San Mauro, patrono de Tomina
Le atribuyen sanaciones de enfermedades y fertilidad a parejas que no pueden tener hijos
Dicen que San Mauro, patrono de Tomina, en Chuquisaca, cura a enfermos, consuela a los afligidos y hace el milagro de la fertilidad en parejas que no pueden tener hijos. Para que los deseos de los creyentes se hagan realidad, en estos casos, todo depende de cuán grande sea su fe.
Siguiendo esa lógica, si un matrimonio no es bendecido con un hijo, después de un largo tiempo de espera, muchas parejas acuden a la capilla de San Mauro y discretamente retiran una wawita (bebé, muñequito de porcelana, miga de pan o de plástico) que las madres que ya no quieren tener más hijos dejan a los pies del santo, debajo de sus ropajes.
Sorprendentemente, al año, la mujer que no podía concebir ya es madre. Eso dicen.
Incluso, los esposos pueden escoger el sexo del bebé de acuerdo al color de la ropa que tienen los muñequitos: típicamente celeste para hombres, rosa para mujeres.
Ante la carencia de esos muñecos —porque al parecer hay temporadas en las que la demanda es alta—, las parejas llevan una rosa, si quieren una niña, o un clavel, para un niño. Nunca le faltan flores a San Mauro.
También se dice que los familiares de alcohólicos suelen dejar envases de bebidas espirituosas, con el propósito de que el santo les libere de esa debilidad.
En estas páginas, ECOS, que participó de la presentación de la fiesta de San Mauro (15 de enero) en Tomina, en el centro del departamento de Chuquisaca, presenta dos historias de “milagros” atribuidos al santo y que fueron recopilados de fuentes primarias por Mario Rollano Barrero, oriundo de esa localidad, mediante testimonios.
Orígenes de leyenda
Varias leyendas giran en torno a la aparición de San Mauro en Tomina. Lo más probable es que, según Rollano, la figura haya sido llevada por algún sacerdote o por alguna familia devota de los colonizadores cuando las avanzadas españolas se desplazaron desde La Plata (hoy Sucre) hacia los meridianos orientales.
Sin embargo, la hostilidad de los guerreros con arco y flecha del bravo pueblo originario guaraní y el insalubre hábitat, fueron adversos para los extranjeros. Esto les forzó a detener su avance y señalar ahí la frontera, donde luego fundaron Santiago de la Frontera, posteriormente denominada Tomina.
Otra leyenda dice que Vallegrande tenía al Señor Justo Juez, a San Mauro y a San Miguel, que acordaron que no era conveniente que los tres estuvieran allí mientras otros pueblos carecían de guías o pastores. Así es que optaron por salir a cumplir su misión, rumbo al sur.
Después de caminar más de 100 kilómetros por un camino de herradura pedregoso y con rocas filosas, San Miguel sufrió la rotura de una de sus abarcas, pero aun así siguió adelante llegando con ampollas y laceraciones en los pies a Serrano. Entonces, sus compañeros le pidieron que se quedase ahí para cumplir su misión, y así fue.
Cuando los otros santos salían del pueblo para proseguir su viaje vieron que el camino se bifurcaba, entonces acordaron que el Señor Justo Juez tome la ruta que se desviaba por la izquierda y San Mauro, la de la derecha. De esta manera el primero llegó a Padilla y el segundo a Tomina.
“Esta historia puede tomarse como leyenda, sin embargo fue aceptada y transmitida de una generación a otra con la seriedad y buena fe que los adultos mayores tienen”, aclara Rollano en el libro de su autoría “Tata San Mauro, Tomina 15 de enero de 2018”.
Desde hace más de dos siglos hasta la actualidad, una nutrida comitiva de fieles locales acostumbra llevar a San Mauro hasta Villa Serrano para que visite a su hermano San Miguel, el 29 de septiembre, día de su fiesta, recorriendo 27 kilómetros. En reciprocidad, San Miguel devuelve la visita a San Mauro el 15 de enero.
