Buffon en la obra maestra de Ronaldo
El rol de los arqueros en un fútbol que endiosa —ante todo— a jugadores de campo
En el fútbol de la ingratitud, el arquero obtiene su pírrica cuota de gloria cuando evita que le encajen goles. No son muchas las veces que contraviene la lógica y gana partidos atajando penales, esas en que sus compañeros corren para abrazarlo y las tribunas se vienen abajo —¡por él!— de tanta alegría junta. Pero hay otra excepción, sorpresivamente, en la derrota. Es un inesperado coprotagónico, o una aparición como actor de reparto, partícipe necesario dentro de una obra maestra que implica su caída en propia puerta. Para esta escena deportivamente cruel, el “tonto útil” no podía ser otro que el portero.
Hugo Orlando Gatti, el genial número 1 del Boca del “Toto” Lorenzo, llegó a decir que “en el puesto más bobo, yo soy el más vivo”. El “Loco”, el inventor de “La de Dios” (el achique en un mano a mano con los brazos tiesos abajo), el desquiciado que salía hasta mitad de cancha con la vincha para el pelo largo en la década de los 70 y los 80, dejó huérfano al arco para siempre después de haber disputado 756 partidos. Se retiró a los 44 años. Con cuatro menos, Gianluigi Buffon, campeón del mundo en 2006, varias veces reconocido como el mejor de todos en su puesto de bobos, aún cuida la portería del club más exitoso de Italia, la Juventus de Turín que, por él, pagó una cifra récord para un guardameta: 66,7 millones de dólares. “Gigi” suma 23 años de una carrera que no estuvo exenta de controversias: no debería resistir la tentación del espíritu y, pasada la tempestad, le vendría bien “celebrar” su participación estéril —pero indispensable— en la maravillosa chilena de Cristiano Ronaldo.
El gol de chilena
Minuto 64. El Madrid, en la casa de la Vecchia Signora y por Champions League. Ronaldo, siete centímetros menos que su rival a batir, Buffon, la figura del partido. Llega el centro de Carvajal, el destino. El portugués, según el diario Marca, se eleva 2,38 metros del piso y, casi medio metro más arriba que el último pelo del cancerbero italiano, conecta el balón de un modo inverosímil: flotando, cuerpo dispuesto en 90 grados, a ciegas, de espaldas al objetivo. Para mayor descripción, como si de esto o aquello dependiera el grado de dificultad de semejante pirueta, el deportivo español calcula que Ronaldo se impulsó de manera paralela al césped en 1,41 metros.
Galeano narró el origen de ese peculiar trazo que las piernas dibujan en el aire y que exige mediciones y tiempos geométricos. Con su natural franqueza se lo adjudicó a un bilbaíno nacionalizado chileno, un tal Ramón Unzaga Asla; la Wikipedia dice que este contador y futbolista que jugó de defensor registró la “chilena” por primera vez en la historia en enero de 1914, en Talcahuano. Y si bien la FIFA lo reconoce así, sobre la base de las crónicas del autor de “Fútbol a Sol y Sombra”, en 2016 dejó la puerta del derecho de autor abierta citando como otros probables lugares de nacimiento de tan extraña maniobra al Perú o Brasil.
Según el fallecido escritor uruguayo, “esta acrobacia se llamó ‘la chilena’ unos cuantos años después (de 1914) en 1927, cuando el club Colo-Colo viajó a Europa y el delantero David Arellano la exhibió en los estadios de España. Los periodistas españoles celebraron el esplendor de la desconocida cabriola y la bautizaron así porque de Chile había venido, como las fresas”. Desde entonces, la chilena nos ha regalado goles de antología, siempre de atrás para adelante: la de Rooney con el United en el clásico ante el City; la de Rivaldo con el Barcelona ante el Valencia; la de Hugo Sánchez del Madrid al Logroñés… ninguna probablemente como la de Ibrahimovic con Suecia ante Inglaterra y, sin embargo, ni esta ni aquellas merecieron la chorrera de tinta de papel y digital con la que se bañó Ronaldo. ¿Qué tiene el gol del 7 merengue que no hayan alcanzado, por ejemplo, las chilenas de Maradona, de Van Basten, de Ronaldinho, de Diego Costa, de Griezmann, de Falcao?
Cuando era todavía un niño tuve la suerte de ver por televisión la chilena de Francescoli que puso nada menos que el definitivo 5-4 para un equipo (River Plate) contra una selección (Polonia), en uno de esos encuentros raros para este siglo XXI pero que eran perfectamente posibles en los 80. A nadie se le ocurrió entonces comparar al fantástico uruguayo con divinidad alguna, pese a haber anotado él un gol extraordinario. Pueden revivirlo en YouTube: no recuerdo un festejo tan desaforado para un partido amistoso.
¿Qué es lo increíble de la chilena de Ronaldo? Creo que no tanto la aparatosa contorsión del luso como el asombro de un mundo demandante de ídolos de barro, de semidioses palpables —mejor todavía si engreídos, es decir, más o menos humanos—. Para eso los pergaminos, inflados como por arte de la religiosidad hasta los cielos, importan. El fútbol hace mucho dejó de ser un mero deporte de veintidós sujetos disputándose un icosaedro de cuero en una carpeta de césped demarcada por rayas de cal; la profesionalidad trajo consigo la industria y esta, los millones que desvirtuaron el juego.
