Boquerón, 87 años

El fortín Boquerón se encuentra ubicado entre el fortín Arce (boliviano) y el fortín Isla Poi, también llamado Cacique Ramón (paraguayo). Aproximadamente a una distancia de 400 kilómetros de Asunción y de 2.000 kilómetros de La Paz.

Una imagen que patentiza el esfuerzo y las penurias del soldado boliviano en Boquerón. Una imagen que patentiza el esfuerzo y las penurias del soldado boliviano en Boquerón. Foto: Libro “Historia Gráfica de la

Edgar Vargas Enríquez (*) para ECOS
Ecos / 01/10/2019 00:19

El fortín Boquerón se encuentra ubicado entre el fortín Arce (boliviano) y el fortín Isla Poi, también llamado Cacique Ramón (paraguayo). Aproximadamente a una distancia de 400 kilómetros de Asunción y de 2.000 kilómetros de La Paz.

El fundador de este fortín, en 1927, fue el capitán de caballería Tranquilino Ortiz Cabral. El acta de fundación se halla enterrada a los pies y en el hueco de un trozo de palo santo, bajo tierra.

Al conocer esto, Bolivia funda en forma de herradura los fortines Yucra, Cabo Castillo, Ramírez, Lara.

En abril de 1932 un avión piloteado por el mayor Jorge Jordán llevaba como observador al mayor Oscar Moscoso en un vuelo de inspección. Veían una laguna llamada “Pitantuta” para los paraguayos. ¡Sorpresa! ¡Agua en medio del chaco árido!

Una vez conocida la noticia, el Estado Mayor boliviano ordena la ocupación urgente. Después de 20 días de penosa marcha en el bosque, el mayor Moscoso y 25 soldados llegan al extremo oeste del lago, desalojan a los pocos soldados paraguayos y lo ocupan dándole el nombre de la “Laguna Chuquisaca”.

En Asunción, entretanto, se prepara la recuperación de este lugar de forma secreta, logrando el objetivo en julio del mismo año, después de una cruenta batalla.

Como represalia, nuestro país toma los fortines paraguayos Corrales y Toledo, al mando del coronel Enrique Peñaranda. El siguiente sería Boquerón.

El destacamento que formó este fortín paraguayo estuvo bajo el comando del teniente coronel Luis Aguirre. Al amanecer del 31 de julio, tres aviones bolivianos bombardean el fortín. Luego, los soldados del coronel Aguirre toman el reducto después de dos horas de combate. Los paraguayos abandonan el fortín simulando una retirada; la trampa estaba armada, ya que los soldados paraguayos se encontraban escondidos entre la maleza y a muy corta distancia.

La valentía en Boquerón

La batalla de Boquerón representa para los bolivianos una página gloriosa de amor a la patria, de heroísmo sin límite. Desde los primeros días de septiembre de 1932, los soldados bolivianos que defendían el fortín demostraron compromiso con su bandera, resistieron cada instante, cada hora, cada día. Se enfrentaron a más de 10 mil soldados paraguayos, que concentraron su fuerza alrededor de Boquerón y aislaron el fortín para que nuestros valientes no recibieran ningún tipo de ayuda en alimentos, agua, medicamentos y, peor aún, municiones.

El 7 de septiembre, los paraguayos inician la toma del fortín. A 7 kilómetros se encuentra el primer puesto que alertará sobre el avance de los enemigos. Los soldados bolivianos libran un combate corto e informan al comandante del fortín, el coronel Manuel Marzana, sobre lo sucedido. De pronto se escuchan los primeros disparos de artillería y caen muchos compatriotas; suman los muertos y heridos.

Uno está con el brazo colgando, otro con un disparo en el pecho… Así transcurren días y noches enteras. Cañones, morteros y ametralladoras que disparan todo el poder de sus bocas de fuego. El soldado boliviano resiste en todos los frentes y el comandante del fortín se da cuenta de que los pilas están atacando la retaguardia para cortar el sector de aprovisionamiento.

El puesto sanitario ha trabajado arduamente; los cirujanos hacen todo lo posible para salvar la vida de los heridos. Amputan en vivo, por falta de medicamentos; algunos piden agua. Se tiene que enviar a los camilleros hasta el poso para extraer el líquido vital. Enterados de esta reserva natural, los enemigos disparan sus morteros con el fin de cortar el abastecimiento de agua al soldado boliviano. Unos pocos aviones nacionales sobrevuelan el fortín, dejan caer periódicos, algunos alimentos, municiones pero, con el golpe de la caída, al momento de impactar en el suelo, todo queda inutilizado.

Irrupción y caída de Ustarez

El 11 de septiembre ingresa a Boquerón el capitán Ustarez, acompañado con solo 40 soldados y rompiendo el doble cerco que pusieron los paraguayos; ¡al fin una alegría para las lides bolivianas! Los famosos satinadores del Chaco se presentan al comandante Marzana y definen la estrategia a seguir. Se toma la decisión de abandonar el fortín al día siguiente para abrir un espacio al cerco paraguayo y así posibilitar que las tropas puedan llegar al fortín para poder reaprovisionarse de alimentos, municiones y armas.

El plan arrancaba llegada la noche. Ustarez sale a la contienda y avanza con su tropa confundido dentro de la línea de sus soldados. Se produce un silencio absoluto. La tropa tiene mucho cuidado en el avance, pero no ve que una fracción de paraguayos se desplaza por el costado.

