Ritos ancestrales del Pujllay

El Pujllay “se juega” hoy, una vez más, en Tarabuco. Pero, ¿cuánto sabemos de esta fiesta que año tras año concita la atención de una mayor cantidad de turistas?

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    Evelyn Campos López
    Ecos / 15/03/2015 15:49

    El Pujllay “se juega” hoy, una vez más, en Tarabuco. Pero, ¿cuánto sabemos de esta fiesta que año tras año concita la atención de una mayor cantidad de turistas?

    Tres destacados estudiosos de los yampara: Pío Martínez, licenciado en Ciencias Políticas y Lenguas Romanísticas; Verónica Cereceda, antropóloga y directora de la Fundación Antropólogos del Sur Andino (ASUR) y el profesor, quechuólogo y comunicador Mamerto Torres, comentan con ECOS los significados que guarda el Pujllay.

    Martínez, estudioso de la cosmovisión yampara, asegura que esta es una ceremonia que recobra las raíces más ancestrales que tuvo esa nación, en una confluencia de varios ritos preincaicos que coincidieron en una misma época o fecha; comenzaba a finales de febrero y concluía a principios de mayo.

    Ritos
    Los ritos durante el Pujllay empezaban con la fiesta del “Muk'uchiku”, o preparación de la chicha. Consistía en masticar puñados de granos molidos o masa de maíz para escupirla después en un plato y luego secarla al sol. Con este masticado se elaboraba la chicha, donde participaba toda la comunidad.

    Enseguida se realizaba el “Aqhachiku”, o fiesta de la chicha, donde compartían la bebida semifermentada, servida en un solo keru (recipiente) grande, desde los más pequeños hasta los más ancianos. “El objetivo era compartir en comunidad para decir los que ya no están, ahora están con nosotros”, explica Martínez. Posteriormente se celebraba el Pujllay, la Pukara y finalmente el Arrechaqhu (rito de la iniciación sexual de los jóvenes de 21 años).

    El Pujllay o Carnaval
    Según la antropóloga Cereceda, el Pujllay de los yampara es la esencia del pensamiento religioso, la conmemoración de las almas que fallecieron por muerte violenta y la honra de la fertilidad de la tierra y la regeneración de la misma mediante la Pukara.

    Comenta a ECOS sobre una investigación que realizaron los profesionales de ASUR, la que refiere que el 2 de noviembre, al mediodía, comienza la época del Carnaval y el tiempo del Pujllay, que durará largos meses y finalizará el Domingo de Tentación.

    “La culminación del Carnaval se realiza con la celebración de las Pukaras, entre el Miércoles de Ceniza y el sábado, para que el cierre del Pujllay coincida con el ‘Domingo de Alcaldes’, en el que se eligen las nuevas autoridades tradicionales”, agrega Cereceda. Pujllay significa “juego”, pero es una palabra que tiene diferentes usos, por ejemplo, para designar el Carnaval, que no es solo la semana de fiestas principales, como sucede en la ciudad, sino los largos meses de lluvia; Pujllay son también los bailarines que danzarán en torno a la Pukara; también es la música que tocan los pinkilleros y el tuquru.

    Se llama “Tata Pujllay” al diablo o demonio del Carnaval, que anda suelto en esta época tras dejar las grandes rocas, en cuyo interior habita, para acercarse a la gente y a las casas.

    Importancia
    Según el profesor Mamerto Torres, el Pujllay —que con su conocida acuciosidad escribe así: ‘Puqllay’— es la festividad más trascendental e importante después del Inti Raymi, tanto que trasciende a todos los grupos sociales quechuas porque al ingresar a todos los ayllus se disfruta de su comida, bebida y del “jolgorio generalizado”.

    Asimismo, atrae a propios y extraños por la coreografía típica de la danza y el vistoso atuendo de los varones, característico de estos grupos étnicos, hábilmente confeccionado por las hábiles manos de sus mujeres.

    Jumbate y los españoles
    Pío Martínez dice que, el 12 de marzo de 1816, cuando los yamparas estaban en pleno Pujllay, fueron agredidos sorpresivamente por los españoles. Ese día dejaron la fiesta para combatir contra los conquistadores y solo después de pelear y ganar la Batalla de Jumbate, continuaron el Pujllay.

