Violencia: “No somos muchos, pero somos machos”

14 feminicidios para comenzar el año es una cifra alarmante. ¿Qué pasa cuando los hombres también se movilizan?

Violencia: “No somos muchos, pero somos machos”

Violencia: “No somos muchos, pero somos machos” Foto: Alex Aillón

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Violencia: “No somos muchos, pero somos machos” Foto: Alex Aillón

Violencia: “No somos muchos, pero somos machos”

Violencia: “No somos muchos, pero somos machos” Foto: Alex Aillón


    Alex Aillón
    Ecos / 28/01/2020 02:28

    “Nos somos muchos, pero somos machos”. Esta es una de las tantas frases con la que los hombres, por lo menos del siglo XX, nos criamos de manera “natural” y “pacífica” en estas latitudes. Nos criamos con frases y palabras que, por supuesto, reforzaban una idea de nuestra masculinidad, una idea de lo que era ser hombre y del lugar privilegiado que teníamos sobre este planeta, sobre nuestro planeta. Pero, por supuesto, los lugares más privilegiados los tenían los que más se acercaban al ideal del hombre macho, del macho bien macho.

    Mientras más alejado del otro género, mejor, era lo más expectable, porque cuidado llores como una mujercita, cuidado hables como mujercita, cuidado te vistas como mujercita, cuidado te comportes como mujercita, cuidado te quedes en el más odioso limbo, la medianía despreciada, de la mariconada, pues. 

    Categorías negativas en un mundo de hombres diseñado para hombres. 

    Stuar Hall, el pensador jamaiquino, quien junto a Raymond Williams, Richard Hoggart y Lawrence Grossberg, fue uno de los principales referentes de los estudios culturales, nos ha dejado claro que nada está fuera de la representación. Y la masculinidad en general, o la hombría, o el ser hombre, se representaba, y quizás se lo sigue haciendo, de una manera violenta, de una manera jerárquica, desde palabras que se filtran de manera aparentemente inofensiva, hasta la violencia abierta, descarada, engarzada principalmente en el Estado y sus instituciones. Y es jerárquica y descomunalmente violenta, porque tiene entre sus principales instrumentos de regulación, los ejércitos, la policía, la iglesia, los partidos políticos y el poder, todos ellos emblemas jerárquicos, guardianes de ese “ser más”, ese “deber ser”, que subalternaliza al mundo de la vida, al mundo de lo cotidiano, de las relaciones que buscan otros lenguajes, otras afinidades, otras formas de gestionar los cariños, los entendimientos, las cercanías.

    Por supuesto, decir que ser hombre es sinónimo de violencia, es no entender la complejidad de estos procesos. La construcción del hombre tiene que ver con la construcción de un lenguaje, de una narrativa, de un sistema que naturaliza la violencia y se llama Estado. Este Estado que contiene para sí el monopolio de la violencia física y simbólica, permite que la violencia contra la mujer pueda operar de manera más o menos impune. Entonces una crítica al patriarcado, como sistema de organización y dominación, pasa por una profunda crítica al Estado y a sus instituciones.

    Mujeres que movilizan hombres

    14 feminicidios es un dato ya no solo alarmante sino escandaloso para iniciar el año. Así lo entendemos todos. Cómo se puede entender que Bolivia sea el país con mayor índice de feminicidios en esta parte del continente. Casi dobla y triplica la cantidad de feminicidios que hay en países como Perú, algo que debe llamarnos poderosamente la atención. Solo el año pasado se registraron 117 feminicidios. Del 2013 hasta la fecha sumamos un total de 685 feminicidios en toda Bolivia. Un horror por donde se lo mire.

    Las mujeres y los movimientos feministas han sido las que han llevado solitariamente hasta este momento la lucha por sus derechos y contra la violencia de género. Michel Houllebeq, autor de Las partículas elementales, dijo en alguna entrevista, que hace ya mucho los hombres hemos cedido la palabra y la iniciativa a las mujeres, y que no hablamos porque sería monstruoso constatar que, en realidad, no hemos cambiado nada. 

    ¿En realidad no hemos cambiado nada? Me cuesta creerlo, pero los datos, los números son fríos y te congelan el alma de un solo golpe, seco y certero.

    Hace poco más de una semana el colectivo feminista Mujeres Creando convocó a la “Primera Marcha Planetaria de Hombres Contra los Feminicidios y la Violencia Machista” en la ciudad de La Paz. Es decir, tuvieron que ser ellas, ni siquiera partió de nosotros. El punto de concentración fue la plaza del mercado Camacho. Allí los varones pelaron papas mientras decían a coro: “No más feminicidios”, “hombre no es macho”. Pues bien, en Sucre el joven politólogo Wim Kamerbeek tomó la posta y realizó una convocatoria a través de las redes sociales. Gracias ello “Autoconvocados”, un grupo de hombres, pero también mujeres, se dieron, nos dimos cita, primero en la Facultad de Derecho y luego en la plaza 25 de Mayo, para denunciar este proceso ascendente de violencia hacia las mujeres y hablar, por fin, también los hombres, e intercambiar ideas sobre cómo deberíamos ser parte también de la lucha por una sociedad más justa, inclusiva y sin violencia.

    En ambos casos, al fin, podemos decir que no “éramos muchos, pero tampoco éramos machos”. Fueron dos momentos interesantes, porque el primero, donde hubo una cantidad relativamente buena de asistencia y participación, se dio en el auditorio de la Carrera de Derecho. En un ambiente cerrado, aislado inclusive, por lo tanto, un lugar donde los hombres, sobre todo, nos sentimos más cómodos, protegidos de la mirada pública. El otro fue a cielo abierto, y creo que no asistió ni la mitad de la gente que estuvo la jornada anterior. Esto nos dice varias cosas, pero una que creo que es importante, es que los hombres todavía sentimos cierta vergüenza a la hora de obrar y actuar públicamente sobre un tema que nos toca de manera directa. Sin embargo, creo que es un proceso gradual y que este ha sido un buen inicio para responder una pregunta central: ¿qué ocurriría si los hombres, todos, nos movilizáramos en este camino? Quizás, es mi esperanza, las cosas serían muy diferentes.

