Habituarse a la pobreza

Dos niños, uno de nueve y el otro de seis años, llevan a cuestas sus estropeadas mochilas. Irrumpen en un restaurante repleto de gente para canturrear con voz desafinada un par de estrofas de una conocida...

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    Evelyn Campos López
    Ecos / 25/09/2016 10:23

    Dos niños, uno de nueve y el otro de seis años, llevan a cuestas sus estropeadas mochilas. Irrumpen en un restaurante repleto de gente para canturrear con voz desafinada un par de estrofas de una conocida canción: “Desde lejos he venido solamente por quererte palomitaaa…”. No están concentrados en la copla; mientras van de aquí para allá, sus vivaces ojillos no pierden detalle de nada, especialmente de los platos de comida que devoran con la mirada.

    Los comensales siguen comiendo, escuchan sin querer el canto de los niños. En una mesa, una pequeña curiosa los observa un buen rato.

    Más allá, un hombre parece murmurar, molesto: “no nos dejan ni comer tranquilos” y su compañera de mesa responderle, de inmediato: “no seas malo, son niños pobres, tienen que pedir limosna para sobrevivir. Para mí es un tormento verlos cada día haciendo lo mismo”.

    Los niños han dejado de cantar y se acercan a cada una de las mesas extendiendo la mano. El menor recibe un trozo de pollo que devora como si se lo fueran a quitar, en tanto que una mujer le da un plátano. Su hermano mayor apenas recibe tres monedas (dos de 1 boliviano y una de 20 centavos), la mayoría prefiere darle el postre del almuerzo: uno, dos, tres… cinco plátanos. Cuando un hombre le alcanza la sexta fruta, el niño enojado pronuncia un “¡no quiero!, ¡no me gusta!” y abandona el local ante la mirada asombrada de los que le escucharon. El más chico corre para darle alcance.

    La escena no es nueva y quizá por eso mismo, no sorprende y a muchos, tampoco conmueve. Hace años que los restaurantes y pensiones de Sucre y de Potosí son dos de los lugares en los que se aprecia con todo su rigor el drama de la pobreza. La pobreza que tiene rostro de niño, de mujer o de anciano. El rostro del agobio, de la preocupación por cuánto es posible reunir para poder comer…

    Más atención

    Según la presidenta del Observatorio de Derechos Humanos, Tahí Abrego, representante de la ONG Realidades, “Chuquisaca y Potosí están entre los departamentos más pobres del país, situación que se mantiene desde hace décadas por la ausencia de políticas públicas dirigidas a mejorar la situación socioeconómica de la población pobre y con extrema pobreza”.

    Ella comparte con ECOS las cifras del Censo 2012 que muestran la magnitud de los desafíos que el Gobierno debe asumir para atender las necesidades de ambos departamentos, pese a que el mismo Estado asegura que prioriza la lucha contra la extrema pobreza mediante el Plan Nacional de Desarrollo Económico y Social de Bolivia.

    La pobreza genera también una serie de problemas colaterales, como el trabajo infantil, la explotación laboral adolescente, la violencia intrafamiliar, la falta de acceso a servicios básicos para toda la población y otros temas de competencia de las autoridades.

    Dos historias, la misma suerte

    En la Villa Imperial, una anciana recorre todos los días las tiendas comerciales pidiendo limosna. Debe tener más de 80 años y apenas puede caminar apoyándose en un palo, no solo porque lleva a cuestas un bulto en la espalda sino porque tiene algún problema de salud en la pierna derecha.

    Pese al frío, viste un sucio aqsu y no lleva medias. Sus delgadas piernas parecen a punto de quebrarse y sus pies, negros por la suciedad, están secos y llenos de llagas. Con un rostro surcado por las arrugas, una mirada melancólica y cabello canoso, solo habla en quechua: dice que no tiene familia.

    Como sus dos sobrinos la dejaron abandonada hace cinco años (se fueron a la Argentina en busca de trabajo), decidió seguir el consejo de sus vecinos: vendió sus cuatro últimas ovejas y su casita en el cantón Anthura, en Tinguipaya, para dirigirse a la ciudad de Potosí, donde hoy pide limosna; lo hizo para no morirse de hambre.

    Al mismo tiempo, a 150 kilómetros de allí, en Sucre, con un clima más benigno, en la calle Aniceto Arce hace varios meses que un niño dibuja dinosaurios en el suelo.

    A un principio, la gente que pasaba por el lugar se sorprendía al verlo cada día concentrado en el mismo lugar: entre elogios a su talento, le regalaban algunas monedas; algunos parecían realmente sorprendidos por su extraordinaria imaginación, y hasta opinaba que había que apoyarlo para que estudie.

    Ahí, delante del pequeño artista, se originaban estas charlas, pero todo quedaba en el aire.

    Un par de meses después, aparecieron otros niños dibujantes. Todos se sientan en el suelo con la esperanza de recibir unas monedas por su arte.

    Lo que nadie o pocos saben es que el dibujante “original” no tiene tres o cuatro años, como la gente se imagina, sino siete. Por su estatura, parece de dos y medio o tres años. Un profesor de dibujo aclara que él no puede ser considerado un “genio”, porque la calidad de sus ilustraciones corresponde a la de un niño de su edad.

    Además, tiene cuatro hermanos que también piden limosna; la mayor, de 12 años. Todos son menudos y aparentan menor edad. Al parecer, desde que estuvieron en el vientre de su joven madre, no fueron bien alimentados: están desnutridos, incluida su progenitora que vende dulces en las calles.

    La responsabilidad

    ¿Quiénes deben intervenir en estos casos?, ¿a quién le importa el destino de unos niños o de una madre en apuros para criar a sus hijos? ¿Dónde están los responsables de Gestión Social de las gobernaciones y de las Defensorías de las municipalidades?

