¿Es posible superar un suicidio en la familia?
Máster en Psicología Clínica da algunas pautas para enfrentar este duro momento
Las muertes violentas, en especial por suicidio, son difíciles de aceptar. Los familiares se pierden en un mar de dudas al tratar de encontrar explicaciones y culpables, en busca de mitigar una angustia que los consume.
Entre un suicidio y un intento de suicidio hay notables diferencias. De hecho, el primero acaba con la muerte de una persona y el segundo, no.
“No es fácil establecer la diferencia entre ambos actos. Esta reside en el deseo real de morir por parte de quien realiza el acto”, explica a ECOS el máster en Psicología Clínica Jaime Gonzales Pereira, docente de la Universidad del Valle (UNIVALLE).
Así, no todos los intentos de quitarse la vida son suicidios frustrados: en muchos casos, sobre todo en la adolescencia, detrás de ellos no se esconde una verdadera intención de morir, sino el deseo de provocar —a través de una acción más o menos dramática— una reacción, y de crear en su ambiente algunos cambios.
“Parasuicidio”
La Organización Mundial de la Salud (OMS) prefiere, en este tipo de casos, utilizar el término “parasuicidio”, al que define como “un acto con final no fatal por el que un individuo emprende deliberadamente un comportamiento inhabitual que, sin la intervención de otros, causa daños autoinfringidos. O que ingiere deliberadamente (por ejemplo) una sustancia en cantidad superior a la prescrita, o a la dosis generalmente admitida, y que tiene por objetivo, debido a las consecuencias físicas reales o supuestas, provocar cambios que el sujeto desea”, agrega Gonzales.
Sobre la base de información obtenida en Internet, el también psicólogo de la Fundación Equilibre dice que el parasuicidio supone un importante problema de salud pública, tanto por su elevada incidencia como por las importantes consecuencias a nivel médico y social. La forma habitual de abordarlo es a través del estudio de las características del paciente parasuicida y del intento de suicidio.
Concluye así que este no es el resultado de un impulso repentino e impredecible, más bien el eslabón final de una cadena de acontecimientos psicológicos internos.
Factores y familia
Esos acontecimientos psicológicos internos se diferencian entre factores que predisponen a pensamientos suicidas y factores que precipitan el intento real de suicidio.
Gonzales explica a ECOS que muchas familias a las que trató señalan que vivieron el suicidio de un ser querido como un verdadero estigma, una marca irremediable a un suceso terrible que les llena de vergüenza y que no es fácil de sobrellevar.
De esta manera, buscan tapar una realidad extremadamente dolorosa y fabrican un tabú respecto a lo que en verdad le ocurrió a la víctima, ocultando la causa real de su muerte.
“Como terapeuta entrenado, se debe manejar una serie de pautas para facilitar la evolución psicológica de los familiares en las diversas etapas y evitar así la aparición de duelos patológicos (con alto compromiso emocional dañino para la persona)”, recomienda el profesional.
A decir de Gonzales, de acuerdo con su experiencia, no existen remedios infalibles, pues cada persona es distinta y reacciona diferente ante un mismo evento. Sin embargo, “el intenso calor humano, sumado a una formación adecuada en el tema, son el mejor comienzo”, asegura él.
Una distinción
El psicólogo cita al autor Jorge Montoya Carrasquilla, quien señala que en los casos de suicidio es preciso separar la forma de la muerte del fallecido. Es decir, rescatar al fallecido de la forma en que murió o, en otras palabras, diferenciar su vida del modo de morir.
En este punto, conviene hacer una distinción para que se produzca el proceso de sanación. Es preciso hacer aflorar el convencimiento de que lo que realmente importa no es la manera en la que el ser querido murió, sino el hecho de que ya no está.
Por lo tanto, el trabajo terapéutico de recuperación y de duelo debe hacerse por su ausencia y no por su modo de morir, aclara Gonzales.
Las personas interesadas en consultar a este profesional pueden acudir a la calle La Paz N° 986, Centro Médico “Alba Lucía” (Sucre). Teléfono de contacto (4)64-41612. •
Principios generales de intervención en casos de suicidio
Es importante acompañar a la familia en algunas tareas fundamentales:
Ayudar a reconocer la realidad de la muerte y del modo en que esta se produjo (mediante el cumplimiento de los ritos funerarios, lectura de cartas de despedida y sesiones familiares para hablar de la persona fallecida).
Captar, comprender y respetar la expresión de sentimientos complejos y contradictorios (ira, decepción, desamparo, alivio, culpa), presentes en mayor o menor grado en las relaciones familiares tras la experiencia del suicidio.
Ayudar a reorganizar el sistema familiar, reestructurando las relaciones para compensar la pérdida.
En el proceso de duelo (uno o dos años, aproximadamente) cada estación, cada acontecimiento o cada fiesta evoca la pérdida. Hay que evitar la idealización de la persona fallecida.
La sensación de deslealtad o el miedo a otras pérdidas no debe impedir el contraer nuevos vínculos o empujar a abandonar compromisos.
Se debe preparar a los más jóvenes para que sean capaces de tolerar las inevitables frustraciones que acontecen a lo largo de la vida.
Ayudarles a entender que el sufrimiento, el fracaso, las contrariedades y los conflictos son experiencias que valen la pena contar a sus familiares.
Lograr que la familia comprenda que un suicidio se asocia con una enfermedad y no con fallos en los que, inevitablemente, ellos hubieran podido incurrir.
FUENTE: Psicólogo Jaime Gonzales
Epidemiología
Las conductas suicidas (tentativas o suicidios consumados) suelen ser raras hasta el final de la pubertad (10 a 12 años), aumentando progresivamente hasta la adolescencia.
Las tasas de suicidio entre los 15 y 19 años se acercan a las de los adultos: aproximadamente 11/100.000 frente a 12-15/100.000 de la población general.
El suicidio es la segunda o terceras causa de muerte en la adolescencia y juventud en los países desarrollados (incluso la primera en algunos).
En los últimos años se constató una elevada y creciente tasa de tentativas de suicidio (TS) en esta población.
La TS es un comportamiento más frecuente que el suicidio consumado: se calcula que hay entre 8 y 10 intentos por cada suicidio en la población general y esta proporción es aún mayor entre adolescentes y jóvenes.
FUENTE: Psicólogo Jaime Gonzales