Sao Paulo, la ciudad tatuada

Me preguntaron una vez si podría imaginar a Brasil dentro de veinticinco años. Si ni siquiera puedo imaginar el de dentro de veinticinco minutos, mucho menos el de veinticinco años por delante.

Sao Paulo, la ciudad tatuada

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Sao Paulo, la ciudad tatuada


    Alex Aillón Valverde para ECOS
    Ecos / 23/04/2019 02:17

     

    El taxista de Uber se llama Jair y acaba de darse cuenta de que no somos, obviamente, brasileños.

    —¿De dónde son? —nos pregunta.

    Mi hermano le responde en portugués: de Bolivia.

    —¡Ah, Bolivia!, y no tienen mar, ¿no? ¿Por qué no tienen mar? —nos lanza de buenas a primeras Jair.

    Mi hermano le explica que lo perdimos en una guerra con los chilenos.

    —¡Ah!, estos chilenos no son “legales” —responde—. ¿Por qué hacen eso los chilenos si ya tienen Acapulco? No son legales —remata.

    Nosotros nos aguantamos para no rematarnos de risa. Le decimos que Acapulco está en México y, el que se remata de risa es él.

    Así nos recibe Sao Paulo, una especie de fortaleza de la soledad repleta de edificios que contiene una de las mayores concentraciones demográficas del mundo (más de 20 millones de almas; Sao Paulo solo está por detrás de México D.F. y Nueva York y es el principal centro financiero de Brasil).

    “La ciudad que no puede parar”, como la llaman, acoge, según estudios extraoficiales como el citado en un texto de los investigadores Renato Cymbalista e Iara Rolnik Xavier, a más de 100 mil bolivianos. En su mayoría jóvenes, de baja escolaridad y empleados en la industria textil. Hay fuentes que dicen que son 200 mil. Nosotros, en este viaje, solo conocimos a uno.

    Sin embargo, aunque ahora nos sentimos más cercanos producto de la globalización, Brasil ha sido un misterio para el resto de América Latina por mucho, mucho tiempo. Solíamos decir que vivíamos de espaldas a Brasil y Brasil, de espaldas a nosotros. Pese a compartir un mismo territorio, no compartíamos el mismo lenguaje, ese hermoso lenguaje del cual han sido cultores grandes escritores como Fernando Pessoa, Clarice Lispector, Machado de Assis o Carlos Drummond de Andrade. La anécdota del taxista y Acapulco es solo una muestra de cómo los brasileños pueden vivir ajenos a la realidad del resto del continente…

    Los tatuajes de la ciudad

    Una de las cosas que más llaman la atención apenas uno comienza a recorrer Sao Paulo es la falta de los inmensos avisos publicitarios a los que nos tienen acostumbradas las grandes capitales. No se ve un cartel de Coca-Cola ni de Calvin Klein; las paredes, las carreteras, los edificios están libres de ellos, están desnudos. Quizás por eso a momentos se torna pesada, gris, llena de concreto. Es una ley lo que evita que esto ocurra y que haya una contaminación visual que en otras partes puede llegar a ser insoportable.

    Pero, más allá de que esto pueda parecer una curiosidad, el fenómeno deja libre la superficie de la ciudad para otro tipo de iniciativas; es, pues, un paraíso para el arte urbano, para el grafiti y para un tipo de escritura urbana que llaman “pixação”.

    El pixação nació como lenguaje de toda una generación de jóvenes de la periferia, abandonados por el Estado, que pensaron que era mejor ser odiados que ignorados y que no tienen condiciones de expresarse de otra manera.

    La piel de la ciudad está desnuda y todos los artistas urbanos están llamados a imaginarla. Entonces, a lo primero que te llama Sao Paulo es a tener los sentidos bien abiertos. A mirarla con atención porque a cada paso, abajo o arriba, siempre aparecerá una obra de arte tatuada en la piel de esta capital vibrante y abrumadora.

