El misterio de las criptas del museo de San Antonio de Padua
La costumbre era que los velatorios se desarrollaran en tres días. Al cabo de este tiempo, se abrían las puertas del templo para la celebración de una misa. Los religiosos pedían a los parientes que le dieran al...
La costumbre era que los velatorios se desarrollaran en tres días. Al cabo de este tiempo, se abrían las puertas del templo para la celebración de una misa. Los religiosos pedían a los parientes que le dieran al difunto el último adiós, tomaban el cadáver en brazos y lo bajaban hasta la cripta. Lo colocaban en el piso. Lo desnudaban y le echaban cal encima, dejándolo así para que se reseque, dependiendo de la contextura del muerto, unas tres semanas.
Este es parte de un intenso relato que cuenta de qué manera se realizaban las exequias fúnebres durante la época de la Colonia, en la Villa Imperial. Sobre estos ritos, históricamente se han escuchado y leído una serie de leyendas que, aún hoy, circulan por las calles de Potosí…
Visita a dos criptas
Dos criptas tiene el museo de San Antonio de Padua de Potosí, más conocido como “San Francisco” porque pertenece a la Orden de los Franciscanos. Están ubicadas en el subsuelo, debajo del altar mayor: una a la izquierda y la otra a la derecha. Allí estuvo ECOS.
Cada cripta tiene su propio ingreso, que realizamos a través de unos peldaños hechos de piedra, cuya característica es la estrechez y la incomodidad para pasar de un escalón a otro.
El descenso hasta el subsuelo no es muy profundo. Llegamos hasta un pasillo angosto y corto, giramos y, de pronto, estamos en la sombría cripta que de por sí es misteriosa, tétrica. Luce húmeda, el piso tiene agua como si recién lo hubiesen lavado, pero esto se debe a la filtración de las aguas embovedadas del río que pasan por debajo; el ambiente huele a moho.
Si no fuera por la buena iluminación artificial, el lugar estaría en total penumbra.
Cualquiera podría imaginar que este recinto guarda ocultos secretos, pues a lo largo de la historia reciente no faltaron los comentarios negativos vinculados a supuestas relaciones del pasado entre sacerdotes y hermanas de convento. En ese mismo sentido, incluso se divulgaron relatos de largos túneles con restos óseos, sobre todo de niños pequeños, apilados.
Nada de eso encontramos nosotros. El recinto que visitó ECOS es como una gran sala que mide unos 20 metros de largo por 8 de ancho. Los pisos, paredes y techo fueron construidos con piedras. Y destacan las estructuras con arcos de medio punto (cada arco tiene un punto medio donde ingresa la última pieza que sujeta toda la estructura porque, de lo contrario, podría caerse).
El escenario muestra una total austeridad: solo hay un carro mortuorio que representa el velatorio de los muertos, algunos objetos y un par de cajas o urnas originales donde están depositados los restos óseos de personas que tal vez pertenecieron a una acaudalada familia potosina o son de un fraile del mismo convento.
El solo hecho de pensar que se está en un sitio donde estuvieron depositados los despojos de cientos, tal vez miles de personas, durante varios siglos provoca un inevitable pavor. Eso a pesar de que ahora solamente queden unos pocos restos óseos de niños, jóvenes y adultos, entre hombres y mujeres.
Esto último provoca una serie de preguntas: ¿Quiénes eran ellos?, ¿qué vida llevarían?, ¿cómo habrán muerto?...
Derribando mitos
Mauricio Álvaro Llorenti, practicante de la Universidad Autónoma Tomás Frías (UATF) que funge como guía en el museo, es el encargado de echar por tierra los mitos que giran en torno a las criptas. Él explica a ECOS que una cripta es un lugar cerrado donde, en la época de la Colonia, se hacían enterramientos humanos.
Por entonces, la gente tenía la creencia de que si enterraban a sus muertos debajo de las iglesias podían llegar más rápido al cielo. Entonces, para que fueran enterrados en los templos, entregaban una valiosa dote consistente en pinturas o plata (en bruto o transformado).
El carro mortuorio (una especie de camilla de madera donde colocaban al difunto para velarlo) de la Orden de los Franciscanos era muy simple, pero en la época de la Colonia las familias potosinas ricas utilizaban carros mortuorios bien decorados y hasta adornados con plata proveniente del Cerro Rico.
Llorenti dice que la costumbre era velar a los muertos durante tres días, al cabo de los cuales se abrían las puertas del templo para que se celebrara una misa. Los religiosos solicitaban a los parientes que le dieran al difunto el último adiós, tomaban el cadáver en brazos y lo bajaban hasta la cripta. Allí, lo colocaban en el piso, lo→
→desnudaban y le echaban cal encima, y lo dejaban para que se reseque, dependiendo de la contextura del muerto, unas tres semanas.
