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Mondragón: De la opresión a la libertad

Teníamos que servirle en todo al patrón, porque era malo y violento. Todos sembrábamos gratis: había grano, trigo, papa, maíz, a cambio de que nos deje sembrar un pedazo de tierra para que podamos comer y no morir

Doña Catalina Mamani junto a Rufina Fuertes, mondragueñas que ofrecieron sus testimonios a ECOS.

Doña Catalina Mamani junto a Rufina Fuertes, mondragueñas que ofrecieron sus testimonios a ECOS.

Hacienda Mondragón

Hacienda Mondragón

Uno de los tantos recovecos del interior de la hacienda Mondragón.

Uno de los tantos recovecos del interior de la hacienda Mondragón.

Réplica del Santo Cristo de Bronce, en su habitación original.

Réplica del Santo Cristo de Bronce, en su habitación original.


    Evelyn Campos López
    Ecos / 29/03/2015 00:40

    “Teníamos que servirle en todo al patrón, porque era malo y violento. Todos sembrábamos gratis: había grano, trigo, papa, maíz, a cambio de que nos deje sembrar un pedazo de tierra para que podamos comer y no morir de hambre” (Rufina Fuertes viuda de Ramírez, mondragueña, 78 años)

    “Éramos esclavizados, no había tranquilidad, grave se sufría. Yo estaba chango; se tenía que cuidar por turnos semanales a los corderos, que eran más de 300; a unas doce yuntas, decenas de mulas y vacas, éramos arrenderos. Con la Reforma Agraria, ya hubo tranquilidad” (Ambrosio Fernández Janco, mondragueño, 76 años)

    Para los comunarios del lugar, la hacienda Mondragón es un símbolo de la opresión española y republicana, a través de la encomienda y la mita, pero a la vez representa el cambio, el soplo de nuevos vientos y el avizorar de mejores días para los pobladores de estas tierras. Ellos administran esta edificación colonial que abre oficialmente sus puertas a los visitantes ofreciendo alojamiento, comida típica y entretenidos paseos por sus inmediaciones llenas de historias.

    Los comunarios, especialmente los adultos mayores, guardan en su memoria la vigencia de la encomienda y la mita (que algunos vivieron todavía de niños), implementadas por los españoles en lo que ahora es Bolivia desde la época de la Colonia hasta 1952, periodo que los comunarios recuerdan como de “esclavitud”, según manifiestan a ECOS.

    La encomienda consistía en la asignación, por parte de la Corona, de una determinada cantidad de aborígenes a un súbdito español, encomendero, en compensación por los servicios prestados.

    Tras esto, el encomendero se hacía responsable de los nativos puestos a su cargo, los evangelizaba, y → →percibía los beneficios obtenidos del trabajo que realizaban los nativos, explica el profesor Filemón Durán.

    Ambrosio Fernández Janco tiene 76 años y recuerda cómo tenían que servir al patrón de la hacienda, “el todopoderoso” que tenía en sus manos “la vida de los campesinos”, a los que muchas veces castigaba cruelmente cuando no cumplían a cabalidad sus órdenes.

    En ese periodo se tomó como principal “elemento” al indio, poseedor de la tierra, a quien se entregó en encomienda a los españoles a fin de que los llamados encomenderos cuidasen de la catequización moral y del rendimiento de los indios, detalla Durán.

    Las tierras, que hasta la llegada de los españoles pertenecieron al Estado incaico, fueron entregadas a los encomenderos juntamente con sus habitantes en la superficie correspondiente a cada parcialidad o comunidad, de tal manera que cada encomendero se convertía en el señor feudal y los campesinos en siervos.

    El colono, junto a su obligación de realizar trabajos físicos en la tierra, tenía la imposición de efectuar servicios o prestaciones personales extensivas a la familia del patrón, sin ningún tipo de retribución monetaria, como pongo (colono o mozo que servía dentro de la hacienda); mitani (mujer del colono que realizaba labores domésticas en la hacienda); ovejero (cuidador del ganado del patrón); aljiri (vendedor de los productos que producían en la hacienda); mulero (encargado de cuidar las mulas del patrón); camani (cuidaba la cosecha recogida que estaba en pleno proceso de transformación, por ejemplo el chuño).

    Testimonios
    “Toda la comunidad tenía que servir y trabajar para el patrón. Las mujeres trabajábamos de ovejeras, pasteábamos los corderos del patrón, teníamos que cuidar las chacras de los pájaros para que no se lo coman. Cuando no hacía bien las cosas, así me castigaba (reproduce los golpes en su espalda mientras habla) con las riendas de cuero de vaca”, rememora Catalina Mamani, de 77 años.

    Rufina Fuertes viuda de Ramírez (78), por su parte: “Teníamos que servirle en todo al patrón, porque era malo y violento. Todos sembrábamos gratis: había grano, trigo, papa, maíz, a cambio de que nos deje sembrar un pedazo de tierra para que podamos comer y no morir de hambre”.