    A continuación, tres resúmenes de las ponencias que se presentaron como parte del panel la noche del lunes •

    Hegemonía y masculinidad

    Daniel Kirigin Zamora*

    Es importante comprender que muchos problemas sociales, como la violencia hacia la mujer, están intrínsecamente relacionados con un conjunto de ideas y formas de pensar ligadas a elementos hegemónicos. Este problema estructural posee varias aristas y debe ser abordado desde diferentes perspectivas; de esta manera, uno de estos enfoques que es crucial en la comprensión de la violencia de género, es la conexión entre creencias, imaginarios sociales y su relación con los actos violentos y como estos se naturalizan y fomentan.  

    Sobre este punto, el estudio de las construcciones de género brinda la posibilidad de generar una mejor visión de las sociedades y la oportunidad de comprender los orígenes de estos problemas graves que aquejan y corroen los hilos más profundos del tejido social. Así, la construcción del género masculino adquiere matices en función de las particularidades de cada sociedad; una de estas variantes es la llamada Masculinidad hegemónica, que se constituye en una categoría ligada al fenómeno de la violencia de género, cuyo estudio es crucial para poder construir sociedades más justas e inclusivas. Esta categoría propuesta por la socióloga australiana Raewyn Connell, posee ciertos elementos y encargos sociales que fomentan y perpetúan comportamientos violentos, los que se traducen en conductas, roles y prácticas sociales, que más allá de constituirse en un sistema de dominación, se convierten en una carga para nosotros los varones. 

    Es por ello que la atención a nivel institucional debe centrarse en el estudio de los roles que desempeñamos los hombres en nuestras relaciones sociales y cómo, a través de la autorreflexión, se pueden lograr transformaciones en la autopercepción y la de las mujeres; en el entendido que la comprensión de las asimetrías de género, supera el propósito de la reivindicación de derechos e implica comprender, por ejemplo, que altos índices de inequidad van de la mano con altos índices de pobreza y violencia. 

    Por consiguiente, es necesario que la sociedad en su conjunto entienda que el desarrollo anhelado de toda sociedad, particularmente en el ámbito de la ciudad de Sucre y de Bolivia, debe transitar necesariamente por la construcción de sociedades más justas e inclusivas, con mayores lazos de equidad y tolerancia entre los géneros.

    *Abogado, licenciado en idiomas, magister en Estudios Ibéricos e iberoamericanos, catedrático y estudiante de doctorado.

    De los cuestionamientos fálicos actuales

    Edgar Marcelo Guzmán Daza

    Cuando se reflexiona sobre problemáticas como violencia machista, patriarcado, masculinidades y feminicidio, en última instancia se alude a una temática fálica; su cuestionamiento, es un cuestionamiento al poder, a la modalidad de tenencia, pertenencia o control que deviene de la construcción de lo social a partir de la horma masculina.

    Una corriente de liberación de lo femenino pone en duda la supuesta potencia masculina, y propone desde ese lugar una nueva lógica que escapa al totalitarismo del “Para Todos” masculino, proponiendo en su lugar un “No Todo”, que posibilita una versión diferente de lo social, desde la vivencia particular de la feminidad. La dificultad radica en la resistencia a aceptar esta ruptura teniendo como correlato, un estallido de violencia hacia lo femenino, justamente porque los argumentos fálicos ya no alcanzan para contener este cuestionamiento y cuando la palabra no alcanza, la violencia toma su lugar. 

    Sin embargo, queda demostrado que esta fuerza de cambio propiciada desde lo femenino ya no tiene punto de retorno y será necesario pensar nuevas modalidades de la estructura social.

    Repensar la convivencia

    Wim Kamerbeek Romero

    Tenemos a 14 bolivianas menos en el país en lo que va del año 2020. Y este contexto sumamente violento no es reciente: se repite año tras año, a pesar de los avances en materia legislativa. Es, al mismo tiempo que un problema estructural, un problema que tiene varias aristas: en lo político, la ley 243 de acoso y violencia política a las mujeres, encontramos fallas como que la víctima que denuncia debe esperar que la institución donde ha recibido acoso y/o violencia, sea la que solucione (convirtiéndose en juez y parte), o institucional, sea porque gobiernos municipales o departamentales no destinan los recursos necesarios para combatir la violencia machista o bien, cuando un abogado utiliza la ley 348 en contra de las mismas mujeres. Entre líneas, queda claro que todavía queda muchísimo por hacer, pero que no todos tienen la misma voluntad. 

    En un contexto sumamente polarizado políticamente, necesitamos hacer enormes esfuerzos por repensar la democracia y la convivencia. Democracia porque no todos la ejercemos en igualdad y libertad, los hombres debemos repensar nuestros privilegios frente a las mujeres. Convivencia, porque está claro que en lo público y en lo privado, la paz y la seguridad de las mujeres está siempre en riesgo. Es un año electoral, y por el contexto, necesitamos ahora más que nunca de la crítica y autocrítica, si no queremos sumergirnos en días peores. Y por esto, debemos reflexionar sobre nuestros roles asignados desde, prácticamente, el día que hemos nacido. Es decir, desde el día que somos parte de un Estado: para interpelarnos a nosotros mismos y al Estado, y para mejores días para todas y todos. 

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