Posteriormente, dos franciscanos bajaban a la cripta con el objetivo de “raspar la carne seca de los huesos del difunto hasta dejarlos totalmente limpios”, describe el Guía del museo, para luego indicar que estos eran depositados en pequeñas urnas o cajas que se colocaban junto a otras que estaban en una cripta diferente.
“Cuando Antonio José de Sucre ascendió a la presidencia, llegó a Potosí en 1826 y vio la precariedad en la que vivían los padres de la Orden de los Franciscanos. Después de ingresar a las criptas, dio la orden de que todos los restos acumulados se lleven al primer cementerio de Potosí, ubicado en la plazuela de San Bernardo. Allí se cavó una fosa común y se depositaron los restos que estaban en las criptas. Luego se rescataron unos cuantos para exponer en el museo”, detalla Llorenti.
En ese lugar también está la representación de un monje franciscano, cuya vestimenta lleva una cuerda en la cintura con tres nudos que simbolizan los votos de pobreza, castidad y obediencia. La única cuerda que tiene cinco nudos es la de San Francisco de Asís, porque recibió los cinco estigmas de la cruz: dos en los pies, dos en las manos y uno en el costado.
La Orden de los Franciscanos llegó a Potosí en 1547, dos años después del descubrimiento del Cerro Rico. Las criptas que ahora están abiertas al público datan de la primera construcción que se realizó alrededor de 1560.
“Cuando los franciscanos llegaron al lugar que escogieron para construir el templo, decidieron cambiar el rumbo de las aguas del río Kusi mayu (‘río Alegre’, en quechua), pero no pudieron hacerlo porque las vertientes eran muy fuertes, entonces decidieron embovedarlo”, explica el guía.
Sostiene que el material utilizado en la construcción de las criptas es piedra y calicanto (una mezcla de resina de cactus, cal, miel y huevo), utilizado para unir una piedra con otra.
El piso de una cripta ha sido reconstruido, pero el de la otra sigue siendo la original.
Magali Ali, guía del Museo San Antonio de Padua, explica a ECOS que las cajas con los restos óseos fueron sacadas en 1826. Posteriormente, a finales del siglo pasado se decidió restaurar y adecuar el lugar para el ingreso de los turistas.
De esta forma, hace 25 años se abrió la cripta ubicada abajo del costado derecho del altar mayor y hace dos años la cripta del lado izquierdo.
Bien conservado
El lugar está muy bien conservado pese a que tiene casi 500 años de existencia.
Actualmente habitan en el convento cuatro franciscanos. San Francisco de Asís es el patrono de la agronomía.
El museo también contiene hermosas pinturas, aunque lo más visitado del lugar es el mirador que se encuentra en los techos del convento donde se pueden apreciar sus cúpulas y el tejado original.
El Museo de San Antonio de Padua está abierto al público de lunes a sábado. Se ingresa en grupos: el primero a las 9:30, el segundo a las 10:00 y el tercero a las 11:00. Pero ese último solo recorre las criptas y el mirador. •
Personajes importantes enterrados en templos
El investigador Erick Alvaro Bejarano Zárate encontró documentos que dan referencia de personajes importantes enterrados en los templos de Santa Teresa, Santo Domingo, la Catedral y otros. Eran españoles o benefactores, como la tumba de un príncipe infante de España, hijo del rey Carlos III y de la princesa de Nápoles Cecilia de Lafita; su nombre fue Francisco de Paula Sanz y Espinosa de los Monteros Martínez y Soler, y lo ejecutaron en el atrio de la Catedral. Acabó sepultado en el templo de Santa Teresa de la Villa Imperial (Málaga, España, julio de 1745 - Potosí, 15 de diciembre de 1810).
La tumba de la condesa III de San Miguel de Carma, doña Francisca Dominga de Astoraica y Herboso, se encuentra en la Capilla de Los Condes del templo de Santo Domingo de Potosí. Francisca Dominga nació en la Villa Imperial, en 1741. Esta mujer formó parte del grupo de mineros más ricos e influyentes de la época asociada con el conde de la Casa de Moneda, Juan de Lizarazu, y el maestre de Campo, Pedro Sanz de Barea. Falleció en 1778 y fue sepultada en el templo de Santo Domingo de la Villa Imperial.
Criptas y catacumbas
Los estudiosos definen a la cripta como un espacio arquitectónico subterráneo cerrado, en el que se enterraba a los seres fallecidos. La palabra cripta proviene del latín crypta y del griego krypt?. Etimológicamente significa ‘esconder’.
Las primeras criptas tuvieron como objeto esconder a los mártires de los profanos y para ello excavaron en las rocas. Fue después que sobre estas tumbas se erigieron las iglesias.
Mucha gente confunde la palabra cripta con catacumba que tiene otro significado. Las catacumbas son unas galerías subterráneas que algunas civilizaciones mediterráneas antiguas construyeron y utilizaron como lugar de enterramiento.
Las más conocidas y las mejor estudiadas son las catacumbas de Roma.