Dibujo callejero: La vida sin color de decenas de niños
Los pequeños encontraron un refugio y una forma de apoyo en las calles
Sentados en el piso, no muy abrigados y expuestos a todo tipo de peligros permanecen en las calles decenas de niños a la espera de una moneda, mientras sujetan tizas, un cuaderno y un pequeño recipiente improvisado de lata o de plástico para recibir donativos. Sin embargo, su presencia cada vez más notoria en las calles es la muestra de que cada vez más la pobreza obliga a los niños a salir de casa y de la presencia de casos de explotación infantil.
Algunos de los niños están en las calles y plazas más o menos desde las 8:00, otros incluso llegan a las 7:00, comparten con CORREO DEL SUR, la mayor parte de los trabajos de los adultos no ha comenzado.
Se sientan en un lugar casi ya determinado, varían muy poco, especialmente ahora que están en vacaciones, porque una vez que inicien las clases estarán sólo por algunas horas y por ello, la posibilidad de obtener un buen donativo también disminuirá.
Pero eso sí, disfrutan de poder dibujar para los demás y que su talento les permita tener ingresos para cubrir algunos de sus gastos. Lizbeth (nombre ficticio) tiene siete años de edad y ella dibuja en la plaza 25 de Mayo, para tener dinero para su bautizo que está cerca.
Ella no solía salir a dibujar, pero un día que estaba paseando con su familia vio que “chiquitos dibujaban” y por eso decidió ir junto con sus dos hermanos, una mayor, de nueve años de edad y otro de dos que no dibuja mucho, pero está al cuidado de ambas, aunque más de la mayor que de ella.
Cansada un poco por el calor de la temporada, antes de hablar de su vida como niña dibujante, se compra un tocinillo de un puesto ambulante y ya con eso se pone a charlar.
“Conmigo somos cinco, venimos todos los días”, cuenta – ¿y antes que hacías?– “antes vendía dulces, pero con mi mamá”.
Lizbeth dice que hay días en los que logra recaudar hasta Bs 50, pero que tiene un primo que incluso llega a recibir Bs 150 en todo un día de dibujo en la calle. Eso sí, bajo el sol, viento, a veces lluvia e incluso el maltrato de la gente.
Si bien todo lo que le dan será para su bautizo, a veces se compra ropa o algún helado para aliviar su jornada.
Cada mañana, su padre los deja en el taxi con el que trabaja a diario y ellos se acomodan donde ya saben y empiezan a dibujar lo que más les atraiga ese día, también dependiendo de las tizas que tengan. Lizbeth dice que se compra unas 12 a diario y que no pinta muy grande ni con carbón porque los guardias municipales le dicen que ensucia mucho.
Como su mamá encontró un “trabajo con comida”, ya no vende dulces con ella y espera ahí hasta mediodía cuando almuerza y luego vuelve a su faena.
Suele dibujar gatos y chanchitos, además de árboles y casitas, usando tizas azules, amarillas, rojas o blancas, pero eso sí, negro no, carbón no, porque eso provoca que le llamen la atención.
Cuando sea grande dice que quiere ser doctora para atender a los niños y su programa favorito es Micky Mouse y también La Guardia del León, aunque la novela Al Fondo al Sitio es sin duda parte de sus programas en la televisión.
Cuando empiecen las clases se turnarán con su hermana mayor; Lizbeth irá a clases en la mañana y su hermana en la noche, así que las tareas de la escuela no la alejarán de las calles.
Para la psicóloga Fabiola Flores, el incremento de niños en la calle dibujando es sumamente preocupante porque muestra que el aumento de la mendicidad en la ciudad.
“Podríamos ver que esta práctica no está catalogada como trabajo, podemos decir que muestra que los niños no tienen medios ni insumos necesarios para buscar un trabajo y que han visto que tal vez les trae un sustento los dibujos que realizan y la gente, por la sensibilidad que conlleva sólo verlos en el piso dibujando, les da una moneda”, explica.
Desde su punto de vista profesional, los dibujos de los niños en las calles son además una forma que ellos encuentran para traducir lo que viven a través de la expresión gráfica. “Presentan ya sea rasgos de personalidad o rasgos físicos, la inquietud por la que pasan, la carencia que viven, un momento de felicidad o regocijo incluso, o tantos vacíos que puedan tener en el alma porque todo se basa en el cariño, la atención y rasgos de apego en la familia”, comenta al lamentar que la situación de los menores se agrave a vista de todos los sucrenses y no se piense en hacer algo al respecto.
