“Nuestro mundo muerto”, de Liliana Colanzi
En su último libro, “Nuestro mundo muerto” (El Cuervo), Liliana Colanzi intenta escribir cuentos ominosos, atravesados por el presagio y la malicia; cuentos en los que sople un viento demoniaco; cuentos cubiertos por una “ola” de fatalidad. Desgraciadamente, no lo logra. Con la excepción del primero de la colección, “El Ojo”, no solo que no consigue escribir este tipo de cuentos, sino que además, hablando en términos generales, decae respecto a sus logros anteriores en este género.
¿Por qué no logra lo que busca? A mi juicio, porque en lugar de concentrarse en la “poesía” del desastre, que requiere una tonalidad y un “tempo” muy particulares, Colanzi prefiere encontrar la sordidez por medio de la inclusión de sucesos sórdidos (“Caníbal”); la aprehensión, por medio de la inclusión de enfermedades terminales (“Nuestro mundo muerto”); la sobrenaturalidad, por medio de la inclusión de fantasmas (“Alfredito”); etc. Y a menudo hace estas inclusiones en seguidilla, sin detenerse ante los peligros de yuxtaponer tramas y sumar personajes sin demasiada justificación. Con ello termina deshilavanando sus historias, introduciendo –por primera vez en su literatura– esos personajes apenas esbozados, esos que el escritor presenta como un ensayista podría presentar a un autor en un pie de página, esos que desgraciadamente abundan en las letras bolivianas.
El resultado es que las historias se desenfocan y pierden esa total premeditación y esa perfecta relación entre las partes que buscamos en los mejores cuentos.
Un caso representativa es “La Ola”. El cuento comienza bien, tiene el tono adecuado para hablar de un fenómeno que no sabemos muy bien qué es, pero que todos hemos, por decirlo así, sufrido: ese aliento pesaroso que a veces desprende el mundo y nos amenaza. Pero luego el relato se convierte en una feria de eventos, que se supone que se conectan por “la Ola”: se va al pasado, se va a los padres, al recuerdo infantil del padre, se dice que el padre es un asesino, se considera con admiración que el padre sea un asesino, luego se sospecha de que se que haya vuelto un estafador, luego se descubre que no lo es, luego se vuelve al presente, se ve al padre con demencia, se va a Ithaca, donde la protagonista escribe, de ahí se vuelve a donde el padre, se introduce la historia de un taxista… No digo que no pueda funcionar, podría en caso de que se hiciera “un cuento” sobre cada uno de estos momentos, es decir, que se crearan las condiciones literarias para que cada uno de estos momentos fuera inolvidable, sorprendente, pulido, tenso, un mecanismo de relojería. Como eso no sucede, lo que tenemos es una sucesión, una lista de eventos, y la sensación desagradable de que se enumera, y de que nada de lo que se diga tendrá mucha importancia, porque no es de eso de lo que realmente se está hablando. Puesto que le vemos el pegamento, la figurita no nos persuade.
El cuento más fallido es “Chaco”, en el que se habla, con una técnica muy floja, desde el punto de vista indígena. El mejor cuento es, como ya he dicho, “El Ojo”, el más concentrado, el más parecido a los de la Colanzi de “Vacaciones permanentes”, y el único en el que la sordidez sexual, un tema recurrente en la autora, encuentra plena justificación.