Cuando te quedas sin nadie
“Riguchu”, oriundo de Actara, Potosí, remando solo contra la corriente de la vida
Gregorio nos recibe en un edificio a medio construir, donde ocupa uno de los cuartos del nivel más alto que no tiene ventanas ni puerta. Un catre, una mesa, un velador y algunas cajas de cartón con ropa y artículos de cocina, principalmente, llenan su habitación. Allí, vive solo.
No posee ningún electrodoméstico y menos un televisor o una radio, pero sí un celular Huawei que llegó a sus manos de pura casualidad. Todos los días debe subir y bajar las gradas para llegar hasta su habitación en el tercer piso, rutina nada fácil considerando su problema de columna.
Camina agachado y siente dolor cuando quiere corregir su postura; esto podría resolverse con una operación inaccesible para él por su elevado costo. Nunca se casó, no tiene pareja ni hijos.
El 4 de enero, Gregorio cumplirá 70 años y él quiere seguir haciendo lo mismo que lo ocupa desde siempre: barrer las calles y aceras de los vecinos a cambio de unos pesos.
El dinero que recibe por ese trabajo, más la Renta Dignidad de 350 bolivianos, le sirve para cubrir sus gastos de alquiler y alimentación, fundamentalmente.
De oficio, barrendero
Gregorio Mamani Marcani, oriundo de la comunidad Actara, Potosí, llegó hace muchos años a Sucre. En la capital se estableció como barrendero, un oficio que desempeña incansablemente todos los días desde las 6:00.
Lleva una vida sencilla, sin excesos ni problemas, y es muy querido por varios vecinos que reconocen su labor con el pago de algunos pesos.
ECOS exploró su mundo y encontró en él fortaleza, ganas de vivir, enseñanza, humildad, amabilidad, solidaridad, disciplina, respeto y el don de la alegría.
Ante nuestra repentina presencia en su quehacer diario, la primera respuesta de don Gregorio es una risa como las tantas que regala a sus circunstanciales amigos en las calles por donde frecuenta a diario desde muy temprano.
Haga calor o llueva, como esta vez, siempre está dispuesto a cumplir con el deber. Actualmente tiene seis clientes en las calles El Villar, Colón, Raúl F. de Córdoba, René Moreno, Olañeta y Destacamento 111.
Esta mañana, Gregorio tiene que extender sus horas de trabajo debido a la lluvia. Como siempre, lleva consigo una escoba de paja, una bolsa de plástico y un basurero.
Su repertorio musical es amplio. Hoy, lo encontramos cantando “Basta, corazón, no llores”, un conocido huayño del charanguista potosino Bonny Alberto Terán, su coterráneo. Así, cantando y tarareando barre las calles y aceras.
Gregorio cuenta que sus clientes —que son dueños de casa o encargados de tiendas, clínicas o negocios en alquiler— le pagan entre 10 bolivianos por semana, pero también hay quienes le reconocen con algo más.
Trabaja desde las 6:00 hasta las 11:00, de lunes a domingo, incluso feriados.
No recibió ofertas de trabajo de la Entidad Municipal de Aseo Sucre (EMAS); él dice que está bien así, trabajando por cuenta propia.
Sueña con casa propia
En Sucre siempre vivió en alquiler y su sueño individual, porque no ha formado una familia (cuando se le pregunta sobre este tema se queda en silencio) es tener una casa o cuarto propio. No hizo el intento de pedir al Gobierno porque cree que no le harán caso.
“¿Pedir casa al Gobierno? ¡Qué va a dar, pues! BonoSol (Renta Dignidad) te dan, pero casa no te van a dar”, afirma el incrédulo hombre de complexión delgada que cuando cumplió el servicio militar tenía una constitución robusta.
Paga Bs 250 de alquiler y dice que no falla, porque además de lo que gana barriendo, cobra los Bs 350 de la Renta Dignidad que le corresponde como persona de la tercera edad sin jubilación.
