Berti Lemmes, el filósofo de Foucault

“La mayor parte de la gente tiene respuestas y olvida las preguntas. Las preguntas no han cambiado en 5.000 años, las respuestas sí”. Conversar con Berti es un verdadero placer que exige atardeceres completos.

Berti Lemmes, el filósofo de Foucault Berti Lemmes, el filósofo de Foucault

Oscar Díaz Arnau ECOS
Ecos / 27/06/2015 16:17

“La mayor parte de la gente tiene respuestas y olvida las preguntas. Las preguntas no han cambiado en 5.000 años, las respuestas sí”. Conversar con Berti es un verdadero placer que exige atardeceres completos. Es posible sacarle provecho con la complicidad de los crepúsculos porque irradia paciencia, algo difícil de comprender en un hombre que ha vivido en 32 países y se siente cómodo siendo nómade. Inevitablemente, sus tres matrimonios con tres mujeres sedentarias terminaron en tres divorcios.

Se declara fan de Heráclito, el griego que hace 2.500 años basó su filosofía en el “Panta rei” (la tesis del flujo universal de los seres). Por él justifica sus frecuentes cambios de lugar: “Todo se mueve, no se puede pasar dos veces por el mismo río; porque el río cambia, tú también. Como todo cambia —el mundo, la sociedad, la gente— para mí es mejor adaptarme a esta filosofía”.

Berti E.M. Lemmes es poeta, doctor en Filosofía, psicólogo, abogado, cientista político y social con un posgrado de Ciencias Ambientales. Estudió, entre otras, en universidades de Bélgica, Suiza, Italia y Estados Unidos. Ya jubilado, a los 66 años ingresó a la Academia de Fotografía de Amberes y a los 69 se recibió de fotógrafo profesional. Hoy tiene 70 y, viajero empedernido, aunque lleva ocho meses en Sucre, no tiene la menor intención de quedarse quieto.

Al respecto, no le cabe la menor duda: “Si el proyecto está listo, necesito hacer otro. Lo único que es permanente es la ‘impermanencia’”. Tratamos de hacer cuentas y llegamos a la conclusión de que su promedio de estabilidad es de uno o dos años en cada país.
El viajero

“He empezado a viajar en grupo, pero mis compañeros de aventuras en un determinado momento se cansaban, me exigían seguir el camino”. Lemmes, el filósofo que trabajó con Foucault, Levinas y Habermas, necesita esperar la luz exacta para tomar la foto que él busca. “Para mí es más importante el viaje que el destino. El viajero moderno vuela en avión de A a B; llega a B pero entre A y B no ha visto nada. Para mí el viaje de A a B es más importante que llegar a B”.

“Cuando estoy viajando nunca tengo un programa fijo, no tengo reservas en ningún hotel, siempre estoy improvisando. Es increíble la hospitalidad de la gente, donde esté, en cualquier continente me dicen: ‘Ven con nosotros, háblanos de tus viajes, come con nosotros’”. Hoy se hospeda en una de las casas más hermosas de Sucre, por lo menos en la que tiene una de las vistas más impresionantes, entre la segunda y la tercera estación del cerro Churuquella. De frente, al otro lado de la ciudad, el sol se esconde como nunca desde la acogedora terraza en la que estamos conversando; hasta aquí he venido con la única intención de robarle una migaja de sus conocimientos.

En sus viajes le ayuda dominar alrededor de diez idiomas, comenzando por su lengua originaria, el flamenco; luego —contamos—: inglés, francés, alemán, italiano, español, indonesio, lao, tailandés, árabe y otros más que se escapan de la memoria.

En la escuela aprendió el latín y el griego clásico; “éramos solo tres alumnos y hablábamos con el profesor para que los demás no nos entendieran” (se ríe). Estudiante incansable, a los 70 (que no aparenta, sino unos diez menos) se apresta a inscribirse en cursos de español, para perfeccionarlo, y se plantea aprender el quechua.

No deja de hacer planes. De Europa se está trayendo un jeep (en cuyo techo tiene una especie de carpa —un box— que le permite dormir en el camino) y una moto que va a todos lados con él porque la jala con el jeep. Lleva también un generador de energía, que le proporciona luz y recarga para la computadora y sus cámaras fotográficas. “Así puedo viajar tranquilamente; cuando estoy en un lugar salvaje, necesito mi propia electricidad”. Sonríe de nuevo. Gobernando su libertad se lo ve feliz.

Berti vive de lo que le reporta su jubilación y, además de aplicarse al máximo en sus pasiones por las fotos, la poesía y la filosofía, se ocupa de cumplir una promesa que se hizo a sí mismo: “Cada año, para mi cumpleaños, quiero estar en un lugar extremo”.