    “En este punto soy categórico al señalar que es→ →una gran mentira que los yamparas hayan bebido la sangre de los españoles y comido sus corazones; es totalmente falso”, enfatiza, para luego precisar: “Tengo argumentos para descartar esta idea que nos hicieron creer. El mundo andino se basa en que todos son uno solo; entonces, no se puede comer a otros. Además, los yamparas no eran carnívoros, porque no comían a los animales. La Colonia buscó un pretexto para justificar sus crímenes y nos llamaron salvajes”.

    Martínez retoma su relato y dice que en el siguiente Pujllay los yamparas, luego de copiar y modificar la ropa de los españoles, se ataviaron con ella y la satirizaron imitando a los “señores” ibéricos. Como los indígenas eran de baja estatura, elevaron las abarcas hasta alcanzar la estatura de los españoles y les colocaron grandes espuelas metálicas.

    La montera que usan los varones es exactamente igual a la de los toreros de esa época en España, agrega después. No imitaron a los soldados sino a los patrones que ordenaron la agresión a los yamparas, asegura al señalar que decoraron la montera con flores y sus prendas eran muy coloridas, como signo de abundancia, riqueza y esperanza, porque estaban yendo a encontrar y conformar una nueva familia.

    Un detalle importante es la trenza de los hombres, que en realidad son tres y se unen en una sola. La parte izquierda era tejida por las vírgenes, la central por los varones y la derecha por las ancianas. La comunidad las trenzaba, como un signo de unidad.

    La vestimenta del varón está compuesta por más de 30 piezas.

    Pukara
    La Pukara es la espera de los espíritus que fallecieron en forma violenta a través de accidentes, caídas, despeñamientos y otros, ya que en el mundo andino no existe la muerte: el corazón simplemente deja de latir y el espíritu vuelve.

    En cambio los que murieron de forma natural, si es que cumplieron con el fin por el que estuvieron en esta pacha, no salen de la dimensión, explica Pío Martínez.
    La Pukara se armaba con frutos de la tierra (papa, maíz, trigo y algunas flores del campo) en forma de una trenza, símbolo de la unidad, mancomunidad o ayllu. La altura no pasaba de dos metros y se bailaba alrededor de ella.

    Como los yamparas no enterraban a sus muertos, los momificaban (chullpas) y depositaban frente al pueblo de Tarabuco; todavía quedan algunos restos.
    En cada Pujllay se bajaban las chullpas y el más anciano del ayllu contaba a los demás las cosas que había hecho en vida cada difunto.

    Antes de la llegada de los españoles, la Pukara se realizaba también para que los espíritus de otros miembros de la comunidad fallecidos anteriormente, no se alejen del lugar donde habitaban. Tal como se la conoce hoy, la Pukara fue instaurada entre 1972 y 1974, durante el gobierno de facto de Hugo Banzer, según Martínez. Actualmente es una escalera armada con dos palos altos enterrados en el suelo, desde los que se amarran los pillus y los arkus, que en forma de colgantes llenos de ofrendas (alimentos, frutos de la tierra, enlatados, bebidas, gaseosas, panes, plantas, flores y carne) hacen las veces de peldaños.

    De la iniciación sexual
    El rito de la iniciación sexual se realizaba cuando los aborígenes, hombres y mujeres, cumplían 21 años. Martínez dice que en el mundo andino, el niño, desde su nacimiento hasta los siete años, vivía con su madre; de los siete a los 14, convivía con toda la comunidad, es decir, todos eran como sus padres y madres y se encargaban de su cuidado. De los 14 hasta los 21 años, empezaba a desempeñar diferentes labores y a demostrar sus aptitudes innatas.

    Una vez cumplidos los 21, se preparaba para su iniciación sexual, en la época en la que empiezan a salir los primeros frutos de la tierra, los maq'unkus. Para ello, los ancianos escogían a un hombre y una mujer k’umu (jorobados especialmente elegidos que con alegorías sexuales erotizaban a su respectivo género).

    El jorobado era el irqiq'uwa (se dice que los hombres con esta deformidad física tienen el miembro viril más grande de lo normal, por eso eran los elegidos) y la jorobada la q'akchalita.

