Acoso callejero
"Mamacita rica…”; “con una así yo no duermo”; “vete por la sombrita que el sol está como yo, que arde por vos”; “lo tienes todo, todito en su lugar”; “si te llevo, no te devuelvo”… Estas son algunas de las frases, con connotación sexual, que muchos hombres dicen a diario a las mujeres en las calles.
"Mamacita rica…”; “con una así yo no duermo”; “vete por la sombrita que el sol está como yo, que arde por vos”; “lo tienes todo, todito en su lugar”; “si te llevo, no te devuelvo”… Estas son algunas de las frases, con connotación sexual, que muchos hombres dicen a diario a las mujeres en las calles.
Silbidos, bocinazos, miradas lascivas, jadeos y comentarios directos sobre el cuerpo femenino son habituales y, aunque en menor medida en nuestro medio, también los manoseos, las persecuciones e incluso las masturbaciones.
Son diferentes versiones del acoso callejero que se replican en Bolivia y el mundo entero. Modalidades agresivas que se imponen como formas de dominio, poder, control y violencia. Una lacra social que debe erradicarse cuanto antes.
Desconocidos
Según la socióloga Daniela Carrasco, no existe una única definición de “acoso callejero”. No obstante, hace referencia a las prácticas de connotación sexual ejercidas en espacios públicos por personas desconocidas.
Estas acciones son unipersonales, es decir, no consentidas, y en su totalidad generan malestar, indignación, miedo, inseguridad, pérdida de autonomía y de libertad en las víctimas.
Es por esto que el acoso callejero ha sido definido como una forma de violencia, no solo porque se trata de una práctica que se le impone a la víctima, sino también porque genera impactos negativos en ella. Carrasco explica a ECOS que el acoso callejero se produce bajo acciones naturalizadas por el convencimiento de que se trata de “piropos” o de “halagos”.
9 de cada 10 mujeres
Reportes internacionales y nacionales señalan que nueve de cada diez mujeres han sufrido alguna vez acoso callejero desde los 12 años o menos. “Esto tiene que ver con la prevalencia de la tradición de la violencia machista instaurada culturalmente en nuestra sociedad, la cual da cuenta del dominio físico y simbólico de los hombres sobre las mujeres”, sostiene Carrasco.
Dado que el acoso callejero es una forma más de violencia, está claro que vulnera dos derechos humanos fundamentales: a la libertad y a la seguridad.
“El espacio público debería ser accesible y disfrutado por todos los miembros de la sociedad. Cuando una persona es violenta en razón de su género, entonces es vulnerada en sus derechos ciudadanos”, confirma Carrasco.
El acoso callejero tiene su fundamento en las prácticas de desigualdad propias del sistema patriarcal. Esto quiere decir que culturalmente se otorgó poder y dominio al hombre sobre varias esferas de la vida social, entre ellas las mujeres y sus cuerpos.
Lo más grave es que esta práctica se refuerza constantemente en instituciones sociales como la escuela, la familia y los medios de comunicación, entre otros, alerta Carrasco, que habla de “un intento de ‘disciplinamiento’ y sometimiento a este orden estatuido histórica y culturalmente”.
Las estadísticas dan cuenta de que el acoso callejero es sufrido por niñas desde los 10 años y que continúa a lo largo de su adolescencia y en la edad adulta.
Espacios de violencia callejera
Son múltiples y están en las calles, el transporte público, las universidades, mercados, entre otros lugares. Esto supone que los momentos de violencia son constantes y en cualquier momento del día.
También varones
Pero existen investigaciones que señalan que no solo las mujeres sufren de acoso callejero, sino también los hombres, aunque en menor número: 20% frente a 80%. Es importante anotar que la mayoría de los varones que suelen ser acosados se identifican como LGTB.
Efectos del acoso
Este acoso, al ser una forma de violencia simbólica, genera en las víctimas múltiples efectos negativos. Además de indignación se internaliza el miedo, la inseguridad, la falta de autonomía y de libertad.
En su generalidad obvian, callan y no se enfrentan a sus agresores, convirtiéndose así en personas con alto grado de vulnerabilidad.