Pedir limosna “es feo”
Para Gregorio o “Riguchu” (su apodo), pedir limosna, cuando se puede trabajar, es malo. Por eso los que teniendo todo para ganarse algo y extienden la mano son “mañudos”, critica él.
“Pedir es feo. No pido porque tengo. No pido porque trabajo. Otras personas, pudiendo, no trabajan y están pidiendo limosna; eso es feo”, compara.
No sabe leer, pero sí contar
Gregorio no sabe leer ni escribir, pero sí reconoce los números. Habla quechua y castellano; sin embargo su pronunciación es dificultosa porque perdió todos los dientes.
A pesar de ese problema, se alimenta bien. “Almuerzo segundito más, pero aplastado”, explica entre risas.
Alguna vez quiso hacerse colocar una dentadura nueva; después de algunas averiguaciones, se desanimó. “Quiero, pero cuesta caro, ¿de dónde voy a conseguir Bs 1.000?”.
Víctima de la injusticia
Gregorio se queja de algunas injusticias que se cometen en la vida con una experiencia propia.
“Lo que otros roban, a nosotros nos achacan (por el solo hecho de estar en la calle). ‘Tú has robado’, te dicen. Una vez se llevaron quesos de un mercadito (micromercado) y a mí me culparon; me llevaron a la Policía, pero allá no me han encontrado nada. Seis chicos eran los que se llevaron esos quesos de la puerta”, recuerda.
La historia del celular
Con lo que gana y lo que debe pagar es complicado para él comprarse un celular. Sin embargo, recientemente llegó uno a sus manos. ¿Cómo fue? Se lo encontró en la calle, a las 6:00 de un sábado, cuando empezaba a barrer.
Don Gregorio tiene el celular bien guardado en su cuarto y, si bien ya le puso un chip, todavía debe realizar trámites para activarlo. Ve difícil que pueda aprender a usarlo pronto.
Una vida sin alcohol
A la pregunta de si consume bebidas alcohólicas, Gregorio reacciona sorprendido: “¡Quéééé!, (eso) te va a quemar (tu estómago), te vas a morir. Eso se llama agua de fuego”, afirma para después pegar una carcajada. “Te voy a decir así: Eugenio Menacho era dueño del restaurante donde trabajaba en Cochabamba, (él) tomaba cerveza y fumaba cigarro, grave, pero después ha reventado su barriga y ha muerto”, cuenta.
Trabajador y viajero
La comunidad Actara queda en el municipio de Tiquipaya. Su padre, Luis, falleció en Llallagua; su madre, Juana, aún viviría en su pueblo natal.
Gregorio emprendió viaje desde Potosí siendo muy joven en busca de un futuro mejor. Vivió en Cochabamba (7 años) y en Santa Cruz (6) antes de llegar a Sucre. En aquellas ciudades trabajó en labores de limpieza y como ayudante de cocina en restaurantes y panaderías •
“Riguchu”, su apodo
Esta es una mirada rápida de la vida de Gregorio, a quien sus amigos más cercanos le llaman con cariño “Riguchu”. Él, en realidad, no se acuerda bien cuántos años tiene, pero dice haber nacido un 6 de septiembre.
Aunque su carnet de identidad acusa que nació el 4 de enero de 1950, este hombre sencillo calcula grosso modo, como si no le importara el paso del tiempo: “ahorita ya debo estar por lo 50, 60 o 70”.
No escucha del todo bien, pues tiene los oídos “medio atontados” por zumbidos y pitidos que se originan dentro. De todos modos, su mayor dolencia está en la columna vertebral.
“Es mi espalda baja, a la izquierda, ahí me duele. Será por lo que llevaba la manga (fruta) al mercado antes de que comience a barrer. (La espalda) chueca está, torcida. Me ponía pomada, pero no le ha hecho nada”.
Esta dolencia puede que haya empeorado con el tipo de trabajo que realiza ahora, ya que para barrer debe agacharse.
Gregorio Mamani Marcani se resigna a seguir así porque dice no contar con los recursos económicos suficientes para cubrir una operación.