El viaje de la Golondrina y el Caracol

La extraordinaria historia de la pareja que hace casi dos años viene pedaleando desde México

El viaje de la Golondrina y el Caracol El viaje de la Golondrina y el Caracol

Richard Mamani ECOS
Ecos / 22/07/2018 00:50

No, no se trata de un cuento para niños, tampoco de una fábula…

Esta es la historia del viaje de una pareja de mexicanos que un día decidió dejar el confort y salir a recorrer gran parte de Latinoamérica… en bicicleta. En el trayecto hicieron de todo, especialmente amigos.

Puede decirse que la culpa de todo la tuvo su amor por la arquitectura. De eso, ya pasaron varios años. Florentino Navarro (31) y Citlalli Palacios (30) habían decidido estudiar la misma carrera, y Guadalajara parecía el lugar más conveniente. Se conocieron ahí.

Citlalli ya vivía en la capital del estado de Jalisco, mientras que Florentino había dejado Tepatitlán, una población cercana a la gran ciudad, a la tierra del tequila y de los mariachis que tiene actualmente unos cinco millones de habitantes. Se hicieron amigos en Guadalajara, mientras estudiaban Arquitectura.

Pasaron los años y, luego de terminar sus estudios, decidieron ser novios y, como en los cuentos, vivieron felices… En realidad, no tanto. La verdad es que no lo eran completamente.

En aquella época, la idea de viajar en bicicleta por el mundo ya les rondaba la cabeza, pero era muy pronto para tomar una decisión tan arriesgada. Además, ocurrieron otras cosas y Florentino y Citlalli, por esos azares de la vida, terminaron separándose.

Un tiempo después, sin embargo, aunque no estaban juntos, se atrevieron a salir a la carretera. Florentino hizo un viaje desde Estados Unidos a México y Citlalli otro por el norte de México, a través del desierto de Baja California. Sí, como se lo imaginan, en bicicleta.

Ninguno de los dos estaba dispuesto a vivir como la mayoría de la gente: con un trabajo en la ciudad, con un horario en la oficina, con la rutina de siempre. De hecho, hubo un tiempo en que Citlalli decidió escaparse al campo. Allí se dedicó a sembrar maíz y frijoles. Al volver a la ciudad, le costó reintegrarse a su vida de antes. Hasta que un buen día… ocurrió lo que probablemente debía ocurrir.

Quizá el mundo se negó a seguir manteniendo separados a estas dos almas. Así que la pareja volvió a encontrarse, se hicieron novios de nuevo y, esta vez, decidieron dejar atrás sus miedos y su zona de confort.

Renunciaron a sus trabajos, a su ciudad y a todo lo demás. Dejaron eso y mucho más a cambio de poner el pie en el pedal. Su idea era recorrer Latinoamérica de la manera más sustentable posible –realizar un viaje amigable con el medioambiente–, promover la bioconstrucción y, de paso, hacer música.

Así que hicieron cálculos –un gasto de siete dólares por día–, alistaron las bicicletas y lo más elemental (una carpa para acampar, una estufa, unas cobijas, unos cambios de ropa, zapatos, sandalias, un botiquín de primeros auxilios, algunas herramientas para arreglar las bicicletas, un chaleco reflejante, cascos...).

A la bici de Florentino la bautizaron como Caracol. “Igual que el animalito, que va lento y lleva su casita a cuestas”, pensaron. Y a la de Citlalli le pusieron Golondrina. “Como el ave que va migrando y haciendo sus nidos con lo que encuentra en cada lugar”, dicen a ECOS.

Querían ese tipo de vida, esa era la clase de arquitectura con la que soñaban ellos. Querían aprender y compartir cómo se vive en otros países, y diseñar, y ayudar a construir, en armonía con la naturaleza, viviendas sustentables…

Partieron en octubre de 2016. Habían pasado cuatro años desde que hablaron de su loca travesía, en la época en que se hicieron novios por primera vez.

El día que partieron de México, sintieron mucha alegría. Su sueño se estaba cumpliendo. Las ruedas de las bicicletas comenzaban a rodar sobre la carretera y Citlalli sentía que volvía a conectarse con la naturaleza… y eso que el miedo no se había ido por completo.

Les habían dicho y habían escuchado en las noticias que algunos países de Centroamérica eran peligrosos, que el propio sur mexicano no era recomendable. Pero las ruedas ya estaban en marcha y sus manos no se atrevían a usar los frenos.

Su primer viaje lo hicieron desde Guadalajara hasta el sur de México. “Si el viaje prospera, seguiremos hacia Panamá”, pensaron. ¿Y qué pasó? El viaje les gustó tanto que decidieron fijarse una meta más lejana. Hasta el sur de América Latina.

Florentino y Citlalli dicen que en el camino se encontraron con gente maravillosa; nada que ver con lo que les habían advertido. Llegaron a Panamá y las cosas salieron bien. “Uno tiene idea de que el mundo es peligroso. Se nutre de las noticias y piensa que eso es lo que hay ahí afuera, pero después cruza esos países y se da cuenta que hay mucho más, que hay más gente buena que mala en el mundo. Esos pocos son los que encabezan los titulares en los periódicos”, reflexiona Florentino.

Del sur de México pasaron a Guatemala, y luego no pudieron parar… La Golondrina y el Caracol habían descubierto que se podía, así que siguieron pedaleando y llegaron a El Salvador, luego a Honduras, después a Nicaragua y, más adelante, a Costa Rica, Panamá, Colombia, Ecuador, Perú y, finalmente, a Bolivia.

