Orígenes de la Virgen de Guadalupe
Partir del principio se hace complicado cuando no se tiene precisión respecto de los orígenes del tema a tratar. Es lo que ocurre con la advocación de Nuestra Señora María de Guadalupe.
Partir del principio se hace complicado cuando no se tiene precisión respecto de los orígenes del tema a tratar. Es lo que ocurre con la advocación de Nuestra Señora María de Guadalupe.
Para empezar, es preciso aclarar que la devoción de la que nos ocuparemos no es la que surgió en el actual territorio mexicano sino en Europa, en año que se pretende precisar, y está vinculada con la leyenda de la aparición de la Virgen a un pastor en el noroeste de la provincia de Cáceres (España). Es necesario también apuntar que, tratándose de una leyenda, no se la puede considerar un episodio histórico, aunque algunos de los hechos a los que hace referencia tengan base en sucesos reales.
Pilar Mogollón y Rafael López señalan que la leyenda figura en “diversos códices medievales conservados en varios archivos y bibliotecas, como el Archivo del Monasterio (de Guadalupe), el Archivo Histórico Nacional de Madrid, Biblioteca de El Escorial o la Biblioteca Nacional de Lisboa”, pero el estudio de esos documentos ha permitido encontrar alteraciones a lo largo de los siglos que serían motivo de otro artículo.
Esa no es la única leyenda en torno a la Virgen •
LEYENDA 1: SAN LUCAS
La leyenda más antigua dice que la imagen original de la Virgen de Guadalupe habría sido tallada nada más y nada menos que por el evangelista San Lucas y, a la muerte de este, se habría enterrado con él.
Los restos de San Lucas fueron trasladados a Constantinopla en el siglo IV, en la época del emperador Constancio, y en el año 592 habrían sido encontrados por el papa Gregorio Magno. Los datos sobre los restos de San Lucas, que se conservan en la Basílica de Santa Justina, en Padua (Italia), han sido corroborados recientemente pero, al hablar de ellos, no se hace referencia a imagen alguna.
Según José María Domínguez, la atribución de la talla de la Virgen a San Lucas es común a varias advocaciones y, en el caso de Guadalupe, parece deberse al padre Écija quien habría escrito que “se dice haberla pintado el evangelista San Lucas, que era gran médico y pintor”. Y aquí encontramos una gran contradicción: Écija habla de pintura, pero la imagen que habría sido encontrada en Guadalupe y ahora es venerada en el monasterio allí construido es una talla.
¿En qué queda, entonces, la versión de que la imagen fue recuperada por el papa Gregorio a fines del siglo VI? Esta aparece en el libro del padre Gabriel Talavera: “Tenía entre otras en su oratorio, una (imagen) de la Virgen santísima (a quien siempre fue devotísimo) y haciendo muchas veces oración en su presencia, alcanzaba de su liberalidad grandes favores, y beneficios”.
La versión dice que, pese al valor de la imagen, San Gregorio la obsequió al arzobispo Leandro de Sevilla y permaneció en esa ciudad por un corto tiempo. No obstante, los musulmanes invadieron la ciudad el año 714 así que unos clérigos “sacaron la imagen, que al insigne Leandro San Gregorio envió de Roma, y habiendo perdido cuanto poseían, partieron tan consolados con este precioso tesoro”.
Talavera agrega que los sacerdotes “anduvieron con el miedo algunos días errando de una parte a otra, descarriados, y dieron a caso, o por mejor decir, con acuerdo y consejo del cielo, en un lugar escondido entre tierras fragosas, donde tiene su origen y principio el rio Guadalupe”. Allí, entonces, la habrían encontrado 616 años después.
Leyenda 2: La Aparición
José María Domínguez utiliza el códice C-1 del monasterio de Guadalupe para transcribir la leyenda que refiere que un pastor de Cáceres apacentaba su rebaño en una dehesa de Guadalupe cuando notó que faltaba una de sus vacas, así que dejó guardado el rebaño y salió en busca de ella.
Al cabo de tres días la encontró muerta cerca de la ribera del río Guadalupe. Al notar que la piel no habría sufrido daño, y con el fin de recuperarla, le abrió el pecho en cruz para desollarla pero el animal revivió de pronto y, cuando él no salía de su turbación, se le apareció la Virgen María quien le dijo:
“No tengas miedo; pues yo soy la madre de Dios, por la cual el linaje humano alcanzó redención. Toma tu vaca y vete, y ponla con las otras; pues de esta vaca habrás otras muchas, en memoria de esta aparición. Y después que pusieres tu vaca con las otras, irás luego a tu tierra, y dirás a los clérigos y a las otras gentes que vengan aquí, a este lugar donde yo me aparecí a tí: y que caven aquí y hallarán una imagen mía”.
