De familia, peluquero
El último de la legión de peluqueros de la calle España cumple 46 años en el oficio
Antes, se iba a la peluquería no solo con la expectativa de cortarse el cabello, sino también —y muy especialmente— para seguir leyendo la historia de la revista que se había dejado inconclusa en el corte anterior; y se la retomaba la siguiente vez. Es que las lecturas de esas entrañables publicaciones terminaban siempre con la misma palabra: “continuará…”. Lo confesé en una columna hace un par de años: desde que murió mi peluquero, me he quedado un poco huérfano. ¿Por qué terminamos agarrándole un inusitado cariño a nuestro/a peluquero/a?
Hugo Solís (con “s”), mi recordado peluquero, dejó sus herederos que hoy le continúan, con una fachada más moderna, frente a la iglesia María Auxiliadora. También otros como su sobrino Jaime Soliz (con “z”), que atiende en la calle Estudiantes y está cumpliendo ¡46 años! en el oficio. Ambos, Hugo y Jaime, de la misma familia tradicional de peluqueros en Sucre.
Hoy con 59 años de edad (empezó a los 13), Jaime repasa para ECOS los tiempos en que las historietas eran parte indisoluble de la peluquería, mientras él mismo se acomoda a las nuevas costumbres recibiendo a sus clientes, por ejemplo, con delantales transparentes, que les permita no perder de vista al adictivo WhatsApp.
Apellido de peluqueros
Si hay en la capital un “apellido de peluqueros”, ese es Soliz. O Solís. Jaime Soliz Soria tuvo 15 hermanos: eran diez varones y seis mujeres hasta que uno murió en 2017. Pero él cuenta que desde niños algunos de ellos escribieron su apellido con “s” y otros con “z”, a pesar de que su padre y su abuelo firmaban Solís. “Nadie nos ha corregido”, comenta con naturalidad. Por eso Jaime es Soliz y su tío, mi difunto peluquero, Solís.
En una época de repentino auge de las “barberías” (a veces simplemente de nombre, como si fueran una novedad), Sucre mantiene una tradición en torno a la peluquería “de varones”. Jaime aclara que “aprendí a cortar a mujeres, el famoso corte garzón que utilizaban las chicas de antes, pero siempre había el celo de no querer entrar a las peluquerías de varones, como los hombres no querían entrar a las de mujeres”.
Históricamente la peluquería —en general— alimentó con sus relatos sociales el machismo que el país —y otros más— no puede erradicar hasta hoy. “Siempre he visto esto, pero en diferentes épocas; era mucho más machista”, cavila Jaime. Luego, “en la peluquería de mi abuelo se cortaba a mujeres” y “ahora el hombre puede entrar a un salón de peinados y la mujer a la peluquería de varones”, pondera; “yo tengo clientas mujeres, (aunque sea) muy pocas, más que todo turistas y personas que me conocen”.
El abuelo, el patriarca
Su abuelo, Benedicto Solís Saravia, fue el patriarca de la familia: por 72 años peluquero en la calle España, al lado de Mutual La Plata; y antes frente a la capilla de la Catedral; y antes todavía en la Junín, más debajo de la Arenales. Se hacía llamar “papá” y su autoridad marcó para siempre a toda la prole.
De él, Jaime aprendió el “ABC” del oficio: a manejar la tijera, a preparar “la herramienta” (a aceitar la máquina), a conversar con el cliente... Pero, sobre todo, aprendió la disciplina. Ahora agradece la severidad de su carácter único: “No, yo ya te expliqué”, sentenciaba ásperamente cuando recibía una pregunta del adolescente Jaime sobre algo que ya le había enseñado. Maestro al fin, infundía cierto temor. Un rasgo frecuente en aquellos tiempos de sumo respeto a las personas mayores.
De su padre, Jaime Solís González, rescata de la memoria que arrojaba al suelo las tijeras antes de comprarlas en la desaparecida “Blanco Pascual”, una de las tiendas más cotizadas de la ciudad. Don Aquilino Pascual, un español, veía cómo don Jaime comprobaba con el sonido la calidad de las tijeras, que eran de la marca “Cañón”.
A su tío Hugo lo recuerda con un cariño especial. Para él era “el científico de la peluquería” porque adaptaba el corte a la forma de la cabeza de sus clientes. El pacífico don Hugo le enseñó a cambiar el eje de las tijeras.
Curiosidades
“Tengo un cliente que viene cada viernes. Es decir, cuatro veces al mes. Le gusta andar muy pulcro. Antiguamente, así eran los caballeros; estaban todos los viernes en la peluquería”. Me cuenta que no querían que les incomodase el encaje del sombrero... De aquellos —me dice Jaime— queda “alguno que otro”.
Varios lo requieren cada 15 o 20 días, “no siempre esperan que termine el mes”. Y ha identificado que algunos lo visitan, invariablemente, antes de viajar; al final, concluye él: “nunca es igual el corte con un peluquero que no es el de uno”.
Generaciones
“Dios me tenía el destino marcado”. Desanda 46 años para afirmar que su “primer peluqueado”, el 13 de enero de 1973, fue Julio Bedregal. Hasta ese momento venía practicando con cortes gratuitos a canillitas y lustrabotas.
Familias como los Argandoña, los Jiménez o los Urquidi, por citar solo algunas, no han dejado de confiar en la habilidad de Jaime a la hora del corte del cabello de sus integrantes en distintas épocas.
Recuerda en particular a los Caballero, del Beni. Comenzó con Guillermo, expresidente de la Corte Suprema; él le llevó a su padre, Eduardo, y después a su hijo, José Luis. Este posteriormente hizo lo mismo con sus hijos, que luego se fueron de Sucre. El año pasado José Luis Caballero le trajo a su nieto y este, a otro.
