Así nació la cultura mestiza de Bolivia
Si se dice que por la plata baila el mono y, como se sabe, la danza es un arte, a partir de esa grosera comparación no debería extrañar a nadie que la cultura mestiza, que es la que caracteriza a Bolivia
Si se dice que por la plata baila el mono y, como se sabe, la danza es un arte, a partir de esa grosera comparación no debería extrañar a nadie que la cultura mestiza, que es la que caracteriza a Bolivia, haya sido el resultado de un fenómeno económico: la explotación del Cerro Rico de Potosí, que dio paso a un auge económico que alimentó las arcas de las coronas españolas y se convirtió en uno de los pilares de la revolución industrial.
Y si se quiere ubicar un periodo, habría que utilizar como referente el siglo XVII, cuando la explotación argentífera sube en volúmenes difíciles de calcular debido, en gran parte, a las reformas toledanas.
Como consecuencia de la bonanza económica de ese tiempo, en Potosí florecieron las artes y algunos ejemplos de ello son, en Literatura, la pieza de teatro más antigua de Sudamérica, “Comedia de Nuestra Señora de Guadalupe y sus milagros”, escrita por fray Diego de Ocaña en 1601, y la mayor expresión poética del barroco mestizo, “Del Parnaso antártico de obras amatorias”, que Diego Mejía de Fernangil escribió en Potosí y publicó en Sevilla en 1608.
A este mismo periodo pertenece un manuscrito que un indígena, Francisco Tito Yupanqui, escribió en Potosí relatando las penurias que sufrió para tallar una imagen de la Virgen María. Para hacerlo, se inspiró en la advocación de la Virgen del Rosario que corona el altar del templo de Santo Domingo pero, como la jerarquía eclesiástica de La Plata le negó los permisos para realizar la obra, se llevó su talla a su tierra natal, Copacabana. Allí, entregó su escrito a Alonso Ramos Gavilán que lo incluyó en su obra “Historia del célebre santuario de Nuestra Señora de Copacabana y sus milagros e invención de la cruz de Carabuco” y lo publicó en Lima, en 1621, con el título de “Relato de las dificultades para tallar una imagen de la Virgen”. Esa es la prueba concluyente de que la Virgen de Copacabana fue tallada en Potosí.
El movimiento económico que generaba Potosí la convirtió en la Nueva York de su época y es por eso que muchas manifestaciones artísticas nacieron en esta ciudad. El del charango es el mismo caso de la salteña que llegó de España como “empanada flamenca” y se convirtió en la “empanada de caldo” que en tiempos republicanos fue rebautizada como “salteña”.
El charango
Con el charango pasó algo similar: llegó como vihuela de mano, se ejecutó profusamente en Potosí, en los tiempos en que las artes llenaban las casas de los potentados de la época, muchos de ellos indios, y, con el paso de los años, sufrió modificaciones por los ejecutantes nativos hasta convertirse en el instrumento de ese nombre.
El charango es el resultado de la modificación de la vihuela de mano, un proceso cultural que se operó en Potosí, en el siglo XVII, en un momento histórico en el que esta ciudad era el centro económico del mundo, por la ingente explotación de la plata del Cerro Rico y, por tanto, dio lugar al florecimiento de muchas artes.
El mayor investigador del charango, el maestro Ernesto Cavour, afirma que en “el año 1616 Potosí ya contaba con un coliseo propio donde las artes alcanzaron su esplendor, desde representaciones de teatro indígena hasta obras de populares y clásicos españoles, quienes cantaban y bailaban al son de sus vihuelas, instrumento que se adentró al corazón del indígena boliviano para perdurar a través del tiempo, dando lugar al nacimiento del charango después de librar procesos de transculturación, aculturación como remedo, afecto, prestigio, curiosidad, etc.”.
Agrega que “han sido los indígenas explotados durante la colonia en la Villa Imperial de Potosí los que moldearon e hicieron el charango imprimiéndole sus sentimientos, sus nostalgias, sus penas y toda su alma; y fueron los arrieros indígenas, transportadores de minerales y productos necesarios para garantizar la vida y la estancia de la Villa Imperial de Potosí, los que tomaron el modelo más pequeño por liviano y portátil para llevarlo por esos caminos de herradura como un compañero vital de esas largas y penosas travesías, costumbre aún arraigada en Bolivia donde los campesinos atraviesan serranías, valles, llanos, y se detienen en poblados o tambos con este instrumento llamado charango…”.
Las “sirenas”
El testimonio público y eterno de la conversión de la vihuela en charango está en la portada del templo de San Lorenzo, tallada entre 1728 y 1744, donde aparecen los seres pisciformes conocidos como Quesintuu y Umantuu interpretando el charango a dos manos. Asimilados con las sirenas occidentales, estos seres forman parte de la teogonía andina y, según los indicios referidos por Ludovico Bertonio, son dos hermanas mitológicas a quienes se atribuye amoríos con Thunupa, una deidad andina que aparece en varias versiones, con diferentes sexos, atributos e identidades. Pero no son sirenas. Su mitología está asociada a los embalses de peces, como el Lago Titikaka, y concretamente al pez boga (Megaleporinus obtusidens) que recibe el nombre de Quesintuu en esa zona circunlacustre.
Thunupa es una deidad mayor asociada varias veces a Potosí. Resulta llamativo, y digno de estudio, que, al momento de elegir al santo que entronizarían en Mullu Punku o La Puerta, para reemplazar el culto autóctono existente en ese lugar, los jesuitas hayan elegido a San Bartolomé, cuyo parecido con la divinidad andina es referido por varios autores.
Por ello, es lógico que los talladores de la portada de San Lorenzo, que comenzó a edificarse en 1547 como templo de la Anunciación, la primera iglesia matriz de Potosí, hayan agregado, ya en 1728, a Quesintuu y Umantuu porque muchos de estos eran originarios de las zonas aledañas al Titicaca. Pero no solo tomaron elementos de su mitología, de su cultura, sino que le agregaron el instrumento que, para entonces, era uno de los más ejecutados en Potosí, de donde se difundió hacia el resto de Charcas: el charango.
Las llamadas “sirenas charanguistas” son replicadas después, en 1743, en el templo de Salinas de Yocalla y aparecen, ya como manifestación propia pero con la influencia del barroco mestizo potosino, en Cusco, en 1757, y en Puno, en 1779.
Por tanto, la prueba de que Potosí es la cuna del charango no está escrita en papel sino tallada en piedra, para siempre, como claro testimonio de un periodo histórico en el que esta ciudad fue el centro económico del mundo. Negarle esa condición equivale a negar parte de su historia. •