Lo ocurrido ayer a nivel nacional es inédito. En 12 años de Gobierno del MAS no se había registrado un hecho de esas dimensiones, un paro cívico nacional y bloqueos que paralizaron el país por completo. Unas 30 o 40 ciudades grandes e intermedias organizaron las protestas, que incluyeron grandes manifestaciones, con un mensaje único: reiterarle a Evo Morales que la gente no permitirá que sea candidato en 2019 y que defenderá la democracia a capa y espada.
El MAS hizo esfuerzos para que su derrota de ayer no fuera completa. Sacó gente a las calles, movilizó a los funcionarios públicos y manipuló a sus grupos de choque para que confronten a los ciudadanos. Pero el resultado fue claro, evidente para cualquier persona más o menos objetiva: millones de personas salieron a movilizarse y paralizaron el país de una manera que no se había visto en mucho tiempo.
Es más, en 2003, cuando se logró la renuncia de Gonzalo Sánchez de Lozada, La Paz y El Alto estaban paralizadas, junto al altiplano paceño y el Chapare, mientras el resto del país mostraba tranquilidad. El 21F de 2018, en cambio, abarcó a todo el territorio nacional. La jornada fue cualitativamente diferente al 21F del año pasado ya que ahora las manifestaciones fueron aún más numerosas y se tuvo el añadido de la paralización nacional.
Los voceros del Gobierno podrán mentir ante las cámaras de TV, decir que las movilizaciones no fueron contundentes, asegurar que “la derecha” es la que está detrás de ellas, que las órdenes llegan “del imperio”, o lo que sea, pero no pueden mentirse a sí mismos. Lo evidente es que el reinado del MAS ha terminado y que, tras muchos años de tener pleno dominio de la política gubernamental, ahora lo que el régimen enfrenta es una situación adversa, con escasa popularidad, decreciente legitimidad, casi nula fuerza discursiva y cada vez menos creíbles argumentos de por qué desea mantenerse en el poder. Solo en La Paz hubo el miércoles 115 puntos de bloqueo. Sin fichas, sin presiones y a puro uso de WhatsApp. Si eso no les dice nada, entonces están ciegos.
Las urnas, además de las encuestas, también señalan la dificultad para el oficialismo. El resultado del 51% del 21F se repitió casi exacto en 2017 en las elecciones judiciales, pero con una salvedad: si en el referéndum el Sí obtuvo el 49%, un año y medio después el voto “válido”, sólo llegó al 34%. Hay una reducción neta de 15 puntos. Encuestas de varios medios demuestran también que el respaldo a Evo Morales ha bajado de la barrera del 25%. La de Página Siete lo sitúa en 22%.
Las posibilidades del oficialismo, por ello, son reducidas. Como su discurso de cambio, de lucha a favor de la madre tierra, de rechazo al “imperialismo”, ya no tiene el efecto que solía tener, el MAS ha quedado desnudo frente a la ciudadanía. La verdad es que ahora dos cosas impulsan a sus líderes a persistir: uno, seguir medrando del poder, con millonarias comisiones y una corrupción ya descarada. Dos, en parte debido a eso, la imposibilidad de salir del poder “por las buenas” debido a las eventuales consecuencias legales que deberán enfrentar en el futuro. Nadie roba o hace daño sin esperar que será impune para siempre.
No son fáciles, por eso, las opciones del Gobierno y del Presidente, pero no presentar la candidatura de Evo en 2019 es la mejor de ellas. No será un escenario fácil, pero será mejor que enfrentar de manera muy incierta los comicios de 2019. Que Evo, su mejor ficha, pueda perder en primera vuelta, ya no siquiera en la segunda, demuestra lo grave de la situación. E intentar otras opciones, como suspender los comicios, sería casi suicida. Hoy todas sus esperanzas están puestas en el fallo de La Haya, pero incluso si éste fuera favorable para el país, como todos esperamos, ello no necesariamente se reflejaría en mayor respaldo al Gobierno. De hecho, en septiembre de 2015 se conoció el primer fallo de La Haya a favor de Bolivia y a los pocos meses venció el No en el referéndum del 21F. Y si eso fue así cuando Morales estaba en lo mejor de su gestión, con mayor razón lo será ahora.