Wawita, un gato sucrense en Holanda

Pese a ser criollo, Wawita no es un gato cualquiera, sino uno muy especial. Hasta donde se sabe, es el único felino sucrense que vive en Holanda.

Montserrat  van Linden, Karina Carrillo y Wawita.

Montserrat van Linden, Karina Carrillo y Wawita. Foto: Cedida

Wawita, un gato sucrense en Holanda

Wawita, un gato sucrense en Holanda Foto: Cedida


    Evelyn Campos López ECOS
    Ecos / 06/04/2020 16:09

    Pese a ser criollo, Wawita no es un gato cualquiera, sino uno muy especial. Hasta donde se sabe, es el único felino sucrense que vive en Holanda. Creció en una familia de músicos y casi siempre estuvo rodeado de mucha gente ligada al mundo del arte, por eso tiene una gran personalidad.

    Un día lluvioso de 2015, sin planificarlo ni pensarlo, Wawita se sacó la lotería. Inesperadamente, a la vida de este afortunado gato llegó la familia de Karina Carrillo, exdirectora de la Escuela Suzuki Sucre (cuya enseñanza se basaba en la afamada filosofía Suzuki), y de Pablo van Linden, guitarrista y percusionista del Ensamble Suzuki Sucre y gerente general de la academia que lleva el mismo nombre y de Montserrat, la hija de ambos. Karina es una de las siete maestras de Bolivia que se formó bajo los lineamientos de dicha pedagogía.

    Desde Holanda, la artista cruceña cuenta a ECOS que cuando los tres salían de las clases de la Orquesta de Cuerdas del Colegio Don Bosco rumbo a su vehículo, apareció una mujer que llevaba en los brazos a un pequeño minino.

    Al verlo Karina se emocionó, llamó a su hija Montserrat y pidió permiso a la señora para acariciar al animal. La mujer, al notar la reacción de ambas, les dijo: “si les gusta, quédenselo”. En ese instante lo dejó en los brazos de Karina que, junto a su hija, se quedó sorprendida. Dice que la mujer no les dio tiempo ni a reaccionar.

    Pablo estaba reacio a tener un nuevo gato. Poco tiempo antes se había visto obligado a buscar otros hogares para sus queridas mascotas. El cambio de una casa a un departamento les había obligado a tomar esa triste decisión, pues el nuevo lugar no reunía las condiciones para albergar mascotas. Pablo, apenas superaba ese dolor.

    Wawita estaba descuidado, sucio y con los ojos llenos de lagañas. Y Madre e hija rogaron a más no poder a Pablo para que acepte al nuevo miembro de la familia. Él finalmente accedió, pero con la amenaza de que echaría al felino si hacía sus necesidades en el piso ¡a la primera! Fue tajante, pese a las protestas de las mujeres de la casa. Por último, se fueron rumbo a una veterinaria para que el gato recibiera tratamiento en los ojos y lo desparasitaran.

    Un felino con suerte

    Al retornar a casa compraron un iglú para que Wawita pueda dormir allí. También una caja con piedras y muchas croquetas.

    El destino había confabulado para que este pequeño mamífero de apenas dos o tres semanas de vida, quizá destinado a terminar en un basural, así como pasa con cientos de su especie, encontrara una familia cariñosa y sensible. Era tan pequeño que apenas lograba beber leche de un platillo; tampoco sabía maullar. Por eso piensan que sus anteriores dueños lo separaron muy temprano de su madre, para deshacerse de él.

    Cuando el gatito terminó de tomar su leche buscó su caja para estrenarla, sorprendiendo gratamente a Pablo. Al principio lo bautizaron como “Pizzicato”, pero, como era bebé, también le decían “Wawita”. Al final se quedó con este nombre, como parte de su identidad quechua, explica Karina a ECOS.

    Pasó el tiempo y el amor que le prodigaron a Wawita en su nuevo hogar dio sus frutos. El flacucho y lagañoso animalito se transformó “de patito feo a cisne hermoso”.

    Su pelaje negro y blanco se tornó dócil, largo y esponjoso. Sus patas, con suaves almohadillas rosadas, se veían muy delicadas. Ahora, pesa cuatro kilos y medio y mide un metro, desde la nariz hasta la punta de la cola.