    Reflexión
    Martínez sostiene que los españoles llegaron a estas tierras con un plan de conquista y de saqueo, desvalorizando la cultura, los ritos y las tradiciones de los yampara, incluso mintiendo e imponiendo costumbres ajenas para favorecer sus intereses.

    “Ahora, el último bastión de la nación Yampara está en Tarabuco. Debemos discernir el idioma, las notas musicales, sus tejidos y los cantos que expresan.
    Esta es la última generación de yamparas y aun llevan con orgullo y alegría sus trajes típicos, como los llaman. La globalización y la migración están haciendo su trabajo en los jóvenes”, concluye.

    El Puqllay, ¿mágico o mítico?

    No solo por el reconocimiento como “Obra Intangible de la Humanidad”, sino porque desde los años 70, en que empezó la demostración folclórico-política-turística, la palabra “Puqjllay” se ha ido enquistando más y más con el tiempo en el vocabulario cotidiano.
    En lengua quechua significa “juego”, en alusión al elemento lúdico. Sin embargo, además de esa forma verbal que en su infinitivo nombra al fenómeno, se lo utiliza como sustantivo para significar “carnaval”. Investigadores serios como Carlos Condarco y Mario Castro Torres, no sin razón sostienen que los orígenes de las fiestas de la carnestolenda están en la vieja Europa, de donde se nos infiltró mediante nuestros visitantes o convivientes españoles de la Colonia, seguramente.
    Por lo que sugiere Beatriz Rossels —o cuando se evoca a Arzans de Orzúa y Vela o con la ayuda del inquieto José Felipe Costas Arguedas—, los explotadores y frailes españoles otorgaron al pueblo sufrido, vejado de entonces, la gracia de darse un relajo, un zafe que como por una válvula de escape sirviera para su divertimento espiritual y para relajación de su cuerpo, así luego poder regresar a la faena agotadora con las fuerzas renovadas.
    Los pueblos yamparas de estos lugares, agrícolas por excelencia, fueron a no dudarlo los que con mayor alborozo dieron la bienvenida a estos carnavales, puesto que dentro de sus faenas agrícolas coincidía con la época de la primera producción de los tubérculos, como la papas en sus infinitas variedades pero, ante todo, las wayk’upapas, papas de cocinarlas con cáscara. (Los choclos sonríen con la descomunal dentadura del maíz Pacheco y en vainas; hay necesidad de tomarlos con las dos manos para comerlos por su volumen y tamaño. Y las habas, y las arvejas, tiernecitas para el gusto y el solaz; cuanto menos aderezadas, mejor).
    Si son personas adultas las que participan, más la madre naturaleza, también la población infantil de los ayllus campesinos y pueblerinos: para deleite y solaz de estos, los k’ukus (brevas) se hallan ya en frutos para comerlos. Las qhurpas (lluvia de productos), como en lluvia natural, se vacían sobre los chicuelos que pululan en grupos por la pukara, árbol que acopia una inmensa variedad de frutas y comestibles y bebidas, a cuál más surtidas.
    Dando por concedido que el origen de los carnavales hubiese sido trasplantado en los Andes, el Puqllay siempre fue nuestro y lo seguirá siendo. Baste recordar lo lapidario del verso de la zona de Ocurí y sus alrededores, Tomoyo, Antura y otros lugares que sentencian en una frase híbrida ya: Carnavaltachus, qunqaymán, cielochá kastiyawanman, kikin sipulturallaytaq, kichakús millp’urpawanman (Si del Carnaval me olvidara, el cielo me castigaría, pues sería mi propia sepultura que abriéndose, acabaría por devorarme).
    Lo que no se pude perder de vista es que el Puqllay nada tiene que ver con el Ayarichi; ambas son manifestaciones genuinamente nativas, pero no demostraciones-espectáculo para exhibise u ostentarse.
    Hay tanto que decir del Puqllay, expresión mítica, natural y enraizada en la religiosidad andina… Mientras se sigue escudriñando en el sentir del mismo pueblo con investigaciones sociológicas, musicológicas y culturales, Wipha Puqllay, no Jallalla que es aimara.
    * Artículo escrito por Mamerto Torres C. para ECOS. Torres es profesor quechuólogo nacido en Tarabuco.

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