    Estas preguntas, en casos como los aquí expuestos, merecen respuestas urgentes. Los niños y los ancianos, especialmente, no pueden esperar.

    ¿Cómo se resume, en una palabra, la falta de acceso a la educación, a la salud, a una buena nutrición, a una vivienda digna, a servicios urbanos y a oportunidades de trabajo? Esa palabra es: pobreza, un problema social en constante crecimiento, visible en nuestras narices, pero acostumbrado. Nos hemos habituado a vivir con la pobreza delante de nosotros.

    Acostumbrarse a la pobreza

    A criterio de la psicóloga Gianina Irusta, “cada vez priorizamos nuestro ‘yo’ por encima del ‘otro’, estamos embriagados de cosas que se obtienen ‘a costa de’ y sin sentir culpa”. Vivimos, según su punto de vista, en “un entorno hedonista que avanza más de prisa en la destrucción del mundo interior de la persona que la misma pobreza”.

    Ella explica este fenómeno social así: “La mirada se aleja del dolor del otro porque de lo contrario asumo una actitud y esto puede alejarme de mis metas, de mis logros, de lo mío; porque es real y doloroso, hay personas que viven al día. Sin embargo para otros esto es comprometedor y una pérdida de tiempo”.

    Dice que algunas personas se preguntan: “¿qué puedo hacer yo?”, y concluyen: “no es mi problema, ¿por qué el Estado no hace su trabajo?”. Incluso pueden llegar a responder: “pídele a tu gobierno, tú votaste por él y no hace nada por ti…”. Así justificarían, en otras circunstancias, el no dar una moneda a los niños que arriesgan su vida delante de los autos con malabares de sueños y limpieza de vidrios.

    Según Irusta, “una vez más negamos el problema aunque lo conocemos, y justificamos e incluso fingimos ser grandes héroes de los valores pensando: ‘es que si le doy dinero luego se van al internet, o se compran operías y ¡no quiero ser cómplice!’”.

    La solución a este desdén de la sociedad podría pasar, de acuerdo con su criterio profesional, en un esfuerzo por impulsar la idea del co-desarrollo, que tiene que ver con el crecimiento personal y también con crear oportunidades para los otros, para las demás personas. “Entender que ayudando también nos ayudamos.

    Entender que el tejido es fuerte cuando participamos todos y cada uno con el color de su preferencia, respetando, generando, motivando un sentido para vivir.

    Esto significa reconocer, apreciar, amar, cuidar, seguir de cerca, curar, alimentar; propiciando estructuras justas para la vida”.

    Potosí y la pobreza

    En el departamento de Potosí, según la Fundación Jubileo, con datos del Censo 2012, viven en condición de pobreza 479.451 personas. Es decir que el 59.7% de la población carece de servicios básicos, reside en viviendas que no reúnen condiciones apropiadas, tiene bajos niveles de educación y recibe una inadecuada atención en salud.

    Están fuera del universo de la pobreza 322.991 personas, de las cuales cerca de la mitad reside en la ciudad capital.

    Las seis provincias que registran niveles inferiores de pobreza son: Nor Lípez, Antonio Quijarro, Rafael Bustillo, Modesto Omiste, Tomás Frías y Sud Chichas, mientras que las provincias Charcas y Chayanta, situadas al norte del departamento, tienen niveles de pobreza superiores a 90%.

    Las provincias del Norte Potosí, Alonso de Ibáñez (89%) y Bernardino Bilbao (86%), presentan niveles de pobreza mayores a 80%.

    Solo ocho municipios tienen niveles inferiores de pobreza respecto al promedio departamental de 59.7%: Colcha K (57%), Uyuni (50%), Villazón (45%), Porco (41%), Tupiza (39%), Llallagua (38%), Potosí (25%) y Atocha (19%).

    Los municipios de Tinguipaya y Urmiri son los más pobres, con 95%. Les siguen San Pablo de Lípez con 82%, San Antonio de Esmoruco con 81.6% y Tahua con 69%.

    La ciudad de Potosí es el municipio con mayor población. Allí, en 2001, el 56% de los habitantes vivía en condiciones de pobreza. En 11 años, esa cifra se redujo en 31 puntos porcentuales y, según el Censo 2012, el 25% de su población es pobre, lo que significa más de 47.000 personas.

    Chuquisaca y la pobreza

    En 2001, la proporción de pobres extremos (entendida como la población que no logra obtener ingresos para adquirir una canasta alimentaria) representaba el 61.5% del total de los habitantes de Chuquisaca. Se estima que, para 2001, este departamento tenía más de 345 mil personas en condición de extrema pobreza, según la ONG Realidades, que se basa en los datos del Censo 2012.

    Para 2012, solo el 21.9% de la población de Chuquisaca tenía las necesidades básicas satisfechas; el 23.5% vivía sobre el umbral de la pobreza y el 54.5% tenía las necesidades básicas insatisfechas. De este grupo, el 15.7% es indigente y el 0.7% marginal.

    Además, Chuquisaca se caracteriza por tener una elevada disparidad entre municipios. En el municipio de Sucre el 73.1% de la población no es pobre y el 32.4% se encuentra sobre el umbral de la pobreza. Pero el 26.9% sí es pobre, y de este porcentaje, el 22.4% vive en condiciones de pobreza moderada, el 4.3% es indigente y el 0.2% marginal.

    En cambio, los municipios de Yotala (54.4%) y Monteagudo (56.4%) reflejan que más de la mitad de su población es pobre.

    Poroma (95.9%), Villa Charcas (88%), Incahuasi (88.1%), Azurduy (87.7%), Tarvita (86.9%) y Presto (86%) muestran elevados porcentajes de población con grados de pobreza.

     

     

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