Tragedia de un payaso

Análisis de la película «Joker», por el escritor y cinéfilo chuquisaqueño Miguel Ángel Gálvez

Tragedia de un payaso Tragedia de un payaso Foto: Internet

Miguel Ángel Gálvez (*) para ECOS
Ecos / 02/12/2019 15:46

“Algunos hombres solo quieren ver el mundo arder”. Esta es la sentencia con la que el mayordomo Alfred define al villano central de The Dark Knight. El Joker de esta iteración es, en pocas palabras, un agente del Caos; un arquetipo de pura arbitrariedad, que actúa en forma completamente caprichosa. A lo largo de la cinta, nos vemos confrontados por un colorido psicópata que quema el dinero que ha robado, que se ríe de los que tratan de torturarlo y que invita abiertamente a Batman —ese oscuro paladín del orden y  la convencionalidad— a asesinarlo. Sus acciones no obedecen a móviles racionales comprensibles, ni pueden tampoco ser explicadas a través de una historia personal. De hecho, el Joker de Nolan ni siquiera tiene una historia personal. Cada vez que explica el origen de sus terribles cicatrices faciales, da un recuento diferente. Su locura, pues, no tiene causas; es metafísica e inhumana.

En su brillante nuevo filme, Todd Phillips —un director cuya previa filmografía no permitía predecir una obra de esta calidad— hace algo muy diferente: le da una génesis al Joker. Y en el proceso convierte al arquetipo en un personaje, y a su historia en una tragedia.

Hoy en día, la palabra “tragedia” se ha vuelto un sinónimo más de “desgracia”. Pero, en su sentido original, la Tragedia tenía un sentido más profundo: era un género literario que retrataba el choque entre la voluntad humana y el destino. Un choque en el que el hombre no puede nunca prevalecer. El infortunio, en estas obras, no era una mera contingencia, sino una consecuencia inexorable. No es casual que un elemento típico de ellas fuese la presencia de un oráculo; una profecía que anunciaba desde el inicio el final del personaje. El resto de la trama no era más que el desarrollo de las causas que conducían a esa consecuencia. La Tragedia clásica es un género naturalmente determinista.

En “Joker” no existe un oráculo que nos anuncie el destino del protagonista. Pero no es necesario. El Joker es uno de los personajes más queridos de la cultura popular actual, como demuestra el éxito sin precedentes que ha tenido la cinta. Todos conocen al principal villano de Batman, lo que significa que también saben en que terminara la película. La gente ha acudido en masa a las salas de cine, no para conocer el destino del protagonista, sino más bien para conocer su origen; para saber quién fue el hombre que terminó por convertirse en el agente del caos.

Este hombre se llama Arthur Fleck. Un insignificante solitario que vive con su madre, trabaja como payaso de fiesta y sueña con ser un comediante.  Arthur padece de una condición que lo hace reaccionar ante la angustia con risa incontrolable, así como otros trastornos psiquiátricos no especificados, para los que necesita medicación, que obtiene a través de la asistencia social. Pero es importante dejar en claro que no es un psicópata. No hay en él tendencias sádicas u homicidas, y la manera en la que lo vemos tratando de hacer reír a un niño nos revela una naturaleza básicamente empática. Sus futuros crímenes no serán producto de inescrutables impulsos internos, sino de razones que todos podemos comprender y con las que todos podemos empatizar.

Porque es natural empatizar con los maltratados y Arthur ha sido maltratado toda su vida. Desde el principio de la película, lo vemos sufrir todo tipo de vejaciones y humillaciones. El futuro agente del caos, fue primero la víctima de un orden injusto. Un orden en el que la violencia, el abuso y la crueldad son parte de la realidad cotidiana. “¿Soy solo yo, o todo se está volviendo más loco allá afuera?”, le dice Arthur a su terapista. Ella no puede contradecirlo. La injusticia no es una simple ilusión de su paciente.

Esta crisis terminará explotando en una escena en el metro, en la que tres arrogantes hombres de negocios, borrachos, entran en su vagón y comienzan a acosar a una mujer enfrente de Arthur. Él trata al principio de mantenerse al margen, pero es evidente que la situación le causa gran ansiedad, por lo que comienza a reír descontroladamente, atrayendo sobre sí la atención de los agresores. La mujer aprovecha entonces la oportunidad para escapar, y Arthur queda a merced de los tres hombres que lo hostigan, para luego atacarlo brutalmente. Es en este momento que Arthur saca el revólver que le había dado un compañero de trabajo y abre fuego.

Dos de los hombres caen fulminados en el acto, el tercero logra escapar herido, pero no llega muy lejos. Arthur lo alcanza en las escaleras de la estación y vacía su arma sobre él. Las primeras dos muertes pueden entenderse como un acto de autodefensa, pero la tercera es claramente una ejecución. Más adelante, él confesará que esperaba sentirse mal por esto, pero que en realidad no es así. Es fácil entender por qué: por primera vez en su vida, Arthur no es una víctima. Por primera vez en su vida, él tiene el poder. Para alguien que ha sufrido bajo el orden, el caos puede ser liberador.

