Dos gigantas
Lo primero que supuse al escribir el título de este comentario es que muchos se burlarán de él. Giganta… ¿Gigantas? ¿De dónde saca esa palabra? Será, ps, gigante. Aunque esté hablando de dos mujeres enormes...
Lo primero que supuse al escribir el título de este comentario es que muchos se burlarán de él.
Giganta… ¿Gigantas? ¿De dónde saca esa palabra? Será, ps, gigante. Aunque esté hablando de dos mujeres enormes, se dice gigantes. Y no faltará quien reenvíe aquella falsa carta de una profesora de un instituto público que con el título “Sobre ignorantes e ignorantas” quiere hacernos creer que no se debe utilizar el femenino cuando de mujeres se trata.
Y la verdad es que el idioma no es machista sino quien la utiliza con el fin de menospreciar a la mujer.
Yo, irreverente como soy, simplemente decidí ignorar esos intentos y utilizar el idioma como debe ser. Existen los sustantivos comunes en cuanto al género y punto. Para todo lo demás, tenemos el femenino y el masculino.
Por eso, aunque a los machistas no les guste, la palabra gigantas está bien escrita y, por eso, es la más apropiada para designar a dos mujeres enormes, grandiosas…
Una de ellas es Gaby Vallejo Canedo, la mujer que se introduce en el alma cuando tenemos al frente sus escritos y solo sale de ella luego de haberla sacudido con la magia de sus palabras.
Me pasó cuando leí “Hijo de opa” y me convertí en la bala que salió del rifle del malo de los hermanos Cartagena, Juan José, como yo, porque mi tocayo me atrapó mientras destilaba su odio a través de la mira telescópica. No… el tocayo no… Fue Gaby Vallejo, su creadora, porque ella dio vida al personaje cuyo mundo se trastorna para siempre cuando se entera que el hijo de la opa era su hermano.
La espera con el rifle y el repaso al pasado común de los hermanos Cartagena me hizo admirar a Gaby Vallejo a quien consideré, desde entonces, una giganta de la literatura boliviana.
Su talento, elogiado unánimemente por las más valiosas plumas del país, le ha valido varios premios nacionales y reconocimiento internacional. Su narración lineal, capaz de romper el ritmo cual potro salvaje que corcovea el rato menos pensado, conduce al lector hacia metas difíciles de imaginar en el tránsito por las letras. Hábil tejedora de historias y palabras, en ocasiones es Aracné entrelazando delgados y subyugantes hilos pero, la más de las veces, nos recuerda a Penélope con la variante de que teje en el día no para destejer en la noche sino introducirse en nuestros sueños y quedarse para siempre en los rincones mentales que ni siquiera nosotros conocemos.
Si Macondo, el cenagal de las infaltables siestas vespertinas tuvo un mago llamado Gabo, los bolivianos, habitantes de estepas que fácilmente pasan del valle al altiplano, contamos con una maga bautizada como Gaby.
Por eso, cuando me pidió que haga el comentario al libro que quería presentar en Potosí no solo me sentí honrado sino también intimidado. ¿Cómo puedo escribir algo a la altura de la Gaby?
La respuesta fue sencilla: con sinceridad.
Lo primero, entonces, era confesarle que no tenía el libro. No sé si me lo dio y me lo robaron o simplemente no me lo dio. Mi ritmo de vida, desordenado como los escritorios de las oficinas que me acogieron, no me permite precisar mis recuerdos. Lo único certero es que no tenía el libro sobre el cual debía hacer un comentario y apenas tenía tres días para escribirlo. Le conté la verdad en un correo electrónico y ella me mandó la única copia disponible en su computadora: el original.
Abrirlo fue como encontrarme con un manuscrito, con las anotaciones y espacios en blanco dejados intencionalmente por la autora. Me estremecí. Lo siguiente fue leerlo. Con el trabajo recargado, era complicado sacar tiempo pero tenía que hacerlo. Y así, en medio de los textos que leo y escribo diariamente devoré un original de Gaby Vallejo y pude captar, mejor que con el libro mismo, la esencia de lo que quiso escribir en los momentos en los que ella golpeaba las teclas.
La otra giganta es Amalia Villa de la Tapia.
Ya había escuchado de ella, gracias a la labor investigativa de doña Severa Villalba de Sanabria, pero no sabía más que las generalidades. Sabía que fue la primera mujer aviadora boliviana y que fue potosina. Y… eso era todo.
Por eso, cuando leí sobre su vida, no solo admiré su fortaleza de carácter y perseverancia sino que también me avergoncé. “Cuando era joven y famosa, yo creí que no iba a pasar al olvido y sin embargo, soy el olvido”, dice Amalia cuando se introduce en el universo interior de Gaby Vallejo. “Lo que más duele, el auténtico olvido. ¿Quién me conoce? ¿Quién sabe lo que fui y lo que hice?”.
