“Exigiré a mis colegas que compren productos nacionales”

Se muestra sencilla, auténtica, con una sonrisa casi inalterable, pero no puede ocultar el carácter forjado por años en reuniones sindicales que duraban, a veces, toda la noche.

MINISTRA Nélida Sifuentes

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MINISTRA Nélida Sifuentes


    Oscar Díaz Arnau ECOS
    Ecos / 25/02/2019 20:26

    Se muestra sencilla, auténtica, con una sonrisa casi inalterable, pero no puede ocultar el carácter forjado por años en reuniones sindicales que duraban, a veces, toda la noche. Nélida Sifuentes es una guapa mujer que creció manejando organizaciones sociales y su corazón se ablanda cuando habla de su tierra —en el centro de Chuquisaca— y de su familia; sobre todo de su padre. Al recordarlo, sus ojos se le llenan de lágrimas.

    Es el único momento de debilidad de la exsenadora que se hizo a sí misma trabajando en el campo “como hombre”, dice ella, compitiendo —y ganándoles varias veces— a los varones, tanto en la dirigencia campesina como en la política. Hoy, esta mujer de polleras apenas por encima de la rodilla (así como las usan las vallunas) ocupa un lugar destacado en el nuevo gabinete del presidente Evo Morales.

    Valiente, luchadora (en algún momento le dirá a ECOS sin tapujos: “los hombres no quieren que les compita en la Gobernación”), desde niña demostró valor para romper las barreras del machismo y sobresalir en ese medio adverso. Para Sifuentes, la ministra de Desarrollo Productivo y Economía Plural, la representante del sector campesino hoy convertida en una hábil política, la vida no ha sido nada fácil…

    “El cargo no te cambia de persona”

    “Nací en Tarabuquillo, comunidad Pampas Debajo de la provincia Tomina”, precisa mientras nos recibe con dos generosos platos de quinua. Antes de sentarse, se acuerda de su comadre y sale con otro plato hacia fuera, cruza la calle y vuelve para ofrecernos gaseosa o jugo.

    “Me gusta cocinar”, dice con naturalidad; deja un plato hondo de llajwa clara y abundante queso rallado que invita una y otra vez. En la cabecera del salón, la pared revela que esta casa de un barrio alejado del centro de la ciudad, antes de que fuera comprada por Sifuentes hace cuatro años, era una chicharronería. En su hogar, nadie cocina ni lava por ella. “¿Qué te hace el cargo?”, reflexionará después, “no te cambia de persona”.

    Es una de las cuatro mujeres de la familia que se completa con seis varones más; está soltera. Aunque por ahora no tiene pareja, sueña con dejar descendencia. “Yo quisiera tener hijos pero, no se puede con esta responsabilidad. No sé, lo que diga Dios yo creo que va a ser en el futuro. Tal vez al año, después de enero voy a tener que… yo quiero tener un hijito, una hijita, aunque sea sin papá…”.

    Le preguntamos si no le gustaría enamorarse, tener una pareja, y entonces responde: “Veo que no hay tiempo para eso; tal vez, tendría que dejar en todo caso la política y dedicarme a mi familia, y ahí seguramente enamorar, salir, ir a pasear”.

    Distribuidas en el amplio salón hay tres reprografías de Mamani Mamani, dos calendarios en los que ella aparece junto a Evo Morales, y un ramo de flores secas. En un cuadro, su hermano menor, Alfredo —“el único profesional de la familia”, remarca la Ministra— la felicita por su cumpleaños. Los últimos dos, hubo fiesta; ella no bebe, pero aclara que le gusta bailar. “En el campo —se pone seria, incluso melancólica— no se festeja”.

    Dentro del MAS, desde el Presidente para abajo, pareciera estar instalada la idea de que la política es incompatible con la familia. Se lo decimos.

    “Es complicado”, vuelve a cavilar Sifuentes, “¿qué hombre vas a encontrar si uno va a salir a trabajar todo el tiempo? Mucho sacrificio y una no para en la casa. Para un hombre, especialmente, todavía hay esa lógica de que la mujer tiene que estar en la casa, cocinando, no siempre fuera. Al final, una gran mayoría de las mujeres políticas nos volvemos como hombres… aunque uno no deja de hacer las cosas de mujeres”.

    Abandonó la escuela en cuarto básico por culpa de un profesor “borracho y malito” que una vez le jaló la oreja hasta rompérsela. “Nos castigaba: ‘¡ya!, ¡den treinta vueltas de patito!’. Me enfermé una semana, me he faltado y de ahí, no quise volver más. Porque ‘me va a pegar el profesor’, dije”.

    Esa mala experiencia la pasó en la escuelita de su pueblo, la Destacamento 111. Cuando llegó a Sucre, de mayor, completó el bachillerato en el CEMA del Colegio Serrano y, siendo legisladora, impulsó las nuevas plataformas tecnológicas como herramientas para la educación en el país.

