Sabelio, el hombre sin prisa o cómo se anda por la vida a puro pedal

Son las 7:25 de un lunes que no es como cualquier otro. Los rayos solares han desplazado a la neblina que suele quedarse hasta las primeras horas del día, y más o menos lo mismo ha ocurrido en la mente de Sabelio

Sabelio, el hombre sin prisa o cómo se anda por la vida a puro pedal Sabelio, el hombre sin prisa o cómo se anda por la vida a puro pedal

Evelyn Campos López ECOS
Ecos / 12/07/2015 06:04

Son las 7:25 de un lunes que no es como cualquier otro. Los rayos solares han desplazado a la neblina que suele quedarse hasta las primeras horas del día, y más o menos lo mismo ha ocurrido en la mente de Sabelio Delgadillo Rivera, que luce un físico de 18 aunque cargue a cuestas 59: sus preocupaciones se han ido disipando por las nostalgias del pasado.

A pesar del frío, sale de su casa vistiendo de traje formal y su correspondiente corbata. Debe cumplir con la exigencia de la institución en la que trabaja desde hace 14 años, en la casi cuatricentenaria Universidad San Francisco Xavier de Chuquisaca, y desde hace tres como conserje en la Casa de la Cultura Universitaria (ex Casa Argandoña).

Pero no sale para tomar un micro o un taxi, ¡no! Su vehículo está ahí, con él, a su lado. Cada mañana se monta sobre una “Santosa” con la mayor naturalidad del mundo. Santosa… una de cuatro fieles compañeras de aventura que tiene en su fatigado transitar como ciclista fuera de competencia, de las que se vale para conectar, a fuerza de pedal, distintos puntos urbanos.

De rodada experiencia
Nacido un 8 de noviembre de 1956 en el municipio de Presto, Chuquisaca, Sabelio tiene más de 40 años de experiencia en el manejo de las ruedas y los pedales. Lo suyo fue un amor a primera vista: utiliza la bicicleta todos los días desde que era un niño, aunque tuvo una propia recién a los 15 años.

Dio sus primeros pasos casi al mismo tiempo que sus iniciales pedaleos en las calles de su pueblo, en Presto, antes de recorrer la distancia de 95 kilómetros que lo separaban de Sucre. A la capital boliviana se trasladó, esta vez en autobús, para estudiar en la escuela Ricardo Mujía. Pero, esa es otra historia…

Sabelio mira su reloj y le dice que son las 7:30. Hace los últimos ajustes a la Santosa, repasa su vestimenta y, como todo trabajador que debe cumplir horarios, se pone en marcha. El viento helado le sopla en plena cara, pero esto a él no le importa; está acostumbrado, tanto como a sortear las polvorientas calles de su barrio, Entre Ríos, algunas asfaltadas y otras cementadas, en la zona de Quirpinchaca.

Toma una esquina y se encuentra con el antipático de siempre, una mezcla de Pastor Alemán y criollo de buen porte que, enloquecido, lo persigue por un par de calles con el vano intento de dar una dentellada a la rueda trasera.

Este hombre canoso de triste mirar se ha acostumbrado también a conducir y, a la vez, hacer un recuento de su niñez y su adolescencia, transcurridas entre su tierra natal y Sucre, donde salió bachiller. En alguno de los metros que recorre cada día suele recaer en la inevitable pena de no haber podido completar sus estudios superiores por la falta de apoyo.

Llega a una calle con semáforo y mientras espera la luz verde sigue enfrascado en sus pensamientos, sin percatarse de los transeúntes que se asombran al ver a un hombre de traje y corbata montado en su bicicleta, indudablemente, rumbo al trabajo. Después de haber pasado por muchos oficios para poder sobrevivir, encontrando su vocación en las obras de construcción, se casó a los 26 años y Dios lo bendijo con la llegada de seis hijos varones, de los que el mayor tiene ahora 34 y el menor, 17.

Sabelio, que es abuelo de otros dos varones, puede jactarse de haber alcanzado un trocito de felicidad con sus dos hijos mayores ya profesionales: un médico y un abogado, pero aún debe pedalear mucho para que los otros cuatro terminen la universidad.

