Tinguipaya, un pueblo guerrero
Tinguipaya, tierra de hombres guerreros que hasta hace algunas décadas peleaban fieramente con piedras para defenderse de los avasallamientos entre ranchos y comunidades vecinas
Tinguipaya, tierra de hombres guerreros que hasta hace algunas décadas peleaban fieramente con piedras para defenderse de los avasallamientos entre ranchos y comunidades vecinas, tiene siete ayllus con gente amante de su cultura y sus tradiciones. Es la primera sección municipal de la provincia Tomás Frías del departamento de Potosí, limita al norte con los municipios de Colquechaca y Ocurí, al este con Tacobamba, al sur con Yocalla y Potosí y al oeste con Urmiri y el santuario de Quillacas, Oruro.
Se encuentra a 3.185 metros sobre el nivel del mar, posee un clima templado y húmedo en cabeceras de valle, y frío y seco en la puna.
ECOS visitó esta población, ubicada a 76,4 kilómetros de Potosí, después de recorrer dos horas en vehículo. La vicepresidenta del Concejo Municipal de Potosí, Elizabeth Ugarte, una tinguipayeña amante de su tierra que quiere promosionar turísticamente a esta región, cuenta que el municipio de Tinguipaya tiene 182 comunidades, con una población de 27.200 habitantes. Sus ayllus son: Urinsaya, Kollana (el más grande, tiene 48 comunidades), Sullcainari, Mañu, Kaña, Kanasa y Kollana Inairi.
Gran parte de la población es quechua, con antepasados que se remontan a varios siglos antes de la conquista. Se dedican especialmente a la producción agrícola variada; pese a que su topografía está dominada por cerros con imponentes pendientes, colinas, mesetas, serranías, cabeceras de valles, además de puna alta y baja, la tierra es pródiga. Tinguipaya tiene un gran potencial comercial con la producción de papa (imilla y huaycha, que destacan por su sabor), cebada, y maíz; así como con la elaboración de tejidos y la confección de vestimenta.
Orgullosos de su cultura
No se salvó de algunas costumbres y modas importadas, pero los comunarios se sienten orgullosos de mantener su vestimenta originaria que ahora solo desempolvan para las fiestas. En días ordinarios la calzona, el chaleco, el saco, la bufanda, el ch’ulu y la montera de los hombres se suple por el pantalón jean y las chamarras, en tanto que las mujeres cambian el aqsu, la aymilla y la lliqlla por la pollera, la blusa y la manta.
El uso de la vestimenta originaria para las fiestas va más allá de una simple tradición; es tan importante para ellos que cada hombre y mujer confecciona personalmente sus prendas.
Los comunarios explican a ECOS que los tejidos se realizan con la mejor lana de llama o de oveja, siguiendo el proceso de lavado e hilado hasta convertir la lana en prenda de vestir.
El diseño de los tejidos es impresionante. Las lanas se tiñen con plantas naturales logrando bellas tonalidades. Por ejemplo, a Andrés Choque, de 35 años, hacer un ch’ulu (gorro con terminación puntiaguda) con lana delgada le toma entre uno y dos meses con un tejido muy tupido; la bufanda, cuatro días; la costura de la calzona, tres horas, el mismo tiempo que invierte, por separado, en el saco, la bufanda y el chaleco. En síntesis, para confeccionar toda su vestimenta necesita de dos meses.
El conocimiento sobre los tejidos y la costura le fue transmitido por sus padres. “Es una costumbre que se va pasando de una generación a otra desde tiempos antiguos”, señala Choque.
Un traje de varón cuesta alrededor de Bs 1.000, pero el aguayo es el más costoso: mientras más figuras y detalles tiene, puede llegar a costar hasta Bs 2.500.
La responsable del área de Turismo y Cultura del Gobierno Municipal de Tinguipaya, Magali Mendoza, dice: “somos muy ricos en cuanto a cultura, eso nos distingue de otros municipios”, y a continuación describe las prendas de la comunaria María Sánchez, de 49 años. Viste un aqsu, aymilla, reboso, liqlla y sombrero. Las solteras llevan muchos espejos en el sombrero, signo de coquetería para llamar la atención de los varones.