Hubo un tiempo en que Amalia Villa de la Tapia fue famosa. Famosa en Potosí, famosa en Bolivia, en Perú, en Francia… Tanto orgullo sintió la Villa Imperial por ella que hasta se organizó una colecta para comprarle el aeroplano Curtis, requisito esencial para otorgarle su licencia de piloto, pero el gobierno central se encargó de la administración de los fondos que, tras esa decisión, desaparecieron hasta el día de hoy.
Fue famosa pero también resistida por una cuestión esencial: era mujer y a muchos de los hombres de su tiempo, dominados por un anacrónico e inveterado machismo, les incomodaba tenerla de colega o simplemente que vista el uniforme de piloto.
Amalia Villa de la Tapia nació en Potosí el 22 de junio de 1893 pero vivió gran parte de su vida en el Perú donde, luego de formarse como maestra, que era lo más que se les permitía a las mujeres entonces, estudió en la Escuela de Aviación de Bella Vista donde completó todas las pruebas para tener la licencia de piloto. La compra del aeroplano frenó sus sueños. La Alcaldía de Lima le ofreció 1.000 libras esterlinas y una condecoración pero condicionados a que renunciara a su nacionalidad boliviana y adoptara la peruana. Ella se negó. Estaba orgullosa de ser boliviana. Estaba orgullosa de ser potosina.
Pero si bien su tierra natal también sintió orgullo por ella, los “machos” de su país, entre comillas, se incomodaban por su condición de mujer y le limitaban en su carrera de aviadora. Entre las bajezas que cometieron contra ella está el no haber permitido que, siendo piloto de guerra, participe en la Guerra del Chaco junto a Rafael Pabón y Bernardino Bilbao Rioja.
A través de los dedos de la Gaby, Amalia expresa su frustración por esa actitud:
“No me aceptaron. Dijeron que las disposiciones legales del Ejército Boliviano no admiten mujeres en servicio. ¡Las leyes, los hombres, los militares de mi país se habían quedado en el pasado! Me sometieron a una discriminación inútil. Mientras en otros países del mundo occidental, las mujeres eran reconocidas e incorporadas de acuerdo a sus capacidades y logros, al ejército, a la guerra. No podía creer. Amalia Villa de la Tapia podía cruzar el cielo del Chaco con destreza y seguridad, tenía dos brevetes de aviadora, había demostrado mi intrepidez y dominio durante los pilotajes en la Bahía de Somme. Estaba en mi derecho de ejercer mis licencias de aviación en mi país. Pero fue imposible. Nada valió. Me excluyeron. Entonces, amarrada a otro país, seguí la guerra desde Argentina”.
Pero el machismo de los enanos mentales no pudo impedir que Amalia pase a la historia porque su condición de ser superior le permitió influir en dos presidentes de Bolivia, Bautista Saavedra Mallea y René Barrientos Ortuño. Gracias a la influencia de la primera aviadora sudamericana, el primero creó la Fuerza Aérea Boliviana.
Además, la amazona de los aires demostró que, como Atenea, podía alternar sus habilidades para la guerra con la práctica de las artes. Devenida en investigadora, escribió la historia de la aviación boliviana en tres tomos que llevan el título de “Alas de Bolivia”.
Pero ni sus hazañas ni sus logros fueron suficientes como para introducirse en los textos de historia. Hoy en día, ninguna escuela o colegio de Bolivia, ninguna escuela o colegio de Potosí enseñan quién fue Amalia Villa de la Tapia.
Vallejo escribió sus quejas:
“Todas las hazañas se cayeron al pozo oscuro del no ser ya. Las sucesivas frustraciones me habían enseñado que al final sólo queda el dolor del olvido. La Amalia, cantada, homenajeada, amada tal vez, la ‘mujer de alas, de armas y de letras’, estaba abriendo la puerta sin retorno. Las medallas, las condecoraciones como la Condecoración Máxima al Mérito Militar de 1992 y otras muchas más, cuyos rimbombantes nombres ya no importaban, los poemas en mi honor, eran vanagloria. Las alas de los aviones, no levantaban más. Mi cielo estaba huérfano de mí…”.
Pero aquí está “Amalia, desde el espejo del tiempo”, la biografía novelada de esta potosina extraordinaria, de esta boliviana admirable, de este ser humano superior que es rescatado por una mujer igualmente grande, igualmente enorme.
Amalia, la señora de los cielos, es rescatada por Gaby, la señora de las letras.
Ha llegado la hora de que levante vuelo nuevamente. •
(*) El autor leyó este comentario al presentar el libro de referencia el 10 de abril pasado en Potosí, la tierra natal de Amalia Villa de la Tapia.