Cuando bebés y borrachos llegaban a casa por servicio postal
Enviar un bebé mediante el servicio postal o un borracho a casa parece ideas descabelladas, pero eran posibles en el año 1913 en Londres, Inglaterra...
Enviar un bebé mediante el servicio postal o un borracho a casa parece ideas descabelladas, pero eran posibles en el año 1913 en Londres, Inglaterra, cuando algunas personas aprovechaban que el correo tradicional era más barato que un billete de tren.
Ese mismo año, en Estados Unidos se puso en marcha el servicio postal de envío de paquetes. Para popularizarlo, había precios muy competitivos y las limitaciones respecto al contenido y el tamaño de los paquetes eran escasas.
Eso permitió que William H. Coltharp, un hombre de negocios de Vernal (Utah), envíe mediante ese servicio 80.000 ladrillos que necesitaba para construir un edificio, o que el 19 de febrero de 1914 se mandara una niña de cuatro años llamada May Pierstorff de Grangeville a Lewiston, en Idaho.
La niña y otros casos curiosos
La historia de May es así. Ocurre que sus padres la enviaban con sus abuelos pero no podían pagar el billete del tren; entonces, aprovechando la laguna en la normativa, pagaron 53 centavos en sellos —pegados en su ropa— y la enviaron por correo. Conforme se iban produciendo estas situaciones, se iba adecuando la norma.
Esa situación también fue aprovechada por el inglés Reginald W. Bray. Bray, un coleccionista de sellos, postales, billetes de tren e… ¡incluso novias! (antes de casarse con su esposa Mabel había salido con sus dos hermanas).
En cierto momento puso a prueba al Royal Mail enviando toda clase de objetos para comprobar la eficacia del sistema postal y si cumplían su propia normativa. Se calcula que llegó a mandar unos 32.000 objetos, tan variados como un cigarrillo a medio fumar, el cuello de una camisa, un bombín, un cráneo de conejo (la dirección en el hueso nasal y los sellos pegados a la parte posterior), un penique, un nabo (con la dirección tallada), una zapatilla, algas secas, una tubería…
¡Eso sí!, antes de poner a prueba al sistema estudió con detalle la normativa para que no le pudiesen rechazar ningún envío. Los destinatarios de estos paquetes eran sus amigos y él mismo procedía de la siguiente forma: si el objeto era lo suficientemente pequeño, lo metía en los buzones; caso contrario, los llevaba en persona a las oficinas postales. Como la mayoría eran entregados en su destino, decidió ir más allá y probar con seres vivos.
Para ello también estudió la norma y comprobó que cumpliendo las reglas en cuestión de tamaños, se podía enviar desde una abeja hasta un elefante. Entonces decidió probar con un tamaño intermedio… su perro Bob.
Bob y Bray… por correo
El 10 de febrero de 1900, Bray se presentó con Bob a las 18:54 en la oficina de Forest Hill, cercana de su domicilio, para un nuevo envío. A las 19:00… Bob era entregado en la casa de Bray. Después, quiso probar con él mismo: el 14 de noviembre de 1903 un cartero de la misma oficina entregaba un paquete certificado… el propio Bray en bicicleta. Para evitar el costo por el peso de la bicicleta (las tarifas dependían de la distancia y el peso de los paquetes), Bray fue pedaleando y el cartero simplemente hizo de “guía” hasta su casa.
Hay una fotografía (VER PÁGINA 2) que inmortalizó ese momento: se puede ver a Bray con la bicicleta y al sufrido cartero esperando que el progenitor de Bray firme el recibo de la entrega (la cara del padre dice estar un poco harto de todo esto).
El 10 de febrero de 1900, Bray se presentó con Bob a las 18:54 en la oficina de Forest Hill, cercana de su domicilio, para un nuevo envío. A las 19:00, Bob era entregado en la casa de Bray. Después quiso probar con él mismo: el 14 de noviembre de 1903, un cartero de la misma oficina entregaba un paquete certificado… el propio Bray en bicicleta. Para evitar el costo por el peso de la bicicleta (las tarifas dependían de la distancia y el peso de los paquetes), Bray fue pedaleando y el cartero simplemente hizo de “guía” hasta su casa.