Señor de la Vera Cruz, patrono de Potosí

Las primeras imágenes religiosas llegan junto con los conquistadores españoles y a estas se las cree poseedoras de milagrosos poderes. Aunque no siempre tienen valor artístico, poseen sin duda un valor testimonial

Señor de la Vera Cruz

Señor de la Vera Cruz

Altar del templo de San Francisco con la imagen del Cristo al fondo.

Altar del templo de San Francisco con la imagen del Cristo al fondo.

Arcos de plata en el frontis del templo de San Francisco.

Arcos de plata en el frontis del templo de San Francisco.

Anverso (izq.) y reverso de la medalla conmemorativa.

Anverso (izq.) y reverso de la medalla conmemorativa.

Anverso (izq.) y reverso de la medalla conmemorativa.

Anverso (izq.) y reverso de la medalla conmemorativa.


    Laura Paz Leaño España (*) para ECOS
    Ecos / 24/09/2018 15:20

    Las primeras imágenes religiosas llegan junto con los conquistadores españoles y a estas se las cree poseedoras de milagrosos poderes. Aunque no siempre tienen valor artístico, poseen sin duda un valor testimonial histórico. Son símbolo de espiritualidad y, por lo mismo, objeto de veneración, lo que ha permitido su supervivencia en el transcurso de la historia nacional. Los talleres de artesanos produjeron una gran variedad de imágenes, la mayor parte de autores anónimos.

    Para entender la magnitud del significado de tan grandiosa escultura como es la del Señor de la Vera Cruz, tenemos que entender el origen del arte colonial, la fe y, sobre todo, la devoción religiosa de la época colonial en Potosí. Es por eso que el arte colonial, también llamado arte mestizo, se desarrolló en América durante los siglos XVI, XVII y XVIII. Durante este período, el territorio del nuevo continente estaba dividido en colonias dependientes del Imperio español, lo que permitió el paso del arte barroco de España al Nuevo Mundo. El arte colonial floreció bajo la influencia del barroco y las ideas católicas.

    La Iglesia católica tenía interés en demostrar a las colonias su poder y grandiosidad; por eso el arte jugó un papel determinante para difundir las ideas religiosas a la vez que sirvió para combatir las creencias y prácticas de las religiones indígenas. El arte colonial abarcó diversos campos: arquitectura, pintura, imaginería, retablos, platería, hierro forjado, entre otros; pero la escultura es el arte que mejor representa ese período. Cuando se habla de escultura, no se refiere solo a tallas en madera, sino también a trabajos en marfil e imágenes de estuco.

    Ya que los primeros españoles que entraron en América traían imágenes y crucifijos, estos serían modelos a imitar por los primeros escultores locales en los centros urbanos coloniales. La gran mayoría de la escultura colonial en Hispanoamérica estuvo vinculada a la historia religiosa. Con el propósito de darles mayor realismo, y siguiendo la tradición de la imaginería española, a estas imágenes se les colocaban pelucas, trajes a la medida, joyas y otros accesorios.

    La más antigua

    No cabe duda alguna de que un ejemplo de la máxima expresión de la escultura y arte colonial del siglo XVI, y hasta hoy en día, es Nuestro Señor de la Vera Cruz, la escultura que está catalogada como la más antigua de la Iglesia católica en Bolivia y la segunda en Latinoamérica. Apareció una noche de 1550 en las puertas del convento de los hijos del seráfico San Francisco de Asís, en Potosí.

    Muchas versiones rodean el misterio de cómo y por qué apareció esta imagen en la Villa Imperial, cuál era el mensaje que traía en una época llena de maltrato e indignación. Tal vez pudo ser el llamado de aquellos hombres que necesitaban de un consuelo para poder entender por qué faltaba libertad en sus propias tierras y por qué los hombres que llegaron acompañados de caballos y armas tenían sed de sangre. Es algo difícil de entender que la madera maguey, irónicamente conocida también con el nombre de “el árbol de las maravillas”, hubiera servido de objeto para tallar semejante obra, que perduraría hasta nuestros días.

    Pensar que ni los frailes más expertos pudieron armar al Cristo que encontraron en un cajón de madera de cedro en forma de cruz, y que ni los más prestigiosos talladores y esculturas podían entender qué manos celestiales pudieron tallar con tal perfección la imagen de ese Cristo crucificado. Hasta que un día aparecieron en las puertas del convento dos hombres que se ofrecieron para poner al Cristo en la Cruz y lo único que pidieron fue no ser molestados. Al cabo del segundo día, cuando los frailes se disponían a aprovisionar de alimento a estos dos hombres, se dieron cuenta de que ya no había nadie en la habitación, pero grande fue la sorpresa al ver ya asentado en la cruz al Cristo que los esperaba para tomar su lugar en el templo, en el cual sería venerado. En ese momento, los frailes pensaron: “esos no eran hombres, eran ángeles disfrazados”.

