Enfermedades epidémicas en la conquista del imperio Inca

El 12 de octubre de 1492, una pequeña expedición europea al mando de Cristóbal Colón llegó al Nuevo Mundo y, al desembarcar de los botes en las Bahamas

Enfermedades epidémicas según Theodor de Bry.

Enfermedades epidémicas según Theodor de Bry. Foto: SIHP

Milagro de la Virgen María según Guamán Poma de Ayala.

Milagro de la Virgen María según Guamán Poma de Ayala. Foto: SIHP

La sublevación de Manco Inca en un mural de la Alcaldía de Cusco.

La sublevación de Manco Inca en un mural de la Alcaldía de Cusco. Foto: SIHP


    Marco Antonio Flores Peca (*)
    Ecos / 06/04/2020 16:00

    El 12 de octubre de 1492, una pequeña expedición europea al mando de Cristóbal Colón llegó al Nuevo Mundo y, al desembarcar de los botes en las Bahamas, no simplemente descendieron hombres barbados que traían la cultura del Viejo Continente, sino que, inconscientemente, también traían una serie de enfermedades infecciosas agudas, como ser el sarampión, la viruela, la gripe, la varicela, entre otras.

    Estos ‘asesinos invisibles’, paulatinamente, penetraron en los territorios conquistados ocasionando la silenciosa muerte de miles y miles de indígenas, cuyos sistemas inmunológicos no estaban preparados para hacer frente a estas calamidades. Los naturales de estas tierras, debido a su largo aislamiento del resto del mundo, no llegaron a desarrollar defensas biológicas ante estos nuevos agentes patógenos exóticos.

    La gripe fue la primera enfermedad epidémica en llegar al Nuevo Mundo durante el segundo viaje de Colón, y tuvo efectos tan nocivos en los naturales de estas tierras que el cronista Pedro Mártir de Anglería (1964) escribió: «estaban los indios muertos a cada parte. El hedor era muy grande y pestífero».

    Más adelante la viruela, introducida por los esclavos africanos, llegaría a diezmar a la población indígena, facilitando a su vez el sometimiento y la conquista del imperio azteca por parte de Hernán Cortez y del imperio Inca por parte de Francisco Pizarro.

    Un castigo divino

    Desde su propia cosmovisión, los señores incas consideraban que las sequías, el granizo, las plagas en los cultivos, las enfermedades y demás calamidades que azotaban a su pueblo eran ocasionados por las deidades que regían el mundo andino.

    Es así que, según el jesuita Joseph de Arriaga, eran frecuentes las ofrendas y sacrificios rituales de animales (cuyes y llamas) dirigidas a las deidades del panteón andino, solicitando buenas cosechas, alejar las enfermedades y demás desgracias que podrían suceder. Mientras, Collin McEwan y Maarten Van de Guchte mencionan que “las  ofrendas  humanas se realizaban  solo  en  las  huacas  o  adoratorios  más importantes  del Tawantinsuyu, en ocasiones especiales… Las  vidas ofrendadas  eran  retribuidas  con salud y prosperidad”. Por consiguiente, la sangre de estos “chivos expiatorios” servía para aplacar las necesidades de los entes divinos y asegurar el bienestar de la colectividad.

    Más adelante, los conquistadores españoles, al mando Francisco Pizarro, aprovecharon las peleas internas entre Huáscar y Atahuallpa, además de la propagación de la viruela, para lograr someter a uno de los más grandes imperios de América. En 1536, el Inca Manco II, al mando de un gran ejército, decidió cercar las ciudades de Cuzco y Lima,  buscando la expulsión definitiva de los peninsulares; sin embargo, esta acción de reconquista fracasó debido a varios factores, entre los cuales se tienen las epidemias de viruela, gripe y sarampión que se propagaron rápidamente entre los soldados indígenas reunidos en grandes grupos.

    Luego de esta derrota, los españoles dieron a entender que la Virgen María habría milagrosamente enviado estos padecimientos sobre los indios como castigo por su idolatría. Al respecto, el cronista indio Guamán Poma de Ayala realiza un dibujo en el que se puede apreciar cómo la Virgen María deja caer de sus manos las enfermedades a los indígenas infieles y protege a los españoles cristianos. De esta manera, se hace un uso estratégico de las enfermedades epidémicas otorgando a los españoles una protección y derecho divino para conquistar el imperio de los incas.

    El Taki Unquy y el Muru Unquy

    A partir de 1563, en muchos lugares del antiguo imperio incaico se protagonizó un movimiento político religioso denominado “Taki Unquy” o “baile enfermo”.

    Teresa Gisbert dice que “para prepararse al retorno de sus dioses, los nativos danzaban sin descanso hasta caer en trance, durante el cual, entre temblores y espasmos, renegaban de su catolicismo”. Los indígenas consideraban que, al destruir los templos sagrados, los ídolos y las wak’as andinas para introducir el cristianismo, los españoles habían  perturbado el orden natural del mundo, ocasionando enfermedades y una serie de calamidades.

    De igual manera, Fernando Montes apunta que en 1590 tiene lugar una rebelión denominada como “Muru  Unquy” o la “enfermedad de las manchas”, que se inicia “a raíz de una epidemia que los indios interpretaron como venganza de la wak’as por haber descuidado su culto”. En este movimiento, al igual que en el Taki Unquy, se busca un alejamiento radical de los indígenas de todo lo relacionado con los conquistadores, además de retomar sus antiguas prácticas religiosas y estilo de vida. Solo así se podría dar equilibrio al mundo y acabar con todas las enfermedades que azotaban al pueblo andino.

    Aunque ambas rebeliones fueron aplacadas a través de la fuerza, e imponiendo duros castigos, fueron movimientos que marcaron el camino de futuros levantamientos indígenas •

    * Flores Peca es vicepresidente de la Sociedad de Investigación Histórica de Potosí (SIHP).

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