Los dibujos de sus prendas representan las actividades que realizan las mujeres y los bordados se hacen de acuerdo con las características de la flora y la fauna de cada región, simbolizando la naturaleza viva.
“A la aymilla le dieron más vida con diferentes motivos de bordados, la artesanía es única en el municipio, el aqsu y el aguayo siempre tienen que ser del mismo color”, detalla, por ejemplo, Mendoza.
Cultura guerrera
Magali Mendoza explica que la palabra “tinguipaya” quiere decir encuentro de dos personas. Este municipio siempre se caracterizó por ser un pueblo guerrero y machista.
“Es una cultura guerrera, por eso los hombres llevan la montera hecha de cuero de vaca para aguantar los golpes con piedras mientras pelean para no caer. Los hombres no tienen estatura baja, son entre medianos y altos”, acota la responsable de Turismo.
Según Mendoza, actualmente los hombres dejaron de pelear con piedras. Llegaron a un acuerdo con otras regiones, después de limaron asperezas, para llevar ahora una relación sin grandes discrepancias. No obstante, su carácter impulsivo resurge ante una provocación o cuando tienen que defender a los miembros de su ayllu.
Nunca dejan de asistir a la fiesta de la Cruz, en Macha, que tiene un significado especial para ellos: tienen que derramar sangre “sí o sí” para que haya prosperidad en su pueblo.
Para la fiesta de Carnaval los hombres, vestidos con sus trajes autóctonos, acompañan tocando pinquillos (instrumento de viento) y en la fiesta de Guadalupe se acompañan con jula julas (instrumento de viento) y cánticos. También participan las mujeres con voces agudas y sobresalientes.
El plato típico que sirven los pasantes de las fiestas consiste en papas peladas y cocidas, chuños enteros, carne de res cocinada en agua y ají crudo mezclado con cebolla. Estos alimentos se vacían sobre un aguayo para que todos vayan comiendo de ahí. Se acompaña con chicha en tutumas.
El comunario Víctor Cuyo Taboada cuenta que comenzó a bailar en las fiestas a los 15 años; ahora tiene casi 50. “Nuestra cultura tiene que seguir por siempre, no tiene que morir”, sentencia. •
Iglesia Nuestra Señora de Belén
Según los archivos de matrimonio que se conservan en Tinguipaya, concretamente en la iglesia Nuestra Señora de Belén, esta se habría construido a finales de 1562.
El párroco de la iglesia desde hace cuatro años, Richard Prado, sostiene que la población de Tinguipaya es acogedora y vive las fiestas con intensidad. Las más importantes son: Carnavales; la de Belén (el 1 de enero) y Guadalupe (8 de septiembre), con la asistencia de todos los ayllus del municipio.
La iglesia es una de las principales protagonistas de las fiestas de Belén y de la Virgen de Guadalupe. De estilo colonial, tiene una sola nave y detalles que la embellecen, como una hermosa colección de cuadros de la Pasión de Cristo.
Destaca también un púlpito bañado con pan de oro y algunas urnas de plata. Además, hay un órgano antiquísimo, que no funciona y que, se cree, está allí desde la creación de la iglesia.
Al costado del altar y al lado de la imagen de la Virgen, el niño Jesús no está personificado como un recién nacido sino como un bebé, con abundante cabellera, de aproximadamente dos años. Se lo ve sentado en una silla y vestido con un traje de la Fuerza Aérea.
El padre Prado cuenta a ECOS que ese niño fue donado por una familia. La gente periódicamente le cambia la vestimenta.
Los comunarios cuentan que algunas joyas de la Virgen de Belén se perdieron con el transcurso de los años. Nunca se logró identificar a los ladrones.
Las partes laterales de esta imponente edificación religiosa están muy afectadas por la humedad, quizá debido a las goteras o a la cercanía con el río, y por eso requiere de una urgente intervención y refacción.
FUENTE: Padre Richard Prado
Gran parte de la población es quechua, con antepasados que se remontan a varios siglos antes de la conquista. Se dedican especialmente a la producción agrícola variada; pese a que su topografía está dominada por cerros con imponentes pendientes, colinas, mesetas, serranías, cabeceras de valles, además de puna alta y baja, la tierra es pródiga.