Déficits comerciales: una distracción que amenaza crecimiento y empleos
“El beneficio principal del comercio son las importaciones: extranjeros mandándonos los resultados de su trabajo para que nosotros los disfrutemos, permitiéndonos así focalizarnos en lo que somos más competitivos”...
“El beneficio principal del comercio son las importaciones: extranjeros mandándonos los resultados de su trabajo para que nosotros los disfrutemos, permitiéndonos así focalizarnos en lo que somos más competitivos”, dice la autora de este artículo.
La noción según la cual los superávits comerciales son el resultado de los logros económicos de un país se remonta a varios siglos atrás. En la Europa del siglo XVI, desde Inglaterra hasta Venecia, los “mercantilistas” buscaban la acumulación de oro por medio de incentivos a las exportaciones y frenos a las importaciones.
Hoy en día, sus herederos intelectuales, principalmente en Washington, piensan que los superávits comerciales acarrean bienestar, empleo y crecimiento económico a nivel nacional, mientras que los déficits generan desempleo y pobreza.
La obsesión por alcanzar superávits es un mal cálculo: dado que las exportaciones de un país son las importaciones de otro, es imposible que todos los países sean exportadores netos.
Ello también deja de lado un punto más clave sobre el comercio. El beneficio principal del comercio son las importaciones: extranjeros mandándonos los resultados de su trabajo para que nosotros los disfrutemos, permitiéndonos así focalizarnos en lo que somos más competitivos. Trabajar para producir exportaciones es el precio que pagamos para aprovechar esos beneficios.
Un objetivo más efectivo es el de reducir los esfuerzos de exportación necesarios para obtener una cantidad de importaciones dada. Los economistas le llaman a esto “mejorar las condiciones comerciales”. Eso tiene un sentido intuitivo en nuestras propias vidas: usted registra un excedente con su empleador para luego sistemáticamente crear déficits con su supermercado, con el gimnasio de su hija y con su restaurante favorito. Ahora imagínese si pudiera registrar esos mismos déficits mientras pasa solo la mitad del tiempo en la oficina.
Adam Smith reconoció en 1776 que la verdadera riqueza de las naciones no era el oro y la plata en sus arcas, sino la productividad de su fuerza laboral. “Nada puede ser más absurdo que toda esta doctrina sobre la balanza comercial”, escribió él.
Los malentendidos teóricos son inofensivos hasta que estos comienzan a moldear las políticas vigentes. El proteccionismo comercial difícilmente va a crear puestos de trabajo y prosperidad, por dos razones.
Primero, no hay una relación directa entre la balanza comercial de un país y su bienestar económico o las dinámicas de su mercado laboral. Por ejemplo, en EEUU, la creación de empleo desde los años 90 ha sido más rápida durante los períodos en que sus importaciones crecieron más rápidamente. La balanza comercial se redujo de manera dramática desde el 2009, principalmente porque el crecimiento del PIB y la creación de empleos se derrumbaron con la crisis financiera, reduciendo la demanda de bienes y servicios importados. Alemania, en lugar de déficit, tiene un gran superávit comercial, pero la parte del empleo generada por el sector manufacturero se ha reducido más o menos al mismo ritmo que en Estados Unidos.
Segundo, en el superávit o déficit comercial de un país influye menos el contenido de sus acuerdos comerciales —aranceles, cuotas, reglamentaciones y demás— que el equilibrio entre ahorro interno y la inversión en su propia economía. El saldo de la cuenta corriente —una medida del comercio de bienes y servicios que también incluye flujos netos de inversiones extranjeras— es fundamentalmente una función del ahorro y la inversión nacional.
Países con déficit gastan más en importaciones de lo que ganan de las exportaciones, y toman prestado del resto del mundo para compensar la diferencia. En cambio, las economías con superávit ganan más de las exportaciones de lo que pagan por las importaciones, así que prestan al resto del mundo.
La única manera de cambiar el balance de la cuenta corriente es cambiando el comportamiento de los ahorros y las inversiones en los hogares, las empresas y los gobiernos. El proteccionismo comercial es una manera indirecta de lograr esto, pero que podría resultar inútil o aun peor, contraproducente.
Por ejemplo, cuando un país impone tasas a las importaciones de acero, se deteriora la competitividad exportadora del mercado local de coches, aviones y cualquier otra cosa que tenga este metal como materia prima. Lo cierto es que no hay pruebas que demuestren una relación directa entre la protección arancelaria y el balance de la cuenta corriente. Más bien al contrario: países con aranceles más altos normalmente tienen mayores déficits comerciales.
La Organización Mundial del Comercio autoriza a los países a tomar medidas contra aumentos masivos en las importaciones o contra el dumping comercial que, si bien ayudan a luchar contra prácticas comerciales abusivas, tienen escaso impacto en los déficits comerciales.
Intentar abordar los déficits comerciales de manera bilateral es erróneo. Equilibrar el comercio con cada país requeriría, en la práctica, intervenciones continuas en las decisiones de compra y venta de cientos de empresas y hogares, subiendo los precios y creando distorsiones. Es como si su supermercado tuviera que comprarle algo a usted antes de poder venderle comida.
Además, los métodos de cálculo de la balanzas comerciales son medievales: no tenemos en cuenta que muchos de los productos que importamos están “fabricados en el mundo” con componentes de docenas de países que se ensamblan en productos finales. ¿Cuánto del iPhone importado de China ha sido realmente producido en China? Y a menudo excluimos del cálculo el comercio de servicios, a pesar de que este sector representa más de dos tercios de nuestras economías.
Esto no quiere decir que los políticos deben ignorar la existencia de los grandes superávits y déficits comerciales. Pero la solución no son restricciones comerciales: la solución reside en una mayor cooperación internacional para animar a países que ahorran mucho a gastar más y a países con grandes déficits a ajustarse el cinturón cuando las circunstancias lo permitan.
Es este uno de los puntos en la agenda del G-20, un foro más que apropiado para impulsar este tema. De igual manera, la vía más efectiva para abordar reformas en las reglas del comercio o el exceso de capacidad industrial serán negociaciones multilaterales y no acciones unilaterales aleatorias.
El descontento popular respecto al comercio es el resultado de problemas genuinos. La apertura comercial ha coincidido con grandes transformaciones tecnológicas e industriales que a menudo han afectado a muchos y beneficiado a pocos. Pero el proteccionismo comercial no va a resolver nada de esto. Al contrario, dañará el poder adquisitivo, desestabilizará los mercados y debilitará la productividad futura.
Los gobiernos han de desarrollar políticas e instituciones que amortigüen el impacto del cambio, limiten la desigualdad y equipen a los trabajadores y a las empresas —en particular las más pequeñas— para que participen en las oportunidades que la economía global brinda.
Educación, formación, protección social, fiscalidad justa. Estos son algunos de los desafíos a los que se enfrenta el comercio. Las balanzas comerciales son simplemente una distracción, aunque una distracción que puede costarnos caro.
* Es directora ejecutiva del Centro de Comercio Internacional (ITC)