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El “día de la mentira”

EDITORIAL 21/02/2018
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El Movimiento Al Socialismo (MAS) ha trazado una estrategia con el propósito de cambiar la razón conmemorativa de este 21 de febrero: intenta que todo se centre en torno al denominado “día de la mentira”.

La estrategia es sencilla: se pretende convencer a la población boliviana de que el 21 de febrero de 2016 no se impuso la voluntad del pueblo boliviano, expresada en las urnas, sino el efecto de una red de mentiras supuestamente orquestadas por el abstracto concepto de la derecha, con el propósito de evitar que Evo Morales vuelva a postularse a la presidencia.

Según la argumentación oficialista, la mentira mayor fue haber acusado al Jefe de Estado de tener un hijo con Gabriela Zapata y, sobre la base de ese supuesto vínculo, haber permitido que esa persona acceda a ventajosos contratos con el Estado de tal manera que llegó a amasar una fortuna en poco tiempo y a tener acceso privilegiado a ciertos círculos de poder. Como se demostró oficialmente que el hijo no existía, ahora se insiste en que todo era mentira y, debido a que la versión se hizo pública días antes del referéndum, fue la causante de la victoria del “No” en esa consulta popular.

Con esa orientación, el MAS y cualquier vocero a nombre de él —desde el presidente hasta el último militante, pasando por ministros, senadores, diputados, dirigentes partidarios y de las organizaciones sociales que controla— deben repetir el discurso de que el 21 de febrero es el “día de la mentira”. La táctica no es nueva. Después de todo, uno de los métodos de Goebbels para fijar un mensaje, sin importar su veracidad, es que éste se repita constantemente.

Como la idea central es que se mintió en torno al hijo de Evo Morales con Gabriela Zapata, no se habla de los demás hechos que giraron en torno a la ex pareja del presidente. No se dice, por ejemplo, que fue el propio mandatario quien admitió su relación sentimental con esa persona, que ella se embarazó y tuvo un hijo para él, aunque éste falleció a poco de haber nacido. No se habla de que, en efecto, Zapata hizo evidente uso de tráfico de influencias sin otra explicación más que la relación que tenía, no necesariamente sentimental, con miembros influyentes del gobierno, como es el caso del ex ministro de la Presidencia. Menos se recuerda que fue el propio vicepresidente quien no sólo admitió la relación Morales-Zapata sino también la existencia del hijo que se negó después.

Pero los detalles más importantes no están vinculados con la veracidad o no de esas versiones.

Lo que verdaderamente le importa al país es que el 21 de febrero de 2016, más conocido como 21F, marca un hito en la historia reciente del país que, dependiendo de lo que pase de aquí para adelante, significará el mantenimiento o ruptura de su institucionalidad democrática.

Más allá de si las supuestas mentiras pesaron o no, el 21F representa, desde el punto de vista estrictamente jurídico, que una mayoría, así sea relativa, del pueblo boliviano votó por el rechazo a la posibilidad de que el presidente y vicepresidente del Estado vuelvan a postular a sus cargos.

La voluntad popular, expresada en las urnas, está por encima, incluso, de la Constitución Política del Estado. Eso hace irrelevante el fallo del Tribunal Constitucional Plurinacional que intenta sobreponer la Convención Americana de los Derechos Humanos sobre la Carta Magna o pretende que las gestiones del presidente Evo Morales se cuenten solo a partir de la supuesta refundación del país, en 2009.

Entonces, es preciso apuntar que el 21F no es el “día de la mentira”, sino el día en el que el pueblo boliviano habló y decidió democráticamente. Y si el sagrado veredicto popular expresado en las urnas no se respeta ni acata, y menos tiene valor alguno, cabría preguntarse, entonces, si Bolivia abandonó el carril de la democracia.

Es preciso apuntar que el 21F no es el “día de la mentira”, sino el día en el que el pueblo boliviano habló y decidió democráticamente. Y si el sagrado veredicto popular expresado en las urnas no se respeta ni acata, y menos tiene valor alguno, cabría preguntarse, entonces, si Bolivia abandonó el carril de la democracia

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