Otra historia sobre la aparición de San Mauro en Tomina refiere que un niño empezó a llegar a su casa más tarde de lo previsto para ayudar en diligencias a sus padres. Estos, molestos, le preguntaron por qué se demoraba y el niño, sin tapujos, les dijo que se quedaba a jugar con un amigo que parecía cura y era muy bueno.
Los progenitores comunicaron el hecho al sacerdote del pueblo, con el que acordaron seguir en secreto al niño, y en el momento justo vieron que hablaba feliz con alguien, pero no veían a nadie.
El hombre, preocupado, pensó que su hijo estaba perdiendo la razón. Al percatarse de ello, el religioso le dijo que conversaría con él. Le preguntó: “¿Con quién hablabas, hijo?”. “Pues, con mi amigo el curita, ¿acaso no lo vieron?”, respondió el niño.
Luego, el párroco le pidió que lo describiera detalladamente. Y, por último, le preguntó si le había dicho su nombre. “Sí, se llama Mauro”, aseguró el pequeño.
Así fue que se consolidó la imagen de San Mauro en Tomina, donde le asignaron un lugar de preferencia en la iglesia. Sin embargo, desaparecía constantemente y tras buscarla siempre la encontraban en un espacio en el que abundaban los cactus. La recogían y la devolvían al templo, pero volvía a ocurrir lo mismo.
Al final entendieron que ese lugar era el preferido del santo, y ahí erigieron una capilla en su honor. Cada 15 de enero se honra a San Mauro con una novena, una entrada folclórica, juegos pirotécnicos, serenata, misa y una procesión de la capilla a la iglesia.
También se bendicen los vehículos, hay corridas de toros, riña de gallos, carrera de caballos y, últimamente, una carrera de autos en un circuito pequeño.
“Cada año asisten a la festividad del patrono de Tomina más de 25 mil personas”, asegura su alcalde, Germán Sifuentes •
La fe de un niño
El profundo amor filial entre una abuela y su nieto era recíproco y conocido por todo el vecindario. Desde que vio nacer al niño, ella nunca más lo dejó. Para Antonio (así se llamaba él), su abuelita era su mamá.
Antonio sufrió a los nueve años el peor susto de su corta vida: un ataque hepático estaba consumiendo a su abuelita, a quien los médicos desahuciaron.
Tan pronto comprendió la gravedad del problema, el niño fue a la capilla de San Mauro donde lloró e imploró por que no se lleve a su “mamá”. Que la sane y, además, le ayude a él a ser alguien en la vida.
Le prometió que, si cumplía sus peticiones, de grande edificaría la torre de su capilla.
Antonio estuvo un buen rato de rodillas, clamando y pidiendo en oración a San Mauro como le había enseñado su abuela.
Aliviado en su aflicción, retornó a su morada y encontró al sanitario (por entonces no había médico en esa localidad), tomándole el pulso a la señora y explicándole cómo debería tomar su medicina. Siguiendo las instrucciones, la mujer se recuperó de a poco y vivió 25 años más. En ese ínterin, Antonio se hizo hombre y obtuvo una buena profesión, según él, gracias a las bendiciones recibidas.
Nunca olvidó la promesa de construir la torre y, aunque demoró por razones de trabajo, lo hizo 55 años después, en el ocaso de su vida.
Niño desahuciado
En enero de 1995, el matrimonio J.M.-H.O. mandó a celebrar una misa de agradecimiento a San Mauro. Después de la ceremonia invitó a los asistentes a pasar por su casa para que degusten unos alimentos y refrigerios preparados con esmero.
En medio de la reunión la pareja expresó que por fin volvían a gozar de sosiego y paz, pues durante mucho tiempo habían sufrido por la salud de su hijo que padecía de una grave enfermedad. Incluso, una junta médica no le dio esperanzas de vida.
El padre, como médico, entendió perfectamente esa realidad; estaba consciente de que el hombre tiene límites, pero no Dios.
La familia volcó sus ojos a San Mauro, a quien pidieron con fervor por la salud de su hijo y fueron escuchados.