El próximo 7 de septiembre espera pasarlo en Ushuaia, al extremo sur del continente. El año pasado estuvo en Cabo Norte, Noruega. Antes, en un monasterio en Nepal (es budista). Otro de sus cumpleaños lo encontró con beduinos, a camello, en Arabia Saudita. Y otro atravesando el Atlántico en un barco a vela desde Francia hasta Annapolis, la base militar vecina a Washington, un viaje que duró seis semanas.

Seis semanas… coincidencias del destino, ese mismo tiempo empleó cubriendo los 15.000 kilómetros que separan a Gibraltar del norte de Noruega, en moto. Es parte de una pasión que, parece, en Berti, no tiene remedio: si en su juventud fue corredor de autos en Inglaterra (miembro de la escudería Alfa Romeo durante tres años en la categoría Turismo, ganó un campeonato nacional), para Bolivia se guarda la aventura de reproducir el viaje del Che Guevara, en solitario y en dos ruedas. Antes, saldrá a la caza de su cumpleaños, surcando la Patagonia.

¿Por qué te quedas aquí?, le pregunto de pura curiosidad, quién sabe buscando una caricia para la Ciudad Blanca que llega, sí, pero en modo pragmático. “En Bolivia, Sucre es una base ideal. Es tranquilo, tengo una casa hermosa, no gasto mucho. Desde aquí puedo viajar a cualquier parte porque tengo de vecinos a Perú, Chile, Brasil, Argentina…”. Su idea es viajar y viajar. Lo dejó estampado en el muro del Facebook con palabras que suenan inmejorables: “Si viajar fuera gratis, no me verían nunca más”.

La filosofía
Es, sobre todo, seguidor de Heráclito y Nietzsche, a su juicio los filósofos más importantes y los que más influyeron en su manera de ser y pensar; de hecho, su doctorado lo convirtió en un experto en el poeta, compositor y filósofo alemán. “Agradezco a Foucault, Levinas, Habermas, al profesor Flam, mi mentor en el doctorado que hice en la Universidad de Bruselas, son todas personas muy importantes a las que agradezco mucho, pero mi influencia más importante son Heráclito y Nietzsche”.

A Levinas —con quien trabajó en París— lo resume en su pensamiento de que “nuestra existencia es solo a través de la visión del otro. Es el otro el que me define”.

Dice que Levinas y Foucault, siendo este “más o menos ateo” y aquel, judío, “no se entendían mucho, solo se respetaban como intelectuales”. Pero, salvando las distancias de sus estudios particulars, “ambos utilizan como prioridad la visión del otro”.

Por si fuera poco, trabajó con Habermas en Alemania.

A la hora del balance de una vida intensa también en lo profesional, repensando su vínculo con semejantes lumbreras, considera que fueron “etapas, pasos en mi desarrollo dentro de la filosofía…”.

No lo dice, pero sospecho que el que más lo marcó fue Foucault. “Soy menos inteligente que Foucault, mas tengo una cosa en común con él: soy ecléctico” (explica que la estrategia filosófica de ese filósofo era la de juntar ideas de distinta procedencia; por ejemplo, las explicaciones de Sócrates y Aristóteles junto con las de Nietzsche y Heidegger).

Por eso, aclara Berti, “intento construir mi propio rompecabezas, todo es parte de un rompecabezas que espero, al final de mi vida, forme una imagen completa de mi mundo. Es la razón por la que he estudiado la filosofía de la física cuántica”.

Por eso admira también a Einstein, al que le adjudica la “fórmula más hermosa del mundo”, cuando enseña que explicar lo difícil es fácil y lo simple, difícil.

Foucault
Cuando hablamos del influyente francés conocido por sus estudios de las instituciones sociales y las ciencias humanas —con quien coincidió como su ayudante en la Universidad de París—, no ahorra en modestia: “Es un genio, necesito años para llegar al mismo nivel→ →mental que Foucault utilizaba en semanas o meses”. Lo conoció precisamente en la capital francesa, en un congreso. Foucault debía cerrar la reunión de afamados filósofos del mundo que discutían hasta qué punto había llegado la locura de Nietzsche.

“Después de 100 presentaciones de gente muy inteligente que conocía a Nietzsche, vino Foucault y dijo: ‘La locura es ausencia de obra’ (o ‘la ausencia de obra en la locura’); es decir, me explica Lemmes, “solo cuando finaliza la obra escrita de Nietzsche entra la locura”. Se explaya para que yo entienda mejor: “Necesitas diferenciar entre la obra y el hombre”, dice y pone de ejemplo la genialidad de Woody Allen, marcado también por su controversial vida privada.

