se viene generalizando la información. Ya sabemos por ejemplo que tienen una forma arriñonada o como de lágrima, y que esto obedece a las capacidades para escavar de estos animales. Efectivamente, el pozo que encontramos tiene esta forma.

    ECOS. ¿Y por qué la posibilidad del revolcadero?
    SA. Es una excavación. Lo que tiene el revolcadero es que, por lo general, no son tan en forma de lágrima, sino más homogéneos, de bordes más lisos tal vez. Pero yo creo que no lo vamos a poder determinar muy ciertamente, es difícil, necesitaríamos mucha más evidencia.

    ECOS. ¿Las garras no apoyan la hipótesis de que fuera más bien un nido?
    SA. Sí, está bien, eso es bueno, pero a menos que el animal haya hecho el pozo primero y luego lo usó para otros fines. Lo que habría que hacer es investigar qué hacen por ejemplo los avestruces, los ñandúes, los guanacos, para ver si ellos hacen un pozo primero o simplemente aprovechan una oquedad natural. Eso significa una investigación de bastante tiempo…

    ECOS. ¿Qué nos puede decir de la cabeza de cocodrilo hallada en Maragua?
    SA. Hay rocas que además de huellas tienen huesos. Son las más raras, pero hemos encontrado cuál es el nivel, porque hasta ahora eran rocas que venían caídas de su nivel y las encontrábamos por ejemplo en el cauce del río, con huesos. Pero seguimos el tipo de rocas hasta encontrar el nivel, y el nivel tiene huesos.
    Son huesos que en general están bastante rotos: se ve que el río que depositó esas rocas tenía bastante fuerza, entonces, cuando un esqueleto era capturado por el río, por una crecida por ejemplo, lo deshacía, lo desarmaba, lo rompía y lo depositaba. O sea que no tenemos demasiadas esperanzas de encontrar un esqueleto articulado, porque eso requiere un enterramiento rápido y corrientes muy suaves, que no lo desarticulen. De todos modos ha aparecido un cráneo con mandíbula de cocodrilo, o sea, la fuerza del agua no era tal para desarticular el cráneo de la mandíbula; eso ya es bueno.
    Y este cráneo ha aparecido hace muchísimo tiempo, hace más de 10 años ya era conocido, era medio famoso ese hallazgo, pero ha pasado demasiado tiempo y cuando uno ve las fotos de hace 10 años y de ahora, se nota que el agua ha hecho destrozos. Por suerte la roca es dura y no se fue todo, pero está bastante dañado. Del cráneo casi no queda nada, solo unos bordes, y queda la mandíbula.

    ECOS. ¿Conocido hace 10 años?
    SA. Era conocido por los comunarios, pero no dejaban hacer absolutamente nada con ese material. Y aún hoy día estaba difícil, pero justamente nuestro equipo lo que ha hecho es ir y hablar con la gente, hacerles entender que eso se está rompiendo, se está destruyendo y que nosotros, al menos el equipo que se ha formado, tiene intenciones de valorar todos los fósiles del área con fines turísticos, con cosas que les van a fortalecer su zona, a mejorar.

    ECOS. ¿Qué características tenía este cocodrilo?
    SA. En la época de los dinosaurios había muchos tipos de cocodrilos: casi tantos tipos de cocodrilos como de dinosaurios. Había cocodrilos que estaban en el agua, otros de tierra, otros cazadores, otros que comían plantas, frutas o insectos. O sea, lo que pensamos de los cocodrilos ahora no tiene nada que ver con lo que ocurría en el pasado. Así que va a haber que estudiar para ver qué tipo de cocodrilo es, esperemos que con un pedazo de cráneo y la mandíbula alcance para saberlo.

    ECOS. ¿Y tienen una aproximación de su antigüedad?
    SA. Creo que se trata de un cocodrilo cretácico porque aparece en las rocas duras, que están con las huellas. Pero de todos modos ha aparecido otro cocodrilo en esta zona, que ya fue colectado y está dentro de un museo local. Ese cocodrilo no es cretácico, es terciario, o sea más moderno. El cocodrilo cretácico, el que está todavía en la roca y se está viendo si se colecta, es de unos 67 a 70 millones de años. Y el cocodrilo que han colectado los locales y que lo tienen en un museo es de 50 millones de años.
    Este sí, el que colectaron, se trata de un cazador terrestre. Ese tipo de cocodrilos ya se conocen; por ejemplo, en Cochabamba hay especímenes magníficos de ese tipo de cocodrilos.

    ECOS. ¿Cuál es la relación de los comunarios con estos fósiles y huellas en cuanto al turismo?
    SA. Hay un problema social, que es la organización en sindicatos y ayllus. Más allá de los problemas que pueda haber —que tal vez yo ni siquiera los entienda bien—, lo que sí sé es que existen problemas internos, locales, entre las familias, y eso hizo que en un lugar existiera muy buena voluntad para albergar turistas y en otros, que están lamentablemente en el camino, no quisieran saber nada con el primero; y entonces no dejaban pasar a los turistas, que tenían que dar un rodeo enorme para llegar hasta ahí.
    O sea, hay pequeños problemas, que incluso son por cosas completamente ajenas a dejar pasar o no turistas… Si se le quiere dar importancia al turismo tiene que ser como en otros lugares del mundo, donde al turista no se lo puede molestar.

    ECOS. ¿Qué pasa con un cráneo de cocodrilo, por ejemplo, durante más de 10 años al aire libre y sin preservación?
    SA. Los fósiles son descubiertos y llevados al aire libre por la erosión; la erosión gasta la roca y los libera, ahí los vemos, nosotros no tenemos ni rayos equis ni nada para verlos dentro de la roca: lo que nos muestra los fósiles es la erosión. Pero la erosión sigue actuando sobre la roca y sobre el hueso, entonces, mientras más actúe, más se va deteriorando.
    Cada roca tiene una determinada dureza. Las rocas donde está el cocodrilo son bastante duras y por eso este material se ha mantenido bastante bien a lo largo de más de 10 años. Pero ‘bastante bien’ no es ‘perfecto’; o sea, se ha perdido gran parte del cráneo ya. Y ellos lo saben; nosotros hablábamos con ellos y se acordaban de cómo estaba antes y cómo está ahora.

    ECOS. ¿Usted sabe de la existencia de un museo local en Maragua y quién lo administraría?
    SA. Se ha habilitado el área de una vivienda; el museo como tal no existe todavía, es el mismo comunario el que está a cargo. El plan que estamos trabajando contempla hablar con ellos para designar un área donde se pueda construir el museo.

    ECOS. ¿Diría que se encontró con algún recelo en el lugar respecto a su trabajo?
    SA. Los maragüenses tienen cierto recelo hacia la gente de la ciudad de Sucre. Venir de Sucre es lo mismo que venir de Argentina o de China; o sea, no es gente de la zona. Se requiere un tiempo para generar la confianza.

    ECOS. ¿Cree que, a partir de los nuevos descubrimientos, aumente el interés de los científicos por estos sitios del D-8 en Sucre?
    SA. Sí, sin duda.

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