    Los milagros

    Los testimonios de los milagros de nuestro Señor de la Vera Cruz son historias que nos llevan de nuevo al pasado. Hacia el año de 1749, Potosí se vio azotado por una peste en la que los habitantes, heridos del contagio, apenas llegaban a vivir 24 horas y los más débiles no soportaban ni tres de sufrimiento; se dice que era admirable esta peste, por la que se hinchaban los pies, luego seguía el estómago y la gente moría. Sucedieron muchas muertes lastimosas y repentinas, una gran cantidad de personas quiso abandonar la ciudad e irse a Chuquisaca, pero nadie podía salir ya que al menor intento empezaban a sentir dolor. En ese momento, la población creyó que era un castigo divino.

    Ningún auxilio médico valió, tampoco cuántas medicinas se encontraran o se hicieran, los efectos de la peste solo se detuvieron cuando los pobladores reconocieron aquella justicia. Entonces, se organizó un peregrinaje por las calles de la ciudad en la que iban por delante más de 5.000 indios en dos hileras, llevando unas cruces muy pesadas en hombros, otros arrastrando grandes troncos atados a sus pies descalzos mientras otros se azotaban en sus pechos y espaldas con cordeles, en cuyos extremos pendían clavos y fierros. Algunos iban puestos en cruz, atados de brazos a un pesado madero que portaban encima de la nuca.

    Por detrás los seguían como 2.000 españoles con los pies desnudos y las manos atadas atrás, con sus cabezas cubiertas de cenizas, en dos hileras, caminando al centro como otros 500 españoles que se disciplinaban. A ellos les seguían la comunidad de los padres franciscanos y otros religiosos de las órdenes que habitaban en Potosí; todos con velas encendidas acompañaban al Señor de la Vera Cruz. El Señor volvió a mirar a sus hijos con ojos de misericordia. Se dice que fue la única manera de parar la peste que agobiaba la Villa Imperial.

    Una terrible sequía

    Otro testimonio cuenta que allá por 1805 una terrible sequía castigó a Potosí, que solo pudo remediarse cuando el pueblo sacó en procesión al Señor de la Vera Cruz. Él puso alivio escuchando el clamor de la gente, pues en cuanto retornó al templo empezó a caer una lluvia abundante. En 1870 nuevamente la milagrosa imagen salió a las calles para salvar al pueblo de la inundación, fue cuando las tropas de Melgarejo abrieron las compuertas de una de las lagunas, en medio de una gran consternación.

    También se cuenta que en 1879 y 1932, cuando por la injusticia y la ambición de las naciones vecinas el país se vio envuelto en las llamas de la guerra, el Señor de la Vera Cruz salvó muchas vidas curando a heridos y restituyendo a soldados y otros sufridos prisioneros, de los cuales no se sabía si seguían vivos o muertos. Familias completas imploraban clemencia al Señor con lágrimas de dolor, queriendo saber qué fue de aquellos a los que lloraban. Se cuenta que Él les devolvió así la tranquilidad y la felicidad al ver que sus seres queridos retornaron a sus hogares.

    ¡Cuántas historias, leyendas y mitos se tejieron en el transcurso del tiempo sobre el Cristo; algunas fantasiosas, otras dignas de ser verídicas! No podemos negar la suerte de la comunidad franciscana por haber sido escogida como guardiana de tan preciada obra, con el color moreno que lleva en la piel, la sangre que corre por su rostro y el cuerpo, que es como si contara las atrocidades que pasó nuestra gente al ser esclavizada. Lo más impresionante es ver el cabello pegado al rostro, por los momentos de sudor que tuvo, y la barba que se cortó al ras y ahora le llega hasta el pecho. ¡Cómo dudar de los testimonios de fe que se dieron en honor al Cristo!

    No puedo terminar este artículo sin dar mi testimonio de fe hacia aquel hombre que dio su vida para salvar a sus hijos del pecado, ese mismo que llegó en forma de escultura hace 468 años a Potosí, el que ofrece misericordia a todos aquellos que acuden a su divina presencia para encontrar consuelo. Es imposible no caer de rodillas, elevar la mirada a su rostro y no sentir arrepentimiento en el corazón por los males causados. Esta imagen del Señor de la Vera Cruz tiene toda la razón de ser y ser nombrada como el Patrono y Protector de Potosí. •

    * Laura Leaño es socia de número de la Sociedad de Investigación Histórica de Potosí (SIHP).