Luego del prodigio retornó con sus similares, a quienes les contó lo que había visto. No le creyeron y hasta se burlaron de él, entonces les mostró la herida en cruz que seguía en el cuerpo de la vaca, sin cicatrizar, pero tampoco causándole daño. Terminaron creyéndole. Cuando volvió a su casa, en Cáceres, su esposa le dijo que su hijo había muerto y él le respondió que no temiera porque tenía el favor de la madre de Dios. “Y luego, en esa hora, se levantó el mozo vivo y sano, y dijo a su padre: ‘Señor padre, preparaos y vamos para Santa María de Guadalupe’. Por lo cual, cuantos allí estaban presentes y vieron este milagro, quedaron muy maravillados”. Acto seguido, se fue a buscar a los clérigos a quienes no les repitió las palabras de la Virgen con exactitud sino que les dijo lo siguiente:
“Señores, sabed que me apareció nuestra Señora la Virgen María en las montañas cerca del río Guadalupe, y me mandó que os dijera que fueseis allí donde me apareció, y encontraríais una imagen suya; y la sacaseis de allí; y le hicieseis allí una casa. Y me mandó que dijese más: que los que tuviesen a cargo su casa, diesen a comer una vez al día a todos los pobres que a ella viniesen. Y me dijo más: que haría venir a esta su casa muchas gentes de diversas partes, por muchos y grandes milagros que ella haría por todas partes del mundo, así por mar como por tierra; y me dijo más: que allí, en aquella gran montaña, se haría un gran pueblo”.
La excavación se hizo, en efecto, y “hallaron una cueva a manera de sepulcro, dentro del cual estaba la imagen de Santa María, y una campanilla y una carta con ella; y sacáronlo todo allí, con una piedra donde la imagen estaba sentada”.
Pero lo interesante es lo que el códice refiere, después, que se construyó la casa que, según el pastor, fue pedida por la Virgen, pero “el sobredicho pastor se quedó como guardador de esta ermita, y como servidores continuos de Santa María él y su mujer e hijos y todo su linaje”; es decir, dejó de apacentar ganado y se dedicó a servir a la Virgen a cambio, claro está, de las ventajas económicas que eso pudo suponer ya que la capilla se convirtió “en lugar de veneración y peregrinación, como se reconoce en la carta de Alfonso XI escrita en Cadalso el día de navidad de 1340, llegando a ser con el tiempo el ‘célebre’ y ‘magnífico’ santuario de Santa María de Guadalupe, como es denominado en diversos textos desde el siglo XV”.
Su llegada a Bolivia
El fraile que trajo el culto de Guadalupe a Charcas, hoy Bolivia, nació en Ocaña, actual municipio de la provincia española de Toledo, en la comunidad autónoma de Castilla-La Mancha, en 1570. Teresa Gisbert detalla que fue “hijo de Juan de la Huerta y María Salcedo” así que su nombre real debió ser Diego de la Huerta Salcedo. Fue conocido como fray Diego de Ocaña pues tal era su nombre religioso que, siguiendo una antigua costumbre patronímica, hacía alusión a su lugar de origen.
A fines del siglo XVI, el convento de Guadalupe, que estaba a cargo de la Orden de San Jerónimo, había crecido tanto que, según fray Arturo Álvarez, “el hormiguero constante de mendigos que llamaban a las puertas del vetusto cenobio; las frecuentes ayudas que los monjes jerónimos brindaron al erario nacional necesitado; los cuatro hospitales de peregrinos, atendidos por los mejores galenos del reino, sin escatimar las más costosas medicinas…, sumaban cada año cifras astronómicas”.
Por eso fue que se dispuso la partida de dos frailes, Diego de Ocaña y Martín de Posada, con rumbo al Perú. Tomando en cuenta que la mina más importante era la de Potosí, esa era su meta. Se embarcaron el 2 de febrero de 1599 en Sanlúcar de Barrameda pero solo uno llegaría a su destino principal, Diego, porque Martín moriría en Paita siete meses después.
Álvarez nos ayuda a entender el periplo de los jerónimos desde su llegada a Puerto Rico y pasando por Cartagena de Indias, Portobelo y Panamá para ingresar al Perú. Solo tras la muerte de su compañero, Ocaña llega a Potosí el 18 de julio de 1600 y allí pinta una imagen de la Virgen de Guadalupe, a semejanza de la de su convento, con el fin de persuadir a sus habitantes a que den limosnas para el convento. A invitación del obispo de Charcas, Alonso Ramírez de Vergara, pasa a La Plata un año después donde pinta la imagen que hoy es venerada en la capital de Bolivia.