La cárcel San Roque, por dentro
Por el día es, en apariencia, una acogedora casona como las muchas que hay en Sucre, donde las personas pueden desenvolverse con cierta libertad (trabajan, estudian y practican deporte)
Por el día es, en apariencia, una acogedora casona como las muchas que hay en Sucre, donde las personas pueden desenvolverse con cierta libertad (trabajan, estudian y practican deporte), pero por la noche muestra su verdadero rostro. Encerrados en una capilla y en un comedor, donde incluso deben soportar el olor a orín o a heces fecales —pues solo tienen un par de recipientes para hacer sus necesidades—, la mayoría de los internos paga la consecuencia del hacinamiento.
Es la cárcel San Roque y ECOS la visitó para conocer su situación, por dentro.
El interior
—¿A quién busca?
—Al delegado Fidel.
—Pase por esa puerta.
—Gracias.
La visita comenzó así, con una libreta y lapicero en manos. En afueras del penal, hay unas cuantas mesas con uniformados sentados que se encargan de devolver los pases. Se ingresa por una puerta lateral y lo primero con lo que uno se topa es con una puerta escáner de seguridad aparentemente en desuso; ese día, al menos, no emitió ninguna alerta por mi cinturón con hebilla metálica.
Tampoco procedieron con una requisa, como corresponde, solo se limitaron a preguntar si estaba ingresando algo. Ya en la puerta principal del recinto, uno de los internos se ofrece para guiarme (voceros, son los que cumplen esa tarea) hasta el cuarto del delegado. En ese corto camino, una persona se aproxima para ofrecerme artesanías.
—Buenas tardes, llévese un llaverito por favor.
—Ah, sí, claro. ¿Cuánto cuesta?
—Diez pesitos (Bs 10 equivalen a casi un dólar y medio).
El llavero es de madera y tiene la forma de un corazón. En él está inscrita la leyenda “Te amo”.
Del primer patio bordeamos el área de recreación, que es un pasillo ancho con mesas de futbolín que conduce al comedor, para llegar al Pabellón 3 (más conocido como “P3”), donde hay unos 20 cuartos, cada uno con dos o tres internos.
En una esquina está el cuarto del delegado. “Don Fidel, tiene visita”, le comunica el vocero. Fidel Herrera se sorprende con la visita, pues esperaba a otras personas, pero gentilmente me invita a pasar, coloca una silla justo en la puerta porque no hay espacio por dentro.
En un reducido ambiente de 3 x 2 metros tiene una cama de madera de dos pisos, de una plaza, un pequeño frigobar, una mesilla, una computadora con su mueble, un pequeño librero y, al parecer, un televisor. Las paredes están impregnadas de fotos de familiares.
Él está detenido desde el 2 de febrero de 2010 y actualmente es el delegado del P3. Su experiencia como autoridad (fue alcalde y concejal de Sucre) y abogado permitieron mejorar las condiciones de vida en este recinto penitenciario.
Brevemente, hace un repaso de las actividades que desarrollaron en 2018 a la cabeza del delegado general, Vidal Cruz, el sentenciado a 30 años de prisión por el asesinato de su pareja, Adela Cárdenas, desde entonces venerada como a una santa cerca de Yotala.
Luego, Herrera acepta acompañarme a conocer algunos ambientes de la cárcel. Primero el P3, que tiene un patio y 20 celdas o cuartos, cada una con dos a tres internos.
Decimos “cuartos” porque una “celda” tiene rejas. Tocamos la puerta de un interno y nos encontramos con un zapatero en pleno trabajo: sentado junto a la máquina de coser.
Allí viven tres personas pero solo hay dos camas, por lo que el tercero, tal vez haciendo turnos, tiene que conformarse con el piso para pasar la noche.
Del P3 nos dirigimos al sector Toldos, cuyo nombre describe muy bien su apariencia. En este caso, dos celdas individuales se encuentran bajo techo; no tienen puertas en su interior, simplemente cortinas. Hay una reja en el ingreso.
Está justo en el pasillo principal, frente a la capilla, que más parece un centro de refugiados, salvo que todos duermen en el piso. En la capilla viven 49, según una voz que nos respondió de entre varios que permanecían ahí la tarde de esta visita.
Ya en el Pabellón 2 (P2), constato que tiene dos niveles: abajo, hay seis cuartos y uno de ellos es el más grande, mide 4 x 4 metros, aunque es compartido por cuatro personas.
Arriba es el “gallinero”; le pusieron ese nombre porque está completamente enmallado (debe tener unos seis a siete cuartos) por seguridad.
Frente al P2 está el Pabellón 1 (P1) y solo les separa el patio principal de acceso al penal. Cada uno tiene una puerta de rejas metálicas en su ingreso. En el P1 se improvisó como una mini cancha de raqueta frontón.