Pero dice que el más antiguo de sus clientes es Antonio Céspedes Toro, que después de 45 años mantiene una fidelidad a prueba de calendarios. También les corta a sus hijos y a sus nietos. Y “dentro de poco, quizá, a sus bisnietos”, va proyectando.
Varias personalidades nacionales pasaron por sus tijeras; por ejemplo, Eduardo Rodríguez Veltzé y Gonzalo Sánchez de Lozada.
Dios en su vida
Jaime menciona una y otra vez a Dios. “En el 96 me volví cristiano evangélico, por una invitación cuando yo estaba haciendo hacer el material deportivo para el tercer campeonato nacional de peluqueros, que se realizaba en Sucre”. Él fue presidente de la Asociación de Peluqueros de Sucre entre 1996 y 1998. También dirigente deportivo: fundó el desaparecido Fútbol Club Barcelona, en 1984. Al respecto, recuerda el apoyo del padre Antonio Gausset (barcelonés) y de Santiago Arana, expresidente de la Corporación de Desarrollo, que “nos dio el impulso para que subamos a la primera B”.
Por lo demás, “yo no tuve la oportunidad de jugar campeonatos completos. Jugaba en el barrio, y era muy bueno. Yo creo que si hubiera tenido apoyo… hubiera sido otra cosa. Pero me prometí a mí mismo algún día tener mi club y lo logré, lo hice”.
Confiesa que era fanático de Maradona. Y en la música, de Los Iracundos. Por eso cuando se enteró de que un miembro del grupo uruguayo se había vuelto cristiano, él empezó a cantar sus melodías evangélicas. “O sea, Dios ha cambiado mi vida”, ríe, feliz. Como cuando no deja de citar que ha cumplido 39 años de casados con su esposa, Virginia Ramírez de Soliz.
Un ritual aparte
La ida al peluquero suele ser un buen momento para repasar las noticias del periódico o para distraerse con una variedad de revistas, parte del decorado de toda peluquería. “Antes no había televisión, tampoco celulares”, explica Jaime.
“Había revistas que llegaban con el ‘continuará’: El Valiente, El Santo, Juan Sin Miedo, Condorito, Patoruzú, el Pato Donald, Billiken… la gente se desesperaba de llegar a la peluquería por continuar con la lectura de su revista. Había revistas de amor para las damas, muy bonitas revistas donde también decía ‘continuará’. Pero hoy en día ya lo tienen todo en la casa, hoy en día… el celular: entran a la peluquería, están con su celular; se sientan, están con su celular…”.
Es un cambio rotundo lo que ha sucedido en cuanto a la lectura en la peluquería. Se ha perdido la “desesperación” de los tiempos en que, en la plazuela Tarija o en la plaza 25 de Mayo, se canjeaban revistas con la expectativa puesta en la llegada del nuevo número de Kaliman, Fantomas o Archie.
“Era otro modo de vivir”, resume Jaime Soliz, mientras despliega su última adquisición: un delantal, comprado en Cochabamba. “Aquí (en Sucre) no hacen”, dice, resignado. Pero después se pone risueño al describir el porqué de la transparencia del delantal: es “para wasaperos”.
Jaime Soliz le sigue los pasos a la nostalgia por su tío Hugo, al que sus clientes todavía extrañamos. Rumbo a sus Bodas de Oro en el oficio y con las rodillas cansadas (no tiene cartílagos y necesita operarlas), él ya es todo un prócer en el rubro: el último de los peluqueros de la vieja calle España.
¿Todo acabará con usted?, le pregunto —por supuesto, descontando a los hermanos que también se dedican a la peluquería: María Luisa, Benedicto y David—. Él responde que un nieto de 14 años le dio hace poco una sorpresa: “quiere aprender, me ha dicho; ojalá, esa es mi esperanza (sonríe), sería muy bueno”. •
Año 2: Un experimentado estudiante de Derecho
Coincidencias del destino, atiende en la calle Estudiantes; ¡él mismo es uno de ellos! Jaime Soliz asiste regularmente a clases en San Francisco Xavier y, en su segundo año, es uno de los alumnos más respetados, tanto por docentes como por sus compañeros. Serio, reflexivo, pero interiormente entusiasta, tiene grandes proyectos para sí mismo: “en 2022, si Dios quiere, egresaré de Derecho”.
Le ilusionaba la posibilidad de cruzarse en los pasillos de la facultad con una nieta, que este año debía comenzar Comunicación, en el mismo edificio: “Si Dios me da vida, el día que ella esté egresando, yo también voy a estar egresando de Derecho”, me había dicho en una de las sesiones —corte mediante— que nos tomó la entrevista. Pero como ella tuvo que trasladarse junto a su familia a otra ciudad, el sueño de abuelo, al menos por ahora, no será posible.
Me cuenta que va a clases por la mañana y que debe ser el universitario de mayor edad, porque los adultos suelen inscribirse en horario vespertino o nocturno. “Yo veo el reflejo de mis hijos y de mis nietos en mis compañeros”, dice. Entre estos, Jaime reconoce algunos rostros porque les ha cortado el pelo a sus padres. Y con ellos (con los hijos universitarios de sus clientes), así como en la peluquería, ha llegado a hacer de psicoanalista: “Me he dado cuenta de que uno no solo es peluquero, hasta parecemos consejeros…”.
“Siempre le pido a Dios, cada 31 de diciembre, en los últimos segundos del año viejo y comienzo del nuevo: ‘Señor, ¿qué tienes para mí? Y me ha estado respondiendo, porque mi vida ha cambiado desde el momento en que he empezado a estudiar. Dios tendrá algo preparado para ejercer el Derecho; en la misma peluquería hacer un escritorio, no sé…”.