La vida de Abelino Paucar, genuino médico kallawaya
Abelino, de niño, creció entre ceremonias y ritos ancestrales, en medio de una búsqueda casi obsesiva de plantas y hierbas, del preparado de extraños brebajes para curar enfermos. Viajaba mucho junto a sus padres...
Abelino, de niño, creció entre ceremonias y ritos ancestrales, en medio de una búsqueda casi obsesiva de plantas y hierbas, del preparado de extraños brebajes para curar enfermos. Viajaba mucho junto a sus padres, por las tierras altas y bajas del país, y hasta llegó a la Argentina. Poco a poco el elegido entre cinco hermanos para heredar los conocimientos de la medicina tradicional se fue introduciendo en el exótico mundo de los kallawayas.
Corresponde a la cuarta generación de una antigua familia de médicos tradicionales y, como le pasó a él con sus antecesores, actualmente transmite sus enseñanzas a una nieta, Azucena, de 14 años, para dejarle su legado. Abelino Paucar Pacheco tiene hoy 75.
Los kallawayas y las plantas
Los kallawayas durante cientos de años se especializaron en el estudio de las plantas, alcanzando un alto nivel de eficacia en la curación o el tratamiento de varias enfermedades que aquejan a los seres humanos.
'Kallawaya' es una palabra que combina las lenguas quechua y aymara y significa “cargar plantas medicinales en el hombro”. En realidad, ellos dicen que se nace con el don del preparado de la medicina tradicional.
Abelino nació en San Pedro de Curva de la provincia Bautista Saavedra, ubicada en el norte del departamento de La Paz. Su abuelo paterno fue Dionosio Paucar y su abuelo materno, Santiago Pacheco.
Siendo el mayor de los cinco hijos del matrimonio kallawaya de Dionisio Paucar y María Pacheco, resultó escogido para heredar los conocimientos de la tierra sagrada de la medicina. No podían interrumpir un legado familiar de más de cuatro generaciones.
San Pedro de Curva, zona kallawaya de la provincia Bautista Saavedra, tierra de arrobadores paisajes kollavinos, es una isla en un mar de aymaras. Allí predomina la lengua quechua. Además de este sector también están Chajaya, Santa Rosa de Kaata, Cari, Niño Kirin, Inka Roca, Wata Wata, pero Curva tiene una innegable primacía y respeto por la tradición que le rodea.
Abelino, genuino representante de esta cultura, tuvo desde los ocho años una interrelación permanente con los saberes del altiplano y las tierras bajas, llegando hasta Santiago del Estero y Tucumán, en Argentina, donde trabajaban sus tíos kallawayas. En ese tiempo, aprendió a respetar el equilibrio entre el hombre y su entorno a través de la medicina tradicional. Al principio fue algo impuesto, pero terminó gustándole.
La vida de Abelino
En la cosmovisión de los kallawayas, la definición de salud proviene de una analogía entre el cuerpo humano y la tierra, las montañas, los lagos, la lluvia, el sol, las plantas y los animales. Todos estos son, para ellos, seres vivos, con familia, casa y nombres.
Adquirir los conocimientos herbolarios de la tierra sagrada de la medicina tuvo un costo para→ →Abelino: la falta de formación en la escuela. Él apenas pudo culminar la primaria. Los viajes que hacía con su familia le impidieron asistir a clases con regularidad. Cuenta que su padre tenía que rogar a los maestros para que lo aceptaran en clases por el poco tiempo que permanecían en los distintos lugares que visitaban.
Pero el avezado muchacho campesino, aun sin educación formal, supo ganar dinero a temprana edad. Junto con su tío hacía tres o cuatro curaciones al mes y por cada una les pagaban 50 bolivianos, que en ese entonces era mucho dinero. Él, adolescente, recibía 10 bolivianos y su tío se quedaba con el resto. Llegaba a su pueblo y como tenía dinero, comenzó a disfrutar de manera precoz de algunos placeres de la vida… recuerda que derrochó sus ganancias y que así abandonó definitivamente los estudios.
El amor también tocó las puertas de su corazón prematuramente. Abelino se casó con Elena Padilla, que hasta el día de hoy lo acompaña a donde va. Tienen cinco hijos y 14 nietos. Hace 30 años que viven en Cochabamba.
Contra varias enfermedades
Este hombre, ahora un anciano con rostro de bronce y cabellos plateados, aprendió a tratar y —asegura incluso— curar una gran variedad de enfermedades con la medicina tradicional kallawaya, como la diabetes, el mal de riñones, la tos, la gastritis, la próstata, las úlceras, el hígado y la matriz, entre otras muchas patologías. El septuagenario afirma que maneja 240 plantas medicinales.
Se jacta de no ser un kallawaya más cuando dice: “yo soy grande, no soy chico”. Cada dos años lo hacen llamar de la Escuela de Medicina Tradicional de Capilla del Monte, Córdoba, en Argentina, para que dicte cursos sobre el manejo de plantas como la raíz, el tallo, el tronco, las flores, los frutos. Se queda un mes, asegura que le pagan bien y que le entregan certificados. También maneja el Museo de la Medicina Tradicional Kallawaya.
Gracias a su actividad, en diferentes oportunidades viajó al exterior representando a Bolivia para dar a conocer la medicina tradicional. En 2013, cuando estaba en un aeropuerto de Venezuela, listo para retornar al país, un médico amigo suyo le dijo: “Abelino, si (Hugo) Chávez me nombra ministro de Salud, te llamaré para que seas responsable de plantas medicinales”. Todo quedó en palabras porque el ex presidente venezolano murió el 5 de marzo de ese año.
Tradicional versus académica
Este kallawaya afirma que, en anteriores gobiernos, no se le daba importancia a la medicina tradicional, a pesar de que los médicos tradicionales continuamente participaban de encuentros y seminarios junto con sus pares académicos. Dice que la relación era tensa y que hasta la actualidad no hay entendimiento entre ambas formas de ver la medicina.
Con la llegada al poder de Evo Morales, la medicina tradicional “está de moda”. Sin embargo, de acuerdo con el criterio de Abelino Paucar, pasó a ser un negocio: “ahora cualquier persona quiere ser un médico tradicional”.
Por ejemplo, circulan volantes en los que se asegura la cura del cáncer. Frente a esto, Abelino refuta con sensatez que que si alguien curara realmente esa enfermedad mortal, sería millonario.
Según este genuino médico tradicional, el cáncer no se cura: solo se detiene un cierto tiempo. En ese sentido, recomienda a la población que no se deje engañar y exija la credencial que el Gobierno otorgó a los verdaderos kallawayas.
La heredera
Ahora es la nieta de Abelino, Azucena Paucar Pari, de 14 años, la que ayuda a su abuelo mientras aprende de él para heredar sus conocimientos y mantener la tradición familiar.
El anciano dice que no preparó a sus hijos en la medicina tradicional para que no se quedaran sin estudiar, como le pasó a él. Gracias a esta decisión, comenta que ellos son profesionales, entre arquitectos, profesoras y abogados. Y todos están casados.
Cuando no estudia, Azucena siempre está a su lado. Es la única de sus nietos que se le acercó interesada en aprender; dice que esto de la medicina kallawaya le gusta. Dentro de unos años, ella continuará con el legado milenario.•