En este pabellón hay nueve cuartos y uno le pertenece a Vidal Cruz, el delegado general. Él es el único que tiene una tienda y, además, está encargado de la cocina donde preparan pollo para vender los días de visita, según nos comentó un exinterno.
Vidal salió de su cuarto a saludarnos y dio su visto bueno para seguir conociendo las instalaciones. Entonces, ingresamos por una puerta y nos encontramos con los talleres de Carpintería, Metalmecánica y Gomería, en un área compartida, rústica y muy reducida para el tipo de actividades que ahí se realizan.
Sobre el taller de carpintería hay una construcción donde están las aulas de la Carrera de Agronomía de la Universidad San Francisco Xavier de Chuquisaca y del Centro de Educación Alternativa San Roque.
Nuestro recorrido concluyó en el comedor, lugar que casi no tenía espacio para más visitas. Las mesas y asientos de concreto estaban ocupados por familiares y amigos de los internos. Compartían alimentos, jugaban cartas y otros, simplemente, convevrsaban.
El comedor tiene un televisor de pantalla plasma, tamaño mediano. Sus paredes, una serie de trabajos de los interinos, ya sean artesanías u otros artículos. Junto al televisor está la imagen del padre Córdoba, un religioso muy recordado en San Roque.
En el piso, arrinconado a las paredes, hay mochilas, bidones, cajas de cartón, frazadas y otros objetos de los privados de libertad.
Allí terminó nuestro breve recorrido por la cárcel pública de Sucre, que tiene dos pabellones más: el de Mujeres y el P4. Ambos separados de la “población” (P1, P2, y P3). •
El “Gaucho”, 24 años en cárceles: “Uno nace estrella y otros, estrellados”
Óscar P.S., alias “El Gaucho”, está en el patio principal de San Roque. Es uno de los nueve extranjeros: tres colombianos, dos peruanos, dos chilenos y dos argentinos, recluidos en la cárcel de Sucre.
Nos saludamos y accede a conversar (parece que necesitaba desahogarse con alguien, pues lleva meses sin recibir una visita). Instalados en una mesa del comedor, frente a nosotros otro interno, joven, pasa el rato con su pareja, muy afectuosos.
El Gaucho me llama “doctor”.
Todo empezó así:
—¿Qué edad tiene?
—59 años.
—¿Tiene hijos?
—Sí, dos. Uno de 22 en Chile y otra de 24, en Potosí.
—¿Donde nació?
—En Berazategui (Buenos Aires, Argentina).
—¿Por qué está aquí (en la cárcel)?
—Por 3 gramos de pasta base (cocaína), aunque en realidad fueron 2 porque 1 gramo era el peso del papel.
—¿Consume desde hace mucho?
—14 años, pero no abuso.
—¿Cuántos años (de reclusión) le dieron?
—Cuatro. Ya cumplí un año y nueve meses.
De repente pide que le esperemos un rato, se levanta y trae un par de documentos para indicar con exactitud que el delito que cometió es tráfico de sustancias controladas; pero él dice que no cometió ese ilícito. Después muestra su carnet y evidentemente, tiene 59 años. Cuenta que se sometió a un proceso abreviado y, ahora, cree que al no cometido un delito grave, debió tomar otro camino jurídico para no estar encerrado.
—¿Qué oficio tiene aquí?
—Soy carpintero.
—¿Y qué le tocó hacer hoy?
—No estoy trabajando, estoy de ‘centinela’.
—¿Qué es eso?
—Es el que hace la limpieza en las visitas. Ya tengo tres (basuras) que limpiar, allá vi uno debajo de la mesa (muestra con el dedo índice).
—¿Qué impresión tiene de la justicia boliviana?
—Aquí se acusa sin pruebas (…) No hay justicia.
—¿A qué se dedicaba en Sucre?
—Cuidaba una casa
—¿Y antes?
—Estuve en (la cárcel de) Cantumarca (Potosí) en 2004, cuatro años y ocho meses, por robo. También estuve en lo que era Santo Domingo (hoy cárcel de Cantumarca), ocho meses, por violación.
—¿Violación?
—Sí, pero me acusaron sin pruebas. Los familiares de la menor tenían influencias y quisieron perjudicarme.
—¿Estuvo en alguna otra cárcel?
—Sí, en (la Lisandro) Olmos (de La Plata, Argentina), la tercera cárcel mundial, también por robo.
—¿Cómo era la vida allá?
—Veía sangre como si fuera agua.
—¿Qué años estuvo allá?
—1982 a 1988.
—¿Su familia?
—Familia pobre. A mis 13 días de vida mataron a mi padre (trabajaba en un matadero).