¿Y cómo era trabajar con Foucault? Su respuesta no deja de sorprender: “Nos veíamos cara a cara unos 20 a 30 minutos a la semana”. Eso a pesar de que durante un año y medio trabajaron en oficinas contiguas. Claro, en la Universidad de París, adonde Berti había sido delegado por la Universidad de Bruselas para que colaborara al prestigioso intelectual junto con otros 15 profesionales, él y los demás cumplían horario mientras Foucault andaba por el mundo dictando conferencias.

Además, cuando se encontraban para trabajar, Foucault le decía: “Berti, ¿quieres buscar relaciones para explicar tal cosa?”; y lo mismo hacía con los otros ayudantes que tenía. Pero, “¡a veces yo no sabía si utilizaba lo que le proporcionaba!”.

¿Eran amigos?, le pregunto con toda mi ingenuidad. “¡No, no!, si hubiera tenido amistad con él, ya hubiera escrito dos o tres libros (con el título de) ‘Mi amistad con Foucault’”. Pasadas las risas, se pone serio y dice que, por el respeto que todo el mundo le tenía, el filósofo de Berti Lemmes “era como cuando encuentras al Papa”.

El final
Sin darme cuenta, la noche y el frío nos han sorprendido redoblando la apuesta de la maravillosa vista en la terraza del cerro mayor. Pasamos al interior de la casa que tiene una kiva, lugar sagrado de pueblos originarios de Estados Unidos en forma de cúpula, donde Berti medita todos los días. “Para mí, la soledad es un parámetro que estoy utilizando para estructurar mi vida, no es algo malo, para mí es positiva. Necesito mis horas de soledad cada día para sobrevivir”.

Le pregunto por la cuestión del esfuerzo mental, con el preconcepto de que los filósofos piensan más que nadie. Pero él me responde que “la actitud filosófica más profunda es la del niño”. Y entonces me habla del niño que pregunta todo el tiempo por qué. La pregunta fundamental de la filosofía: Por qué.

“¿Por qué he elegido a Young, Nietzsche?, ¿por qué soy budista?”, se pregunta a sí mismo. “En este momento, todas estas cosas tienen una perspectiva juntas; eso es para mí importante. No la contribución de Foucault a Berti Lemmes, o la de Nietzsche o Heráclito, que desde cientos de años antes de Cristo me explica hoy por qué soy nómade, que las cosas estables son construcciones artificiales antinaturales. Pero es posible que esa sea solo una racionalización de mi propio comportamiento”, relativiza.

Poeta desde los 10 años, es autor de tres libros en flamenco. “Cuando escribo ciencia necesito justificar por qué, cuáles son las leyes que justifican eso; en la poesía, no (…) Para mí a veces es más fácil explicar una cosa con una metáfora poética que con una explicación filosófica”.

Pero “la publicación de un libro de poesía en papel es una pérdida de dinero, siempre”. Escribir poesía, dice él, es un lujo, porque no da dinero. Lo mismo piensa de las editoriales: que se dan el lujo de publicar poesía. “No escribo poesía para vender libros sino para compartirlos con los demás”, complementa. Hoy, sus poemas circulan libremente por Internet, allá donde además deja sus pensamientos (eran 1.645 al momento de esta conversación, todos en inglés), como por ejemplo: “No necesitas cerrarte con una hipótesis porque es la tuya, es solo un paso en el desarrollo de la sabiduría. Cuando tienes dos hipótesis que explican el mismo problema, elige la más simple, porque lo simple es hermoso”.
La fotografía es, según él, otra manera de interpretar el mundo; pero también, otro lujo. Una exposición con 30 fotos le cuesta 2.000 dólares, por la ampliación de las imágenes en buena calidad. Encima en nuestro medio “prefieren pagar 100 o 200 dólares por un dibujo o una pintura, antes que por una fotografía”.

Luego vuelve a Nietzsche y suscribe que “la poesía, la música y la filosofía tienen una relación íntima”. En definitiva, resume que a la sabiduría —cuestión esencial de la filosofía— la busca también a través de la poesía, de la fotografía, del budismo…

Hombre solo para fines poéticos, filosóficos, budistas y fotográficos, Berti tiene amigos con los que debate sobre temas relacionados con la ciencia política y social. Dice que le encanta compartir con jóvenes, por sus inquietudes, por su energía.

Personalmente, cree que Foucault no tenía amigos. Que gente de su nivel, amigos no tiene. Lo mismo piensa de Einstein.

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