Hacienda Santa Catalina
Hasta hace unos 20 años, muchos habitantes urbanos de Sucre y Potosí pasaban grandes momentos en haciendas como la de Santa Catalina, una joya arquitectónica que hoy provoca la añoranza de aquellos tiempos felices en cálidos ambientes y espera a los turistas con los brazos abiertos.
Hasta hace unos 20 años, muchos habitantes urbanos de Sucre y Potosí pasaban grandes momentos en haciendas como la de Santa Catalina, una joya arquitectónica que hoy provoca la añoranza de aquellos tiempos felices en cálidos ambientes y espera a los turistas con los brazos abiertos.
Se trata de un lugar pacífico, con clima templado, donde se puede meditar y disfrutar de la naturaleza, del aire puro y el canto de las avecillas.
Los ambientes de este caserón rememoran las reuniones familiares que acostumbraban tener abuelos, padres, tíos, hermanos, primos y nietos. Especialmente en vacaciones y con derroche de alegría.
Entre charlas, cuentos, juegos, paseos o una buena siesta, toda la familia participaba también del desgranado de mazorcas de maíz.
Ni qué decir de los aromas a café recién destilado, mote cociendo en un fogón de barro, pan recientemente horneado, el pito con leche (cereal tostado y molido), una sabrosa comida que era degustada por todos con apetito voraz o la cosecha de frutos de los árboles frutales…
132 años
Este monumento arquitectónico lleno de historia y belleza data de 1887, por lo que ha cumplido 132 años de existencia. Según Marco Antonio Prado, uno de los hijos de la actual propietaria y administradora de la hacienda, María Luisa Arroyo, la edificación es una mezcla de estilo colonial con influencia criolla.
Consultado sobre este tema, el arquitecto Eduardo Gutiérrez dice a ECOS que la propiedad tiene un estilo muy genérico y carácter republicano.
El lugar tuvo su apogeo de producción mixta, agrícola-ganadera, hasta después de la Reforma Agraria (1953). Producían tubérculos, una gran variedad de granos y criaban aves de corral, conejos, ganado ovino, caprino, vacuno y caballar. En los últimos años, solo se dedicaron a la crianza de patos, gansos y cuises.
De acuerdo con los datos proporcionados por Prado, Juana Calderón Luján (murió en 1928), española de nacimiento, mandó a construir la casona que lleva el mismo nombre de la comunidad donde se asienta.
Calderón migró a Sucre acompañando a sus dos hijos, sacerdotes de oficio: Juan Daniel y Tomás Calderón, quienes nacieron en la Madre Patria y fueron destinados a este lado del mundo. Ella adquirió grandes extensiones de tierra en Santa Catalina, Cajamarca y Pascana.
La única hija que tuvo, María Rafaela Calderón (1878-1959), nació en Sucre. Y cuando su progenitora ya no pudo seguir con el cuidado de sus extensas propiedades, ella se encargó de administrarlas.
Según Prado, Rafaela, como herencia de fe, siempre estuvo comprometida con su ciudad, por ello cedió las tierras de Cajamarca al Estado con la condición de que les dejaran agua para su casa y la hacienda, ya que los acueductos pasaban por allí.
El caserón fue modificado y ampliado en la década del 40 del siglo pasado para comodidad de doña Rafaela, quien tuvo un solo hijo: Augusto Arroyo Calderón (1914-1979), el que a su vez se casó con Emilia Rasguido Gutiérrez (1898-1989).
Augusto fue excombatiente de la Guerra del Chaco. Al igual que su madre, poseía un espíritu filantrópico. Acudió al Consejo Nacional de Reforma Agraria y procedió a dotar con títulos de propiedad a los 15 arrendaderos que había allí, quedando así solo el 10 por ciento de toda la propiedad de Santa Catalina para la familia.
Augusto y Emilia tuvieron cinco hijos: René, Daniel, María Elena, María Guillermina (1939-2009) y María Luisa (madre de Marco Antonio Prado).
Las dos últimas hijas fueron las administradoras de la propiedad. Prado recuerda con mucho cariño a su tía María Guillermina, más conocida como “Guichy”.