    Lino Ramírez, presidente de Microrriego de la comunidad, creció escuchando los cuentos de sus padres y abuelos sobre el servicio que prestaban al patrón, dueño de grandes extensiones de tierra en las serranías de Mondragón. Recuerda que sus progenitores le hablaban de maravillosos jardines llenos de flores y huertas donde producían lugmas, membrillos, peras, manzanas, duraznos e higos, todo para el patrón, que era el que otorgaba permiso para realizar cualquier actividad.

    Ambrosio Fernández Janco, de 76 años, se considera mondragueño neto: “Mis antepasados contaban que hasta la década de los 50 la vida era muy triste y sacrificada, porque estábamos dominados por los patrones. Éramos esclavizados, no había tranquilidad, grave se sufría. Yo estaba chango; se tenía que cuidar por turnos semanales a los corderos, que eran más de 300; a unas doce yuntas, decenas de mulas y vacas, éramos arrenderos. Con la Reforma Agraria, ya hubo tranquilidad”.

    Ahora, Mondragón pertenece a la comunidad. Los habitantes del lugar siembran las tierras divididas en parcelas y destinan un porcentaje de la producción para cada familia y otro para mantener la hacienda. Se dedican a la agricultura, la minería, el comercio y el transporte.

    La hacienda
    La hacienda de Mondragón fue construida en la primera mitad del siglo XVII y en su época de esplendor fue una de las más ricas y productivas de la región.
    Magdalena Téllez, principal protagonista de la leyenda “El Santo Cristo de Bronce”, llegaría a ser la tercera dueña de esta hacienda. Tras su muerte, no se sabe quién se quedó con ese patrimonio.

    “Los comunarios cuentan que los dueños eran enterrados en la capilla del lugar; en ella existen varios restos, pero sin nombres. Solo se destaca una lápida de 1897”, comenta Luis Cary, docente de la carrera de Turismo de la Universidad Autónoma Tomás Frías.

    En registros posteriores, en 1920, figura el nombre de Antonio James como propietario. Más tarde la hacienda pasaría a manos de un hombre de apellido Benavides; a su muerte, la viuda de Benavides contrajo matrimonio con Zenón Guerra, quien resulta como propietario hasta 1990.

    “Con la implementación de la Reforma Agraria, que promueve la idea de que ‘la tierra es para quien la trabaja’, los comunarios iniciaron una demanda en contra de Zenón Guerra por tener abandonada la hacienda. Sin embargo, el propietario prefirió ceder la hacienda al Ejército, ya que uno de sus hijos era militar”, relata a ECOS Luis Cary. En espera de que los comunarios desistieran de la demanda, la institución castrense administró poco tiempo el lugar. Como eso no ocurrió, la hacienda pasó definitivamente a manos de los habitantes de Mondragón.

    Invitación
    Ramiro Ramírez, representante de la comunidad Mondragón, perteneciente al Distrito 13 de Potosí, aprovecha la estadía de ECOS para invitar a toda la población boliviana y a los turistas extranjeros a que visiten la hacienda de Mondragón, que tiene disponibles nueve habitaciones, entre matrimoniales, familiares y simples, a un costo de entre 30 y 40 bolivianos por día.

    La comunidad se encuentra a 25 kilómetros de la ciudad de Potosí y, al estar situada en una cabecera de valle, posee un clima benigno. Su mayor atractivo es la hacienda construida en el periodo de la Colonia, legendaria edificación que sustenta sus historias en la crónica del Santo Cristo de Bronce, lo cual torna a este lugar como seductor para los visitantes que gustan de la aventura…

    Feria Chuqllu Wayk’u
    La hacienda abrió oficialmente sus puertas como posada hace poco, con la Sexta Versión de la “Feria Chuqllu Wayk’u”, donde los comunarios ofrecieron a la venta una gran variedad de comida nativa como lawas de maíz y de trigo molido; motes de haba, maíz y arveja; tiernos y dulces choclos recién cocidos; diversos uchus (ají amarillo o colorado) de trigo, maíz, papalisas, huevo y pelado de maíz. Pero el producto estrella de la feria fue, sin dudas, el maíz cocinado en forma de lawas, humintas, pastel, ph’iri y mote.

    También había comida criolla: chicharrón de cerdo, picante de pollo, parrillada, sajta de polo, picante mixto, asado de chancho, mondongo y otras exquisiteces de la gastronomía boliviana, acompañadas por refrescos y bebidas alcohólicas. Toda una conjunción de aromas y sabores que fueron acompañados por buena música en vivo.

    Estuvieron presentes el Alcalde de la Villa Imperial, autoridades de las siete comunidades pertenecientes al Distrito 13 de Potosí, representantes de organizaciones sociales y subcentralías y otros invitados especiales.

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