Micaela: “Soy libre como el viento”
Se niega a vivir en un hogar de acogida: “Tengo que caminar hasta terminar (de recorrer) el mundo entero”, dice
“Soy libre como una palomita, como el viento”. Esa es la mayor dicha que dice tener Micaela; así se hace llamar aunque a simple vista resalte la figura de un varón de talla baja que viste pollera y sombrero. Micaela hizo de la calle su hogar y de los comerciantes de la zona, su familia. Muchos quisieron ayudarla, pero ella siempre se negó. Aquí les contamos su historia…
¿Cuántos en Sucre saben que es oriunda de Perú? Muy pocos, según lo confiesa ella misma, solo algunas personas de confianza. En la capital boliviana vive sola; no tiene ni siquiera a un coterráneo conocido. Es más, no posee ningún documento de identidad.
Duerme entre dos casetas, en la avenida Hernando Siles casi esquina Junín. Utiliza como colchón unos maples de huevo y cartones; después de echarse, se cubre con un plástico, con el que se amarra cual si fuera un fardo de ropa.
Habla castellano y quechua, es música y hasta se podría decir que se esfuerza por ser o parecer humorista.
Mientras conversa con ECOS, se acerca un adulto mayor y le entrega una moneda de Bs 2. “Toma, papito, para que te compres”, le dice el hombre mientras charla amenamente con la dueña de una de las casetas; es curioso, suena contradictorio y lo es: Micaela nació varón, pero se siente mujer.
Cuestionaban al trago, pues un conocido había fallecido recientemente por alcoholismo. En un determinado momento, el anciano sugiere tomar mucha leche para tener una buena salud. Pero entonces, atenta al diálogo, interviene sorpresivamente Micaela, también bromeando: “En vez de tomar leche hay que tomar trago. ¿Para qué? Para matar microbios”. Y prosigue: “cuando tomamos leche, ¡cuántos microbios se plantarán, se crearán bajo nuestro estómago! La leche es dulce, ¿no ve? Entonces, a través de eso los microbios aparecen como granos de azúcar en nuestro estómago. Eso no vale, (el) alcohol mata ese microbio”, insiste con una risa picaresca.
Tiene quién lo cuide
Sus amigos de la calle o vecinos siempre se preocupan por ella, pues en época de lluvias le dan cobijo y hasta medicinas cuando se enferma.
Un día no pudo guarecerse a tiempo del temporal y se pescó un resfrío. Entonces, Nicolasa acondicionó su caseta para hacerle una “cama” caliente, donde la recostó después de darle un antigripal.
Como encomienda
Quienes la conocen dicen que Micaela lleva unos diez años en Sucre, aunque suele perderse meses. Se va a La Paz, a Cochabamba, a Villazón, a Oruro… recientemente estuvo en Santa Cruz. Cuando se le pregunta en qué viaja y cuánto paga, responde: “No me cobran nada porque donde ponen las encomiendas, ahí voy, como encomienda me botan”.
De Santa Cruz volvió desanimada:
—Me reñían.
—Pero, ¿para qué ha ido allá?
—Sí, ya no voy a volver más.
Una pollera personalizada
Micaela tiene fascinación con la moda de la chola paceña, por ello viste un sombrero y una pollera que, según cuenta a ECOS, hace confeccionar a su medida en Oruro.
Hubo un tiempo en que calzó zapatos de chola paceña con tacones, pero desde que los perdió anda descalza. Alguna vez le ofrecieron chinelas, pero no quiso aceptarlas aduciendo que pronto viajaría a Oruro para traerse su pollera y unos zapatos nuevos.
Música y bailarina
En su pollera guarda una armónica y cuando un amigo suyo le pide tocar una pieza, lo hace con gusto. Ahora mismo interpreta un huayno peruano, “Qué linda flor”, del cantautor Víctor Manuel.
No solo toca, también baila. Antes, se la podía ver actuando para el público, en plena calle, a cambio de una moneda; ahora lo hace solo para sus amigos.
Nunca se dedicó al comercio, como otras personas de escasos recursos económicos; siempre estuvo vinculada con el arte callejero.
No pide limosna, simplemente está parada en la calle junto con dos bolsas de nylon en las que lleva una chamarra, una manta, un lavador y una taza.
Trata de ser cuidadosa con su higiene. Todas las mañanas se asea (en la calle), y hace poco decidió cortarse las trenzas para evitar que su pelo se llene de piojos.
Está perdiendo la visión
En general, tiene una buena salud. Lo único que la preocupa es su visión. Le cuesta mucho abrir el ojo derecho y en el izquierdo tiene una carnosidad que le dificulta la visión.
Cuando alguien se le acerca solo ve la silueta y puede reconocer si es hombre o mujer por el timbre de voz.
No suele hablar de su edad, aunque sus amigos creen que ronda los 50 años…
Un camión le pisó el pie
Antes de llegar a la capital, vivió un tiempo en Potosí. Allá sabía estar en un alojamiento céntrico, cuyo propietario comentó en uno de sus arribos a Sucre del accidente que sufrió Micaela.
Un camión le pisó uno de sus pies, pero no quiso recibir atención médica en un hospital. “Se te va a gangrenar el pie”, le advirtieron. A lo que respondió, desconfiada: “No, más bien (allí) me van a cortar mi pie”.
Dicen que se curó a plan de orín y coca masticada. Del accidente le queda una gran cicatriz.
Prefiere la calle a un hogar
Más de una persona ofreció llevarla a un internado o un hogar de acogida, pero, no cambia la calle por nada. “Yo tengo que caminar todo libre como una palomita, como el viento. Tengo que caminar hasta terminar (de recorrer) el mundo entero”, dice Micaela cuando se le habla de esa posibilidad.
“A mí nadie me puede obligar: ¿acaso yo obedezco (pertenezco) a ellos?, ¿acaso voy a molestar a su casa? Entonces, ¿ellos por qué me vienen a molestar a mí?”, reprocha incluso con indignación.
Micaela no solo se molesta cuando quieren llevarla a un lugar cerrado, sino que también se le estremece el corazón porque piensa que quieren alejarla de los amigos que tiene en la calle, como doña Nico. “Ya, ya, ya Micaelita. Aquí nomás vas a estar, conmigo nomás te vas a quedar”, le dice su amiga, mientras la abraza, como protegiéndola de algún peligro.
“Aquí nomás vas a estar, conmigo te vas a quedar, Micaelita, no vas a ir con nadie”. Y le reitera, una y otra vez, “conmigo te vas a quedar hasta el final, bien yo me voy a morir o bien vos te vas a morir; vos me vas a enterrar o si no yo te voy a enterrar primero”.
Es la voz de Nicolasa Torres, una vendedora de pastillas de 66 años que trabó con Micaela una amistad a prueba de todo, y en contra todos, hasta de los que buscan ayudar a su amiga •