Anteo, el grupo mayor del siglo XX

Cuando llueve, se afina el olfato. Cuando caen las primeras gotas sobre la hojarasca aún rumorosa de tanto invierno, hasta se puede escuchar llegando, llegando a la primavera y es que solo en los septiembres se la...

Walter Solón Romero. Walter Solón Romero.

Diana Gonzáles Ossio para ECOS
Ecos / 01/10/2017 03:26

Cuando llueve, se afina el olfato. Cuando caen las primeras gotas sobre la hojarasca aún rumorosa de tanto invierno, hasta se puede escuchar llegando, llegando a la primavera y es que solo en los septiembres se la siente cuando viene con su levedad escandalosa de tanta frescura.

Y sí. Solo cuando llueve se siente su perfume vigoroso e insinuante; inquietante de olor a tierra quebradiza y expectante a sentirse húmeda. Y sin duda solo en septiembre se puede escuchar el siseo de la tierra al humedecerse con el llanto del cielo o hasta quizá —en alguna loca ocasión— con el de los humanos.

Septiembre del 49

¿Cómo en 1949? ¿Cómo en septiembre del 49?

En ese entonces la lluvia finita y pegajosa de la tarde, casi a mitad del siglo XX, tornaba borroso todo el contorno central de Sucre, la capital de Bolivia, que navegaba gris y solitario en medio de la primera lluvia de primavera, cuando unos larguiruchos jovenzuelos, con la seriedad de sus diecisiete años apretujada entre su gabán y sus entrañas, prometían ser intensamente fieles a su vocación de Caballeros de la Revolución y Libertarios de por vida y, tenaces, juraban que nada ni nadie los apartaría de ese juramento de honor.

Y… ciertamente que cumplieron. El honor fue su divisa y la construcción de una patria nueva con su arte se constituyó en su premisa.

El dios Anteo y Bolivia

¿Juramento de amor? Es probable, porque en esos años posteriores a la Guerra del Chaco la efervescencia de un amor sin límites por la patria herida y vencida rebasaba de las plazas y plazuelas y tal vez todos juntos en realidad —y como lo había pensado Walter Solón Romero— tomaban la fuerza del dios Anteo.

Anteo, que en la mitología griega es hijo de Poseidón, el dios del Mar y de Gea, la Tierra, y que cada vez que siente flaquear sus fuerzas o su corazón retorna al regazo de su Madre para seguir. “Y seguir y seguir; seguir para construir en verdad una Patria nueva”.

“Y Anteo se llamará nuestro grupo”, escribió Solón un 27 de mayo y los demás firmaron con él que a lo largo de sus vidas no cejarían de construir un nuevo horizonte para Bolivia.

Pero, más allá de toda consideración, nuestro país no era de construcción fácil. El positivismo, el liberalismo, el naturalismo en estas tierras, parecían más bien “obligar” a que Bolivia se analizara a sí misma con una vehemencia tal que, a veces, hasta parecía ya absurda.

El laicismo y algunos autores

¿Arbitraria quizá? Sin duda un buen número de las gentes de entonces eran conservadoras recalcitrantes y tan católicas que el término de laicismo era un pecado escrito, de modo que el pensamiento de Alcides Arguedas levantó un sinnúmero de protestas, los escritos de Franz Tamayo fueron considerados como simplemente incomprensibles, Ignacio Prudencio Bustillos ignorado y Gustavo Navarro (Tristán Marof) con su prédica comunista y su apología del incario fue catalogado como un loco escandaloso, recayendo un único y solitario interés por lo escrito por Jaime Mendoza, quien creó una especie de mística por la tierra que fue acogida con entusiasmo.

Finalmente estos escritores “fundamentales”, con las críticas que realizaron, con la desilusión machacona emanando de todos sus escritos, con la incertidumbre respecto al futuro que denotaban en cada uno de sus párrafos, se constituyeron en los grandes revulsivos de la conciencia nacional.

Entonces, la pregunta que se anudaba en las gargantas de algunos y en los pescuezos de los muchos era: Si Bolivia no marchaba por el camino del progreso inevitable y en realidad los males crecían con una virulencia patológica, angustiante; donde solo existía una sucesión de revoluciones y de desórdenes, ¿a dónde íbamos como país?