     

    Anunciando tragedias

    La imagen del Señor de la Vera Cruz es portadora de un discurso, un medio privilegiado para entender qué pasaba en esa época. Encarna una idea y se convierte en soporte de una forma. Lo que importa, pues, en la imagen, no es la materia sino lo que se le añade. Me refiero a la devoción de los creyentes que prevalece después de 468 años.

    Aquel que tenga el privilegio de tener al Cristo cerca sin ningún adorno, con la sencillez con la que llegó, tendrá la satisfacción de comprobar todos los testimonios y milagros que se le atribuyen, como cuando sudó cuatro veces para anunciarnos que algo malo acontecería en la Villa Imperial.

    La primera vez en 1580, cuando con la abundancia de riqueza de Potosí también vendrían innumerables pecados; la segunda en 1624, poco antes de batirse las fatídicas guerras civiles de los vicuñas; la tercera fue ocho días antes del rompimiento de la laguna de San Idelfonso en 1626. La cuarta y última ocasión en la que sudó el Cristo fue en 1672, según fray Dionisio de Aramayo que describe este hecho de la siguiente manera: “Con gran asombro para los hijos del seráfico que moran en el convento de San Francisco, notamos que el Cristo empezó a sudar desde las doce del día hasta después de las cinco, quedando desde entonces la cabellera pegada a su sacratísima cabeza, y le nacieron canas con admiración y testimonio de venerables sacerdotes que vieron y palparon, yo declaro que saqué con mis propias manos dos canas de su sacratísimo rostro”.

    Antiguamente se tenía la costumbre de sacarlo en procesión todos los años para Viernes Santo. Los religiosos lo peinaban y arreglaban su cabello y barba. Los cabellos que quedaban en el peine se repartían como reliquias para aquellos que lo merecían. Lo que más sorprendía a los frailes era el hecho de que el cabello jamás disminuía, aunque salía mucho; al contrario, este volvía a crecer.

     

    Vera Cruz o “cruz verdadera”:

    Es considerada la más santa de las reliquias cristianas. Cuenta la historia que esta fue descubierta por la emperatriz Flavia Julia Helena Augusta, quien era esposa del emperador Constancio I y madre de Constantino el Grande.

    El descubrimiento de la que, se supone, es la cruz donde crucificaron a Jesús, se realizó en el siglo IV d.C. Un 14 de septiembre, en una excavación que estaba siendo supervisada por Elena, se encontraron tres cruces y tres clavos; estos estaban escondidos en una antigua cisterna y se supone correspondían a Cristo y a los dos ladrones que lo acompañaron. A este evento se le conoce como invención de la Cruz. Esta frase hace referencia al hallazgo de los restos.

    Medalla religiosa: Es un recordatorio del IV Centenario 1950 de la aparición milagrosa del Señor de la Vera Cruz. Meritoria por haber sido trabajada en la sección acuñación de la Casa Nacional de Moneda. El cuño grabado fue hecho por el artista Agustín Giráldez.

    Declaratoria de Patrono: Es dada en el Palacio Consistorial de la Villa Imperial de Potosí, a los veintisiete días del mes de marzo de mil novecientos setenta y tres. El acto de referencia concentró a las principales autoridades políticas administrativas, eclesiásticas, militares, políticas, judiciales, educativas, personalidades del hacer cultural y ciudadanía católica, estando presente el prefecto del departamento, Gral. Rene Gonzales Torres; el obispo de la Diócesis de Potosí, monseñor Bernardino L. Fey; el presidente de la Corte Superior del Distrito Judicial de Potosí, Dr. Rene Berindoague, y el presidente de la Sociedad Geográfica y de Historia Potosí, Dn. Armando Alba Zambrana.

    Arcos de Plata: Es una tradición que se desarrolla por muchos años, y desde que se hicieron presentes las procesiones en la Villa Imperial a devoción de santos y santas, se realizaba el armado de estos arcos para que el santo pasara por medio de él, en representación de la llegada triunfal de la imagen. Hoy esta tradición sigue prevaleciendo y muchas familias devotas hacen presente de su más preciada orfebrería para armar los arcos de plata, como muestra de su devoción y tradición.

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