De pronto, se escucha un tableteo de ametralladoras; Ustarez retrocede para romper el nido de fuego. Es inútil, está herido mortalmente. Da una última orden: “¡Adelante, soldados bolivianos!, ¡viva Bolivia!”. Luego, cae derrotado y muerto.

Los aviones bolivianos seguían sobrevolando el fortín. Cumplían su tarea de aprovisionamiento. Uno deja caer un mensaje: se pide “permanecer firmes en vuestras posiciones, tened fe en Dios y en la santa causa de la Patria”. El coronel Marzana recorre las posiciones, consuela a uno, bromea con otro. Por su parte, los aviones paraguayos disparan a los nuestros, causando heridos y un centenar de muertos.

¿Cuántos quedaron cojos, ciegos e inválidos por las enfermedades?

Mientras tanto, el hambre dentro del batallón ha tocado fondo. Se terminaron las mulas, por eso hierven los cueros para que alcance hasta donde se pueda. Algunos no comen. Distribuyen la mitad de cada pan a cada soldado. Los paraguayos suman más hombres a batalla: los están relevando para la estocada final.

De retorno al país, en las ciudades bolivianas, se los arenga hasta Asunción. Nuestros soldados ya no pueden estar parados. Los hombres sangran por tener apoyados los fusiles todo el día. De los soldados que yacen se siente un olor a carne podrida que atrae a cientos de miles de moscas.

Llega el 29 de septiembre de 1932. Desde la madrugada, los oficiales y el comandante están reunidos para evaluar la defensa del fortín. Cada jefe da su opinión, los criterios son los mismos: el enemigo ha sobrepasado nuestras posiciones, los soldados se encuentran desfallecidos por tantos días de combate, sin víveres, sin dotaciones. Los heridos no pueden ser atendidos por falta de medicamentos, sin la esperanza de ser relevados. Entonces, se toma una decisión. El coronel Marzana irá al encuentro con el coronel paraguayo José Félix Estigarribia con el propósito de pedir garantías para los jefes y soldados. Ante la noticia, los soldados bolivianos sienten que las lágrimas asoman sus pupilas, pues se consideran seres infelices. A pesar de esto, están conscientes de que no hay otra alternativa; sentirse o caer bajo el enemigo, casi sin luchar.

En el puesto sanitario, los heridos han aumentado. La mayoría tiene heridas que son imposibles de curar y que les impide moverse; despiden un olor nauseabundo. El calor es tan intenso que es imposible permanecer dentro del puesto. Sin drogas, sin municiones, sin esperanzas, es una agonía lenta. Un avión boliviano deja caer otro mensaje: “10 días de resistencia y la victoria será nuestra”. Un periódico de Buenos Aires dice: “en Boquerón están escribiendo unos pocos soldados bolivianos la más bella página de heroísmo americana. Luchan no solo contra enemigos, infinitamente más números, sino contra el hambre y la sed. Antes de rendirse, quieren la muerte”.

Pasan las horas y aún continúan buscando el túnel por donde escaparon los bolivianos. No dan crédito que hayan sido esos pocos los defensores del reducto, quieren a toda costa que aparezcan los soldados, cuentan los heridos, desentierran los cadáveres y van contando: 634 soldados, ni más ni menos, 162 heridos, 87 descansan y 385 sobreviven a la hecatombe de Boquerón. Pronto llegan los camiones y se llevan a oficiales custodiados por los soldados paraguayos, comenzando así otro capítulo de calvario: el cautiverio.

Un día como hoy, hace 87 años, caía el glorioso fortín.

“Boquerón abandonado”, dice una de las canciones más emblemáticas, compuesta para los bravos guerreros. Con el paso del tiempo es mayor el desconocimiento de las nuevas generaciones sobre uno de los episodios más trascendentales de la historia nacional, donde el heroísmo y, sobre todo, el amor a la patria fueron los cimientos que sostuvieron al soldado boliviano.

La intención de este artículo es recordar a los lectores cómo un pequeño grupo de soldados, en condiciones totalmente adversas, defendió la soberanía nacional. Sea este momento para rendir homenaje a quienes sacrificaron su vida, defendiendo a nuestra querida Bolivia

* Edgar Vargas Enríquez es médico gastroenterólogo, docente universitario de la Facultad de Medicina de la Universidad San Francisco Xavier.

Intercambio de canciones

Llegada la noche, en plena batalla de la defensa del fortín, paraguayos y bolivianos intercambian no solo balas y muerte, sino también canciones:

“India, bella mezcla de diosa y pantera…

Doncella desnuda que habita el Guairá,

Arisco remanso curvó sus caderas…

Copiando un recodo de azul Paraná”.

Y, al escuchar esto, retumba el charango boliviano en respuesta a la polca paraguaya:

“Mañana cuando me muera…

Morirán todas las flores,

Y en la loza de mi tumba,

Cantarán los ruiseñores”.

Bibliografía

- “Masamaclay”, de Roberto Querejazu Calvo

- “Boquerón”, de Antonio Arzabe Reque

- “Lo que he visto en Boquerón”, de Heriberto Florentín (autor paraguayo)

- “Boquerón”, de Alberto Taborga

- Documentos de la Guerra del Chaco de Daniel Salamanca

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