A 30 años del accidente de Chernóbil

26/04/2016
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Un día como hoy hace 30 años, el 26 de abril de 1986, se produjo una de las mayores catástrofes ocasionadas por la acción humana sobre la Tierra. Ese día, uno de los reactores de la central nuclear Vladimir Ilich Lenin de Chernóbil, en Ucrania, entonces territorio soviético, explotó causando daños cuya real magnitud aún hoy no se termina de cuantificar.

30 años después y a pesar de la enorme cantidad de recursos materiales y técnicos gastados en atenuar los efectos del desastre, la Reserva Radioecológica Polesie sigue siendo un territorio fantasma de 2.200 kilómetros cuadrados, de 470 pueblos y ciudades abandonados.

Esas no son, sin embargo, las únicas secuelas que ha dejado el accidente de Chernóbil. Hay otras que tres décadas después siguen hoy imprimiendo su sello sobre uno de los temas más polémicos de la agenda pública internacional. Nos referimos, claro está, al ya antiguo debate sobre la necesidad y conveniencia de recurrir a las centrales nucleares como fuente alternativa de energía.

Hasta hace poco, la experiencia de Chernóbil era la más ilustrativa sobre los altísimos riesgos que conlleva esa tecnología. Y aunque ya fue suficiente para dar sólidos argumentos a quienes desde hace más de 60 años se oponen a la construcción de centrales nucleares, luego se produjo el accidente de la central nuclear de Fukushima, Japón, el 11 de marzo de 2011, y ese hecho llevó la polémica a un punto que ahora mismo se encuentra en su nivel más álgido.

Ahora mismo, como parte de los actos conmemorativos del desastre de Chernóbil, en todos los países de Europa y gran parte de los asiáticos está debatiéndose sobre la necesidad y conveniencia de recurrir a la producción de energía nuclear, con todos los riesgos que eso implica, u optar más bien por desarrollar fuentes de energía limpia como la eólica o la geotérmica.

Sobre el tema se ha trazado una línea divisoria a cuyos lados van acomodándose dos grandes corrientes de opinión. A un lado se ubican quienes consideran que la relación entre los beneficios y los costos de la energía nuclear implica unos riesgos que de ningún modo vale la pena correr. Al otro, quienes consideran que los potenciales peligros no son tantos como para que se justifique renunciar a los réditos económicos que podría traer la producción y comercialización de energía nuclear.

Al medio, gran parte de los países del mundo dubitan en medio de los muchos intereses económicos, políticos y militares que los presionan. Uno de esos países es Bolivia, cuyo gobierno se mantiene firme en su decisión de recurrir al apoyo ruso para construir una central nuclear. Y lo hace a espaldas de la opinión pública pues no sólo que elude cualquier debate al respecto sino, lo que es aún peor, lo hace recurriendo a eufemismos, cuando no mentiras franca y abiertamente dichas, para que el proyecto avance sin mayores obstáculos.

Por eso, es de esperar que la recordación de los 30 años del desastre de Chernóbil sirva para que al asunto se le dé en nuestro país la importancia que merece.

Es de esperar que la recordación de los 30 años del desastre sirva para que al asunto se le dé en Bolivia la importancia que merece cuando el Gobierno se mantiene firme en su decisión de recurrir al apoyo ruso para construir una central nuclear

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