La lepra, aún latente en Bolivia
Desde 1968, tiempos de alta endemia de la lepra en Chuquisaca, el equipo de salud del HDM diagnosticó, trató y curó a 1.500 enfermos con este mal. Varios de ellos discapacitados, aún requieren de atención y curación.
Los enfermos viven aún temerosos del rechazo social y la estigmatización. Padecen de lepra, hasta hoy considerada en comunidades en vías de desarrollo como la “enfermedad de los pecadores”. En Bolivia no deja de preocupar, pese al aparente relajamiento en la lucha contra este que es uno de los males más despiadados de todos los tiempos.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), la lepra dejó hace algunos años de ser un “problema” de salud pública en Bolivia ya que la prevalencia de este mal es de 0.3 habitantes por cada diez mil en nuestro país. Sin embargo, el doctor Abundio Baptista, asesor nacional del Control de la Lepra y asesor médico para Bolivia de la Asociación Alemana DAHW, explica que lo que verdaderamente interesa no es la prevalencia sino la incidencia de la enfermedad (casos nuevos), en nuestra realidad, 100 por año.
En 1992, la OMS determinó que la consideración de problema de salud pública dejará de aplicarse para todos los países que tuvieran prevalencias de lepra menores a un caso por cada diez mil habitantes.
Enfermedad transmisible causada por la bacteria Mycobacterium leprae, descubierta por el médico noruego Gerhard Armauer Hansen en 1874. La lepra no es muy contagiosa y tiene un largo período de incubación (tiempo antes de que aparecieran los síntomas), lo cual dificulta saber dónde y cuándo alguien contrajo el mal.
En Bolivia
La última evaluación nacional sobre este tema se realizó en noviembre del año pasado, cuando se llegó a la conclusión de que la lepra en Bolivia persiste.
“Brasil cada año reporta 33.000 nuevos casos de lepra; es el segundo país del mundo con más casos después de la India, que encabeza la lista a nivel mundial. Por lo tanto, eso quiere decir que debemos estar atentos, pues la frontera con el Brasil en nuestro país es muy amplia y el peligro de contagio es potencial”, señala Baptista.
En el pasado, las víctimas de la lepra eran rechazadas socialmente, estigmatizadas y apartadas obligatoriamente a vivir en colonias marginadas. Fue una de las consecuencias, entre otras, de las severas deformidades que pueden ocurrir por el daño nervioso. Hoy en día, la lepra diagnosticada y tratada tempranamente es curable y no deja discapacidades, pero el temor y el rechazo se mantienen, según el especialista.
Se considera a esta enfermedad como de lugares templados, tropicales y subtropicales, no obstante en Bolivia está presente en todos los pisos ecológicos. “Todavía hay varios misterios sin resolver. Existe poca investigación sobre la lepra ya que, desde el punto de vista de rentabilidad, no les interesa a los consorcios fabricantes de medicamentos”, sostiene el experto.
De acuerdo con la didáctica explicación de Baptista, la lepra se adecua a todos los climas. A la Mycobacterium leprae, más conocida como bacilo de Hansen (causante de la lepra), le gustan los lugares fríos, por eso la patología empieza en las partes más frías del cuerpo, como la cara, el antebrazo y el lóbulo de la oreja, donde más concentrada está la bacteria.
En Chuquisaca
Históricamente, Beni, Santa Cruz, Chuquisaca y Tarija siempre fueron los departamentos que más casos de lepra generaron a través de los años. En la actualidad, el mayor bolsón de lepra se ubica en Santa Cruz, según informa a ECOS el médico Abundio Baptista.
En Chuquisaca, los primeros casos de lepra se detectaron en Monteagudo, pero luego avanzó por la provincia Belisario Boeto: Villa Serrano, parte de Padilla, Tomina y Azurduy, sectores que no son lugares tropicales sino valles bajos y altos.
“Los médicos de Sucre siempre fueron los más imaginativos: buscaban, investigaban y realizaban combinaciones y artificios en busca de descubrir la cura para la lepra”, recuerda Baptista.
En Potosí
Entre 2011 y 2012, personal del Hospital Dermatológico Monteagudo (HDM) detectó tres casos de lepra autóctonos en las comunidades Tirina y Perejina, municipio Tacobamba del departamento de Potosí. Se trata de lugares con mucha pobreza, donde una gran cantidad de habitantes sufre de desnutrición crónica.
Los afectados ahora están curados gracias a la coordinación entre el HDM y el Servicio Departamental de Salud (SEDES) Potosí.
Hospital Dermatológico
La Iglesia católica tuvo una significativa labor misionera respecto a las enfermedades a lo largo de la historia. Prestó asistencia técnica básica y cuidó de los indefensos en todo periodo, incluso durante contingencias y epidemias dramáticas.
En los primeros años de la década de los 60 llegaron a Sucre unos sacerdotes alemanes, misioneros de la Diócesis de Tréveris en Bolivia: Leo Schwartz, Enrique Schmitt y Juan Vossing. Ellos recorrieron las diferentes comunidades de las tierras bajas de Chuquisaca.
En los cantones Pedernal y Fernández, el padre Leo descubrió a varios pobladores con lesiones importantes en los ojos, cara, nariz y orejas; otros presentaban afecciones o parálisis en sus extremidades o mutilaciones. Comenzaron a investigar y concluyeron que era por la lepra. Buscaron el apoyo de la Asociación Alemana de Asistencia al Enfermo con Lepra y Tuberculosis, institución que trabajaba en el control de la lepra en más de 30 países.
Luego de varias gestiones que tenían el propósito de construir albergues apropiados para tratar a los enfermos con lepra se llegó a abrir, en 1968, el Hospital Dermatológico Monteagudo, en la comunidad San Miguel de las Pampas, a ocho kilómetros de la capital de aquel municipio chuquisaqueño.
