Hitler, el 'Lobo' de Eva
“Y de pronto apareció un señor de cierta edad —tenía 40—, con un gracioso bigotito y un gran sombrero de fieltro, que se presentó como ‘Herr Wolff’ (señor lobo, en alemán)”.
“Y de pronto apareció un señor de cierta edad —tenía 40—, con un gracioso bigotito y un gran sombrero de fieltro, que se presentó como ‘Herr Wolff’ (señor lobo, en alemán)”.
La frase, recogida del diario de Eva Braun, es parte de una historia que provoca escalofríos por el personaje al que se refiere su entusiasmada autora, por entonces de solo 17 años. Ese lobo fue Hitler, el siniestro Adolf Hitler, y ella, en esta fábula, la inocente Caperucita. Ambos, a la sazón, fanáticos, cada cual a su modo.
Él buscaba seducir a la joven Eva, “esforzada nadadora, también esquía, patina, hace gimnasia, alpinismo, ciclismo. Pero su intelecto no crece: hoy sería juzgada como una rubia tonta”, dice Alfredo Serra en una crónica publicada en Infobae con el título “Casamiento, cianuro y dos tiros: a 72 años del final de Adolf Hitler y Eva Braun”.
Otra frase, del mismo relato de Eva dirigido a su prima: “Desde nuestro primer encuentro juré seguirte a donde fueras, aún hasta la muerte. Solo vivo para ti, mi amor”. Y cumplió: Tras haberlo conocido en el estudio del fotógrafo oficial del Partido Nazi, el de Heinrich Hoffmann, donde ella comenzó a trabajar como dependienta, pasaron tres años hasta que se convirtieron en amantes. Desde entonces, no se separaron nunca más.
Las escaleras
En su diario se refiere al momento en que se cruzaron por primera vez. Serra lo describe así: “…una chica subida a una escalera y un hombre mirando con codicia sus piernas. Fue una tarde de 1929, en Múnich. La chica, en la escalera, archivaba unos papeles, cuando entró un hombre e hizo lo mismo que el galán del film: quedó estático mirando las blancas y bien formadas piernas”.
Ese hombre, Hitler, el Lobo, venía de una experiencia amorosa truculenta con una media sobrina (su madre era la ama de llaves del dictador). Caperucita esta vez se llama Angela María (Geli) Raubal.
Escribe Serra: “Empieza a vivir con ella en 1925. La obliga a dejar sus estudios de Medicina. Descubre que tiene una relación con su chofer, Emil Maurice, y los celos lo transfiguran. La convierte en una prisionera. Ella, en cartas, denuncia que Hitler es ‘un perverso sexual que me obliga a hacer cosas repugnantes’. En 1931, a sus 23 años, la encuentran muerta: balazo en el pulmón disparado por la pistola Whalter de su tío. La policía dictamina ‘suicidio’. Pero su familia jamás creyó en esa versión. ¿La hizo matar Hitler, o fue él quien apretó el gatillo? ¿Lo hicieron sicarios de nazis que la odiaban porque alejaba al führer de la política? El enigma jamás se aclaró”.
Después de la muerte de Raubal, Hitler comenzó a ver con más frecuencia a Braun, su Eva.
El aspirante
Hitler, cuando conoce a Eva, lidera ya el Partido nacionalsocialista (o Partido nazi), aspira a ser Canciller de Alemania —lo logrará cuatro años después—, y “se siente amo absoluto de un mundo que hará volar en pedazos para instalar la dictadura de la raza aria”, hace un recuento Serra en su magnífica crónica. Lo describe como un “pintor fracasado” y dice que “sus infantiles acuarelas no pasaron el examen de la academia de arte”.
Eva, habiendo pasado obligatoriamente por un colegio de monjas, se convierte en mecanógrafa y luego pasa por un taller y estudio fotográfico; este detalle será fundamental para la Historia, pues Caperucita, al principio Cenicienta dentro del Estudio de Hoffmann, un día se transformará en fotógrafa y revelará las imágenes —fijas y en movimiento— que hasta hoy dan cuenta de su amado Lobo.
Otro pasaje de la crónica de Serra: “Al principio, sus encuentros son furtivos: los jerarcas del partido la detestan porque aparta al jefe de su trono político. Y, para colmo, saben que a ella le repugna la política. Nada sabe del tema, no tolera charlas ni discusiones de ese tenor en su presencia, y esa actitud se mantendrá hasta el final de los dieciséis años que pasaron juntos… hasta cierto punto.
Antes y después de 1939, año en que tropas nazis invaden Polonia y siguen su monstruoso avance sobre toda Europa, Eva vive casi en soledad, leyendo novelas baratas y fascinada con el cine romántico”.
“La vida perdida”
Angela Lambert, en su libro “La vida perdida de Eva Braun” (2006), dice que en la ideología nazi los líderes políticos y los combatientes eran los hombres, mientras que las mujeres eran amas de casa. Y Albert Speer, en “Inside the Third Reich” (1971), que el führer se consideraba sexualmente atractivo para las mujeres y quería permanecer soltero para aprovecharlo.
Un hecho importante para describir la peculiar relación es que Hitler y Eva Braun nunca aparecieron juntos en público. La única ocasión en que se dejaron ver en una foto de la prensa fue cuando ella se sentó cerca de él en los Juegos Olímpicos de Invierno de 1936. El pueblo alemán no supo de la relación de la pareja hasta después de la Segunda Guerra Mundial, publica la biógrafa Heike B. Görtemaker en “Eva Braun: la vida con Hitler” (2011).