Y es que es importante recordar que estos niños están prácticamente todo el día en la calle sin la protección de un adulto y expuestos incluso a contraer enfermedades por su exposición a las variaciones del clima sin casi ninguna protección.
Aunque para Javier (nombre ficticio), dibujar es algo que realmente le gusta mucho y que espera seguir haciendo incluso cuando comiencen las clases porque además va a un colegio nocturno, por lo que cree que no tendrá ningún problema.
Él tiene nueve años de edad, le toca cursar quinto de primaria y vino con su familia desde Potosí, aunque no sabe precisar bien hace cuánto, dice que vino “hace tiempo a Sucre”.
Lleva un sombrero y una camisa sencilla, pero que al ser de manga larga le ayuda a no quemarse, come una gelatina que le deja casi toda la cara roja porque no puede estar muy quieto, pero así, espera atento a cada moneda que cae en su lata.
Sus dibujos favoritos son los del Rey León, aunque también dibuja otros con bastante prolijidad y sí usa negro porque está un poco lejos de la plaza central, aunque en una calle atiborrada de gente que con una patada al caminar hace volar su lata con sus donativos del día si no la mueve.
Dice que lo que recauda es para comprarse útiles para la escuela, por lo que no puede dejar de pedir dinero porque siempre necesita para comprar algo, aunque sí varía de lugar porque en el sitio donde se encuentra hace unos meses estaban otros niños, dos hermanos que venían desde su casa por la zona de Lajastambo acompañados de su perrito y de algún pajarito que a veces atrapaban para intentar venderlo si alguien se los pedía, si no, no había problema, era de ellos y lo seguirían cuidado.
Esos dos hermanos, de siete y ocho años, pedían limosna mientras su abuela vendía comida en el centro de la ciudad.
No hablaban de sus padres, sólo se animaron a decir que su abuela los llevaba, los recogía para almorzar y luego los buscaba para regresar a casa.
Sin embargo ellos estaban apostados en la calle Aniceto Arce, porque en la plaza ya no había espacio, así que habían decidido irse a otra zona. Ahora, en su lugar está Javier y cerca de él al menos cinco niños más.
Si bien el inicio de clases incidirá en que la cantidad de niños juntos pidiendo limosna disminuya porque se disgregará por horarios, el aumento de este sector de trabajo o mendicidad infantil es inminente ante la vista y paciencia de las autoridades llamadas a generar políticas públicas que protejan a los niños de escasos recursos económicos.
RESPONSABILIDAD DE LOS PADRES
La diferencia entre trabajo infantil y mendicidad infantil en algunos casos es casi nula, en particular cuando se habla de los niños que dibujan porque el aporte que les da la población no es porque se valore su arte o capacidad de dibujo, sino porque les conmueve ver a un niño en la calle dibujando, comenta la directora de la fundación Biblioworks y de la revista INTI que es de los niños trabajadores, Maritza Valdez.
“Lo que tenemos que hacer es darle oportunidades laborales a sus padres para que ellos trabajen y no los usen como mano de obra barata”, pide Valdez al indicar que los padres de familia que permiten que los niños se dediquen a ese tipo de actividades son cómplices de la vulneración de las normas nacionales e internacionales que no permiten el trabajo y la explotación infantil.
La Directora de la revista INTI informa que los recursos obtenidos por la venta de ese producto se les entregaba a los niños trabajadores, pero que al ver que ellos entregaban todo a sus padres que la mayor parte de las veces no asumen su responsabilidad como progenitores, decidieron entregarles útiles escolares u otros insumos que sean de su beneficio directo.
“Las personas que les apoyan les dan el dinero porque es mendicidad, no por apoyar su arte o lo que dibuja, pero en otra esquina está su mamá o su papá esperando el dinero y es muy triste, es la situación de estos niños”, comenta la Directora de Biblioworks.
Lo lamentable además es que la mayor parte de los niños que trabajan o mendigan no usan el dinero para ellos mismos, sino para cubrir necesidades en su hogar que deberían ser cubiertas por los padres. “Una vez una niña que vendía semillas decía que ahorraba porque mañana era el cumpleaños de sus mamá y tenía que llevar pollo y estaba preocupada porque lo que tenía no le iba a alcanzar para un pollo”.
“Otra niña decía que su mamá le había dicho que iba a comprar torta para su cumpleaños, pero decía que ella nomás se iba a comprar su propia torta”, comenta Valdez, cuya fundación está a cargo de la revista de los niños trabajadores desde hace dos años, aunque el material ya lleva seis años de vigencia.