Buscavidas
Un peruano, un argentino, un chileno y un boliviano… artistas callejeros, ciudadanos del mundo
Un músico chileno de trova que llegó a compartir con los Kjarkas en una chichería en Tarabuco. Un rapero argentino que le canta a los luchadores de la vida en los micros. Un peruano que se reintegra a la sociedad vendiendo llaveros. Un potosino en busca de oportunidades…
Estas cuatro historias se cuentan en primera persona y son algunas de las que caminan por las calles de Sucre, aunque mañana… no se sabe. Son historias de artistas callejeros, de “ciudadanos del mundo”. •
El artesano peruano, un luchador que las pasó todas
Luis Yugra se gana la vida vendiendo llaveros. Tiene 30 años, proviene de una familia de ingresos medios, nació en la ciudad de Puno (Perú). Este artesano se considera un luchador de la vida.
Convencer a las personas a comprar es todo un arte. “La venta se vuelve pesada, no es tan fácil pero al día vendemos de 10 a 15 llaveros (cada uno a Bs 10), y es de donde también tenemos que pagar la comida y el transporte”, explica.
Luis tuvo una vida difícil. Fue adicto al alcohol y las drogas, estuvo en la cárcel y perdió a su familia. La gente muchas veces es reacia a poder apoyar, piensan que la ayuda sería en vano porque creen que una persona adicta nunca podrá dejar el alcohol, las drogas, las calles...
“Nosotros les decimos todo lo contrario, tratamos de explicarle que una persona adicta sí puede cambiar y sí puede salir”, reflexiona.
Vivió con sus padres hasta los 10 años y a los 11 se mudó con su tío a Moquegua, donde conoció las drogas y con ello, lo peor de todo.
Ahora sueña con abrir un albergue, rescatar y levantar a “mi propia gente”.
“Mi consejo es que no prueben la droga o que no acepten ninguna invitación para el consumo. Las drogas destruyen, solo tienen tres salidas: la cárcel, un hospital y, por último, la muerte”.
El rapero argentino que motiva a los pasajeros en el micro
El micro de la línea 3 se detiene en su parada transitoria frente a la Terminal de Buses y, entonces, sube un hombre de complexión delgada, muy afable, que viste ropa casual. Porta una mochila, una gorra Brooklyn y un reproductor de sonido portátil.
Pablo Suárez difunde el arte callejero en los micros. Tiene una rutina que la repite todo el día y es esta: primero pide permiso al conductor, saluda a los pasajeros, se presenta y luego canta, todo en 2 minutos y 40 segundos.
“Muy buenos días, damas y caballeros, señores pasajeros, cómo están. Mi nombre es Pablo, yo vengo viajando, haciendo un poquitito de arte urbano, de arte callejero. En este hermoso día quiero acompañarles con música; esto viene sonando en el género de rap y hip hop, así que con mucho cariño y respeto espero que les guste. Es un tema propio llamado ‘Sobrevivientes’ y va dedicado a todos aquellos que no bajan los brazos, a los luchadores de la vida. Dice así…”.
Pablo Suárez, más conocido por los amigos como Gasper MC, nació en Rosario, la tercera ciudad más poblada de Argentina. Tiene 38 años, viene de una familia de “laburantes”, terminó la carrera de Comercio Exterior y trabaja todo el año en su país para salir unos meses por Chile, Perú y Bolivia… con su música.
Se considera más salteño que rosarino, pues desde hace 20 años radica en el norte argentino.
En cuestión de fútbol, revela que es hincha de Boca Juniors. Y así se empieza a soltar el artista poco después de su actuación.
Conoció Sucre en 2010 durante una gira que realizó por Bolivia con la banda “Fe club”. Algunos de sus amigos decidieron quedarse a vivir en el país y por eso ahora tiene dónde llegar.
Pablo se siente bien, contento y tranquilo en la Capital. Cree que su gente es conservadora pero que va aceptando cosas nuevas como, por ejemplo, el rap y el hip hop.
En Bolivia este movimiento urbano todavía es incipiente y por eso parece reciente. Él dice disfrutar de su trabajo en los micros, que no siente cansancio y puede estar todo el día cantándole a la gente.
Para Pablo, “Sobrevivientes” es un poco de él, de sus pensamientos, su forma de vida. Lleva 12 años viajando por ciudades de Chile, Perú y Bolivia; de nuestro país, visita La Paz, Cochabamba y Sucre.
La distancia y la soledad no son obstáculos para él, pues “los meses pasan rápido y más bien uno se hace extrañar porque, cuando se vuelve a casa, el recibimiento es con mucho cariño”, reflexiona.
El 2016, en La Paz, Gaspar NC grabó el video “Con más fe que nunca” junto a la banda de Sucre “Sudakas klan”; el clip puede ser visto en YouTube.