Por entonces, se atravesaba por un periodo epidemiológico de mayor carga y alta endemia de esta enfermedad.
En esta institución asistencial, ubicada pasando el río San Miguel del Bañado, las religiosas del Instituto Mariano del Apostolado Católico, junto con una generación de médicos, prestaron sus valiosos servicios y son recordados con gratitud por el personal del nosocomio y por los pacientes. Por José Solarte, Renato Amonzabel, Willy Saravia, Ángel Valencia, Julio Miranda, Valerio Cardozo, Héctor Salazar, Ángel Apodaca, entre muchos otros. Actualmente, la hermana Ancila Pérez es la administradora del hospital.
Según Baptista, desde su creación el HDM cubrió todos los casos de lepra de las provincias de Beni, Pando, Cochabamba y otros departamentos del país. Incluso hoy en día controla a los pacientes de gran parte del territorio boliviano, trabajando con diferentes programas.
“Si en el pasado Sucre era el centro de la medicina, ahora es el Hospital Dermatológico Monteagudo. Desde ese pequeño lugar, en San Miguel de las Pampas se controla la lepra en Bolivia; es un hospital de referencia donde también se atienden enfermedades tropicales”, expresa, orgulloso, el galeno.
El hospital de Jorochito, construido en 1972 y ubicado a 43 kilómetros de Santa Cruz, tiene mayor accesibilidad y concentración poblacional respecto al de Monteagudo.
En 2013, el doctor Baptista escribió la historia del “Hospital Dermatológico Monteagudo”, un trabajo de investigación que describe la atención de los enfermos con lepra y es fruto de la experiencia de casi toda una vida de este profesional, a pesar de las limitaciones visuales que le afectan. Ahora, alista la publicación de la obra: “La lepra en Bolivia”.
Tratamiento de la lepra
La lepra busca dos factores importantes en las personas: que tengan bajas defensas y disposición inmunológica para poder enfermar. Es por eso que exige tomar cuidados especiales respecto a bioseguridad.
Antes no había tratamiento, pero ahora existe cura sobre la base de diferentes fármacos (como dapsona, rifampina, clofazamina, fluoroquinolonas, macrólidos y minociclina) que se utilizan para destruir las bacterias causantes de la enfermedad. A menudo se administra más de un fármaco a la vez.
Con el tratamiento ya no fueron necesarias las colonias, leprosarios o lazaretos en el país y se fueron cerrando para dar paso a los hospitales dermatológicos; sin embargo, todavía no se inventó una vacuna.
Según el médico Abundio Baptista, la mejor forma de prevenir la lepra es acudiendo a los servicios de salud cuando aparecen en la piel manchas extrañas de color blanco o rojizas insensibles al dolor.
La “enfermedad de los pecadores”
En muchas comunidades en vías de desarrollo del mundo se sigue considerando a la lepra como la “enfermedad de los pecadores”. Por supuesto que se trata de un mito, una creencia errónea que pervive en la actualidad y perjudica a las promociones de salud que se llevan adelante para controlar esta patología.
A lo largo de la historia los enfermos, debido al daño nervioso, sufrieron discriminación y abandono por las severas deformidades que padecían, como mutilaciones, parálisis y discapacidades. Antes de morir soportaban un largo periodo de estigma, y hasta ahora le temen más al rechazo social y a la estigmatización que a la enfermedad misma, según el médico Abundio Baptista, especialista en el tema.
La lepra, diagnosticada y tratada precozmente, es curable y no deja discapacidades, remarca el galeno.
Durante la Edad Media se tomaron medidas atroces contra los leprosos. Por la restricción o “muerte en vida”, el enfermo tenía que dejar la comunidad y a su familia para vivir aislado en leprosarios, colonias o lazaretos, como se denominaba a los lugares donde eran recluidos. No había tratamiento y la sociedad se protegía así de los enfermos.
El origen de la enfermedad
La lepra es la enfermedad más antigua registrada en diferentes culturas de la humanidad. De ella se habla en escrituras incluso plasmadas en papiros y también en el Antiguo y en el Nuevo Testamento de la Biblia.
Según los datos contenidos en el libro “Hospital Dermatológico Monteagudo”, de Abundio Baptista, muchos estudios e investigaciones demuestran que la lepra no se originó en América sino en la India, y que fue exportada por europeos durante el cuarto viaje de Colón a este lado del mundo. Llegó primero a las Antillas, después a Centroamérica, México, la costa de Lima, el Río de la Plata y luego con los esclavos negros capturados en África Oriental, cerca de Asia.
No existen reportes que demuestren que la lepra haya existido durante la Colonia, en lo que actualmente es Bolivia. El cronista Bartolomé Arzans Orsua y Vela realizó un relato detallado sobre muchas patologías, pero en ninguno de sus libros hace referencia a la lepra, cuando en ese periodo ya todos identificaban muy bien a esta patología, pues era una enfermedad aparatosa que no pasaba desapercibida para nadie. Por esto se puede pensar que no habría llegado a esta parte de Sudamérica.
En la etapa independentista, en 1835, se conocieron los primeros reportes de la existencia de leprosos en Tarija. De esta forma, los sacerdotes franciscanos construyeron el primer lazareto en Guerra Huaycu, donde 30 o 40 personas recibían cobijo y alimento. No había tratamiento para la enfermedad.
A principios del siglo XX la lepra se hizo más visible en Bolivia, durante una endemia en Vallegrande ocasionada por migrantes europeos que la diseminaron por el país. La otra llegada de la lepra a Bolivia ocurrió entre los años 30 y 40 del siglo pasado, cuando pobladores bolivianos migraron a Argentina en busca de mejores opciones laborales y a su retorno trajeron la enfermedad.