Esta incómoda verdad es la razón por la que la película ha sido tan controversial. Aun antes de su estreno, el filme fue acusado de glorificar el movimiento Incel, el resentimiento de los hombres blancos, o los conflictos de clase. Interpretaciones que han sido en el mejor de los casos simplistas y en el peor, sesgadas. En pocas palabras, el filme no tiene ningún elemento misógino, la raza del protagonista es incidental y las diferencias económicas parecen insuficientes para entender las injusticias que sufre Arthur. Después de todo, la mujer que lo humilla en el bus, cuando trata de hacer reír a su hijo, y los muchachos que le dan una golpiza en un callejón al inicio de la película no son, de ningún modo, personajes de clase alta, pero aún así son también responsables de su sufrimiento. En el mundo de “Joker”, nadie es realmente inocente.

La película tiene más sentido, en mi opinión, como una crítica de la meritocracia: la idea de que el éxito es y debe ser producto del mérito. Una idea que, en nuestro tiempo, parece natural e incluso noble, pero que en realidad tiene un lado oscuro. Porque si la buena fortuna es en verdad producto del mérito, eso significa que el infortunio es también merecido. Los desgraciados se vuelven así “perdedores” que no son ya vistos con compasión, sino con desprecio.

Esta visión despiadada del mundo es nítidamente encarnada por Thomas Wayne, el antiguo jefe de la madre de Arthur. Un millonario que pretende ser alcalde de la ciudad y que denuncia en televisión al “cobarde” enmascarado que ha asesinado a los hombres del metro y que llama “payasos” a los que se identifican con el. Lo que dice no es exactamente incorrecto. Después de todo, se ha cometido un asesinato y condenarlo es lo que corresponde. Pero lo que hace al personaje tan insufrible es su falta de voluntad para entender las causas que han conducido al crimen y su desprecio por el dolor de la ciudad.

Sabemos bien, por la mitología de Batman, que este hombre es el padre de Bruce Wayne y, en un giro de la trama, se nos revela que también podría ser el padre de Arthur. El agente del caos y el agente del orden podrían estar relacionados. Una revelación que lleva a Arthur a buscar al millonario y confrontarlo, en una escena en la que no pide dinero u otra compensación. Simplemente quiere ser abrazado, reconocido como un semejante. Ser hijo de ese hombre le daría quizá un lugar en el mundo. Pero Wayne lo rechaza con frialdad y le revela que su relación no es más que un delirio de su madre. Y cuando Arthur comienza a reír por el dolor, lo golpea en el rostro.

En contraposición al ideal meritocrático, la Tragedia clásica entendía que tanto la fortuna como el infortunio tenían poco que ver con los merecimientos humanos. Ni siquiera los hombres virtuosos o los grandes héroes estaban a salvo de la fatalidad. Esto permitió a los antiguos griegos no solo tener una visión más cabal de la realidad, sino también una actitud más empática con los desafortunados. El fracaso y la desgracia no era para ellos un motivo de vergüenza o de deshonra. La película de Phillips pertenece, de forma consciente o no, a esta misma tradición.

Es por eso que cuando Arthur se transforma finalmente en el Joker, no lo podemos culpar. Después de todo, las metamorfosis son otro elemento recurrente de la Tragedia clásica. Hécuba se convierte en perro al ver los cadáveres de sus hijos; Arthur se pone el maquillaje y abraza la locura, al ver que nunca podrá ser parte del orden y  que la cordura no le ofrece más que horror. En ambos casos, vemos a un personaje perder su humanidad ante una realidad insoportable.

El clímax de la película sucede en el estudio de un popular programa de entrevistas de la televisión, al que Arthur, ha sido invitado en otro improbable giro del destino. Haciéndose presentar como el Joker, confiesa haber asesinado a los hombres del metro a modo de chiste, y cuando el anfitrión le pregunta si considera que eso es gracioso, le responde: “Lo creo. Y estoy harto de pretender que no lo es. La comedia es subjetiva, Murray. ¿No es eso lo que dicen? Todos ustedes, el sistema que sabe tanto, son ustedes los que deciden que es correcto o incorrecto. Del mismo modo que deciden que es gracioso o no”. Al final del intercambio, Joker (porque Arthur ya no existe) saca el revólver y le dispara en la cabeza.

Pero aquí no termina la catástrofe. La patrulla policiaca que lo transporta es interceptada por una turba enardecida, que lo libera y se congrega a sus pies. Los marginados de la ciudad lo han convertido en un héroe, y lo vitorean cuando finalmente se yergue y baila entre los escombros. De este modo, Joker se convierte en el símbolo de una tragedia aún mayor, porque, por más que empaticemos con él, sabemos que él no es, ni nunca será, un héroe. Como la gran mayoría de los violentos revolucionarios de la historia, él está destinado a convertirse en un monstruo.

Y esto es algo que no conviene olvidar. La ira que Joker representa, aunque comprensible, sólo conduce a la autodestrucción social y personal. Algo que queda claro cuando vemos que, en un alejado callejón, uno de sus enmascarados seguidores asesina a Thomas Wayne y a su esposa delante de su hijo. Sin saberlo, el Joker ha engendrado a su propio Némesis; al futuro paladín de las fuerzas de la reacción.

Arthur Fleck es, en último caso, un personaje que todos deberíamos tratar de entender, pero que nadie debería tratar de imitar.

* Miguel Ángel Gálvez es escritor y cinéfilo chuquisaqueño.

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