Blindaje y aislamiento

EDITORIAL 08/08/2018
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Si algo no pasó desapercibido para nadie en los ya pasados festejos por la fundación de Bolivia es la seguridad de la que goza el presidente del Estado.

Mientras estuvo en Potosí, la seguridad funcionó a la perfección. Las calles del centro de la ciudad, que se caracterizan por su caos vehicular y la profusa circulación de peatones, estuvieron despejadas y bajo control policial. Nadie entró ni salió sin autorización. Ni siquiera el presidente del Concejo Municipal —el órgano colectivo que teóricamente es la máxima autoridad de la Alcaldía— pudo transitar libremente por el casco histórico del municipio que supuestamente gobierna.

Cuestiones políticas aparte, fue un despliegue de seguridad admirable. Ya quisiéramos que la Policía trabaje así en otros desfiles, o en las cada vez más incontrolables entradas folclóricas de Ch’utillos y Guadalupe. Pero no. Cuando Evo Morales no está de por medio, el control no es tan riguroso y la gente entre y sale de los trayectos o se pasea impunemente, molestando a los espectadores. Aparentemente, la efectividad policial es selectiva y la autoridad de gobernadores y alcaldes no es suficiente para que los del verde olivo hagan su trabajo eficientemente.

Lo que se vio el 6 de Agosto es que, más que puesto a seguro, el presidente estuvo blindado; es decir, —y si seguimos el diccionario— “protegido exteriormente con diversos materiales, especialmente con planchas metálicas, una cosa o un lugar contra los efectos de las balas, el fuego, etc.”. Y es que, además de los centenares de policías reforzados con militares que estuvieron en la ruta, si bien no hubo planchas, sí hubo rejas metálicas a lo largo de todas las bocacalles. No solo se lo protegía de posibles balas o fuego sino, también, de las protestas de la gente.

Así, se confirma que el presidente de Bolivia no escucha las protestas de la gente porque su entorno se lo impide. Si la gente protesta, sus acólitos le dicen que están motivados por la oposición, por la derecha, por el imperio, así que él se enoja. No cree que es porque algo esté funcionando mal. Según le hacen creer, la gente protesta porque le motivan a hacerlo y punto. Entonces, en vez de discutir el motivo de la protesta, lo que se hace es poner oídos sordos a ella. Y se cree que así se salvó el momento.

Lo que pasó en Potosí fue eso: la gente quiso hacer escuchar su protesta pero el operativo de seguridad que se tendió en torno al presidente evitó que él tomara contacto directo con quienes la expresaban. Así, lo único que alcanzó a escuchar fueron los gritos de los escasos parlamentarios opositores que, pese a su número, consiguieron incomodarlo. Ellos lograron ingresar a la Casa de Moneda, por su condición de senadores y diputados, pero no quienes estaban de las rejas hacia afuera.

Con todo, la protesta llegó hasta los oídos del gobernante y, como cree que todo es parte de un complot, sin razones que la sustenten, se molestó y, a contrapelo de otros años, decidió acortar su discurso. Después, como pasa con frecuencia en Potosí, se culparía de todo al frío.

Que el presidente esté a buen resguardo es un alivio. El asesinato, que en estos casos se llama magnicidio, es un cobarde y criminal recurso que ha sido utilizado con demasiada frecuencia así que se justifica que los organismos de seguridad del Estado se desvivan por cuidarlo.

Sin embargo, una cosa es proteger al presidente, otra es blindarlo, como está pasando con cada vez mayor frecuencia, y otra muy distinta es aislarlo; es decir, “apartarlo de la comunicación y trato con los demás”.

Todo indica que hace mucho dejamos la etapa de la seguridad y pasamos a la del blindaje. Lo que se ve ahora, con preocupación, es que el presidente está aislado y, por tanto, alejado de la realidad.

Una cosa es proteger al presidente; otra es blindarlo, como está pasando con cada vez mayor frecuencia, y otra muy distinta, aislarlo y, por tanto, alejarlo de la realidad

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