Corrupción y daño a procesos históricos de desarrollo económico, social y político
La corrupción es la acción de depravar, echar a perder, sobornar a alguien, pervertir, dañar, aprovecharse de, apropiarse de algo que no es propio, tráfico de influencias, extorsión, fraude.
La corrupción es la acción de depravar, echar a perder, sobornar a alguien, pervertir, dañar, aprovecharse de, apropiarse de algo que no es propio, tráfico de influencias, extorsión, fraude. Es el vicio o abuso de las cosas materiales y no materiales, alcanzando niveles de depravación moral o simbólica.
Es un lastre que impide el desarrollo del ámbito en el que se encuentre: un país o una familia, y puede llegar a retardarlo, inclusive a destruirlo. En su esencia, la corrupción es negativa.
Cuando se habla del desarrollo económico la corrupción genera ineficiencia y distorsiones de alta consideración, corroe el tejido social ante la erosión de la capacidad productiva, sea cual fuere el modelo implementado. Se transgreden principios y se debilitan los niveles de eficiencia en el desempeño empresarial y en la eficacia de los resultados esperados debido a que la actividad empresarial pública y privada cede su profesionalismo y competitividad a la capacidad de influir sobre el entorno administrativo corrupto. Esto provoca una baja en la productividad, condición necesaria para alcanzar economías de escala.
La corrupción en la economía es un asunto que tiene que ver con la moral, buenas costumbres, formación y conducta ciudadana, no es algo a ser tratado solo desde lo jurídico – legal ya que en los estados con recursos se generan mecanismos, procedimientos e instrumentos “idóneos” para cometer actos de corrupción.
En el sector privado la corrupción incrementa los costos en los negocios y actividades empresariales. Hay que sumar los sobornos, el precio de los desembolsos ilícitos, el costo doloso de las negociaciones y el riesgo de incumplimiento o detección, como efectos externos a ese accionar corrupto. Todo esto socaba la buena competitividad y la calidad de las obras, además de distorsionar las regulaciones haciéndolas encubiertas o creando nuevas reglas sobre la base del fraude. En otras palabras, donde la corrupción infla el costo de los negocios distorsiona el terreno de juego transparente en el que deberían moverse las empresas, blindando a las que tienen altas conexiones corruptas frente a las buenas empresas competidoras. De esta forma se genera la existencia de empresas ineficientes, con iguales resultados, y se condena a las buenas que ofrecen mayor calidad.
En el sector público la corrupción es igual de atroz al desviarse inversiones públicas a proyectos donde los sobornos son cuantiosos. Los quinciños —denominados así en la jerga popular— por solicitarse el 15% de “mordida” del costo de la obra— incrementan la complejidad: se emiten convocatorias a talla y figura, con procedimientos y decisiones “nuevas”, todo para ocultar, encubrir o allanar el camino a esos tratos oscuros, distorsionando la inversión y calidad de las obras estatales.
Este mal hace descender el cumplimiento de las regulaciones en diversos sectores de la economía, reduce la calidad de los servicios e infraestructura, y también incrementa los presupuestos que, en gran parte, terminan en los bolsillos de los corruptos, sacrificando así el desarrollo económico y social.
La corrupción perfora los sistemas económicos y rompe ideologías y posiciones partidarias; pareciera que nadie se libra de ello, ni los más rimbombantes discursos de la oposición de turno o del oficialismo.
Hasta en los países considerados transparentes y democráticos se inventan formas más sutiles y complejas de corrupción, porque se cuidan de una prensa activa e investigadora, de su sistema de elección, de interpelaciones inteligentes, de una oposición propositiva, del seguimiento con mayor escrutinio público. Lo contrario se presenta en países deshonestos y dictatoriales, donde la corrupción hasta es burda y los cohechos, enormes.
La corrupción en la actualidad es un peligro para la salud pública que, instalada en los regímenes de gobierno, dado los niveles de contagio y rápida diseminación, generan descrédito en determinadas instituciones esenciales y lastiman gravemente las relaciones sociales, trayendo como consecuencia su entierro político histórico y arrastrando al precipicio esperanzas y labores honestas dignas de hombres y mujeres constructores de una sociedad justa, libre y amorosa.