—¿Cómo sucedió?
—En un bar, le dieron tres disparos por debajo del mostrador. Un tiro llegó al corazón. Se llamaba Juan.
—¿Sus hermanos?
—Tengo tres.
—¿Todos futboleros?
—Claro, en especial mi hermano mayor, Juan, era un enano, Maradona siempre parecía. Llegó hasta la cuarta (división) de Boca (Juniors).
—¿Y qué pasó?, ¿lo dejó?
—Sí, como los primeros tres meses eran sin paga y la familia necesitaba ingresos…
Así va narrando su historia El Gaucho, quien califica su infancia como linda pero triste. Pasó 24 años en tres cárceles: dos de Bolivia y una de Argentina; en la de Olmos, en 1982 había 5.000 reclusos. Es tan grande y peligroso ese recinto que para él, San Roque es como una “guardería”.
A Olmos, según refiere El Gaucho, en sus años de estadía incluso llegaban a jugar los equipos de Boca y River, de Racing e Independiente, clásicos rivales. Para hacerlo más creíble, nos explica que este penal de máxima seguridad tiene seis inmensas plantas y en cada una hay 12 pabellones, lo que coincide con la información oficial del régimen penitenciario de ese país.
—¿A qué se dedicaba allá?
—Trabajaba como maestro panadero, que es el que más gana; hacíamos 5.400 kilos de pan por día.
—¿Y por qué no siguió trabajando en vez de robar?
—(Hace una mueca de arrepentimiento) Uno nace estrella y otros, estrellados.
—¿Qué le decía su madre a todo esto?
—“El día que muera vas a sufrir”; sé que le he fallado. Ella me voló (se lo sacó de un golpe) el primer diente cuando se dio cuenta de que llevé una (pistola calibre) 38. Esa noche me tuvo una hora tocando la puerta y me echó de casa.
—Lo veo con un rosario en el cuello, ¿es creyente?
—Yo siempre he creído en Dios.
El Gaucho es de constitución delgada, tez blanca, lleva barba y casi ningún diente. Este día viste chinelas (sandalias), un pantalón jean y una chamarra negra. Tras la charla, agradece por la visita y rumbo a la salida me pide comprarle un recogedor de basura hecho de lata de alcohol con un listón de madera, uno de sus trabajos.
Las preocupaciones de los internos
San Roque tiene una población de 601 personas (su capacidad es para 120), de las cuales el 70% son privados de libertad con detención preventiva, según datos proporcionados a ECOS por el delegado jurídico de los internos, Fidel Herrera.
Para muchos, este penal es modelo en Bolivia, pero los internos creen que todavía arrastran el problema del hacinamiento.
Esto a pesar de los decretos presidenciales de indulto parcial y total a las penas bajo ciertas circunstancias de los últimos cinco años. Se suma además la “exagerada retardación de justicia” que sienten los privados de libertad.
Herrera está convencido de que la detención preventiva en las cárceles debería ser el último recurso de los jueces y fiscales; sin embargo, para los operadores de justicia, esta lógica punitiva sigue siendo una forma de solucionar la inseguridad ciudadana.
Pero esta forma costó vidas. Por ejemplo, el delegado general de los internos en San Roque, Vidal Cruz, hizo llegar un reclamo formal ante las autoridades judiciales informando que el año pasado fallecieron dos reos en situación de detenidos preventivos.
Murió “el señor Wilber Vedia por enfermedad terminal, a quien no se le otorgó la detención domiciliaria por el juez cautelar de Sucre, y el compañero Leonardo Vique, quien padecía de tuberculosis y que no se operó su medida alternativa por el juez cautelar de la localidad de San Lucas”, versa un escrito en el que, además, cuenta que ambos fallecieron en el hospital Santa Bárbara después de ser evacuados de emergencia.
A pesar de estos problemas, los internos de San Roque, según sus representantes, lograron una pacífica y ordenada convivencia interna, de modo tal que el tiempo que se encuentren en este centro penitenciario sea una oportunidad para que adquieran un oficio o profesión y su rehabilitación para su posterior reinserción social.
Recomendaciones de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos
- Erradicación de la prisión preventiva como pena anticipada.
- Defensa pública adecuada.
- Independencia de los operadores de justicia.
- Medidas alternativas a la prisión preventiva.
- Mecanismos electrónicos de seguimiento en materia penal.
- Programas de tratamiento de drogas bajo supervisión judicial.
- Medidas relacionadas con la celeridad en los procesos, corrección del retardo procesal.
- Audiencias previas sobre la procedencia de la prisión preventiva.
- Atención a mujeres y otras personas pertenecientes a grupos en situación especial de riesgo.