Río San Juan: 20 años en Potosí

Crónica de la realización de un anhelado proyecto para la sedienta Villa Imperial

En una de las inspecciones. En una de las inspecciones. Foto: Daniel Arturo Oropeza

Daniel Arturo Oropeza Echeverría (*)
Ecos / 16/12/2019 00:08

En el inicio de mi primera administración prefectural (1989 – 1993), leí el pliego de peticiones que el prefecto Armando Alba elevó al Gobierno central en 1959. Encabezaba la lista la captación de aguas del río San Juan, proyecto que vivía en la esperanza regional desde los años 30 del siglo pasado.

Fue tan anecdotizada esta aspiración que, en ocasión de pedirle tanques de agua al gobierno de Peñaranda, este envió tanques de guerra contra las movilizaciones del siempre aguerrido pueblo potosino. La desatinada actitud de tal militar hizo enérgica la búsqueda incesante de federalismo, que el pueblo furioso gritó desde entonces en Potosí y que no declinará hasta conseguir esa forma propia de administrarse a sí mismo.

La espera fue larga y dramática. Fue recurrente la sequía que dejaba por inútiles a las lagunas tradicionales, que motivaban protestas y colocaban entre la sed y la frustración a la gente, mientras que las autoridades locales tenían la “obligación” de contener al pueblo y de contentar a “su” gobierno.

Por fin, luego de más de 20 presidentes, entre militares y civiles, que prometieron agua del río San Juan, se logró concretar el presupuesto en la primera gestión de Sánchez de Lozada, bajo la premisa de “agua para Potosí”, en su gobierno.

Son 52 kilómetros entre la toma y el Cerro Chico, 150 metros de desnivel entre la cabecera del San Juan y el tanque de distribución en la ciudad. Se calculó un caudal de 160 litros por segundo usando tubería de fierro fundido de 600 milímetros de diámetro. Así estuvo pactado y firmado por aquel gobierno. Esta obra fundamental debió ser puesta en servicio antes del 6 de agosto de 1997, cuando asumió Banzer, pero el acueducto no fue completado y ya en plena administración de ese presidente fui designado por segunda vez prefecto de Potosí, en diciembre de 1998.

Entonces estaba conformada una instancia técnica administrativa, PIAP, que dirigía el ingeniero Dulfredo Zambrana, y se decidió que este profesional potosino continuara en funciones y se estudiara a profundidad los motivos más críticos por los que solamente se había llegado a menos de la mitad del avance de las obras, que ya llevaban casi cinco años de ejecución, pese a estar en Potosí el total de la tubería, y sus accesorios, que fue comprada en Estados Unidos.

De ese profundo análisis técnico se tomaron medidas urgentes en cuanto al enfoque de ejecución y se optó por convocar a la mano de obra de los valerosos trabajadores cooperativistas mineros que, para ese tiempo, tenían poca actividad por los bajos precios del mercado mineral.

Se conformó en brigadas técnicas a un buen número de ingenieros de varias especialidades, albañiles y obreros cooperativistas; potosinos todos que hacían “puntas” como en las minas del Potosí. Se trabajó las 24 horas del día en los meses del siempre crudo invierno regional. Solo así se pudo hacer frente a las expectativas cada vez más crecientes sobre el río San Juan, recordando, además, que ese fue un año de sequía sobre el Kari Kari, lo que obligó al uso de cisternas para atender con urgencia los barrios de la ciudad.

Fue impresionante ver que, con todo entusiasmo, ese contingente de expertos mineros locales se puso manos a la obra en la voladura de roca a cielo abierto, en la habilitación de sendas; algunas a mano limpia para posibilitar el acceso de maquinaria pesada por la muy accidentada orografía de la zona, en el transporte a pulso y la colocación dificultosa, uno por uno; de miles de tubos de fierro fundido de seis metros de largo que pesan media tonelada cada uno.

Estaban ellos en la construcción de cámaras de inspección e instalación de accesorios entre válvulas, desarenadores y ventosas compatibles con el sistema hidráulico. Estaban en la soldadura especializada de enormes tubos de acero; soldadura supervisada una a una, con rayos X por el ingeniero potosino Marcial Berdeja. Se instaló esta tubería en los puntos críticos, asegurando con este material de acero un flujo ininterrumpido en el servicio debido a la presencia de picos de máxima presión de agua.

Era risible el tener que buscar entre el personal al trabajador más menudo de volumen  corpóreo para ser introducido en la tubería y realizar el obligatorio trabajo de pintar a mano con un material epóxico la cara interior del ducto de acero. El elegido debía deslizarse sobre una ingeniosa y diminuta plataforma de madera (invención local) que sobre pequeños rodamientos era accionada desde el exterior por sus atentos y nerviosos compañeros. Era inevitable que el pequeño pintor saliera también “brocheado” por la salpicadura de pintura.

Se construyeron innumerables obras complementarias de hormigón para mantener inmóvil la tubería, ante el raudo y potente paso interior del agua con presión máxima, y se habilitaron puentes de estructura metálica sobre las quebradas por donde debía pasar el eje de la aducción. Se instaló un sistema de comunicación por radio para el apoyo logístico entre los diversos campamentos. 

Se trabajó intensamente durante 1999. Realizábamos inspecciones técnicas inclusive en horas de la noche, después de cumplir las tareas administrativas obligatorias. Era rutinario que el Consejo Departamental y el Comité Cívico fueran parte de estas visitas, y constante la presencia del pueblo y de la prensa potosina en ese acompañamiento.