Dice que ella fue como una madre para toda su familia y que manejó acertadamente la hacienda hasta su deceso en 2009. Buena anfitriona, todo aquel que pasaba por esa ruta encontraba un espacio de descanso en la distinguida hacienda.
Entre las décadas de los 70 y 80, la casa se convirtió en una importante lechería de la ciudad. Y entonces Guichy se hizo famosa por su receta de dulce de leche.
Actualmente, la hacienda está administrada por los Prado Arroyo, la quinta generación de la familia integrada por Rossmery (+), Sandra, Gustavo, Daniel y Marco Antonio, a la cabeza de la madre de los cinco, María Luisa.
La joya arquitectónica
Pese a que fue refaccionada, la hacienda mantiene casi todos sus detalles originales. Solo la parte construida —con adobe y piedra y revoque de yeso— tiene 1.500 metros cuadrados; conserva los tejados españoles.
Cuenta con tres salones principales, jardines (con una variedad de plantas y árboles frutales), una barra, dos patios comunes, piscina, dos fuentes de agua, una cocina amplia, churrasquero, parque infantil y vivero.
Esta joya arquitectónica contiene otra dentro de sí: la capilla que atesora la cruz del Señor de Santiago o apóstol Tata Santiago.
Es una pieza única, considerada una de las más antiguas de Sudamérica. Data de principios del siglo XX, fue restaurada por el Museo Nacional de Arte Bolivia y se expuso como parte de la colección de piezas y representaciones del Tata Santiago en dicho museo, en La Paz, entre el 8 de julio y el 16 de agosto de 2009. De esto han pasado ya diez años.
En el lugar donde estaban los corrales se levantó una casa nueva, donde habitan sus actuales propietarios.
Prado explica a ECOS que actualmente la hacienda mantiene el festejo de dos eventos antiguos importantes: La Fiesta de la Cruz (cada primer jueves después del Carnaval), en agradecimiento de las cosechas. Antiguamente se “celebraba a lo grande”, con las familias colindantes e invitados especiales.
El segundo es el 25 de julio, para la festividad del Tata Santiago. Una pequeña imagen del santo, con su caballo, tiene muchos devotos, pero la representación más valiosa, a la que celebraron durante muchos años, fue la cruz. •
“Finca Trail”, por las haciendas de los alrededores públicos
El holandés Nicolás Koehorst propuso el “Finca Trail”, un proyecto que pretende hacer florecer las haciendas ubicadas alrededor de Sucre, como un incentivo a los propietarios, para recuperar su valor histórico y arquitectónico.
Él plantea rutas alternativas para que los turistas disfruten de las ofertas de las haciendas y casas de campo situadas en torno a la capital del país.
De esta idea nació la “Ruta de las Haciendas”, un recorrido que comienza en Huata, sigue por Santa Catalina, pasa a Aritumayu, continúa con la visita a la comunidad de Maragua y llega hasta la hacienda de Pitantorilla. Se trata de una oferta turística nacional.
En abril de este año, Santa Catalina fue parte del recorrido de la competencia de motocross “Enduro Sucre Capital”.
“Con el objetivo de mostrar y compartir nuestro patrimonio, bajo una iniciativa privada, Santa Catalina pretende ser una opción más para el visitante, donde se pueda disfrutar de los ambientes, espacios, gastronomía y costumbres. Es parte de la riqueza que tiene Sucre, un destino patrimonial y cultural”, resume Marco Antonio Prado, uno de los hijos de la actual propietaria y administradora de la hacienda.
Datos de Santa Catalina
• Servicios: Catering con gastronomía especializada y tradicional. Bodas, bautizos, cumpleaños, retiros y talleres institucionales.
• Capacidad: Por ahora solo hay lugar para 12 personas, pero actualmente se construyen más habitaciones.
• Precio: El albergue (alimentación incluida) cuesta 250 bolivianos, por día y por persona.
• Ubicación: Carretera a Ravelo, Ruta 6. Frente al circuito de Motocross Santa Catalina, antes de llegar a la extranca de K’uchu Tambo.
• Distancia: 8,2 kilómetros del centro de Sucre.
• Tiempo: En vehículo se llega en 15 a 20 minutos.
• Contacto: Los interesados pueden llamar al 64-26871, (4)64-35040 o al 73465899.