El positivismo en Chuquisaca

La Universidad San Francisco Xavier de Chuquisaca entonces, y sin abandonar del todo el positivismo en el cual siempre se mantuvo firme, anunciaba el quiebre de los dogmas de la Revolución Francesa y del individualismo que sirvió de fundamento a las instituciones jurídicas y políticas del país proponiendo unas “nuevas” orientaciones que alimenten e iluminen de verdad a los bolivianos.

Ciertamente, el positivismo había ya creado el culto a la juventud en las primeras décadas del siglo XX y esta estaba considerada como la vanguardia dinámica y activa del inevitable progreso nacional. Ya en todo el continente las universidades fueron dando la intervención a sus estudiantes no solo en su manejo interno, sino posibilitándola en la política y en la administración del país.

Francovich y Anteo

Por ello en esa mitad de siglo Guillermo Francovich, el rector más estupendo que haya tenido San Francisco Xavier, alentó todas las iniciativas del Grupo Anteo. Ellos querían responder a la nación con todo lo que sabían hacer e iniciaron su cruzada. Armados de voluntades inagotables por cambiar al mundo y con sus bártulos repletos de brochas, pinceles, muchísimo papel y una imaginación sin límites, cambiaron la identidad chuquisaqueña y los poemas revolucionarios irrumpieron en los sindicatos, cooptaron a los obreros y los convencieron de la necesidad de un cambio en sus vidas.

Por ello el teatro y la comedia se tornan sociales al igual que los manuscritos y panfletos, que presionan sobre la necesidad de un cambio. Una revolución en ciernes que estalla cuando Solón pinta primero los vitrales de la Universidad, para luego lograr uno de sus mejores frescos muralistas, “Jaime de Zudáñez”, en el Rectorado; después “Los doctores de Charcas y la Revolución de Mayo” en el salón de honor y, más tarde, allí mismo, “Manuel Rodríguez de Quiroga”.

En la Escuela Normal tiene un óleo que titula “Mensaje a los maestros del futuro” y en el Colegio Junín otro más: “Mensaje de Patria Libre”.

Gil Imaná traza un mural en la Cooperativa de Teléfonos Sucre: “Historia de la telefonía” y “Mirando al futuro” en el Colegio Junín, donde Lorgio Vaca pinta también su “Juana Azurduy y las guerrillas”.

Siempre en el Junín, Jorge Imaná realiza: “Los Charcas y la conquista”. Y ambos, Lorgio y Jorge, logran un mural conjunto y extraordinario: “Educación para la paz y la Libertad” en el colegio nocturno Manuel Ascencio Padilla.

A lo largo de esos años, el pueblo entero recitó las estrofas de la poesía mayor que el poeta de los obreros compuso: “Pido la palabra”, seguido por Wayar que, lírico pero revolucionario, al fin, entrega sus “Poemas de trigo y sangre”.

Borda Leaño, poeta minero y rebelde, a su vez compone “Mineros”, “Con rabiosa alegría”, “Carnaval sin monedas” y “Poemas para una mujer de noviembre”.

César Chávez es vehemente también. Es un paladín que cree en el cambio, pero en el que se debe dar en la escuela. Muy lúcido, febril, se lanza a buscarla como el motor del cambio, igual que Hugo Poppe, que funda el primer colegio nocturno en Sucre, el Manuel Ascencio Padilla para los obreros y también la Universidad Popular, trazando una línea directa que convoque a pobres y ricos a encontrar la tan buscada emancipación.

En ese septiembre de marras… en ese septiembre del 49… ¿qué dejó la primavera?

Entre la hojarasca del olvido está hoy todavía fresco y rozagante el brote de Anteo. Su recuerdo hecho gloria en unos muros repletos de guerreros, en una Fundación Solón que grita con su arte su amor sin medida por la Libertad; en la Facultad de Comunicación, fundada por Eliodoro Aillón, en el recuerdo caro de la más honorable Corte Electoral que tuvo como su presidente a Lorgio Duchén; en el camino de la Jurisprudencia forjado por Hugo Poppe; en la generosidad y prestigio con que trabajó César Chávez la educación.

Y hoy, como en el último septiembre, la brizna crece. Y Anteo, como tanto lo pensaron, toma fuerza y renace. •

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