El trovador chileno que gusta de cantar a las “mamitas” del mercado
Es otro día. La tarde se va diluyendo y entre la gente que transita la expeatonal de la calle Junín es muy visible Pablo Baeza, “Papo”, un músico chileno de 42 años que recorre Sudamérica con una guitarra y una armónica.
Viste calzados de cuero, un pantalón jean, camisa, chaleco y una boina artesanal. Durante nuestro repentino encuentro, responde al saludo con cierta sorpresa pero accede a conversar por unos minutos.
Nació en Santiago de Chile y Sucre es una de las ciudades que más le gusta por lo cultural. Está aquí por decimoquinta vez y generalmente se queda un mes o más. “Me gusta mucho Sucre, la gente es muy carismática, hay harta música, teatro, danza, arte; eso es lo que a mí me interesa”, dice.
Para este artista trasandino, el sucrense es bien abierto y espontáneo. Asegura que con el capitalino se puede tener una conversación entretenida.
Interpreta música trova que, según él, se está perdiendo y por eso trata de rescatarla.
Viaja tanto que ya es la cuarta vez que da la vuelta completa a Sudamérica. “El canto latinoamericano habla sobre revolución, derechos humanos, igualdad; parte de eso, pues, es la identidad de nuestro pueblo, que es bien grande”.
Papo tiene una ocupación que considera entretenida: cantarle a la gente y sociabilizar con ella.
El conflicto por el mar no es un óbice para difundir su música. Es política y los políticos siempre buscan algún “marullo” para estar allí, metidos en la polémica, cuestiona para luego señalar que en cambio la gente del pueblo es más amplia y respeta lo que se hace por el folclore latinoamericano, sin importar las procedencias.
Asegura que en Sucre nunca no tuvo problemas; al contrario, siempre fue reconocido por su arte. Por eso vuelve y, ya tiene muchos amigos en la ciudad.
El trato es recíproco. Por ejemplo, en Iquique hay un lugar llamado “Barrio Boliviano”, donde uno puede encontrarse con la comida típica nacional. “La misma gente ha hecho como su propia Bolivia chiquitita allá”, comenta.
Aprendió a tocar la guitarra y a cantar escuchando las trovas de Pablo Milanés (Cuba), Víctor Jara y Violeta Parra (Chile). Su propósito en la vida es rescatar parte del folclore que se está perdiendo con tanta “música basura” llegada de otros lugares y que, según sus palabras, solo “ensucia” la mente de la juventud.
“Hay que luchar por la unidad, por una igualdad, por ser una potencia como lo es Europa y otros continentes cuyos países se juntan y tratan de hacer fuerza común, eso es lo que nos falta: unidad”, reflexiona.
Pablo disfruta cantando en las cafeterías, en la calle y en los mercados, para las “mamitas”, dice él, y para la gente sencilla del pueblo. El cariño, un “que le vaya muy bien” y una sonrisa, lo alimenta para seguir en lo que hace.
El emigrante potosino que hizo suyas las calles
Elmer Maldonado Condori tiene 20 años y llegó a Sucre desde el municipio potosino de Tinguipaya, donde gran parte de la población es quechua. Canta, baila, limpia parabrisas y vende chicles en los mercados, avenidas y paradas de micros.
Pronuncia bien el castellano, aunque le cuesta expresarse con claridad. No sabe escribir y tampoco leer, sin embargo, sueña con estudiar y este año quiere empezar la escuela.
Hablar en público todavía es difícil para él. Cuando ingresa a los micros se pone un poco nervioso y hasta cambia las letras de las canciones que va a interpretar.
“Señores, buenas tardes, estoy viniendo a cantar tres temitas, muchas gracias”, es su breve introducción. Después canta las primeras dos estrofas de los temas nacionales “Cuanto cuestas cuanto vales”, “Para el minero” y “Mueve que mueve”. Su espectáculo dura un minuto.
Este joven emigrante viste camisa, chamarra de algodón, un pantalón de tela y abarcas de goma.
Siempre lleva una gorra puesta.
Elmer cuenta que llegó a Sucre para quedarse: vive hace un año aquí y solo vuelve a Tinguipaya de visita. Dice que le va bien, cantando, bailando, limpiando parabrisas y vendiendo chicles.
Recuerda que dejó su pueblo porque, cuando estaba pasteando, perdió llamas y su mamá lo reprendió tanto que tuvo que irse. “Vine solo, tengo cinco hermanos, están en el campo cuidando llamas, ellos estudian en la escuela”.
Elmer aprendió a trabajar en las calles siguiendo el ejemplo de sus amigos, y lo que reúne en el día le ayuda para pagar el alojamiento. Cuando no le alcanza la plata duerme en la calle.
“Todos ya me conocen que soy trabajador, yo no soy ladrón, yo no soy maleante, así nomás cantando todos me conocen, amigos también tengo”, expresa.
No toda la gente lo trata bien. Recuerda que algunas personas incluso buscan avergonzarlo sugiriéndole que busque otro trabajo. Le dicen que ya está grande.