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Literatura, migración y fronteras en los tiempos del muro

Giovanna Rivero, Sebastián Antezana, Claudio Ferrufino, Edmundo Paz Soldán y Liliana Colanzi, cinco de los mejores narradores bolivianos que viven en la diáspora americana, contestaron a Puño y Letra inquietudes...

Literatura, migración y fronteras en los tiempos del muro

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Escribir fuera

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Extraños llamando a la puerta de Baumman

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    Alex Aillón Valverde
    Puño y Letra / 06/02/2017 09:08

    Giovanna Rivero, Sebastián Antezana, Claudio Ferrufino, Edmundo Paz Soldán y Liliana Colanzi, cinco de los mejores narradores bolivianos que viven en la diáspora americana, contestaron a Puño y Letra inquietudes acerca de algunas viejas preocupaciones de la literatura: el viaje, la migración, la frontera. En esta edición, Puño y Letra ofrece cinco meditaciones y variaciones sobre estos temas que, de pronto, son actuales por las nuevas condiciones sociopolíticas del mundo (agitados por la llegada de Trump a la Casa Blanca) y los retos que plantean dentro del campo de la literatura.

    Giovanna Rivero, la literatura como defensa contra los fundamentalismos

    Estados Unidos es un país tan grande geográficamente que el horizonte del mundo, de lo que hay allá afuera, queda demasiado lejos para la mayoría de la gente. Entonces, ese voluntarioso provincianismo gringo se convierte con frecuencia en un límite preocupante. Un límite para imaginar, entender a los distintos otros, sentir empatía por el que no es idéntico, superar el patriotismo narciso, leer sin prejuicios otros ethos y otros sistemas de valores. Por eso la literatura de los inmigrantes se hace tan necesaria, y más ahora que nos hemos convertido súbitamente en una distopía disparatada (yo ni loca me apunto para que me escudriñen el iris del ojo en los aeropuertos).

    Sin necesidad de abordar temas de éxodos, el que ha emigrado construye una visión multiangular del mundo, sabe que Einstein tenía razón y que la Relatividad está ocurriendo ahora mismo y de la peor manera. La ficción nos permite encarnar en un refugiado sirio, en un venezolano empobrecido, en un “bolita” bajo sospecha, en la cabeza grandilocuente de un supremacista. Sin esas posibilidades, las del arte y la filosofía, creo que no tendríamos cómo defendernos de los fundamentalismos.

    Son estas escrituras, las de los nuevos cronistas literarios y extranjeros, las que están redibujando las fronteras o revelándolas en toda su crudeza. Ellos llevan esa condición fronteriza de un modo óntico. Y es que también las fronteras han surgido con sus alambres de púas del alto voltaje en todas partes, no sólo en los bordes que oficializan los mapas, sino incluso en espacios que antes parecían armoniosos, en las familias, en los trabajos. La ficción siempre ha sido política, aun cuando hubo un momento generacional en que se renegó de ese matiz, pero creo que ahora va a politizarse con otra fuerza. A mí ahora se me hace imposible pensar en personajes que no estén atravesados por lo político, es decir, por el sufrimiento, las luchas y las ambiciones de un “pueblo”. Digo “pueblo” pensando en un sujeto inmerso en el mundo que le es cercano.

    Edmundo Paz Soldán, el muro como la gran metáfora

    Vivimos en un mundo de migrantes, en cierta forma todos somos migrantes. Llevamos más de un mundo a cuestas, a veces nos trasladamos de un pueblo o una ciudad a otra en el mismo país, a veces vamos a otros países donde se habla el mismo idioma y la cultura es similar, a veces lejos, muy lejos. Lo que te da la migración, como escritor, es una mirada extrañada sobre las cosas, ideal para la escritura: uno escribe a partir de las cosas que le llaman la atención, y al viajar, al vivir en otro país, hay otra forma de hablar y percibir el mundo. A la vez, cuando vuelves a casa después del viaje, esa casa también se ha movido, ya es otra: el mundo se va convirtiendo en un lugar muy extraño. Mi vida migrante ha hecho que Bolivia sea cada vez más extraña para mí en mi escritura, sin que ello implique que mi vida en Estados Unidos naturalice a ese país; al contrario, es cada vez más extraño también.

