Expertos en arte fúnebre
Alejandro y Silvia Ortega, padre e hija, dos escultores para el cementerio más bello de Bolivia
El Cementerio General de Sucre, considerado como el más bello de Bolivia, alberga en sus jardines imponentes mausoleos trabajados por las talentosas manos de dos escultores chuquisaqueños: Alejandro Ortega Pórcel construyó el 50 por ciento de ellos y su hija, Silvia Ortega Avendaño, continúa con su legado realizando estupendas obras en piedra.
Datos históricos relatados por los niños y adolescentes guías del lugar, el camposanto de Sucre fue diseñado por el arquitecto Luis Núñez del Prado y su construcción terminada el 18 de enero de 1892.
Ese mismo año lo inauguraron; no obstante, desde 1808, las familias más poderosas de la capital fueron comprando parcelas de terreno con el fin de edificar mausoleos para el entierro de sus difuntos.
Hace 125 años que la necrópolis acoge en su interior los restos humanos de gente de distinta procedencia social, económica e ideológica. Allí están enterrados desde humildes desconocidos hasta grandes intelectuales, literatos, filósofos, músicos y artistas que pusieron en alto el nombre de Sucre y cuya obra permitió que sus nombres queden sellados con letras de oro en la historia boliviana, como el caso de Lindaura Anzoátegui, María Josefa Mujía, Domingo L. Ramírez, Gunnar Mendoza, Fernando Ortiz, Manuel Giménez, Joaquín Gantier, Eliodoro Aillón, Jorge Querejazu, Rudy Miranda, Huáscar Aparicio, Gustavo Aparicio, Gonzalo Gantier y Román Romero, entre otros.
Allí también están enterrados Ladislao Cabrera, Basilio Cuéllar, José Orías, Manuel Durán, Ángel Sandóval y Hugo Poppe Entrambasaguas, todos expresidentes de la Corte Suprema de Justicia.Escultores para el cementerio
La escultora chuquisaqueña Silvia Ortega Avendaño cuenta a ECOS que su padre, Alejandro Ortega Pórcel (fallecido en 1992), fue escultor y docente de las materias de Escultura y Modelado de la Academia de Bellas Artes Zacarías Benavidez.
Recuerda que a su padre le encantaba trabajar con piedra y que gran parte de sus obras se exponen en la camposanto local, aunque muchas de sus esculturas están diseminadas por todo el país y algunas, inclusive, salieron al exterior.
Ortega Pórcel también talló fuentes, piletas, figuras humanas, portadas de casas, fachadas y escudos de familiares, entre otras obras. Él Era muy conocido y cotizado por su trabajo de calidad, que se destacaba por ser personalizado; no le gustaba que dos obras fueran iguales. “Con su trabajo contribuyó a que el cementerio sea un lugar más agradable y hermoso”, sostiene Silvia.
Ortega y su esposa Guillermina Avendaño, tuvieron nueve hijos: Silvia, Guadalupe, Lidia, Fernando, Tomás, Valentín, Marco, Carolina y Patricia. Sin embargo, fue Silvia, la hija mayor, la que acompañó desde muy pequeña a su padre en el trabajo diario. De esa manera, de a poco, la niña fue adquiriendo un gusto natural por la escultura en piedra.
“Mansión del eterno descanso”
Los tres patios de la “mansión del eterno descanso” (como le llamaban antes), poblados con hermosos jardines y una variedad de flores bien cuidadas, fueron los mudos testigos de las andanzas y travesuras de Silvia, pues más que un camposanto parece un inmenso parque, con un bosque de árboles centenarios que fueron plantados a finales del siglo XIX, lleno de sol, con pajarillos que revolotean y trinan confiados y alegres y donde la brisa refrescante es una constante.
Silvia disfrutaba en gran manera de la paz del camposanto, conocía cada trecho, cada recoveco o cada calle por la que ingresaba, especialmente en el primer patio donde están las criptas de personajes que se convirtieron en leyenda como el guerrillero Manuel Ascencio Padilla, esposo de Juana Azurduy, cuyos restos reposan desde 2006 en la Casa de la Libertad, pero su cripta yace intacta de manera simbólica en el camposanto en honor a su lucha por la independencia.
Del mismo modo, reposan en ese sector, pero al lado contrario, los restos de expresidentes de la república de Bolivia como Narciso Campero (1880 y 1884), Hilarión Daza (1876-1879), Aniceto Arce (1880, 1888-1892), Gregorio Pacheco (1884-1888), Hernando Siles Reyes (1926-1930) y Mamerto Urriolagoitia (1949-1951).
El “Huerto del Señor”
Para Silvia, ir al “Huerto del Señor” era una aventura ya que su padre prácticamente “vivía” allí durante el día construyendo laboriosamente los mausoleos.
La familia Ortega Avendaño vivía por la avenida Jaime Mendoza. Un poco antes del mediodía llegaba Silvia al camposanto llevando el almuerzo para compartir con su padre; se quedaban encerrados y felices pues aprovechaban esos momentos para comer y platicar sobre la vida y sobre los personajes que descansaban allí, rodeados de una infinita paz.
