Julian Brandt, el mejor jugador del mundo
La campeona del mundo no pudo en su debut ante México y Julian Brandt, el 20 de Alemania, mientras sus compañeros se retiraban de la cancha en medio de la desolación por el 0-1, tuvo un gesto que la prensa de su país..
La campeona del mundo no pudo en su debut ante México y Julian Brandt, el 20 de Alemania, mientras sus compañeros se retiraban de la cancha en medio de la desolación por el 0-1, tuvo un gesto que la prensa de su país no le perdonó: se tomó una selfi con un niño.
“Alemania malogra el comienzo del Mundial 2018 y Julian Brandt no tiene nada mejor que hacer que sonreír a la cámara de un aficionado”, publicó el Bild, el de mayor tirada en Europa y el tercero en el mundo.
Ese diario muy influyente siguió con un pretendido relato conmovedor: “Segundos después del pitido final, las estrellas de Alemania van decepcionadas, frustradas, cabizbajas. Solo una persona puede sonreír”.
Julian Brandt era esa persona y cometió el pecado de sonreír cuando su país estaba triste por haber perdido un partido de fútbol.
Julian Brandt no es ni Messi, ni Ronaldo, ni Neymar, ni Mbappé. No es ninguno de esos que cubren toda la pantalla de televisores cada vez más grandes y más nítidos, pero también cada vez más desechables. No es el mejor jugador del mundo. Pero debería serlo.
“Iba a entrar al túnel de vestuarios y entonces el niño gritó. En ese momento no pensé en ello”, dijo Brandt casi disculpándose porque, ante semejante licencia suya, los medios fueron a pedirle una explicación.
En plena tragedia, no pensó en que se estaba tomando una selfi con el chico que se la había pedido. No pensó, se olvidó de que lo que correspondía (¿en qué mundo Mundial vivirá?) era seguir de largo, ignorarlo, dejarlo colgado de la tribuna.
Julian Brandt se fue de Rusia cuando el Mundial casi no había comenzado. Nadie habla hoy de él. Nadie sabe que era el 20 de Alemania, apenas un suplente. Nadie recuerda siquiera su rostro. Pocos, casi nadie conoce que tiene 21 años y una habilidad innata con el balón, que virtuosamente patea con ambas piernas y que se destaca como un gran conductor y asistidor de delanteros. ¿Quién es Julian Brandt, el suplente Brandt, si no hace la publicidad del celular o de la gaseosa o de la tarjeta de crédito o del champú?
Encima, tuvo el tupé de sonreír para la foto…
El mejor jugador del mundo
¿Cuáles son los requisitos para ser el mejor jugador del mundo? ¿Sus goles? ¿Sus títulos? Maradona fue eso, el mejor jugador de todos, y treinta años después hay quienes lo proclaman el mejor de todos los tiempos. ¿A quién le gustaría ser, hoy, como Maradona?
¿Por qué el mejor jugador del mundo tiene que ser (solamente) el mejor “jugador” del mundo; es decir, el que más goles meta o el que más títulos gane? El mundo no necesita mejores jugadores del mundo que acumulen goles y títulos como se cuentan billetes en los bancos.
Es cierto, el mejor jugador del mundo será (siempre) un ser humano, y no hay ningún ser humano perfecto. Pero es posible buscarnos alguien ejemplar aún más allá del sentido deportivo. Ya sé, esto forma parte de un debate que tiene tantos años como el fútbol.
Recuerdo que cuando Maradona comenzó a exponer sus patéticas distracciones en público, sus fanáticos instalaron la idea de que no tenía por qué ser ejemplo de nada. Desde entonces, esos mismos hinchas blanden su moral futbolera: “hay que juzgarlo únicamente por lo que hizo dentro de la cancha”.
¿Por qué? ¿Qué clase de engendros parimos? ¿En qué momento el futbolista dejó de ser humano? Y, ¿cómo puede no afectar —no pesar— en la elección del mejor jugador su, imaginemos, mal comportamiento fuera de una cancha? ¿O su falsedad? ¿O su envanecimiento?
El mejor de todos no es (no debería ser) nadie que antes no fuera persona, buena gente. Después, si quiere, si le queda tiempo y tiene la capacidad suficiente, quizá correteando detrás de una pelota le dé el cuero para deslumbrar a millones de otras gentes como él —aunque con algunos millones menos en el bolsillo— y así, tal vez, aspirar al consagratorio título de “mejor jugador del mundo”. Entretanto, el mejor no es (no debería ser) nadie que se olvide de que antes fue otra cosa muy diferente a la que el fútbol convirtió.
El mundo necesita mejores jugadores que hagan de él un mundo mejor. No arrogantes, no semidioses, no adonis, no fatuos de esos que, como dice Caparrós de Neymar y Ronaldo, “creen que cuando agarran la pelota su deber es producir treinta segundos de YouTube”.
No es el caso, por ejemplo, del islandés Birkir Már Saevarsson que, cuando no entrena, trabaja en una fábrica de sal. Él también jugó el Mundial. No es ni Messi, ni Ronaldo, ni Neymar, ni Mbappé. Imprudentemente podría decir que no lo conoce nadie, pero, como soy algo mejor que eso, mejor digo que acaban de conocerlo… los coleccionistas de figuritas.
En el mundo del Mundial —qué triste— no está permitido tener un mejor jugador del mundo sencillito como moneda de cincuenta centavos. No, no. El mejor jugador del mundo Mundial debe “valer” y su traspaso de un club a otro requerir la suma de los PIB de varios países completos. ¡No, no!, hay que romper el chanchito para comprar al mejor jugador del mundo (los jugadores profesionales, para ser eso, tienen que aceptar —y ellos lo hacen felices— que se los compre y se los venda; los jugadores son moneda de cambio).
En conclusión, nunca un mejor jugador del mundo será uno que cobre el salario mínimo nacional.
Los valores están invertidos y el fútbol, que es un hermoso invento de la pérfida humanidad, un fútbol que yo amo como les aseguro que pocos, invierte mucho en esa inversión de valores. Sigamos sintiéndolo como hasta ahora, pero no seamos cínicos: no dejemos de tomar conciencia de que otros apuestan con todo y nosotros, sus apasionados consumidores, a la formación de distraídos que hagan de cuenta que no escuchan al niño de la selfi en la tribuna. •