Tanque de distribución

Paralelamente a estas tareas, se inició la construcción del tanque final de distribución: según el proyecto, fue ubicado en las faldas del Cerro Chico. Se trataba de una estructura de hormigón armado de dimensiones suficientes para recibir el agua en apreciable cantidad e inyectarla en la red de la ciudad.

El ingeniero Zambrana hizo instalar parlantes con música nacional, cuyo potente volumen sonoro, además de opacar el ruido monótono de las mezcladoras de cemento, alegró el ánimo del numeroso equipo de trabajadores que sin interrupción y por turnos realizaron el vaciado de concreto sobre las armaduras de acero con cuidado trabajadas previamente.

Recuerdo, aun con emoción, los primeros días de noviembre de ese año. El acueducto estaba concluido desde la obra de toma en la alta cabecera del San Juan y se extendía en lontananza, 52 kilómetros abajo, hasta alcanzar la sedienta ciudad de Potosí.

Recuerdo que una brigada de técnicos hicimos una vez más el largo recorrido de ida y vuelta, observando acuciosos y ansiosos todos los detalles. Se revisaron los tramos planos, los tramos sobre terrenos accidentados, las innumerables quebradas; los cambios de dirección horizontal y vertical de la tubería. La inspección fue cuidadosa en los puntos más críticos. Todo estaba en orden y en su lugar antes de emitir la orden de empezar a cargar el agua del río San Juan en la tubería.

El proceso de carga fue lento y, por tanto, cuidadoso, pues en una línea de aducción, cuyo flujo a tubo lleno depende exclusivamente de la gravedad, debe ser monitoreado con mucha serenidad, tomando en cuenta el diámetro de 60 centímetros y la longitud de 52 kilómetros de esta importante obra hidráulica.

Fuga en Cantumarca

En la madrugada del 10 de noviembre me informaron de una fuga de agua por la aparición de un orificio en el cuerpo de un tubo, en las proximidades de Cantumarca. Preocupados, pero muy serenos, ordenamos por radio que se disminuyera el ingreso de agua en la toma para descomprimir el acueducto y evitar posibles daños mayores.

Esa prudente actitud hizo que la presión de agua bajase bastante para el momento en que debió haber llagado el flujo hasta el tanque de distribución, en instantes en que el presidente Banzer y todo el mundo la esperábamos en ese punto.

Siempre serenos aunque transpirando por dentro, nos trasladamos la comitiva en pleno hacia una válvula cercana que, luego de ser abierta, dejó aparecer un impresionante flujo de agua que, por su gran presión, más parecía un enorme atomizador de partículas de H2O que empezaron a regar la ciudad de Potosí. Fue dramático, emocionante y satisfactorio a la vez.

A las cinco de la tarde del 10 de noviembre de 1999 llegó el agua del río San Juan al tanque de distribución. Era el 189 aniversario de la revolución de Potosí y fue como si su propio destino de tierra bendita le hubiera programado tan magna exactitud. Mientras esto ocurría, la comitiva oficial presidía el desfile de las instituciones potosinas y el presidente Banzer ya se había ido.

Al recibir la buena noticia, abandonamos el altar patrio y en algarabía y gran comitiva fuimos a bañarnos todos con el agua que Potosí había esperado tantos años.

Dentro de la satisfacción que reinaba entre los presentes, se me acercó un señor ancianito, por cuya puerta de su humilde vivienda, ubicada en la soledad de las montañas, pasaba el acueducto y, muy quedo, me dijo al oído: “el agua del río San Juan ha llegado solita esta tarde. No ha querido dejarse ver con nadie esta mañana, porque nadie le ha pedido permiso para traerla hasta Potosí…”. Me dejó pensativo y muy reflexivo eso que dijo y que nos explica, una vez más, la profunda relación que existe entre el pueblo andino y su ancestral cultura.

Mi profundo reconocimiento a los cientos de trabajadores cooperativistas mineros y obreros de Potosí que trabajaron en esta obra. Que ellos, al leer esta crónica, recuerden los intensos y dramáticos meses de dedicación a nuestro acueducto. Ellos están aún jóvenes y habrán contado a sus familias de sus desvelos por nuestra tierra. Como también recuerdo, felicito y agradezco a los ingenieros y demás personal potosino que se entregaron de lleno en este trabajo.

Veinte años después, nuestra población es más numerosa y ha crecido la demanda de agua en lo doméstico e industrial. Se debe buscar con anticipación soluciones de abastecimiento para un inmediato futuro, pues el fantasma de la sequía lamentablemente está siempre presente sobre nuestras lagunas.

El acueducto del río San Juan atenderá a Potosí por 50 años más con el debido mantenimiento. Y aunque quedaron varias docenas de tubos de repuesto, nunca estará de más tomar previsiones para contingencias que siempre ocurren. Y para optimizar el mejor uso de los volúmenes actuales, es prudente decir que, en vez de racionar el agua, es mejor regularla. No permitir que la red principal presente fugas y que todos cuidemos con sagrada dedicación el agua que llega a nuestros domicilios.

En cuanto a mí respecta, debo decir con sencillez que esa satisfacción me acompañará por siempre •

* Daniel Oropeza Echeverría fue prefecto y diputado de Potosí.

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