    Se forjó como dirigente cuando las mujeres apenas comenzaban a involucrarse en la política, porque esta era “solo para varones”. A un principio, siendo una adolescente y manejando un grupo de treinta infantes que llevaba al río como parte del programa de una ONG. Allí los bañaba, peinaba a las niñas y por último terminaba sacándoles los piojos de la cabeza. Para darles un incentivo, a falta de dinero, compraba uno o dos chicles que partía en tantos pedazos como bocas llevaba al río. Ahora le causa gracia, pero a cada uno le tocaba un mordisco que parecía un grano de quinua.

    En paralelo, labraba la tierra junto con sus hermanos; aunque para eso tenía que disfrazarse. “A mi papá le decían: ‘¿por qué haces trabajar a tus hijas con yunta? Eso no está permitido, por eso graniza, (hay) mala cosecha, los bueyes lloran sangre’… Igual nos hacía trabajar. Y para que la gente no nos distinga, nuestro cabello nos hacía así (lo recoge); un sombrero, el pantalón y la camisa de mi papá nos poníamos para que no le reclamen luego en la reunión”.

    Hace poco llevó a su padre, Claudio Sifuentes, desde siempre orgulloso de los logros de su hija más famosa, para que presencie el acto de juramento al cargo de ministra. Quién diría… hace unos veinte años la jovencísima Nélida, entre “dos algarrobos grandes, como carpa”, se ocultaba de los “politiqueros”. Así recuerda a quienes iban a hablar con su padre para llevársela al partido: a veces el MBL, otras el MNR, hasta que, según cuenta, se impuso don Marciano Mendieta. “Como mi papá era, un señor mayor”, don Marciano “todos los días me hablaba del MAS: que ‘en el Chapare es un partido fuerte’, que ‘de los pobres es nuestro partido’, que ‘esto es para la gente del campo’”.

    Quién diría, su padre estaba allí, en La Paz, en medio del barullo de periodistas. Don Claudio, el que le enseñó tanto y con el que aprendió desde lo necesario hasta lo importante, desde: “si vos te tomas en las reuniones, después los hombres van a abusar de vos”, hasta: “‘¡¿quién quiere conmigo competir en minuto?!’, nos desafiaba a leer cuando hacía frío en el campo, en el invierno, y no había nada que hacer, porque estaba leyendo su libro todo el rato”.

    Se emociona al recordar a su padre, cómo la apoyó en su carrera desde temprana edad. “Mi mamá me reclamaba por lo que me iba a las reuniones. Como yo tenía ocho cargos (“reportera, catequista, promotora de centro inicial, promotora de alfabetización… ¡ocho cargos tenía un tiempo!”), pues, era complicado cumplir las labores en la casa. Me decía: ‘como no has ido a cuidar los animales, ¡tú no vas a comer el queso!’. Mi mamá me castigaba y mi papá me defendía; y si a mi papá le daban el queso, él me lo daba a mí”.

    “Consuma lo nuestro”

    Se ha fijado como objetivo pedir a sus colegas que compren productos nacionales. “¡Consuma lo nuestro!”, enfatiza refiriéndose a la campaña cuyos orígenes se remontan a principios del 2000, mientras en la mesa de su casa seguimos abocados a nuestro suculento plato de quinua.

    “Hay varias industrias, como fábricas de zapatos, pero siguen trayendo de EEUU, de China, de todo lado... tenemos que trabajar en cómo sustituir la importación produciendo nuestra propia materia prima. Algunas cosas no habrá para sustituirlas, pero otras sí. Le dije al Presidente que voy a exigir a mis colegas ministros que tienen que comprar cosas de Bolivia. Él me dijo: ‘mi total apoyo, haz seguimiento’”.

    Reconoce que ser ministra de Desarrollo Productivo entraña “mucha responsabilidad, hay oficinas donde hay intereses económicos”.

    Por eso, en su discurso de presentación ante viceministros, directores y el resto del personal, cuenta que fue enfática: “Espero que todos estén trabajando con transparencia, con honestidad; en este país, ustedes saben que está penada la corrupción (...) Piénsenlo bien; si tenemos la oportunidad de trabajar por el país, hay que hacerlo”.

    Tiene la cultura del trabajo. Le preguntamos si, al cabo de las horas de esfuerzo diario (de 8:30 a 17:00), de semanas completas de sembradío y sin tractor, tuvo una infancia feliz. Y esto responde: “En el campo uno no disfruta de su niñez porque siempre trabaja duro. Mi papá nos ha enseñado a trabajar duro; cargarme un quintal de harina, de arroz, de azúcar, para mí, no es problema, solita me puedo cargar como nos ha enseñado mi papá: primero a la rodilla, después al hombro”.

    “Nos ha enseñado a trabajar con yunta, por eso este último (tiempo) cuando he ido al campo, unas cuantas rayitas (de tierra) he trabajado. Pero si yo volviera al campo, seguro todo el día iría a trabajar con la yunta”.