Según Speer, Eva nunca durmió en la misma habitación de Hitler. Y ni ella, ni cualquier otra mujer desempeñó un papel importante en la política del Tercer Reich.
Se dice que su despreocupada vida, ajena al sanguinario gobierno del hombre con el que vivía y también a lo intelectual, solo se alteró cuando Hitler, después de 1943, impuso medidas económicas que afectaron la producción de cosméticos. Entonces, por la documentación de Speer, le reclamó y Hitler, el Lobo, agachó la cabeza y le pidió al mismo Speer (que era su Ministro de Armamento) que la prohibición de producir cosméticos fuera parcial, no total.
El fanatismo de a dos
Serra, en su crónica, describe a Eva como “la perfecta ama de casa —con Hitler y sin él—” (para la visión machista del alemán nazi). No tuvieron hijos. Ella era su amante y, también, su esclava, según el cronista. Además, la describe como una fanática.
Un fanatismo de Eva hacia Hitler que se manifiesta recién después del fallido atentado contra él: Claus von Stauffenberg, coronel y conde, planeó matarlo el 20 de julio de 1944 con una bomba oculta en un portafolio, en lo que se conoce como “Operación Valquiria”.
Hitler —recrea Serra— se alejó unos segundos antes hasta un extremo del salón y quedó ileso. Pasado el susto, probablemente tomando conciencia de lo que hubiera sido de ella sin él, Eva en su diario confiesa: “Desde nuestro primer encuentro juré seguirte a donde fueras, aún hasta la muerte. Solo vivo para ti, mi amor”.
Los intentos y los suicidios
Eva intentó suicidarse dos veces en su vida. Pero la tercera fue la vencida. “Mis ojos cayeron primero sobre Eva. Estaba sentada, con las piernas estiradas y la cabeza inclinada hacia Hitler. Sus zapatos estaban debajo del sofá. Junto a ella, Hitler, muerto. Sus ojos estaban abiertos. Su cabeza se había inclinado levemente hacia delante”, testimonia Rochus Misch, guardaespaldas del füher, en “El último testigo de Hitler”.
Las dos primeras veces que Eva Braun quiso autoeliminarse fueron al principio de su relación con el hombre del bigote. De amante pasó a ser su novia y de esta, finalmente, a esposa, aunque solo por algo más de un día. Eva y Hitler se casaron poco antes de la medianoche del 28 de abril de 1945 y murieron, juntos, suicidados, 40 horas después. Ella tenía 33 años, él 56.
El final
Serra cuenta el final de esta historia así:
“El 26 de abril, desde las hilachas del Alto Mando, el führer recibe la noticia fatal: no llegarán los refuerzos que esperaba. El Tercer Reich ha caído. Le ofrece a Eva una escapatoria: el sur de Alemania o la embajada de Italia. Pero ella se niega. Si hay que morir, morirán juntos.
Hitler redacta su testamento, y dicta un párrafo inesperado:
‘Puesto que creí durante los años de lucha que no podía asumir la responsabilidad de formar un matrimonio, he decidido ahora, al fin de mi tránsito por el mundo terrestre, convertir en mi esposa a la mujer que, después de años de fiel amistad, llegó por su propia voluntad a la casi cercada ciudad para compartir su destino con el mío. Por deseo mío, se dirige a la muerte siendo mi esposa’.
(…) Los novios salen de su cuarto tomados de la mano. Hitler está pálido. Su mirada, perdida. Viste un traje arrugado: el mismo con el que durmió algunas horas durante el día. Lleva la Cruz de Oro del Partido nazi, la Cruz de Hierro de primera clase, y la insignia de los heridos en la Primera Guerra Mundial.
Eva, demacrada, viste un traje azul marino y un sombrero gris. Se sientan. La sala —paradoja— es uno de los lugares de reunión donde se decidía el destino del planeta. Martin Borman, lugarteniente y perro fiel de su führer, preparó la sala para el acto corriendo algunos muebles. Alguien presta dos alianzas. Les quedan grandes. Pero es el único símbolo que tienen.
La ceremonia no pasa de los diez minutos.
El 29, las tropas rusas están a cien metros del bunker. La resistencia nazi es mínima. Disparan hasta unos niños con sus escopetas para matar pájaros.
Adolf y Eva no vuelven a salir de su cuarto. El 30, a las tres de la tarde, se oyen dos disparos. La pareja está muerta. Primero han tomado una pastilla de cianuro —método de Hitler para que se suicidaran los militares que creía traidores— y después se han pegado un tiro en la cabeza”. •
Álbum en el cuarto de Eva
Relajado y pensando en su plan de exterminio. Así se lo puede ver a Adolf Hitler en un inédito álbum fotográfico que salió a la luz en marzo pasado después de ser recuperado de la habitación que Eva Braun tenía en el búnker de Berlín y, finalmente, hace poco subastado por 39.000 euros en Kent (Inglaterra).
El álbum fue encontrado en 1945 por dos periodistas británicos. Tiene una gran esvástica en la portada.
En primer término fue vendido en los 80 y recientemente recuperado por un coleccionista anónimo, que lo dio en subasta.
Fuentes: Infobae / El País de Madrid