Con sencillez reconoce que manejar su bicicleta le ayuda a ahorrar un promedio de 200 bolivianos al mes. En efecto, no tiene que pagar los pasajes de cuatro carreras diarias en micro, durante los siete días de la semana, pues se hace cargo de las compras y cada fin de semana acude al mercado para surtir la canasta familiar.

Dice que destina sus ahorros al mantenimiento de sus cuatro bicicletas: para las gomas, los frenos, los chicotillos que se averían permanentemente.

Mientras sigue girando rumbo a su trabajo, opta por las arterias más despejadas, para no toparse con el excesivo parque automotor de Sucre. No se desespera porque suele tomar el recaudo de salir con bastante anticipación, por lo que el reloj nunca lo sorprende después de las 8:30; tanta es su previsión que llega unos 45 minutos antes del horario oficial de ingreso. Eso, luego de haber cubierto el trayecto en 10, 15 minutos como máximo.

Pero no siempre lo logra y a menudo se ve atrapado dentro del embotellamiento matinal típico de la hora urbana: los coches avanzan a paso de tortuga, alguien toca bocina, otro grita, los menos esperan pacientemente su turno en la larga caravana de metal. Inevitablemente, Sabelio debe tragarse el humo tóxico que despiden vetustos micros del servicio público.

De todos modos, él siempre triunfa. Se vale de la liviandad de su vehículo de dos ruedas y sortea las dificultades del atolladero. Ya sobrevivió a dos accidentes: el primero en 1990, cuando iba con excesiva velocidad y chocó contra una camioneta en una esquina, el otro en 2012 cuando, para no pisar a un can hizo un giro repentino, cayendo de bruces y luxándose una mano.

Salud por doble partida
Sabelio es un convencido de que, por salud, las ciudades estarían mejor sin autos. Considera que el mejor remedio para el alto tráfico vehicular es la bicicleta, al margen de que así se cuidaría el medio ambiente. Pero el suyo no pasa de un sueño irrealizable, porque el crecimiento del parque automotor parece no tener fin.

Por la experiencia acumulada en más de 40 años, Sabelio cree fácil adaptarse a la bicicleta, que, además de útil, es sana para el organismo. Faltando poco para llegar a su trabajo, se pregunta por qué nunca se animó a participar en una carrera de bicicletas. ¡Cómo le hubiera gustado medir sus fuerzas con otros aficionados al ciclismo como él y por qué no soñar en llegar a ser un campeón como el gran Cotumba!

¿Por qué nunca lo hizo? Estado físico no le falta. Tampoco resistencia. Casi todos los fines de semana sube al cerro en bicicleta sin descansar. Tiene 1,65 de estatura y desde sus 18 años, cuando cumplió el servicio militar, no subió ni bajó un solo gramo: pesa 55 kilos exactos.

Algunas personas lo admiran por su perseverancia. Otros le dicen: “siempre andas con bicicleta, ¿por qué no puedes ir a pie para hacer ejercicios?”. Para estos, él tiene una respuesta: “¡Claro que hago ejercicio! Tengo un estado físico normal, la bicicleta sienta bien porque evita que engorde; a los que solo conducen auto lo primero que les crece es la pipa”.

Finalmente, llega a su destino; son las 7:50. Ingresa y deja a su Santosa estacionada en el patio de la ex Casa Argandoña. Otras veces, en este mismo lugar, recordó cuando veía a los empleados de la Universidad recibir sus aguinaldos mientras él pensaba: “algún día Dios se acordará de mí”. Y se acordó. Desde entonces, no pasan muchos días sin que Sabelio agradezca a Dios y a las personas que le abrieron las puertas de la “U”.

Muchas cosas difícilmente cambien: la falta de seguridad para el ciclista del traje y la corbata, el atolladero de los vehículos, la contaminación ambiental… Pero Sabelio seguirá haciendo lo suyo, abriéndose un pequeño resquicio de calidad de vida, tomando los riesgos del que busca sin mirar atrás, haciendo los cambios que considera necesarios desde su Santosa, hasta cuando las piernas digan basta…

Etiquetas:
  • Sabelio Delgadillo Rivera
  • Compartir:

    También le puede interesar


    Lo más leido

    1
    2
    3
    4
    5
    1
    2
    3
    4
    5
    Suplementos


      ECOS


      Péndulo Político


      Mi Doctor