¿Por qué la chilena de Ronaldo? Sencillamente porque fue él, y no otro, el que la ejecutó. Por su imagen, en términos de marketing y publicidad, solo equiparable con la de Messi. Por el marco, por el público en el contexto del Allianz Stadium también. Pero sobre todo por él, y si bien es de necios restar méritos al máximo artillero de todos los tiempos en la Champions, al hoy por hoy único capaz de poner en duda la supremacía del 10 del Barcelona, en realidad después de Pelé y Maradona queda poco por deslumbrar. Aún así, Messi y Ronaldo llevan con probidad la etiqueta de los mejores en un tiempo en el que ya todo fue inventado.
Nadie puede con su genio
La chilena de la que todos siguen hablando fue su anotación 15 en el certamen; “para el recuerdo, quizá mi mejor gol”, según su propia apreciación. Lo celebró con mesura; raro en alguien que tiene el ego crecido. Pero, ¿y el gesto posterior? Los aficionados de la Juve lo aplaudieron y él les devolvió el gesto del perdón, tan distinto al del millonario que disfruta(ba) de enrostrar sus lujos, o al del invencible que en la vuelta de los cuartos de final se pavoneó (otra vez) exhibiendo su altivez. Nadie puede con su genio y así como un día Ronaldo se muestra vanidoso, al siguiente se acuerda del niño que —como Maradona— supo de penurias en su natal Madeira; de sus sueños, de cuando con su padre hundido en la dipsomanía y su hermano mayor en la drogadicción, se planteó el desiderátum de alcanzar la cima del fútbol para salvarlos a ellos de la perdición y a su madre y a sí mismo de la pobreza. De la cirugía del corazón, que estuvo a punto de sacarlo de las canchas cuando tenía solo quince años y, por eso, hoy es un milagro que pueda correr tras una pelota y encima tratarla con la diligencia de sus botas.
Dos figuras contrapuestas
Buffon juega al arco y Ronaldo, de delantero. En sus respectivas formaciones están separados por casi cien metros de distancia. Y fuera de las canchas, también. “Es culto, promociona vinos, cuida a los jóvenes, es comprometido socialmente y es una figura respetadísima por sus compañeros”, dicen las crónicas sobre el italiano de Carrara, que tiene un lado oscuro. Su lealtad a la Juventus —no se fue del club durante su único descenso en 121 años y se lo agradecieron en páginas enteras de periódicos— se contrapone con malas decisiones personales, al parecer influidas por una ideología retorcida que lo emparentó con el fascismo.
Ahora, se acerca el momento del retiro y no de la mejor forma. Buffon se quedó fuera del que hubiera sido su último Mundial, perdiendo además la oportunidad de convertirse en el único futbolista —los arqueros son eso también— en jugar seis Copas del Mundo; tras ese duro golpe, se fijó el objetivo de ganar la Champions y después la Copa Mundial de Clubes, lo cual hubiese prolongado su vida profesional hasta fines de año. No podrá ser. Acaba de decirle adiós también a la Champions y, para colmo, expulsado. Consecuencias de la chilena de Ronaldo.
La contracara del gol
Si Gatti colgó los cachos a los 44, él difícilmente llegue a sacárselos pasados los 41; no deja de ser una leyenda, un ídolo aunque, por su lugar en la cancha y en la rebajada consideración del futbolero promedio, se transfigura inevitablemente en la contracara del gol. Y nunca debemos olvidar que el gol, no el que busca evitarlo, es el amo y señor de este deporte…
Contra la dictadura que con sus encantos de fantasía envuelve en celofán a los delanteros se enfrenta el arquero, claramente en desventaja mediática frente al que marca goles de otro planeta. No hay caso, en la balanza de los talentos pesa más un perspicaz delantero que un discreto cuidapalos; este no cotizará nunca igual en la tiránica bolsa de valores futboleros.
El atlético y cabeza en alto de Ronaldo comparado con el enjuto y cuello escondido de Messi pertenecen a mundos distintos. Dentro de la cancha, el luso brilla con una combinación de potencia y dinámica, con zapatazos (o cabezazos) imposibles de contener, en tanto que el rosarino driblea sobre el césped como si para jugar al fútbol realmente se necesitara de arte.
Entre ellos no se entrometería como tercero en discordia un Buffon, aire de divo italiano enfundado en un cuerpo lustroso y a la vez apariencia neandertal, idónea para (asustar desde) el arco del fútbol.
La gloria, para los delanteros
El partido se merecía el duelo definitivo del penal en tiempo de descuento, el cara a cara de Ronaldo con Buffon. Pero la tarjeta roja del final es un símbolo de la historia de siempre: otra vez los arqueros del lado de los perdedores. Otra vez la gloria para los delanteros.
Las comparaciones son siempre odiosas. Entre Messi y Ronaldo, entre Ronaldo y Buffon, no hay tanta diferencia. Como dejó dicho Galeano antes de morir en uno de sus escritos, publicados de manera póstuma: “Paradójico mundo es este mundo, que en nombre de la libertad te invita a elegir entre lo mismo y lo mismo, en la mesa o en la tele”. •