    Gato con personalidad

    Wawita demostró tener una gran personalidad. Según las creencias relacionadas con los gatos, dicen que Wawita “adoptó” a Karina y que Pablo es “su mimado”. Además, previsiblemente, resultó ser el consentido de Montserrat.

    Nunca quiso dormir solo. Buscó su lugar en la cama del matrimonio Van Linden-Carrillo. “Tiene unas posturas increíbles para dormir. Desde que llegó solo nos dio amor incondicional. Es muy especial para nosotros”, confiesa Karina.

    Ya desde Sucre se mostraba como sociable, dejándose acariciar y cargar por los alumnos de la academia Suzuki. Pero también es selectivo: solo juega con las personas que él escoge.

    Los alumnos lo recuerdan porque, durante las clases, siempre andaba encaramado en la cabeza o el hombro de Karina.

    Etapa salvaje

    Wawita se adaptó fácilmente a las condiciones y cambios por los que pasó su familia. En Sucre vivió en un departamento y, cuando decidieron partir a Santa Cruz, viajó sedado en avión.

    En la capital oriental conoció el calor extremo, el césped —al que graciosamente a un principio no se animaba pisar— y la libertad de salir y trepar a donde quisiera; también aprendió a embarrarse con lodo y a comer cuñapés. Wawita cazó varios animales como ratas, ratones, murciélagos, una variedad de aves; todo menos gallinas. Según Karina, allí experimentó su etapa más silvestre y campestre.

    En 2017, a Pablo le ofrecieron una gran oportunidad laboral, pero en Holanda. Viajó al país de los tulipanes para presentarse a una entrevista personal y someterse a unas evaluaciones psicológicas y… ¡el trabajo era lo suficientemente bueno como para dejarlo pasar!

    Todo fue intempestivo, apenas les dio tiempo de asimilarlo. Había que mudarse sobre la marcha. Comenzaron a renunciar a sus trabajos, a hacer los trámites migratorios y las maletas a la misma vez. Se desprendieron de sus cosas materiales.

    Preparación

    Ni siquiera se les pasó por la mente dejar con alguien a Wawita. Siguieron todos los trámites y protocolos para que el animal pudiera ingresar de manera legal a los Países Bajos, no como un polizón.

    Recibió atención veterinaria especializada, varias dosis de vacunas y suministro de vitaminas para que soportara el cambio drástico de clima. También se le incorporó un microchip. Su familia compró una jaula grande para transportarlo.

    El veterinario Jorge Perales les aconsejó no sedarlo. Dos días antes de embarcarse en el vuelo, Wawita se sometió a una dieta especial para que no vomitara durante el viaje. La caja fue forrada con pañales desechables.

    Lo acomodaron en el sector del equipaje y allí hizo el viaje de más de 21 horas de duración. “No me imagino lo que experimentó durante el vuelo con el ruido de las turbinas y todo el movimiento. Pero asombrosamente llegó muy bien”, dice Karina.

    Wawita en Holanda

    Cuando ingresaron a la terminal aérea de Dordrecht, Wawita ya estaba con su familia. Avanzó suavemente por los pasillos haciendo amagos de maullidos. Lo primero que hizo en su nueva casa fue buscar su caja y sus piedras. No cambia por nada su rutina, simplemente se adapta a los lugares donde está con los suyos. En Holanda también se mudaron varias veces de casa, así que conoció el frío, la nieve, el granizo y los bellos tulipanes.

    Le encanta el jardín con macetas que tiene Karina en un balcón. Se estruja en las plantas y posa con las flores. Su pelaje le creció más; tal vez por el frío, conjeturan. Tiene buena estampa.

    Como no podía ser de otra manera es “un gato musical”: pide comida tocando con las patas un cajón.

    Un gato europeizado

    Wawita lleva una buena vida. Disfruta de una dieta balanceada, le gusta el mousse, las galletas y los dulces especiales para felinos que se venden en los supermercados de los Países Bajos. También come pollo fresco semicocido y toma bastante agua y leche.

    Se volvió otra vez un gato de departamento. Le gusta mirar a las gaviotas, patos, cuervos y otras especies desde el balcón, pero no se anima a cazarlas porque son mucho más grandes que él. Dicen que no intentó cazar otra vez.

    Así es Wawita, un gato sucrense en Holanda •

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