Al ser una práctica cultural, el acoso callejero no discrimina grupos ni clases sociales. Esta violencia en razón de género recae con mayor o menor peso en determinadas poblaciones, siendo las principales víctimas las mujeres. •
¿Qué dicen las leyes bolivianas al respecto?
El año 2017 la Cámara de Diputados debatió el problema del acoso callejero como una posibilidad de incorporación al Nuevo Código del Sistema Penal, a pesar de las negativas de algunos legisladores.
El proyecto analizado preveía sanciones para las personas que incurrieran en acoso callejero, como por ejemplo prestación de trabajos de utilidad pública, multas económicas, prohibiciones para el agresor e incluso cárcel.
“Dado que la aplicación de los marcos normativos en Bolivia son una verdadera ilusión, es importante que la denuncia y las sanciones comiencen a darse a través de la organización de la sociedad civil”, alerta la socióloga Daniela Carrasco.
El Observatorio de la Violencia Contra las Mujeres Ni Una Menos indicó que el 100 por ciento de las mujeres que residen en Argentina experimentaron algún tipo de acoso a lo largo de sus vidas.
En Argentina y Chile el acoso callejero está prohibido por ley. En Francia, los comentarios, silbidos y gestos obscenos que tienen lugar en cualquier espacio público reciben multas que van desde 90 hasta 750 euros.
¿Cuál es la diferencia entre acoso y piropo?
“Cuando me preguntan qué opino acerca de los piropos es inevitable responder sin aludir a mi masculinidad, por lo tanto no es una pregunta que se responda solamente desde el rol de psicólogo, sino de hombre”, manifiesta a ECOS el director del Centro de Evaluación, Intervención y Práctica Integral (Ceipi), el psicólogo Iván Salinas.
Este profesional dice que hay que preguntarse cuál es la intención de las palabras vertidas por algunos hombres hacia una mujer en la calle: ¿llamar la atención?, ¿lucir conquistador?, ¿decir algo con doble sentido para hacer reír a alguien? Y si es así, ¿a quién se quiere hacer reír y a costa de qué?
Elementos como el tono de voz, la mirada, la edad de la persona que dice el piropo y la de quien lo recibe, o si quien manifiesta el piropo está acompañado de otros, pueden ser puntos fundamentales para entender el contexto de cada situación y comprender la carga de violencia o no de este tipo de interacciones.
“El contexto de una adolescente sola en la calle, que recibe un piropo proveniente de un grupo de hombres maduros, que la miran en silencio, no es el mismo que el de una mujer que recibe una palabra de un compañero de trabajo a solas mientras ambos ríen”, aclara el psicólogo.
Sin embargo, sostiene que más allá de particularizar cada caso debemos cuestionarnos si el hábito de los piropos no responde simplemente a una construcción que es consecuencia de nuestra inhabilidad para hablar de frente y mirando a los ojos, haciéndonos cargo de lo que estamos diciendo, sin escondernos en el anonimato o en la seguridad que da un grupo cuando queremos la atención de alguien.
“En este sentido, la habilidad de hacer halagos o decir cumplidos, así como de recibirlos de manera respetuosa y coherente, sin ironías ni dobles sentidos, es algo que probablemente nos falta a muchos, entendiendo que un halago, a diferencia de un piropo (en el sentido tradicional de la palabra) es una interacción cara a cara con alguien que conozcamos o no tiene la oportunidad de responder a lo que acabamos de decirle”, concluye Salinas.
1.EXCESOS. En países de Latinoamérica es casi natural que cuando una mujer pasa frente a uno o varios hombres escuche pronunciar frases con mucha creatividad, pero, a veces, algunas palabras exceden los límites del respeto.
2. NATURALIZADO. Para muchos, un piropo de un deconocido en la calle, ya sea amable o con connotación sexual, es parte de un rasgo cultural, por lo que lo aceptan como natural, inevitable o simplemente lo ignoran.
3. LÍMITE. Otras personas opinan que un piropo desagradable puede ser considerado una insolencia, un acoso o la antesala del abuso (si es que no es, ya, un abuso en sí). ¿Quién pone el límite si “la calle es de todos”?
4. SILENCIOS. Uno de los primeros pasos para terminar con el acoso sexual callejero es desnaturalizándolo y terminando con el círculo de silencios. Hay dos tipos de silencio: el silencio culpable y el silencio cómplice.