Cada vez que se conmemoraba el Primero de Mayo, los trabajadores del mundo salían a las calles para expresar sus demandas y consignas y entonces se constataba, de un modo patético, que la injusta distribución de la riqueza estaba propiciando una explosión política que parecía inevitable. Pero el mundo ha cambiado: En los países desarrollados, la acumulación de los excedentes generados por el trabajo es menos injusta; pero en los países en desarrollo este cuadro, de creciente desigualdad entre una minoría que acumula más y más riqueza y una población que se mantiene en el nivel de la miseria, sigue vigente.
Peor aún: En Bolivia, el rasgo más patente en esta fecha está en que la comunidad obrera ha disminuido en número y ha crecido, en cambio, la desocupación y la informalidad; la misma que, paradójicamente, ni siquiera tiene conciencia de su condición de clase social subordinada a un patrón; porque ese patrón, no tangible, es el sistema político.
El mundo ha cambiado y el Primero de Mayo también.
En las grandes potencias, la introducción de nuevas tecnologías en el proceso industrial ha convertido al trabajador, al obrero para ser más explícitos, en un protagonista de la producción que tiene que ver muy poco con esa percepción, ya distante y difusa, "del proletario que nada tenía que perder"; percepción que el marxismo tradicional identificó y mitificó hace más de un siglo.
Ahora, como hemos dicho, el protagonista más sufrido del tiempo que nos ha tocado vivir es, aquí y allá, y por efecto de cambios que eran ineluctables, el desocupado o el subempleado. El desocupado que, en países como el nuestro, carece de toda protección, pues el país también pobre no está en condiciones de protegerlo. Esa, sin ir más lejos, es una realidad que se la puede constatar día a día en los mercados y otras áreas en que el sector terciario es el protagonista más visible de la economía.
A este respecto, es decir la forma en que el desarrollo económico influye en el desarrollo social de un país, Bolivia es quizá uno de los más dramáticos ejemplos del planeta. Cuando se considera la cantidad de bienes que produjo para el mundo y el espectáculo que ofrece hoy, con todavía altos niveles de pobreza, cabe preguntarse qué tan cerca estamos del propósito supremo de erradicar la pobreza. Es cierto que, en la última década, se ha alentado una mayor redistribución de la riqueza y de la consiguiente incorporación a la clase media de sectores sociales antes marginados y altamente empobrecidos.
Ese proceso, sin embargo, se ha producido en el marco de una figura omnipresente y protectora del Estado y no, como cabía esperar, de la generación de una economía cada vez más productiva y menos extractiva.
La mayor parte de los países considerados como potencias mundiales no son precisamente ricos en materia prima. Su riqueza es fundamentalmente humana, es decir de conocimientos que se aplican a los procesos de la producción, en la conformación de un cuadro que debemos examinar fríamente si es que aspiramos, como es lógico, a un mejor destino. Y en ese ámbito, sin tomar en cuenta las limitaciones de la actual formación universitaria, las nuevas generaciones de profesionales son incorporadas a un mercado laboral que no les brinda ni las condiciones ni las expectativas necesarias para desarrollar su verdadero potencial.
El Primero de Mayo, Día universal del Trabajo, nos ha sorprendido sin sólidos acuerdos sobre qué es lo que debemos hacer para superar esa realidad. Insistir en propuestas o políticas que se desactualizaron por el simple transcurrir del tiempo, ya no tiene sentido. Es, más bien, hora de empezar a mirar al futuro.
El Primero de Mayo, Día universal del Trabajo, nos ha sorprendido sin sólidos acuerdos sobre cómo superar la actual realidad laboral. Insistir en propuestas o políticas que se desactualizaron por el simple transcurrir del tiempo, ya no tiene sentido. Es, más bien, hora de empezar a mirar al futuro.