    Tras pasar por distintos cargos, llegando a ser ejecutiva provincial de Tomina, se desempeñó como secretaria del Comité de Vigilancia. “Me daban viáticos, Bs 60 por día, para venir a Sucre. Para mí era harta plata y ese dinerito me guardaba para cubrir mi pasaje. Muchas veces, de Tomina me he ido hasta mi casa a pie (calcula que eran más de 20 kilómetros), otras veces en la bicicleta de mis hermanos. Ahora la carretera es asfaltada, empedrada. En ese entonces era todo un desastre”.

    “¡Bájese de la movilidad!”

    “Me acuerdo cuando me han botado los emebelistas: Fui a una reunión, como yo era del Comité de Vigilancia, y me dijeron: ‘¿vas a apoyar al MBL o no?’. ‘No’, les digo. ‘Ya, bájese de la movilidad’, me dijeron. Yo he brincado ese rato, y pensé que me estaban bromeando, que me iban a rogar, (pero) se fueron. He tenido que caminar kilómetros a mi casa para llegar de noche. Era la movilidad de la Alcaldía… cómo hacían antes las campañas en las movilidades de la institución”.

    Como reportera, a principios de los 2000, hizo una pasantía en Aclo. En aquellos días iba a recoger el periódico CORREO DEL SUR a las 4 o 5 de la mañana para que leyeran las noticias en la radio. Y años más tarde, en su comunidad la eligieron para asambleísta constituyente, cargo que no ocupó por una irregularidad en sus documentos (“cuando tenían que inscribirme aparecí con dos partidas de nacimiento)”.

    En 2006, se presentó ante el prefecto David Sánchez, quien la recordaba por  su campaña electoral en las provincias. “Nunca había visto una mujer liderar una organización de hombres”, rememora ella que le dijo él.

    —¿Qué sabes hacer —le consultó el hoy gerente de la Administración de Servicios Portuarios.

    —Yo soy reportera de Radio Aclo, más nada —le respondió ella con la llaneza que aún conserva.

    La contrató como secretaria auxiliar en su despacho y, ahí conoció personalmente al Presidente; luego, pasó al área de Comunicación (y “ahí conocí a los periodistas”).

    Cuenta que a sus colegas reporteros les prestaba el teléfono y que su jefe siempre se lo reprochaba. “Como estaba acostumbrada a mandar, a dirigir, me costó grave en la Prefectura… los primeros meses tenía ganas de llorar. Acostumbrada a trabajar duro en el campo, nunca había sentido tanto cansancio de no hacer nada en la oficina (se ríe)”. Fueron aquellos los días en que se reinstaló la demanda de la capitalidad plena. Ella dice que participó de la primera marcha y que después ya no “porque sentí que íbamos a ser utilizados. Al final vinieron los de la Unión Juvenil Cruceñista a golpearnos. No tuve ningún problema grave, no más bien”.

    El resto de la historia es más conocido: sus nueve años en el Senado, del que fue vicepresidenta entre 2013 y 2015.

    “Siento que nunca he defraudado los intereses del departamento, siempre he estado pensando qué vamos a hacer, y por eso la fábrica de envases de vidrio, por ejemplo, es la única industria más grande del Gobierno nacional en Chuquisaca… Ojalá funcione, mi preocupación ahora es que no sea (un) elefante blanco”, dice con franqueza.

    El de Zudáñez no fue el único proyecto impulsado por Sifuentes, que en sus dos gestiones de parlamentaria emprendió otros más, como el de 10 surtidores en provincias que concretó con YPFB; la Aduana regional en Alcantarí; el campo ferial y gas para las industrias de Lajastambo; colegios y mercados; represas en el área rural; cuatro institutos tecnológicos y uno en Tomina, el “José Martí”, al que reconoce como el mejor de toda Chuquisaca.

    Le preguntamos si le gustaría ser gobernadora. Y contesta sin pelos en la lengua: “Sí, yo creo que sí, (pero) me tienen miedo… y como yo toda la vida he sido honesta, tengo las cosas muy claras, no tengo por qué asustarme (…) Si hubiera sido corrupta, hace mucho me hubieran enterrado... yo no soy ninguna ‘quinsiña’”.

    Cuando la nombraron ministra, confiesa que se sintió insegura, apenada. Dice que una alta autoridad trató de consolarla de una curiosa manera: “No estés triste porque aquí nosotros cuando entramos no sabemos nada, día a día uno aprende”.

    Antes, Sifuentes nos había dicho que tras su primera gestión como senadora se imaginaba, quizá, en Santa Cruz. “Hay desarrollo allá y yo dije: ‘comida he de vender y de eso voy a vivir’”. Porque le gusta cocinar, e invitar, pero lo nuestro.

    También bromea y en eso se parece al Presidente. Risueña, como siempre, dice que a un dirigente campesino le ordenó conseguirle pareja.

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