Vivir en la Antártida

El horizonte es mar, hielo y montañas, pero en las bases se genera un microclima que por instantes hace olvidar que se está en la remota Antártida, lejos de todo y de todos. "Vivimos tantas experiencias que no se...

La ingeniera en sistemas Julia Luna, en la base científica Antártica argentina Carlini, situada en la isla Rey Jorge...

La ingeniera en sistemas Julia Luna, en la base científica Antártica argentina Carlini, situada en la isla Rey Jorge...

El buque “Aviso Islas Malvinas” de la Armada argentina, en la caleta Potter de la isla Jorge o 25 de Mayo.

El buque “Aviso Islas Malvinas” de la Armada argentina, en la caleta Potter de la isla Jorge o 25 de Mayo.

El avión Hércules de la Fuerza Aérea Argentina en la base chilena Frei Montalva.

El avión Hércules de la Fuerza Aérea Argentina en la base chilena Frei Montalva.


    Cecilia Caminos DPA
    Ecos / 29/01/2017 00:41

    El horizonte es mar, hielo y montañas, pero en las bases se genera un microclima que por instantes hace olvidar que se está en la remota Antártida, lejos de todo y de todos. "Vivimos tantas experiencias que no se llega a extrañar", asegura Julia Luna. 

    La vida sin embargo no es sencilla y hay que acostumbrarse a sobrevivir durante el largo invierno que cierra el acceso por aire y mar a la base científica argentina Carlini, en el archipiélago Shetland del Sur. 

    Luna es la primera mujer "invernante" de Carlini, como se llama a la dotación de las bases que pasa el crudo invierno en la Antártida, y pese a lo que podría pensarse en un primer momento, no la pasa tan mal los meses en que apenas hay un rato de claridad en todo el día. 

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    "En invierno hay suficientes habitaciones para todos, porque somos 28, pero en verano no porque viene mucha, mucha gente, muchos investigadores y a veces hasta tenemos que hacer turnos para comer, pero en invierno es muy marcada la diferencia porque somos nosotros que quedamos viviendo como en familia", dice la ingeniera en sistemas y telecomunicación que tiene a su cargo el mantenimiento de los sistemas informáticos de los científicos e investigadores de la base Carlini. "En verano, tener todo el día luz te vuelve un poco loco", admite. 

    Llegar hasta allí no es fácil y sólo se puede hacer entre octubre y marzo. Antes que nada, hay que esperar que se asiente la primavera austral, los hielos marinos comiencen a ceder y se habilita el aeródromo Teniente Rodolfo Marsh de la base chilena Frei Montalva, que cuenta con la única pista de aterrizaje de la isla Rey Jorge o 25 de Mayo, como la denominan los argentinos. 

    Es una pista de piedras, por lo que los aviones Hércules argentinos llevan en cada vuelo sus ruedas de auxilio porque es muy común romperlas en cada aterrizaje. Estas enormes pero nobles aeronaves necesitan unas tres horas para unir la ciudad de Río Gallegos -ubicada unos 2.500 kilómetros al sur de Buenos Aires- con las Shetland. 

    Desde la base chilena se debe abordar un bote y trepar luego por la escalerilla colgada de una banda de un buque de la Armada argentina, que amarra a varios cientos de la costa para evitar las riesgosas piedras que asoman. 

    Pese a ser pleno verano, el helado viento antártico conspira contra los amantes de la fotografía que desafían al frío sin guantes para apretar el disparador, absortos por un paisaje sin igual. 

    "En la Antártida no se desafía a la naturaleza", advierte a dpa el comodoro de marina Marcelo Tarapow, que comanda todas las operaciones antárticas de Argentina. "Vamos a la Antártida con una idea, después vemos qué es lo que la naturaleza nos deja hacer". 

    Por estas condiciones particulares, el menú diario se basa en la buena administración de las reservas. "Acá no llega comida fresca, o llega sólo en el verano, entonces se intenta consumir todo al principio, mientras está en buen estado, aunque hubo algunas cosas que duraron muchísimo, como las manzanas. Y después se come todo lo que puedas cocinar con enlatados, congelados y cosas que se puedan conservar durante todo el año", afirma la joven. 

    La base Carlini se abastece de agua potable de dos pequeñas lagunas cercanas, lo que evita el trabajoso método de buscar hielo, picarlo y derretirlo que se aplica en otros puntos de la Antártida. 

    A lo largo de todo el año, sin importar la temperatura exterior ni si hay luz o no, Luna se ocupa de mantener algunos proyectos científicos, algunos de ellos -como el monitoreo de glaciares- en colaboración con el laboratorio alemán Dallmann, que funciona desde 1994 en Carlini y es administrado de forma conjunta por el Instituto Antártico Argentino y el Instituto Alfred Wegener alemán. Además, se encarga de las telecomunicaciones y de mantener funcionando los equipos técnicos e informáticos de la dotación de investigadores. 

    También hay tiempo de esparcimiento, que en invierno lo dedica en general a dormir o descansar, y en verano a jugar al tenis de mesa o salir a caminar, siempre acompañada y entre los dos faros que delimitan la zona habilitada. 

    Más allá de los resultados científicos, Luna vive en carne propia los efectos del cambio climático en la Antártida. "Se notó que casi no hubo nieve durante el invierno, hubo incluso temperaturas positivas y mucha lluvia, que no debería haber por lo menos en el invierno", advierte. El ruidoso desprendimiento de grandes bloques de hielo del glaciar Fourcade, ubicado a pocos metros de la base argentina, recuerda a cada rato el avance del calentamiento global. 

    A todos, sin distinción, se les realizan exhaustivos exámenes médicos y psicológicos antes de enviarlos por una temporada extensa al continente blanco. Lo ideal es no enfermarse, reconoce la médica de la base chilena Frei Montalva. Allí cuentan con dos camas de internación y, en casos de necesidad, se bloquea el uso de Internet en la base y la escasa banda ancha disponible se destina a una videoconferencia con médicos en el continente. Y en caso de máxima necesidad, se procede a una evacuación médica de urgencia, muchas veces en condiciones meteorológicas críticas.  •

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