    Me interesa la frontera como una gran metáfora de nuestro paso sobre el mundo, nos preocupamos mucho por las fronteras geográficas pero lo que hace la literatura es detectar que antes de que se construya un mundo se van cerrando ciertos pasos emocionales, anímicos, existenciales, etc. Para que sea viable hoy la idea de construir un muro en la frontera eso significa que muchos norteamericanos ya construyeron un muro interior, se aislaron, el miedo al inmigrante, al distinto, les ganó la partida; y eso, creo, lo capta la literatura antes que la sociología o las ciencias sociales.

    Sebastián Antezana, la literatura como máquina de movimiento continuo

    La vinculación entre las figuras del viaje y la literatura hace mucho que se ha vuelto un tópico. La ficción como una forma de migración, un alejamiento, un traslado que nos separa de la propia orilla, ha sido amplio objeto de estudio desde hace décadas.

    Sobre ella, sin embargo, valdría la pena hacer todavía un par de consideraciones. La primera tiene que ver con marcar cierta diferencia entre los conceptos de migración y de viaje, pues entre las diferentes formas que el viaje adquiere a partir de la modernidad —turismo, trabajo, refugio, exilio, destierro, etc.— la migración es solo una, una variante particular del desplazamiento, no tan fugaz, ni tan violenta, ni tan dependiente del retorno. Así, una literatura que se ocupe de la migración —o una literatura migrante, o una literatura escrita por migrantes— será necesariamente una variante específica de la literatura de viajes, una de sus aristas que representa no una estadía fuera del territorio conocido, sino una vida o un modo de vida fuera de él. Y también una escisión que empieza a separar al mundo en, por lo menos, dos ámbitos: el adentro y el afuera.

    Así, mediante esta tensión entre el adentro y el afuera, la idea de una literatura migrante nos remite de inmediato al concepto, bastante cuestionado, de literaturas nacionales, y frente al corpus que constituyen se presenta como una suerte de suplemento, un añadido que funciona en paralelo y es, al mismo tiempo, interior y exterior a él. Porque la literatura de la migración se comunica con las literaturas nacionales desde un lugar donde la otredad no es total sino muy parcial. Y desde allí, desde ese vaso comunicante y ese hueco que configura la escritura migrante, desde ese lugar de “adentro-pero-afuera”, es posible comenzar a confeccionar un gesto literario que integre sin borrar las diferencias que mantiene con los corpus nacionales.

    Pero hay más. Sobrepasando el concepto puro del viaje, el vínculo entre migración y literatura no encuentra su núcleo en la figura del desplazamiento sino en la del desplazamiento continuo.

    En las antípodas del asentamiento, del sedentarismo, la ficción es una maquinaria de movimiento continuo que se consolida mediante un gesto que resulta paradójicamente fundacional: el negarnos la propia casa, un hogar, un sitio seguro. Frente a cualquier idea de refugio, la literatura, cuando vale la pena, nos expulsa siempre al espacio exterior —tan desafiante como el espacio interior— y nos convierte en nómadas, habitantes de un trayecto y no de un territorio, criaturas de un recorrido y no de su inicio o su meta, Ulises constantes que encuentran en el viaje a Ítaca, y no en Ítaca, su razón de ser. O, por lo menos, el motor que los impulsa.

    La literatura, también, en este recorrer el camino, podría entenderse como el minucioso ejercicio de construir una casa, levantarla poco a poco desde los cimientos hasta las tejas del techo, perfeccionar los cuartos y las salas, pintarlos, dejarlos listos y habitables y, en el último momento, cuando lo que queda por hacer es enfrentarse a la puerta principal y abrir la cerradura, simplemente dejarlo todo, marcharse, abandonar la casa como un patológico Wakefield e irse sin más, incluso sin rumbo, simplemente moverse, migrar, visitar lugares exteriores e interiores, construir allí otras casas, nuevas casas, con paciencia, apasionadamente… y el instante antes de habitarlas dejarlas otra vez, abandonarlas, y así seguir migrando.

    Liliana Colanzi, la extranjería en la literatura

    La literatura es una experiencia de extranjería, el deber de un escritor es ser siempre un extraño ante su país y ante su propia lengua, no asumir nada como natural. La migración te devuelve a ese lugar de extrañeza, que es de donde nace la escritura (y pienso en Conrad o en Gombrowicz o en Agota Kristof, escritores que encontraron en la migración y en la adopción de la lengua extranjera la condición de posibilidad de sus obras). La frontera es el lugar donde simultáneamente se inscribe y se borra la idea de lo nacional: por un lado una frontera produce la conciencia de un límite, pero también allí las identidades se mezclan, la gente se pierde, cruza hacia el otro lado, se reinventa. La frontera es tránsito, fuga, posibilidad. Con el gobierno de Trump se recrudece la retórica del patriotismo y de la nostalgia por unos Estados Unidos blanco, anglosajón y protestante, cuando hace mucho que la composición social del país ha cambiado.