Casi nunca dormían en el mismo lugar. Comían diferentes alimentos la mayor parte del tiempo, probaban nuevos sabores y sazones y conocían a personas con culturas siempre distintas a las anteriores. Se detenían a observar cada país, a su gente, y hasta convivían por cierto tiempo con algunas familias que los acogían en su casa.

En la carretera, pedaleaban hasta que comenzaba a ocultarse el sol. Buscaban un lugar donde acampar o alguna casa donde refugiarse y se dormían casi enseguida, cerca de las siete de la noche. Al día siguiente, despertaban cuando salía el sol, muy temprano, aunque a veces les costaba arrancar. Se preparaban el desayuno, un té, un café acompañado de arroz, huevo o avena, lo que fuera, y volvían a la carretera.

Se detenían al mediodía o cuando sentían hambre y se ponían a preparar el almuerzo. Él, un día; ella al otro. A él le salía al principio mejor la comida, pero con el tiempo la sazón de ella terminó siendo mejor. Ambos vegetarianos, su plato favorito es el pozole (una especie de sopa con choclo que ellos preparan a su manera), y lo comieron algunas veces en lugares impensados, por ejemplo al pie de una cascada.

De Guatemala, les sorprendió lo parecido que era al sur de México. De El Salvador y Honduras, la calidez de su gente. De Panamá, la influencia de Estados Unidos. De Costa Rica, la manera en la que se esfuerzan por mantener todo limpio y su preocupación por el medioambiente. Pero fue Colombia el país que los atrapó. Tanto que se quedaron cinco meses allí. El clima, la cumbia, la gente frenaron de manera temporal su prolongado viaje.

En general, cuentan que en todos los países se enamoraron de su gente. Hubo ocasiones en las que algunas familias les pedían que se quedaran.

Ellos trataban de ser lo más austeros posibles. Pese a ello, pronto se dieron cuenta de que no iba a alcanzar, así que comenzaron a fabricar algunas artesanías: unas coquetas bicicletas de alambre. Un día las pusieron a la venta en un mercado de Costa Rica y después de dos horas no habían logrado vender ninguna. Menos mal, porque al poco tiempo apareció un niño inquieto que se fijó en la mercancía, sacó de una bolsita una piedra que había pintado él, una especie de mariquita, y Florentino le propuso un negocio: “Te cambio tu artesanía por la mía”, le dijo. El niño aceptó encantado. Florentino y Citlalli no habían visto un niño tan feliz en todo el tiempo que llevaban viajando. Fue entonces cuando se les ocurrió una idea: “En lugar de venderlas, mejor intercambiarlas”. Empezaron a intercambiar sus bicicletas de alambre por lo que fuera.

Explicaban qué es lo que estaban haciendo y ofrecían realizar el intercambio por lo que ellos quisieran. Ese día se fueron con las bicicletas llenas de comida, con alimentos que no habían podido comprar en Costa Rica, donde la comida era cara.

En el largo camino lograron convertirse en expertos acampadores, en reparadores de bicicletas, en buenos cocineros… Organizaron y ofrecieron una serie de talleres arquitectónicos a niños y a gente de comunidades, a la que ayudaban además a elaborar sus propios proyectos; compartieron charlas con colegas suyos sobre lo que aprendían en su recorrido, sobre las casas sustentables que veían; pintaron viviendas; cosecharon alimentos; aprendieron a elaborar cerveza de jengibre; fabricaron una bicicleta de bambú, también una bicilicuadora; se dedicaron a la artesanía; hicieron música en los mercados; jugaron a ser carpinteros; usaron la ecotecnología en algunos lugares; reciclaron basura; ordeñaron vacas... En suma, aprendieron cómo se vive en cada país, sobre la arquitectura sustentable y sobre su cultura.

Para su fortuna, casi nunca tuvieron problemas en la carretera. Dicen que la mayoría de los conductores de automóviles los respetaban.

La semana pasada, Florentino y Citlalli llegaron a Sucre. Eso, después de haber pedaleado más de 12.000 kilómetros. Su plan era llegar a Argentina y luego seguir por Uruguay y pasar a Brasil, pero no podrá ser. Surgió un imprevisto familiar y tendrán que volar de vuelta a su país en cuanto lleguen a Argentina.

Después, no saben qué harán; aún no lo han decidido. “Hay gente que nos pregunta si nos arrepentimos de haber dejado el trabajo y tantas cosas, y la verdad es que no, ni un día me ha pasado eso por mi cabeza. Estos son viajes que te cambian la vida, que te enseñan a ver la vida de otra forma; te enseñan a entender tantas culturas diferentes, tantas maneras de vivir, tan diferentes, que te hacen valorarlas”, dice Florentino.

Y Citlalli piensa algo similar. “A veces me gana la angustia: ¿qué vamos a hacer?”. Luego, medio en serio, medio en broma: “Tenemos el plan de llegar y construir nuestra casa, pero creo que lo vamos a hacer con materiales reciclados, porque nos hemos gastado los ahorros”.

Agrega que “viajar es como la libertad, sobre todo en bicicleta. Depende de nosotros cuánto queremos avanzar, hasta dónde queremos llegar, si queremos avanzar o no. Me produce mucha alegría y es un símbolo de libertad”.

Por lo pronto, Florentino ya tiene casi terminado un libro. Titulará: “El viaje que cambió mi vida”. Y Citlalli planea publicar otro con las recetas de cocina que más les gustaron de cada país (todas vegetarianas) y algo más: un libro con cuentos para niños. Los personajes principales serán la Golondrina y el Caracol.

Pueden seguir a Florentino y Citlalli en Facebook, donde figuran con el mismo nombre de sus bicicletas: “La Golondrina y el Caracol”. •

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