“Yo creo que es uno de los mejores cementerios de Bolivia”, sostiene la escultora, recordando que la arquitectura de estilo neoclásico del cementerio, su fachada monumental sostenida por cuatro pilares, la historia que atesora, el albergue de los restos de célebres personajes del país, además de sus bellos parajes y jardines, fueron los componentes que influyeron para que el 1 de noviembre de 2004, sea declarado como el primer cementerio patrimonial de Bolivia por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO).
Ortega hacía su trabajo, con cincel y martillo en mano para tallar la piedra, al aire libre, ya que esta despide un polvillo que puede ser muy dañino para la salud respiratoria. Silvia asegura que la mayoría de los escultores tuvieron problemas con los pulmones.
Además, según Silvia, tallar la piedra es un trabajo que transcurre entre luces y sombras, porque es complicado, demora bastante y está supeditado a las condiciones climáticas. “Antes este trabajo estaba destinado para los esclavos, en cambio ahora se usa en el arte”, comenta.
Con todo, a ella le gustó la escultura y lo que más le interesó fue el diseño, primero aprendió a sacar una plantilla y luego recién plasmar el modelo en la piedra. “Mi padre decía que no hay que repetir las obras, por eso trato de que una obra no sea igual a otra”, señala.
Así, Silvia se volvió en la mano derecha de su padre. Ella se ocupaba de hacer todos los trámites en la Alcaldía, porque a su progenitor no le gustaba. Recuerda que siempre le preguntaba ¿Y ahora qué vamos hacer Silvia?
“Mi padre era una persona muy agradable y cariñosa, era querido por mucha gente. Siempre estaba feliz, le gustaba bromear, era padrino de muchas personas; antes se acostumbraba comprar toda la ropa de los novios, pagar la misa y el conjunto. Era un enorme gasto del que se hacía cargo porque ganaba muy bien, pero creo que todas las ganancias se iban en ellos”, evoca riendo.
Silvia asegura que su progenitor construyó el 50% de los mausoleos del recinto funerario, entre algunas, de la familia Benavides, Abuawad Chahuan, Jiménez, Campos Briancon, Arce, Rivera Delgadillo, Mostajo Hochstätter las criptas de Ladislao Cabrera, Manuel Ascencio Padilla y Valentín Navarro, entre otros.
El resto corresponde a trabajos realizados por el hermano y el cuñado de Quiroga y a otros escultores que fallecieron antes. “Toda la generación que ahora trabaja con piedra fueron los aprendices de mi padre”, dice Silvia.
De estilo neoclásico
La magnífica infraestructura blanca, de estilo neoclásico y con un singular decorado de pinos y otras especies de árboles, abarca siete hectáreas y media de terreno; tiene tres patios, 24 cuarteles con más de 20.000 nichos, 107 mausoleos, 57 criptas, 12 mausoleos institucionales y el sector de osarios con más de 18.000 restos.
En ella sobresale el primer patio, considerado el más antiguo e importante, donde en el pasado se enterraba a la gente más adinerada de la ciudad. Hay una variedad de mausoleos y criptas, con diversos estilos arquitectónicos, donde sobresalen obras talladas en piedra y mármol de carrara con un gran valor artístico.
Lo último de don Alejandro
El último trabajo que Ortega dejó a medias, con un 75% de avance, fue el mausoleo de la familia Giménez Carrazana, ubicada al lado izquierdo del primer patio de la necrópolis, cuando la muerte sorprendió al reconocido escultor en 1992. Fue Silvia la que concluyó la obra.
La necrópolis forma parte del centro histórico de Sucre, declarado Patrimonio Cultural de la Humanidad por la Unesco el 13 de diciembre de 1991, debido a sus valores históricos, culturales y del mantenimiento de su estilo arquitectónico colonial, al que Silvia continúa contribuyendo con su trabajo al realizar una variedad de obras en piedra para diferentes familias y empresas.
Por ejemplo, construyó la portada de la salteñería El Patio y restauró toda la piedra de la parte externa; hizo la portada del Gran Hotel; la fuente de la calle Urcullo, al pie del Morro de Surapata; talló la pileta, los balcones y todos los detalles de piedra (similares a los del casa de la princesa de la Glorieta) de la familia Careaga en la calle Colón.
También recuerda que elaboró el mural de las oficinas de FANCESA, la portada del Colegio de Abogados, envió a los Estados Unidos una portada para la familia Mier, talló la pileta de Carlos Sánchez Berzaín en Cochabamba, una pileta para Julio Bedregal.
Hizo la portada para el Parador Santa María la Real, la portada de la casa Ramírez en la calle Bolívar. La portada de la iglesia Santo Domingo y del Teatro Gran Mariscal. “Trabajo dirigiendo y apoyando a otros escultores, mi especialidad es el diseño. Gracias a Dios nunca nos han faltado obras”, finaliza. •