    Claudio Ferrufino Coqueugniot, Estados Unidos: viejas y nuevas fronteras

    La emigración para mí ha sido un bálsamo. Revivificador, diría, pero no sería justo porque todavía era joven al venirme. Pronto, en unos años más, habré vivido más tiempo en EUA que en Bolivia. Fue de aprendizaje y de permanente frontera. He estado en las fronteras físicas del norte y del sur, Canadá y México, pero son los bordes interiores los que me tocaron, ese convivir con universos distintos, diferentes, dispares, de manera permanente. Trabajar con un somalí me da ciertas pautas sobre su tierra, África, el islamismo, la relación con la mujer. México… un mundo en sí mismo; no es igual compartir con sinaloenses y su aura narco que con los sufridos sureños que habitan los montes entre Veracruz y Oaxaca. Eso se traduce en literatura, lo quieras o no, y no siempre de manera directa, hablando de los protagonistas, sino por un espacio rico que has logrado aprehender y a ratos comprender y que manipulas en lo tuyo.

    Respecto a Trump, el neofascismo, la payasada, tragedia, comedia, desubicación perpetua y peligrosa de estos individuos, hay mucho por decir. Ha de ser una época gloriosa, creo, para el periodismo, y también la literatura. De pronto afloran caracteres anacrónicos que se consideraban perdidos en las letras de entreguerras; el estrado amenaza con derrumbarse y en el movimiento despierta asuntos desde un largo letargo. Divisiones que en un par de décadas creí que se habían desvanecido, renacen. Sucede una reubicación casi feudal de la vida toda, un rediseñarse o inventarse fronteras supuestamente desaparecidas. El ser extranjero, sentirlo, disfrutarlo, alimentarlo, ha sido para mí fuente dichosa de inspiración y trabajo.

    Escribir fuera

    Algunas de las más aclamadas novelas y obras poéticas de autores contemporáneos han sido escritas en el extranjero. Gabriel García Márquez escribió 'Cien años de soledad' en Ciudad de México y 'El otoño del patriarca' en Barcelona, en tanto que Miguel Angel Asturias, Julio Cortázar, Augusto Roa Bastos y Alejo Carpentier han escrito en París; Mario Benedetti en Cuba; Pablo Neruda y Octavio Paz como diplomáticos en Asia; Mario Vargas Llosa y Guillermo Cabrera Infante en Londres y Carlos Fuentes como catedrático en universidades de Estados Unidos, para sólo citar los más conocidos.

    A partir de la década del 50, la corriente migratoria hacia los Estados Unidos desde todos los países de América y el Caribe se ha ido incrementando en la medida que crecen las condiciones adversas en cada uno de los países americanos.Una encuesta comisionada por el Ollantay Center for the Arts en 1989, por ejemplo, identificó alrededor de 150 autores de narrativa, poesía y teatro en el área metropolitana de Nueva York.

    Extraños llamando a la puerta de Baumman

    Los migrantes para Bauman vagan de un lado para otro, excluidos, sin garantías, sin documentos y sin protección alguna. Son, como decía Brecht “heraldos de malas noticias”, signo de una significación indefinida y amenazante: la de las descomunales fuerzas globales que interfieren en nuestras vidas. Su presencia inquieta porque intuimos que nosotros podemos ser los próximos, y por eso nos aferramos a lo único que poseemos, nuestra identidad como estadounidenses, españoles, franceses, o alemanes.

    Bauman recoge la sugerencia de Michel Agier: “La política migratoria va dirigida a consolidar una división entre dos grandes categorías mundiales cada vez más cosificadas: por un lado, un mundo limpio, sano y visible; por el otro, un mundo de restos residuales, oscuros, enfermos e invisibles”. Esa realidad que se extiende como campo “rodeado de muros, alambradas y vallas electrificadas, o funciona como una prisión de facto porque está aislado por inmensas extensiones vacías de tierra o mar a su alrededor”.

     

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