    El Callejón de Batman

    Uno de los lugares preferidos para gozar del arte urbano de Sao Paulo es Villa Magdalena, donde se encuentra el Beco do Batman o el Callejón de Batman. Nos cuentan que en los 80, a alguien se le ocurrió pintar al Hombre Murciélago en una de sus paredes. Quedó tan lindo que otros le siguieron y así, hasta cubrir todas las superficies de las casas que ocupan el lugar.

    Otro paulista nos dice que es por la forma del callejón que en la noche puede ser muy oscura como una cueva. Como sea, este se ha convertido en un lugar de visita obligatoria porque, además, cuenta con ferias de arte alternativo y cafés maravillosos para disfrutar un buen día de sol en la capital paulista.

    El Callejón de Batman no es sino un museo al aire libre que demuestra que la imaginación de los artistas callejeros puede embellecer un lugar hasta hacerlo un referente de la actividad turística en un centro urbano.

    Por supuesto, en este tipo de arte la calle es la que decide qué se va y qué se queda. Por eso, los tatuajes de la ciudad van mutando y cada uno tiene un lenguaje y una sensibilidad diferente. Hay tatuajes que son institucionalizados y otros que se esconden de la superficie y de la circulación habitual de los turistas. Estos tatuajes —quizás los más radicales— se encuentran bajo los puentes, en las favelas y en lugares ex/céntricos, en el margen, que es de dónde viene la raíz de esta práctica estética.

    Cobra y Niemeyer

    Todas las calles de Sao Paulo son material de los artistas urbanos: desde las pequeñas casas hasta los rascacielos de la gran urbe y de su avenida más emblemática, la Paulista. Allí uno de los grafiteros más famosos de Brasil, Eduardo Cobra, ha realizado una obra de gran formato con el rostro del arquitecto más importante que ha tenido Brasil y quizás América Latina, Oscar Niemeyer.

    Niemeyer, como los artistas callejeros de San Paulo, ha dejado su legado al imaginario urbano de esta enorme ciudad. Es más, no se podría pensar Sao Paulo sin algunas de las obras que dejó el gran arquitecto carioca quien aseguraba que no es el ángulo recto el que le atraía, ni la línea recta, dura, inflexible, creada por el hombre, sino la curva libre y sensual de las montañas de Brasil, en el curso sinuoso de sus ríos, en las olas del mar, en el cuerpo de la mujer preferida.

    Y allí, en pleno corazón del Parque Ibirapuera se encuentra el auditorio que él imaginó, conjuntamente a la artista de origen japonés Tomie Othake, quien ensambló al edificio una lengua de fuego que es la extensión perfecta y poética de una de las maravillas de arquitectura moderna mundial.

    También en Sao Paulo se puede visitar el complejo cultural diseñado por Niemayer Memorial de América Latina, construido en 1989 con el objetivo de unir la cultura latinoamericana. En las salas del Memorial están expuestas casi 4.000 piezas típicas del folclore, la religión y la cultura de Brasil y de los países vecinos.

    Estos edificios, espacios culturales y artísticos son solo una pequeña muestra del legado arquitectónico que Oscar Niemeyer dejó en Sao Paulo. Recorrerlos es un pretexto perfecto para descubrir la ciudad.

    Nos vamos de Sao Paulo con la sensación de que, como todas las ciudades, esta es una ciudad infinita. Nos vamos con la sensación de que a pesar de todo este espacio imaginado y construido, como una proeza de la sensibilidad y el trabajo del hombre, Niemeyer tenía razón cuando afirmaba que “la arquitectura no tiene importancia. Lo importante es la vida”. Y todo esto es vida.

     

    Me preguntaron una vez si podría imaginar a Brasil dentro de veinticinco años. Si ni siquiera puedo imaginar el de dentro de veinticinco minutos, mucho menos el de veinticinco años por delante.

    “Revelación de un mundo” (1984), Clarice Lispector

     

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